viernes, 17 de marzo de 2017

Los agentes movilizadores y las fuerzas represoras


¿Quién es quién cuando se enfrentan el mal y el bien?


Estamos en tiempos de lucha, de movilización social en defensa de los derechos del pueblo oprimido. El capitalismo más feroz se ha hecho con el poder en casi todo el mundo y muestra su mala entraña sin escrúpulo alguno. Gran parte de los líderes políticos están al servicio de quienes con su poder económico imponen su voluntad y oprimen al pueblo entero y de forma criminal a las capas sociales más desfavorecidas. Junto a los políticos venales andan no pocos jueces, también militares, fuerzas policiales y los grandes medios de comunicación. Todos ellos arrodillados ante ese ídolo sin alma que es el dios Dinero.

Acosado por la injusticia y ante el desamparo del Estado, una parte del pueblo sale a la calle poniendo el cuerpo para manifestar su existencia. Con su cuerpo, su voz, sus gestos y cuanto surge de su imaginación se esfuerza en despertar conciencias de quienes cegados sus ojos y obnubiladas sus mentes por las pantallas de los televisores no ven el continuo lavado de cerebro que el poder les hace y acatan dócilmente las imposiciones gubernamentales.

Con las movilizaciones llega la represión. Disposiciones gubernamentales, judiciales, acciones policiales y desinformación se conjugan para invalidar los reclamos del pueblo disconforme. Hay golpizas y detenciones. Las leyes básicas de la nación son transgredidas, ignorados los derechos humanos, los hechos tergiversados por los grandes medios informativos… Todos los poderes estatales están contra quienes osan desafiarlos. La justicia desaparece. La piedad no existe. Solo la ley del más fuerte, que siempre es el Estado.

Salvo rarísimas excepciones, al frente de las señaladas movilizaciones hay organizaciones sociales: gremios, agrupaciones sindicales y colectivos diversos no gubernamentales que comparten idéntica inquietud ante las injusticias de quienes gobiernan. Y también raramente, muy raramente, podemos ver en esas marchas hacia un mundo más justo y más humano a colectivos agrupados en torno a la Iglesia Católica Romana. Y no es así porque no tengan capacidad de convocar, que bien la tienen cuando de condenar derechos sociales se trata, tales como matrimonios igualitarios, derecho médico a mujeres que aborten, laicidad del Estado y todo cuanto redunde en la disminución de sus privilegios. Luego, ¿por qué no están al lado del pueblo que se manifiesta contra la injusticia?

Varias son las respuestas que se pueden dar a la anterior pregunta. Varias y condicionadas al modo de pensar y sentir de quienes respondan. Porque por más que la idea de injusticia parezca obvia, es evidente que no lo es. La mente humana ve el mundo a través del filtro con que ha sido configurada. Lo que para unos son derechos humanos, para otros son pecados. Lo que para unos es libertad de expresión, para otros son blasfemias. Y ahí tenemos pidiendo represión y castigo para herejes y blasfemos a los fieles seguidores de esa sacrosanta institución que solo se manifiesta según hemos indicado en el párrafo anterior. Ni comprensión ni diálogo sino obstinada persecución de lo que ofende a su modo de pensar.

Ante esa conducta que señalamos y que hace falta ser ciego para no verla, no podemos sino preguntarnos si semejante actitud es cristiana. Y yendo más allá, cabe también que nos preguntemos por sus causas.

Antes de continuar queremos advertir a quienes nos lean que tenemos buenos testimonios dentro de la feligresía católica de personajes y gentes de diversa condición y nivel social que han protagonizado luchas en favor de los desheredados. Ahí están Dom Pedro Casaldàliga, Dom Hélder Câmara, San Romero de América, El Padre Mujica, el Obispo Angelelli… y tantos otros y otras que no cabe citar por su gran extensión.

Pero con ser muchas esas benditas almas a las que acabamos de referirnos, el porcentaje que representan en el censo católico-romano mundial es insignificante. No hay más que mirar los liderazgos de las actuales marchas de protesta y ver cuántas pancartas corresponden a organizaciones católico-romanas. Quien esto escribe no ha visto jamás en toda su vida una sola salvo cuando de defender privilegios para su Iglesia se trataba. Ahí sí, abonando la desigualdad y la injusticia hemos visto organizaciones eclesiales enarbolando pendones y estandartes. Luego seguimos preguntándonos: ¿a qué es debido?

Se nos ocurre una respuesta. La Iglesia Católica Romana lleva siglos elevando preces al Dios del Cielo y poniéndose a un tiempo al lado de los poderes terrenales. Una vela a Dios y otra al Diablo. Ese es el ejemplo que ha dado la jerarquía y ese es el que sigue la feligresía. Rezar mucho y actuar en pro del mayor beneficio. Dar limosna para acallar la conciencia, pero evitar toda acción que pueda producir cambios estructurales que comporten pérdida de privilegios. Es decir: amar al prójimo pero no tanto como a nosotros mismos.

Bien dijo el Obispo de Évreux Jacques Gaillot antes de que lo destituyeran de su cargo: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada” (*). /PC



domingo, 12 de marzo de 2017

No hay que provocar a la bestia


No hay que esperar que quienes impusieron su religión a filo de espada y en nombre de su Dios torturaron y asesinaron “infieles” entiendan lo que nunca estuvo en su mente, cual es el sufrimiento que sus creencias y su intolerancia han causado y siguen causando en el mundo.

Vimos hace dos años cómo reaccionaron los políticos de la UE después del atentado perpetrado en Paris el 7 de enero de 2015 en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo y cómo los grandes medios informativos se aplicaron a despertar la ira de la población mediante un discurso que confundía islam con terrorismo, sin dar lugar a pensar cual era el origen de ese terrorismo que condenaban. Y también vimos similar reacción de gobiernos y medios tras el atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de setiembre de 2001, el cual sirvió de pretexto al presidente Bush para proclamar la “necesidad” de dar comienzo a la “guerra preventiva”, una escalada de violencia mundial que no era sino una manifestación más del afán de dominio y rapiña que rige en aquella gran nación fundada sobre el genocidio de los pueblos originarios en manos de los invasores europeos.

Hoy vemos similar reacción tras la representación que una joven realizó en Tucumán frente a la catedral y las pintadas que otras hicieron en la catedral de Bs As. La intolerancia de gran parte de la feligresía católica no ha tardado en manifestarse con toda la previsible agresividad que el fanatismo conlleva, respondiendo a los gestos de protesta con detenciones y golpizas propiciados por quienes debieran ser guardianes de la convivencia y nunca defensores violentos del modo de pensar de una parte de la población. Una parte que, dicho sea de paso, ve la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, ya que mayormente da soporte a políticas injustas que propician formas de vida basadas en la explotación y el sufrimiento de grandes masas humanas en manos de quienes controlan la economía mundial.

La incoherencia de tamaña reacción se explicita en el discurso del sacerdote P. Leandro Bonin, de la provincia de Entre Ríos (*), en el cual no habla en nombre propio sino en el de todos los “argentinos de ley”, una expresión muy poco cristiana si recordamos que los evangelios ponen en boca de Jesús: “no se hizo el hombre para la ley sino la ley para el hombre”. Argentino de ley es pues a la luz del evangelio una expresión que invita a dudar del espíritu cristiano que impregna la ley que según ese reverendo caracteriza al buen argentino. Incoherencia que también se manifiesta en su petición de “sanción ejemplar” para .lo que él considera “no tan solo un pecado sino un delito”.

Si apartando nuestra mirada por un momento del hecho que nos ocupa miramos cómo la humanidad está dividida entre opresores y oprimidos en la mayor parte de las naciones y vemos luego la actitud que las diversas comunidades religiosas tomaron y toman en esa división, observaremos que la Iglesia Católica Romana estuvo siempre al lado de los poderosos, de los invasores, de los explotadores, de quienes impusieron su voluntad a fuego y espada, tanto en Europa como en la colonizada América. Veremos cómo esa Iglesia que ahora reclama la consideración de delito para lo que según ella son pecados es la misma que dio soporte durante siglos a reyes guerreros, predicó quemas de brujas y la misma que en pleno siglo XX bendijo a una de las más sanguinarias dictaduras europeas cual fue la del dictador Franco en España. Y no digamos ahí en América con Videla y Pinochet y la famosa “Operación Cóndor” del invasor del Norte. Y veremos también que es la misma que no considera pecado la explotación de los pobres por parte de los acaudalados terratenientes y empresariado de diversos rubros que se enriquecen con el sufrimiento de la clase obrera.

Viendo lo que antecede, ¿cómo no entender que la parte más maltratada de la sociedad manifieste públicamente sus quejas aun a riesgo de despertar la ira de quienes se escandalizan ante un simulacro y unos grafitis pero permanecen indiferentes ante una realidad social de flagrante injusticia cual es la de legislar a gusto de la población católica con desprecio de quienes no profesan dichas creencias? Solamente mediante un férreo fanatismo partidista se puede entender y justificar semejante actitud.

La denuncia y queja de las mujeres saliendo a la calle para dar testimonio de la injusticia a la que la sociedad patriarcal las tiene sometidas no cabe en la cabeza de quienes no entienden de más derechos que los propios. Tampoco en la de quienes se sienten con derecho a imponer leyes y dirigir los destinos de las naciones porque según dicen esa es la voluntad divina manifestada a través de su sacrosanto sacerdocio. No cabe esperar que entiendan de reclamos ni de legislaciones justas. Cabe, eso sí, esperar que sigan empecinados en mantener su poder sobre las mentes y los cuerpos de quienes según ellos les son inferiores por designación del Dios de los cielos, de ese Dios que según dice su Fe se encarnó en un cuerpo humano para librar a la humanidad de las acechanzas del maldito. Una bella idea que desmienten una vez más con su conducta.

Lo dicho, hay que llevar cuidado de no despertar la bestia que anida en tantos corazones cuando se reclama en un entorno dominado por la intolerancia y el inhumano proceder. /PC