sábado, 29 de junio de 2013

La defensa ciudadana ante el expolio institucionalizado


Cuesta entender que la gente adopte una actitud tan pasiva ante el vergonzoso expolio que estamos sufriendo. El robo y la estafa institucionalizados por quienes gobiernan en Europa, en España y acá en Cataluña son vergonzosos e indignantes. Gobiernos vendidos a los agentes capitalistas más inhumanos, más perversos que concebirse pueda. Traidores a su pueblo y a su gente que merecen ser juzgados y castigados con severas penas, para general escarmiento.

Personajes públicos que en otras épocas y otros pagos hubiesen sido por sus actos merecedores de horca o guillotina ocupan hoy la escena política sin que casi nadie al nombrarlos de muestra alguna de sentir náuseas. ¿Qué ocurre con la moral del pueblo?

No estamos en tiempos ya de empuñar la hoz ni de construir barricadas. El poder represor de los gobiernos es grande hoy día. Enfrentarse a él cuerpo a cuerpo es un despropósito, es ir a recibir palos, es ir a perder. Pero de eso a no buscar la manera de derrocar a quienes nos destrozan la vida y el porvenir, hay años luz.

El poder que nos oprime es un gigante, sin duda, pero un gigante vulnerable. Un gigante que tiene los pies de barro, porque sus pies son el pueblo, el mismo pueblo a quien oprime esclaviza y explota. Sin pueblo a quien explotar, su poder sería nulo. Y por esa razón, porque necesita la colaboración del pueblo para seguir siendo poder, es vulnerable.

Va pasando el tiempo y la gente no reacciona. Parece como si esperase que la situación se resuelva de un día a otro y volvamos a estar como en 2007, antes de que se empezase a hablar de crisis. ¡Santa inocencia! Cuando queramos despertar, esos ladrones legales nos habrán robado hasta la camisa. Ya nada vamos a tener de cuanto hemos tenido hasta ahora, porque nos habrán usurpado todos los servicios, los habrán privatizado todos y habrán suprimido los que no sean rentables.

En sus cálculos está que el pueblo va a aguantar. Que no se va a revolver, como no sea en algaradas callejeras a las cuales no temen porque saben que las tienen ganadas de antemano. Para algo tienen los antidisturbios, los jueces y las leyes que hacen e imponen. El pueblo indignado sale a la calle. Los antidisturbios apalean y detienen. Los jueces imponen sanciones... Solo una minoría heroica va a seguir en esa lucha por algún tiempo. Luego ya, ni ella.

No, no es ese el camino. Hay que buscar otros. Hay que hallar el modo de zafarse de su poder. Hay que ver por donde nos tienen sujetos para mediante acciones inteligentes liberarnos de su cepo. 

Son fuertes, pero no son invencibles. Todavía no nos tienen encadenados. Quizá algún día lo hagan, como hicieron antaño con los africanos secuestrados, pero de momento en esta vieja Europa todavía podemos andar libremente de un lado para otro. Andar, comunicarnos, reunirnos y sumar inteligencia y esfuerzos.

Nos libraremos de ellos si somos capaces de encontrar todos sus tendones de Aquiles, pero sobre todo si somos capaces de pensar que podemos vencerlos. No nos va a ser fácil. El poder no va a colaborar con quienes quieren derrotarlo. Pero hay que encontrar todas las grietas posibles a sus ciclópeas murallas.

Solamente venceremos y seremos libres si entendemos que nuestra supervivencia depende de nuestra capacidad de organizarnos de forma colectiva. Una mente pensante, por muy inteligente que sea, da para muy poco. Una persona actuando, por muy eficaz que sea, da para muy poco. Pero el pueblo unido...

Busquemos en nuestro entorno gente que se reúna con ánimo de hallar soluciones. Unámonos a ella. Solamente mediante la unión podremos avanzar, podremos hacer camino, podremos hallar el modo de hollar esas tan necesarias nuevas sendas por las que transitar a salvo del acoso del poder.

Los que mandan dicen que no podemos librarnos de ellos. Quieren convencernos de que no podemos. Quieren hacérnoslo creer a toda costa. Pero es falso. ¡PODEMOS!


http://lists.kaosenlared.net/colaboradores/item/61708-la-defensa-ciudadana-ante-el-expolio-institucionalizado.html
 



jueves, 13 de junio de 2013

Mi libertad, la tuya y la nuestra


“Mi libertad termina donde empieza la de los demás”. Sí, pero...

... Solo en la IGUALDAD y en la FRATERNIDAD, principios básicos de convivencia en una sociedad que busca ser lo más equitativa posible.

... No en una sociedad oligárquica, en la que unas minorías tienen el poder de constreñir la libertad de los demás.

... No en una sociedad competitiva, no solidaria, no colaborativa, en la cual los demás sean adversarios a los que derrotar para sobrevivir.

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Ejercer la propia libertad sin más límites que el de la libertad del vecino es un canto claro y neto a la ley del más fuerte. Contrariamente a lo que pueda presuponerse, un tal modo de entender la libertad no encierra la idea del respeto, sino que la deja de lado.

Esa idea de la libertad es la que viene suscribiendo el capitalismo a lo largo de su historia. Quien pueda hacer, que haga. Quien no...

El “hacer y dejar hacer”, no toma en cuenta las posibilidades ajenas sino para constreñirlas, para reducirlas y convertirlas en beneficio del más fuerte. Es el principio en que se asienta la sociedad clasista. Es la base de la desigualdad social, de la injusticia institucionalizada.

Como bien decía J. L. Sampedro, “Esa es la libertad del dinero, no de las personas”. “Vaya usted a un centro comercial sin dinero y verá lo libre que es”.

Para que la libertad pueda ser una realidad al alcance de toda la sociedad tiene forzosamente que ser una libertad compartida. Mi libertad depende de que sean también libres quienes me rodean; de que la libertad sea un derecho incuestionable y esté protegido por el conjunto de la sociedad.

En tanto que alguien pueda arrebatarme total o parcialmente la libertad no soy libre sino esclavo de quien mi libertad depende. Y eso tanto vale para los individuos como para los pueblos.

Es necio poner el control de la propia vida en manos ajenas. Una necedad que han logrado instaurar los amos del mundo con esta pseudo democracia que nos han impuesto. Hacen y deshacen leyes a su antojo y conveniencia. Toman decisiones políticas en función del mayor beneficio de nuestros explotadores. Tienen el control de todos los elementos necesarios para nuestra vida: trabajo, formación intelectual, comunicación, información, ocio... y hasta de lo más básico, como son los alimentos y el agua. Tienen la capacidad de lavarnos el cerebro con los medios de comunicación, con sus noticiarios, con sus falaces discursos, con su desmesurada desfachatez. Todo cuanto configura nuestras vidas está en sus manos. Tienen el control, el mando a distancia de nuestras vidas en sus manos.

Es necesario y urgente cuestionar el pensamiento que rige nuestra forma de vivir. Es necesario y urgente un proceso interno de reflexión personal, que nos mueva a la reflexión colectiva, porque en tanto esta no se dé, quienes nos gobiernan y manejan nos seguirán manejando.

La libertad es un preciado bien que debemos defender. No luchar por ella es apostar por la esclavitud propia y colectiva. De ahí que defender la propia libertad no sea un derecho sino un deber.

Vivimos tiempos difíciles en los que el enemigo del pueblo aprieta la soga que nos tiene ceñida en el cuello. Nadie puede zafarse de esa prisión en solitario. Solo el pueblo unido puede vencer la tiranía.

Que nadie se quede en casa lamentando lo que nos toca vivir. Unámonos a nuestros iguales. Juntémonos con quienes más afinidad sintamos para diseñar acciones responsables que nos lleven a la tan necesaria libertad.

Mi libertad no lo es si solo es mía. La libertad para que pueda ser ha de ser nuestra.

lunes, 10 de junio de 2013

La plegaria del ateo


Aparcó el auto en la explanada que había delante del pequeño monasterio de monjas benedictinas que se encuentra un buen trecho antes de llegar al santuario de la Virgen de Montserrat, patrona celestial de Catalunya. Iba en calidad de chofer de unas mujeres que querían subir a pié, a modo de peregrino, desde ese lugar hasta lo alto del santuario, a una hora de empinado camino.

Él iba a hacer el mismo recorrido, pero solo a título de acompañante, pues hacia ya muchos años que había renunciado a toda creencia religiosa. Aun así, la mañana era hermosa, el tiempo estaba claro, el cielo luminoso y una brisa suave ligeramente fresca invitaba a caminar.

Al punto de partir, inesperadamente rompió a sonar la pequeña campana de la capilla del convento que advertía a las religiosas que era la hora del rezo. Su sonido era discreto, levemente áspero, casi como de cencerro. Nada que ver con el de la majestuosa campana del santuario, que se oía desde todos los confines de la sagrada montaña y cuyos golpes de badajo expandían ondas que hacían parpadear las llamas de los cientos de cirios que ardían en honor de la Virgen. No, el de aquella modesta campana era un sonido humilde, como la vida misma de las religiosas que su toque convocaba.

Quizá fue esa manifestación de humildad lo que le hizo sentir ganas de compartir los rezos de las monjas. Comunicó su deseo a las mujeres que acompañaba animándolas a echar a andar, diciéndoles que ya las alcanzaría, y se dirigió hacia la capilla.

Se sentó en un banco que había junto a la puerta, arrimado a la pared. El lugar que ocupaba estaba en penumbra. Las monjas entraban caminando despacio y sin hacer ruido ocupaban su lugar en el centro de la pequeña nave. A poco la campana calló. El silencio se hizo absoluto durante unos segundos. De pronto unos sonidos aflautados salieron de entre los tubos de un pequeño viejo órgano y una fina voz de mujer entonó un salmo.

Los rezos se iban sucediendo. Ora un canto a solo, ora una respuesta coral, ora una plegaria recitada... No había nada extraordinario en todo aquello, nada misterioso, nada sobrecogedor... Ninguno de los tópicos que suelen asociarse a lo sagrado parecía estar presente en aquella plegaria que se iba desarrollando con un aire como cotidiano, como de tarea colectiva común. Ninguna emoción fuerte le embargaba. No aparecía en ningún rincón de su mente Dios supremo alguno dispuesto a tocarle el corazón con su invisible dedo. No, nada. Tan solo paz, serenidad, calma absoluta en su mente. Tanta calma se había adueñado de él que ni siquiera podía balbucear una plegaria, expresar un deseo. Y no es que no lo tuviera, sino que...

Permaneció allí sentado con la mente casi en blanco hasta que terminaron los rezos. Las monjas fueron saliendo de la capilla con el mismo religioso silencio que habían entrado y cerraron tras de sí la puerta que daba al convento. Estaba solo. Entonces pensó en qué le hubiese pedido a Dios si de algún modo éste se le hubiese hecho presente. Sin duda alguna habría pedido algo que deseaba con toda su alma, algo por lo que gustosamente hubiese dado su propia vida de inmediato. Pero no formuló la petición. No la puso en palabras siquiera mentalmente. Se limitó a sentir vivamente dentro de sí ese deseo.

En eso estaba cuando de pronto una voz le dijo algo así como “discúlpeme pero tengo que cerrar la capilla”. Allí, a su lado una religiosa bajita, muy bajita, que entre la penumbra y la oscuridad del hábito se le hacía casi imperceptible, lo miraba con ojos bondadosos. Se levantó, pidió disculpas a su vez y salió al atrio. Seguía estando solo, pues el lugar era tan silencioso como el interior de la capilla... Solo que lleno de luz. Frente a él la pequeña explanada donde tenía aparcado el auto y un entorno de montaña y fronda.

Se sentó en uno de los peldaños de acceso al atrio y miró al cielo. La luz era deslumbrante en aquella hora del día. Sonrió pensando en lo ingenuo que le parecía imaginar que allá en lo alto podía haber un Dios esperando su plegaria, esa que no había verbalizado siquiera mentalmente. ¿Para qué? Si Dios era Dios, no necesitaba discurso alguno. Pero si él era hombre y quería ser algo más que una simple bestia, sí que necesitaba llenar su corazón de buenos deseos. De ahí que diese por bien empleado ese rato que había compartido con las religiosas en la capilla y el que estaba viviendo en aquel instante.

sábado, 8 de junio de 2013

De la protesta a la revolución


El esclavo que protesta es incómodo, pero no es peligroso. Los amos saben bien cómo manejar esas protestas.

Buen esclavo es aquel al que, a fuerza de palos, se le han quitado las ganas de alzarse en rebeldía. ¡Eso lo tienen muy claro quienes viven de someter a los demás!

Mejor esclavo es el que a fin de no recibir mayor castigo se humilla y lame la bota del represor que lo apalea. Ese ya es digno de ser considerado aceptable, de ser tenido en cuenta.

Todavía mejor es aquel que con el fin de medrar se pone de parte del amo y delata a los demás esclavos, lo cual permite a los represores aplicar el merecido castigo a quienes no cumplen debidamente con las tareas que les han sido impuestas. Ese es ya un esclavo que merece el calificativo de excelente, un esclavo digno de ser apreciado por su amo.

Pero por encima del excelente está aquel que, no contento con delatar, se suma al represor y ayuda a este a apalear a los esclavos merecedores de castigo. Ese es ya un esclavo insuperable, un esclavo que se identifica con el amo de tal modo que no merece sino cálidos elogios por parte de su opresor.

Lejos de esa dinámica marcadamente violenta esta el esclavo que logra centrar su pensamiento en el aquí y ahora, bien sea para garantizar su subsistencia o bien para zafarse del sufrimiento que le acarrea su condición de esclavo. Es el caso del que ha aprendido a distraer sus penas con los recursos que los amos ponen a su disposición, tales como juguetes informáticos, vehículos de propulsión a motor, espectáculos televisados y en directo a veces, viajes de vacaciones, cruceros...

Digno de especial mención es el esclavo que comparte totalmente y sin ningún género de duda la ideología del opresor, negándose a cuestionarla y aun tratando de necios o blasfemos a quienes lo hacen. Aquel que cree que lo mejor que puede hacer en beneficio propio es ayudar a su amo a ser cada día más rico, más poderoso, más ambicioso, más represor... El que educa a sus hijos en la sumisión, les muestra las ventajas de ser parte del sistema y aleja de su mente desde la tierna infancia todo vestigio de discrepancia con el poder, todo atisbo de disidencia.

También aquel que alienta sus esperanzas en las falsas noticias que se le repiten machaconamente por medios debidamente controlados. Medios que anuncian los recortes de servicios como si se tratase de la previsión atmosférica, algo que nos viene sin que nadie lo quiera y sin que se pueda hacer nada para evitarlo. Aquel que no sabe ver la araña que día tras día teje la red que le atrapa mental y emocionalmente, para luego atraparlo incluso físicamente.

Ese individuo que en mayor o menor grado estamos definiendo como buen esclavo es quien con su necia conducta garantiza la continuidad del sistema que lo oprime. Es quien hace que en el mundo siga imperando la injusticia, la barbarie, el crimen, el mal en todas sus variantes y facetas. Es quien, aun protestando, impide con su conducta cotidiana todo atisbo de revolución. La impide porque en lo más hondo de su corazón no la quiere. Lo que en realidad quiere ese necio esclavo es lo mismo que tenía antes de que sus amos le apretasen la soga que siempre llevó atada al cuello, la cual a modo de ronzal le hace ir hacia donde ellos quieren.

Ese estúpido buen esclavo, que no quiere cambio alguno sino más de lo mismo, es el mayor enemigo de todos los demás esclavos. Es el mayor enemigo de la humanidad entera. Es el mayor enemigo de sí mismo porque, sin siquiera darse cuenta, es él quien con su mansa aceptación decide seguir sometido al sistema que lo oprime.

La fuerza del sistema radica en la aceptación de su ideología esclavizante por parte de toda la sociedad. De ahí que si de verdad deseamos liberarnos, lo primero que debamos hacer sea cuestionar nuestra propia forma de vivir y de pensar. Cualquier acción que no pase por el análisis de la propia conducta podrá ser más o menos subversiva, pero no será verdaderamente revolucionaria, con lo cual servirá para poner al frente de la sociedad a nuevos codiciosos que a la larga van a hacer lo mismo que sus antecesores.

La protesta es necesaria. Sin ella no hay revolución posible. Pero la verdadera revolución empieza dentro de sí, de la propia mente, pensamiento y corazón. Si no arranca de ahí, no llega a parte alguna.


KAOSENLARED.NET  8/6/2013
http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/59598-de-la-protesta-a-la-revoluci%C3%B3n.html


lunes, 3 de junio de 2013

No al Dios de los fascistas


El Dios de los fascistas que tras siglos de bendecir cruzadas, torturas e inquisitoriales hogueras puso en el gobierno de pueblos nobles y solidarios a criminales de la peor calaña, sanginarios dictadores, gentes sin escrúpulos ni conciencia, sigue vivo y presente hoy sobre el planeta Tierra alentando a quienes hacen de la violencia su personal forma de relacionarse con el resto del mundo y aun con sus semejantes.

Ese Dios que durante los largos años que siguieron en España al triunfo golpista de 1939 vio complacido repletas las iglesias, escuchó con gozo las plegarias de tantos buenos españoles y aceptó con agrado su manso sacrificio, su asumida condición de rebaño, sigue vivo hoy en esta misma España y en muchos otros lugares de nuestro pobre mundo.

El mismo Dios que bendijo a los ungidos hombres de tonsura y luctuosa sotana que condujeron a la grey sobreviviente a la matanza perpetrada por las gentes de bien y de Iglesia sublevadas contra los herejes que pretendían aumentar los derechos del pueblo bajo, ese ruin gentío creado para servir a los escogidos, sigue vivo y activo en el presente histórico de la hispana patria y de tantas otras patrias de gentes honestas y estimables.

Sigue vivo ese Dios, hecho a imagen y medida de los codiciosos, los violentos, los caínes, los que no tienen ni idea de lo que significa dignidad humana, respeto, amor fraterno... Sigue vivo y activo, llenando de poder a sus adoradores, a quienes lo material tornan sagrado, intocable, insustituible. A quienes ponen el dinero en primer plano de su vida, por delante del alma, de la conciencia, de los principios de humanidad que un tiempo pareciera iban a regir por siempre más sobre la Tierra.

Ese Dios de los ejércitos que en el pasado siglo maldijo y fulminó en España a los esclavos que osaron oponerse al sagrado orden impuesto por sus santos amos, sigue dando fuerza al brazo armado que sometió en aquel entonces, aún no hace un siglo, a tanto descreído blasfemo, a tanto anarquista, a tanto comunista ateo, a tanto masón irreverente lanzados todos ellos a trocar en fría razón los sagrados símbolos de la Santa Madre Iglesia Católica Romana... Sigue vivo y activo hoy sobre el planeta Tierra, sobre los territorios de pueblos originarios que no piden sino sobrevivir en este mundo dominado por la locura de poseer, de tener, de ser más que el vecino, de aplastar al hermano, de alzarse por encima de quien sea con tal de alzarse.

Sigue viendo ese Dios –complacido según parece pues que nada hace por impedirlo– como los desalmados antidisturbios apalean a quienes sacrílegamente invaden con manifestaciones de protesta el espacio público otrora escenario de santas procesiones. Sigue viendo impasible como fuerzas policiales y parapoliciales asesinan a quienes reclaman sus derechos ancestrales a vivir del fruto de sus tierras. Sigue viendo y consintiendo como semana tras semana se recortan derechos y servicios a los desheredados, a quienes de unos años acá se nos hizo creer libres y viviendo en democracia, cuando la realidad era solo una máscara de una dictadura encubierta que en cualquier momento nos iba a convertir a todos en pordioseros,

¡Ay ese Dios de los ejércitos, de los fuertes, de los poderosos, de los genocidas! ¡Ay ese Dios inhumano, amante del sufrimiento y de la sangre de los crucificados! ¡Ay ese Dios creador de fuegos eternos, de infiernos que llenaron de terror nuestras mentes infantiles! ¿Cuándo cambiará por un Dios de justicia, de solidaridad, de amor, de Vida, Padre y protector de los pobres, los desvalidos, los sinfortuna, los de hacienda miserable... por ese Dios que predicaba Jesús de Nazaret y que anida en los corazones de quienes luchan al lado de los pueblos oprimidos? ¿Cuándo?

Quizá eso no vaya a ocurrir nunca. Quizá ese Dios fascista vaya a seguir inmutable por los siglos de los siglos. Quizá sea preciso que nosotros comprendamos, ya de una vez por todas, que no cabe esperar de sus adoradores que renuncien a acaparar, a tener, a poseer, a mandar, a gobernar, a imponer... Quizá sea hora ya de tomar conciencia de que el único modo que tenemos de sobrevivir en tanto que pueblo sea aunar esfuerzos para forjar día a día, minuto a minuto, estructuras mentales que nos muevan a construir esa sociedad pletórica de utopía que soñamos.

No es adorando al oro que nos sume en la miseria como daremos vuelta a este mundo perverso, sino poniendo en el primer plano de nuestra vida individual y colectiva la dignidad que nos mueve a ser libres y solidarios miembros de la gran familia humana.


ECUPRES 3/6/2013
http://ecupres.wordpress.com/2013/06/03/no-al-dios-de-los-fascistas/