miércoles, 29 de diciembre de 2004

Quien siembra vientos... *

 
...recoge tempestades. Y aun más si lo que siembra son huracanes. ¿Qué esperaba conseguir la Iglesia Católica después de diez y seis siglos de apostar ininterrumpidamente por el poder? Hoy el poder ha cambiado de manos y esa Iglesia poderosa no encuentra ya la acogida de antaño en los equipos de gobierno. Entre otros motivos -no descartemos la posibilidad de que sea el principal- porque no le hace falta a los poderosos la acción persuasiva de los sermones eclesiásticos, ya que donde antes hubo los curas ahora está el televisor. A mi ver, vamos de mal en peor, pero eso no excusa a la Santa Madre Iglesia de hacer el debido examen de conciencia.
¿Que duda puede caberle a alguien que no se sienta católico por encima de todo de que el nacionalcatolicismo de antaño ataca de nuevo? ¿Y como esperan los obispos que esa parte de la población española reaccione ante sus maniobras políticas?
 
El anticlericalismo que la Iglesia Católica padece actualmente no bajó del cielo de la noche a la mañana, sino que ha estado ganado a pulso por quienes diciendo ser discípulos de Jesús de Nazaret han estado siempre de parte de los ricos y en contra de los pobres, los cuales, si no es la totalidad del clero sí que por lo menos lo han sido y aún lo son las autoridades eclesiásticas. Pregunten si no a los teólogos de la liberación, entre otros.

Pero aun hay más. La religión que actualmente preconiza la Iglesia Católica no está ni de lejos en concordancia con el tiempo que vivimos. Predicar obediencia en una sociedad estática, donde la supervivencia del grupo dependía de que cada individuo cumpliese con afán las obligaciones impuestas por quienes lo dirigían, parece razonable. Si la única alternativa a obedecer era perecer, una posibilidad de subsistencia era programar el pensamiento para poder vivir felizmente obedeciendo. Así ha ocurrido durante siglos y siglos en los pueblos que vivían de la agricultura de regadío, o de invadir, expoliar y esclavizar a los pueblos vecinos, y aun en épocas más cercanas. Pero predicar sumisión del pensamiento y obediencia a las propuestas autoritarias y dogmáticas de quienes se arrogan inspiración divina hoy y aquí, en una época en que es necesario el conocimiento y la capacidad de razonar de toda la población para avanzar en democracia y justicia es, sin lugar a dudas, un despropósito.

Y no hablemos ya de la retrógrada moral sexual que esa Iglesia propone a adolescentes y jóvenes. Predicarles abstinencia sexual hace cien años, cuando eran muy altas las posibilidades de ser madre soltera para las que perdían su virginidad antes de casarse, podía estar justificado, aun a pesar de que pudiesen caber otros enfoques. Pero seguir actualmente con el mismo discurso, significa abogar por la inexperiencia sexual de la juventud, con todas las secuelas de orden afectivo que ello conlleva y que descarga sobre la relación de pareja. Quienes ya tenemos alguna edad y hemos sido educados conforme a esa moral, podemos opinar sobre ese tema. Pero quienes no debieran tener la pretensión de dar lecciones sobre el mismo son quienes lo desconocen de cuajo en su realidad humana por haber optado ya en principio por el celibato.

No se extrañen pues, señores obispos, de que la población no católica del estado español reaccione ante su continuada machaconería y esfuerzo por divulgar y aun imponer unos criterios morales que no van en absoluto con los tiempos que vivimos. Prueben, eso sí, a poner su empeño en conseguir una mayor justicia social para todo el mundo, una menor desigualdad de posibilidades entre ricos y pobres, una mayor convivencia entre las naciones del mundo, dejen de dar soporte a los partidos políticos que se ponen de parte de quien bombardea poblaciones inocentes... Y en materia de moral sexual y de vida de pareja, hablen de lo que saben y conocen bien por propia experiencia, y callen antes que sentar cátedra de lo que desconocen. Pero háganlo de verdad, no de boquilla. No digan «no a la guerra» mientras bendicen a los políticos que la promueven. Tal vez si eso hacen, se encontraran con menos animadversión entre esa parte de la población española que ahora tienen en contra.

Y ya para terminar, sería bueno también que pensasen que esa misma población que rechaza esos signos religiosos que a ustedes tanto les preocupa está muy necesitada de espiritualidad. Pero no de una espiritualidad que mira al cielo para no ver qué pasa en la tierra, sino de una espiritualidad auténtica que promueva el amor entre los humanos, cualquiera que sea su cultura o sus creencias. Piensen, por favor, que el mundo en que vivimos está harto de guerras, de buenos y de malos, y que cualquier persona de buena fe, sea cual sea su pensamiento o incluso sus creencias, desea poder vivir en paz en este planeta Tierra que es la casa común de toda la Humanidad.

De modo que, por favor señores obispos: paren ya su guerra y apuesten de una vez para siempre por el amor.


* Comentario al artículo de José Manuel Vidal
“Ha nacido la Navidad laica”
publicado en El Mundo el 19/12/04 según noticia de Periodistadigital.com
http://www.periodistadigital.com/object.php?o=39330)
 

sábado, 18 de diciembre de 2004

Falacias navideñas

Es evidente que quienes nos manejan a su antojo y amos del mundo nos conducen por donde ellos quieren nos tienen agarrados por el alma. ¿Cómo, si no, iban a conseguir que seres racionales adoptasen conductas tan absurdas, tan autodestructivas y tan necias como las que seguimos quienes formamos este mundo de hoy que tenemos por modélico?


Gran verdad aquella frase evangélica que dice: «no temáis a los que matan al cuerpo, antes temed a quienes matan el alma». No en vano el mundo capitalista se construyó en el seno de la cristiandad. Quienes han tejido la red que les permite tener sujeto el mundo para manejarlo a su antojo conocían muy bien la profunda verdad que encierra esta sencilla frase, y han utilizado como fibras textiles todas las debilidades del alma humana.

Y puestos a hacer frases y recordando aquello de «quien mal anda, mal acaba» cabe pensar que no hay error mayor que el de perseguir la superación humana por el camino de la materialidad más absoluta, ahondando en la codicia y en la despiadada competencia. Tanto es así que superada ya en nuestra sociedad la fase decisiva de la subsistencia, no ha sido el espíritu lo que ha alcanzado su esplendor por encima de la materialidad en la gran masa humana que constituye el pueblo, sino al contrario. Un afán de poseer constantemente exacerbado por la mentalidad capitalista ha embrutecido a la mayoría de la población hasta aniquilar su alma, esa dimensión humana que nos capacita para convivir con nuestros semejantes y con nuestro entorno.

¿A donde vamos con la cabeza llena de saberes pero sin conciencia en las entrañas? ¿Que fin, más próximo que lejano, pensamos que vamos a alcanzar? ¿Cómo podemos ser capaces de decir ¡basta! a la brutalidad que conlleva nuestra forma de vida si no ponemos el espíritu en el centro de nuestro pensamiento y de nuestro corazón?

Y que nadie se confunda, que no abogo por ninguna religión mítica, institucional, autoritaria, jerárquica, materialista y deshumanizada de esas que maquinan y movilizan gentes para doblegar gobiernos estatales en beneficio propio y con exclusión del otro sea quien sea, mostrando de ese modo un gran desprecio por la doctrina que dicen predicar. Abogo por una espiritualidad laica para la convivencia, sin más creencias que las que nos llevan a confiar en la facultad de la naturaleza humana para encontrar los propios caminos hacia la bondad, la paz y la  salvación. Y claro está que no me refiero a una salvación en otra vida, en el después y más allá, como predican la mayoría de esas religiones, sino en esta vida del más acá y de ahora, como anhela todo corazón humano.

Revuelto anda en los tiempos que corremos el panorama político entre complacencias de toda clase a las minorías formadas por quienes sólo persiguen su propio bienestar con desprecio de la mayor parte de sus congéneres. ¿Cómo puede ser que sigamos al igual que borregos camino del matadero a quienes así proceden? ¿Cómo explicarlo sin tener en cuenta que para dejarnos conducir de ese modo sin ser absolutamente idiotas es preciso que tengamos hasta el extremo la mente obnubilada, o lo que es lo mismo, el alma dormida si no muerta?

¿Y cómo puede ser que eso ocurra, que perdamos el alma, sin siquiera de ello percatarnos? No extrañaremos tanto que así sea si observamos que la naturaleza, sabia diseñadora, ha puesto en los humanos el corazón y la cabeza por encima del vientre, y no parece muy prudente contradecir al sabio y dándonos la vuelta andar patas arriba poniendo en lo más alto lo que de su natural debiera estar abajo. No obstante, eso es lo que hacemos. Tiempo de Navidad, de amor, de paz y de ternura humanas convertido de la noche a la mañana, por obra y gracia de un progreso al servicio de mentes codiciosas, en tiempo de regalos materiales, de amigos invisibles  -y aun más invisibles enemigos-  en cenas falsamente fraternales entre supuestos compañeros de trabajo, con el puñal oculto y siempre bien dispuesto para sacar de en medio a quien convenga para trepar más alto.

Navidad, breve tiempo de angelicales villancicos cantados por voces inocentes acompañadas con dulces sones de campanas que despiertan pasajeras nostalgias por una paz del alma ya perdida en los lejanos años de la infancia, pero que ahora nos afanan en la compra de obligados regalos navideños con los que pretendemos ganar la estima de nuestros obsequiados.

¡Gloria a ti, Jesús de Nazaret en esta universal celebración de tu nacimiento! Quienes te invocan y recuerdan como el gran perdedor de este orbe que se llama cristiano te alaban y a un tiempo te traicionan, tal vez temiendo que recorriendo tu camino iban a encontrar tu misma suerte. Hoy, en lo más hondo de su corazón, esta maldita civilización cristiana envilecida por el materialismo más feroz adora al asesino y a su causa, al tiempo que desprecia profundamente al pobre asesinado.

kaosenlared.net   18.12.2004

domingo, 12 de diciembre de 2004

Creencias y valores de otros tiempos...

...ya no sirven en el mundo cambiante en que vivimos. El discurso reaccionario, irracional, dogmático y autoritario de la jerarquía eclesiástica católica no puede sino provocar el rechazo de una sociedad intelectualmente adulta y desinhibida, capaz de discernir, y ansiosa de verdad y de justicia.


La cultura es un proceso evolutivo permanente impulsado por la necesidad humana de adaptarse al medio. En el desarrollo cultural intervienen tanto como las mutaciones de la naturaleza los conocimientos que de ella vamos adquiriendo. El elemento básico del proceso evolutivo es la imaginación. Ésta interviene tanto en la formulación de hipótesis a través de las cuales vamos desarrollando teorías que luego revierten en conocimientos técnicos como en la creación de recursos para el autocontrol emocional de la población. Uno de esos recursos son las religiones.

Una hipótesis ampliamente aceptada en el ámbito de la antropología dice que las religiones nacieron en el seno de culturas sólidamente establecidas con el fin de colaborar a que las conductas individuales se aviniesen con las necesidades colectivas. De eso a que esas necesidades lo fuesen verdaderamente del conjunto humano que formaba el pueblo o fuesen pura conveniencia de quienes ostentaban el poder, va el canto de un duro. De modo que con el paso del tiempo, lo que en un principio nació como remedio  -por llamarlo de algún modo-  acabó siendo ponzoña, bien sea por cortedad de sus responsables, bien por interés egoísta y mala fe.

Que todo esto que acabamos de ver ocurriese allá por los tiempos remotos, parece más o menos razonable, dada la poca capacidad de discernir que entonces tenía el pueblo llano. Pero que quienes han usurpado el pensamiento religioso durante siglos pretendan seguir con el mismo discurso esclavizante de mentes y conciencias que emplearon antaño es muestra de una total y absoluta cerrazón.

Predicar obediencia en una sociedad estática, donde la supervivencia del grupo dependía de que cada individuo cumpliese con afán las obligaciones impuestas por quienes lo dirigían, parece a todas luces razonable. Si la única alternativa a obedecer era perecer, era razonable programar el pensamiento para poder vivir felizmente obedeciendo. Así ha ocurrido durante siglos y siglos en los pueblos que vivían de la agricultura de regadío, o de invadir, expoliar y esclavizar a los pueblos vecinos. Pero predicar sumisión del pensamiento y obediencia a las propuestas autoritarias y dogmáticas de quienes se arrogan inspiración divina hoy y aquí, en una época en que el conocimiento y la capacidad de razonar necesarios para avanzar en democracia y justicia están al alcance de toda la población es, sin lugar a dudas, un despropósito.

Para no ir muy lejos en busca de un ejemplo de lo que puede ser la falta de adaptación al tiempo presente de la moral católica, vayamos a la educación sexual de adolescentes y jóvenes. Predicarles abstinencia sexual hace cien años, cuando eran muy altas las posibilidades de ser madre soltera para las que perdían su virginidad antes de casarse, podía estar justificado, aun a pesar de que pudiesen caber otros enfoques. Pero seguir actualmente con el mismo discurso significa abogar por la inexperiencia sexual de la juventud, con todas las secuelas que ello comporta. Quienes ya tenemos alguna edad y hemos conocido madres de familia que en su vejez todavía ignoraban las sensaciones físicas del placer sexual sabemos suficiente de este tema como para opinar.

Si buscamos motivos para una actitud tan descabellada de la jerarquía eclesiástica, encontraremos varias.

1)    La misoginia, el desprecio por el derecho de la mujer a obtener su parte de placer en la relación de pareja, partiendo de la primitiva consideración de que tal relación tiene como fin único la procreación y que el placer femenino no es necesario para esa función.

2)    El miedo a la liberación sexual de la mujer, ya que ésta constituye un obstáculo para someterla al macho. No en vano algunas culturas las castran físicamente.

3)    La utilización de la represión sexual como instrumento para la sumisión de la mente. Es algo común a diversas religiones.

4)    El desconocimiento real  -no teórico-  de la sexualidad y de su importancia en la vida afectiva. No hay que olvidar que quienes dictan las normas de moral sexual dentro de la Iglesia han hecho voto de castidad y carecen de vida afectiva de pareja.

En opinión de quien esto escribe, dictar lecciones de una materia que se desconoce es un claro gesto de arrogancia. Seguirlas ciegamente puede ser una necedad, pero es una opción personal que merece ser respetada. Pero dar tribuna pública a nivel estatal a quienes así actúan es un indiscutible gesto de irresponsabilidad que no debe permitirse ninguna sociedad cabal y madura.

kaosenlared.net  12.12.2004

http://old.kaosenlared.net/noticia/creencias-valores-otros-tiempos

domingo, 5 de diciembre de 2004

Religión y política, hogaño como antaño

El nacionalcatolicismo ataca de nuevo. Si alguien piensa que la Guerra Civil Española es ya historia, se equivoca. Los herederos políticos y religiosos de la época franquista siguen al pie del cañón defendiendo sin tregua sus posiciones y urdiendo estrategias de todo tipo para dominar la situación.


Es noticia constante en los medios la lucha encarnizada que están desplegando los obispos españoles por la consecución del poder. De la mano o del brazo, vete a saber, de los representantes políticos de la ideología franquista no paran de arremeter sin escrúpulos ni vergüenza contra el gobierno que el pueblo ha elegido. Y como ya era de esperar según la conducta que han venido mostrando los neofranquistas durante el tiempo que han ostentado el poder, el cinismo y la falta de vergüenza rigen todas y cada una de las acciones que llevan a cabo tanto unos como otros. Reclamar para sí los derechos que ellos nunca respetaron es la primera manifestación de indecoro que cualquiera puede ostentar. Negar lo evidente es ya el colmo.

Con todo, esa clara manifestación de desvergüenza no es obstáculo para que casi la mitad de los votantes españoles den soporte a políticos con ese proceder, del mismo modo que la conducta oportunista y arrogante de los representantes oficiales de la Santa Madre Iglesia Católica tampoco parece ser obstáculo para que haya todavía en el Estado Español una cantidad importante de católicos que los siguen considerando sus pastores espirituales. Entre unos y otros sumaron 9.300.000 votos, y esa es una cantidad muy a tener en cuenta a la hora de hacerse una idea de cual es la conciencia del pueblo español y la capacidad de convivencia que han alcanzado los descendientes de quienes tras ganar la guerra impusieron su voluntad en todo el estado sin reparar en medios ni respetar lo más mínimo los derechos humanos.

Afortunadamente, ni todos los votantes de derechas son unos sinvergüenzas ni todas la personas religiosas merecen la misma consideración que quienes componen la jerarquía eclesiástica. Y si bien entre los políticos de derechas no suele haber mayores divergencias que las que conllevan las luchas internas por el poder, entre los eclesiásticos la mayoría de las disensiones lo son por razones de conciencia, lo cual no deja de ser importante.

Quienes se interesan por esa manifiesta disensión de una buena parte de la Iglesia española han tenido últimamente ocasión de ver en la prensa corriente escritos de cualificados miembros suyos reclamando a los obispos españoles una actitud menos política, menos interesada y más acorde con el Evangelio. Y quienes seguimos de cerca la opinión de una buena parte de esa Iglesia disidente y disconforme con su jerarquía confesional venimos recibiendo casi a diario sobradas muestras de desaprobación de la conducta de sus representantes oficiales y discrepancia con sus constantes declaraciones.

En opinión de quien esto escribe, no se debe colgar etiquetas a la gente calificándolos como de derechas, de izquierdas, religiosa, anticlerical, etc., ya que ello conlleva muchas posibilidades de errar. Por más que nos duela, la convivencia exige discernimiento, y éste, la reflexión y el diálogo. Claro que quien esto lea pensará con razón que cualquier diálogo es cosa de dos, de modo que no se dialoga si uno de los dos no quiere. Cierto. Por eso pensamos que la única posibilidad que tenemos para poder avanzar por el camino de la concordia está en la educación.

Pero no es cediendo a las exigencias de quienes solamente buscan su propio bien como se va a conseguir la paz, sino actuando con rectitud y firmeza de acuerdo con principios básicos de humanidad. El gobierno actual tiene la responsabilidad de tomar todas las medidas necesarias para conseguir un importante incremento del nivel humano medio ya que ésa es la única posibilidad de encontrar el camino del diálogo. Y qué duda cabe de que la principal herramienta de que dispone es el sistema educativo, empezando por las tres etapas básicas de educación infantil, primaria y secundaria. Librarlo de partidismos malsanos es el primer deber que tiene que cumplir; y  hacer que el eje de todo el proceso educativo sea la convivencia y a la sostenibilidad del planeta es la única forma de conseguir una nueva sensibilidad en las conciencias de toda la población en un futuro no demasiado lejano. ¿De qué nos sirve sino seguir apostando por la superioridad técnica si esta no va a estar luego al servicio del bien común, la convivencia y por supuesto la supervivencia? Ya va siendo hora de poner lo importante en el primer lugar.

kaosenlared.net 5.12.2004

http://old.kaosenlared.net/noticia/religion-politica-hogano-como-antano