sábado, 22 de marzo de 2014

La larga sombra de la dictadura

Al otro lado del mar Atlántico tanto como en este rincón de Europa, las dictaduras tienen efectos devastadores que cual larga sombra de ciprés se prolongan en el tiempo y alcanzan aun a quienes no las vivieron.


El escrito de Magali Heredia que publica ECUPRES con fecha 17/3/2014, en el cual se refiere a la obra de teatro brasileña “Los hijos de la dictadura” es una seria invitación a reflexionar sobre los devastadores efectos sociales que tales formas de gobierno comportan. La universalidad de su contenido hace que sea lectura recomendada en el presente de la realidad política y social del Estado español. Veamos algunos fragmentos.

Las dictaduras acaban pero las consecuencias permanecen […] lo perfecta y exitosa que fue la dictadura en instaurar el miedo y edificar el consumismo […] “no soy libre pero soy feliz” ilustra esa resignación consentida del mundo capitalista […] una particularidad de la dictadura brasileña fue el decisivo respaldo que la sociedad civil le prestó, garantizando así su éxito en imponer la lógica del miedo y en consumar su aprendizaje […] el miedo permite la explotación de los trabajadores, que esta produce violencia, la que a su vez produce miedo. De esta manera el miedo se realimenta a través del tiempo. [1]

Nunca las dictaduras lograron destruir por completo el alma de los pueblos, pero sí anestesiarla durante largos períodos, de tal modo que para existir tenga que renacer de nuevo al cabo de los años. Tal es el letargo que hasta el día de hoy ha sumido al pueblo en esta piel de toro de históricas luchas en defensa de lo material tanto como de lo digno. El pueblo en lucha fue derrotado definitivamente en 1939 y hasta el presente llega la sombra de esa derrota.

Hablar hoy aquí de las luchas que sostuvieron nuestros abuelos y bisabuelos y de la miserable forma de vida que les empujó a librar esas batallas es como pedirle a la audiencia que imagine vivir sin electricidad, sin gas, sin agua corriente, sin trasporte… La mayor parte de la gente del pueblo que nos escuche no entenderá nada que pueda ir más allá del guión de un documental televisivo o cinematográfico.

Vivimos en una sociedad deshumanizada, sin sentido de lo colectivo. Nuestra forma de vivir es socialmente estéril. Cada día nuestro entorno deviene más irreal, más impalpable, más incoloro, inodoro e insípido. No confrontamos ya nuestro pensamiento con el de un ser humano vecino sino con la pantalla de una computadora, bien sea de mesa o de bolsillo. Nuestro prójimo no es tangible sino virtual. Es por eso que la lucha por lo humano cueste acá tanto de remontar.

La dictadura exterminó la rebeldía que anidaba en el alma del pueblo. Luego el capitalismo se encargó de mantener a ese pueblo disgregado, empeñado en un loco consumo y embobado con las continuas ofertas de novedades tecnológicas. Hoy casi nada tiene ya esencia de humanidad. El pensamiento se diluye en un continuo entretenimiento alimentado por el masivo bombardeo de imágenes y frases cortas que animan y estimulan los instintos y los sentimientos primarios. Pedirle al pueblo que desconecte de ese continuo fluir es tanto como pedirle que renuncie a lo que da sentido a su vida. Y la reflexión es imposible en esas condiciones de permanente enajenación mental.

Por fortuna, el mal no construye nada sino que destruye y esa destrucción cae con el tiempo, cual maldición bíblica, sobre la cabeza de quienes la llevaron a cabo y sobre la de sus hijos y nietos. La prolongación del castigo y el dolor que causa remueve las cenizas de la dignidad perdida y de ellas renace, cual Ave Fénix, la conciencia del pueblo.

La larga sombra de la dictadura llega hasta nuestros días. Pero la creciente ambición del espíritu que propició aquellos crímenes viene hoy a sacudirnos. Y estos pueblos inertes, que han permanecido aletargados durante años hoy empiezan de nuevo a echar brotes de dignidad y empeño. Logró la dictadura separar del pueblo el alma revolucionaria que lo movía, pero no consiguió herir de muerte al espíritu que la animaba, el cual resurge hoy “como la cigarra”, según dice esa bella canción de María Elena Walsh.

Tanta veces me mataron / tantas veces me morí / sin embargo estoy aquí / resucitando. / Gracias doy a la desgracia / y a la mano con puñal / porque me mató tan mal / y seguí cantando. / Cantando al sol como la cigarra / después de un año bajo la tierra / igual que sobreviviente / que vuelve de la guerra.

Es la hora de las generaciones que ahora suben y empujan. A quienes ya vivimos lo nuestro nos corresponde alentar su esfuerzo. A ellas llevar adelante su cometido. /PC


[1]  “A 50 años del golpe en Brasil, sus hijos buscan memoria”, Magalí Heredia  (ECUPRES 17/3/2014)
http://ecupres.wordpress.com/2014/03/17/a-50-anos-del-golpe-en-brasil-sus-hijos-buscan-memoria/

http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/83681-la-larga-sombra-de-la-dictadura.html



No hay comentarios:

Publicar un comentario