viernes, 14 de diciembre de 2018

Chalecos amarillos y revuelta catalana


Anda revuelto el panorama político en Europa. Crece el fascismo de forma arrolladora, al tiempo que estallan protestas en demanda de políticas más justas. En la calle se entrecruzan y a veces se mezclan los combatientes de uno y otro bando, lo cual propicia acciones que por su incivismo dan argumentos y alas a los gobiernos represores.

En Francia las justas reivindicaciones de los chalecos amarillos se han visto empañadas por la violencia de elementos fascistas infiltrados. En Cataluña las ancestrales reivindicaciones de un pueblo oprimido por el afán imperialista del estado español son manipuladas por políticos oportunistas que para nada están a favor de los derechos del pueblo y sí de la codicia de las clases privilegiadas.

Hemos señalado en repetidas ocasiones la confabulación de las derechas catalana y española para usar los sentimientos nacionalistas como cortina de humo que oculte las políticas neoliberales decretadas en todo el ámbito estatal. También el silencio cómplice cuando no la desinformación de los medios informativos. No cabe asombrarse, pues, de la abstención en los procesos electorales ni de que la violencia irrumpa en las calles. La causa está en la desinformación mezclada con el descontento y con la ira de la población ninguneada.

En un excelente escrito titulado “Cómo el tema nacional oculta el drama social…”, Vicenç Navarro hace un análisis de lo que estamos comentando en relación con España*. Y por noticias que nos llegan de Francia sabemos que crece la bronca contra Macron, que la directiva de la CGT francesa se ve desbordada por su base y pide unirse a los chalecos amarillos. Por suerte hay pueblos que no son tan mansos como sus gobiernos desean.

El afán de los ricos del mundo por seguir teniendo esclavos no ceja. Si antaño fue el uso de la fuerza bruta para hacerse con el poder hoy es la tecnología su arma principal. Desinformar al pueblo, robotizar los medios de producción para generar desempleo y hacer más vulnerable la población obrera son procedimientos que se han sumado a los tradicionales de leyes decretadas por las clases pudientes, a jueces corruptos impuestos por gobiernos traidores y a fuerzas policiales que en vez de proteger a la población la someten a palos.

No es el Espíritu de esa Navidad que el occidente de tradición cristiana se dispone a celebrar en breve lo que rige en los gobiernos de gran parte del mundo. Diríase más bien que la codicia, el desenfreno consumista, el desmesurado afán de poseer, más toda la inhumana forma de pensar y sentir que está en la base de la ideología capitalista han colonizado la mente y el corazón de nuestros pueblos.

Los gobiernos opresores se han sucedido a lo largo de los siglos. Aun así, la solidaridad y la lucha por el bien común han logrado remarcables triunfos, de los cuales hemos gozado durante años. Pero con el tiempo, el confort y la molicie que ese bienestar nos deparó han actuado como verdadero opio sobre la clase obrera. Ha sido preciso que las políticas neoliberales tensasen la cuerda en demasía para que una parte del pueblo adormecido despertase.

¿Será debido ese despertar a que el mensaje de humanidad y justicia social de esa Navidad celebrada año tras año ha calado en el corazón del pueblo?  ¿O será que en el alma de todo ser humano existe la semilla de esos grandes valores y solo necesita para germinar que se den las condiciones necesarias?

Sea como sea, alegrémonos y celebremos con gozo el extraño misterio que nos envuelve, porque la lucha por la justicia social es lo único que puede oponerse a la desmesura de la gente codiciosa. Bendigamos esa esa Luz que guía las acciones de quienes aun con riesgo se lanzan a la protesta. Bendigamos la rebeldía que anida en lo hondo del alma humana, porque es el motor que nos lanza en pos de un mundo más equitativo y más humano. /PC

·          “Cómo el tema nacional oculta el drama social: las elecciones andaluzas”

lunes, 22 de octubre de 2018

Luchar o rendirse, esa es la cuestión.



La penosa situación que atraviesa nuestra civilización occidental supuestamente cristiana exige decisiones urgentes y sabias. La democracia es una nave que hace aguas por todas partes. Apenas nadie piensa en hacer algo para mantenerla a flote. La mayor parte de la gente vive sumergida en su quehacer diario ignorando el inevitable naufragio.

Este doloroso pensamiento se nos activa en la mente tras ver la película “La Misión”, (1986), dirigida por Roland Joffé e interpretada por Robert De Niro y Jeremy Irons en los papeles principales.

Sin poner en cuestión la validez de las misiones en aquellos tiempos de colonización y de crueldad política, pasemos directamente a reflexionar sobre la tragedia que la película nos muestra. En ella se nos ofrecen dos actitudes ante la clara amenaza de extermino que acecha a la población de la misión. Una es la pacifista, la que renuncia a oponer violencia a la violencia. La otra es la de quienes optan por defenderse oponiendo violencia a la violencia agresora.

En el pensamiento pacifista, el amor rechaza la violencia y hace que se opte por el sacrificio. En quienes deciden poner el cuerpo y lanzarse a la lucha es la dignidad humana y el amor a la libertad lo que les mueve. Ambas posiciones nos parecen respetables en la medida que son fieles a sus principios. Pero si las miramos desde una perspectiva de utilidad social veremos que mientras la primera es puro rendirse a la injusticia y la violencia, la segunda trata de ponerles freno.

La crueldad de los poderosos que nos muestra la película es muy anterior a la fecha del relato que nos ofrece. Desde tiempos inmemoriales los ricos dictaron leyes que determinaron la forma de vivir de los pobres y las impusieron por la fuerza a quienes se les oponían. La violencia y la riqueza han ido siempre de la mano, como han ido y van también la sumisión y la pobreza. Ricos se hicieron quienes usaron la violencia para esclavizar y apoderarse de lo que en buena ley debiera ser de todo el colectivo humano. Pobres quedaron los vencidos, los sometidos.

El mundo progresó socialmente en la medida que alguien logró poner coto a la violencia de las clases ricas. Pero ese progreso está menguando a gran velocidad en la medida que el mundo rico está logrando que la mayor parte de la clase pobre renuncie a la lucha. La violencia policial en obediencia a leyes injustas dictadas por la clase rica, las migajas de bienestar material que el mundo rico empezó a repartir entre las clases pobres cuando vio que no iba a serle fácil controlar todas las protestas, están desarmando la lucha de las clases oprimidas.

Recuperar la lucha es absolutamente indispensable para frenar el inhumano avance de poder de las clases ricas. Quien lucha puede perder, pero quien no lucha perdió ya. Así que la pregunta es: ¿cómo luchar?

En primer lugar hay que evitar los enfrentamientos violentos. El Estado es el único ente que, basándose en la Ley, puede ejercer violencia. Las clases ricas controlan el poder de los estados en la mayor parte del mundo. Luego las manifestaciones de protesta, lo que llamamos lucha ante situaciones de injusticia creadas por las clases ricas, deben ser pacíficas. Y las acciones de presión deben ser tales que no puedan servir de excusa para brutales represiones. El heroísmo no suele dar buenos resultados en un mundo donde prevalece la violencia y la injusticia. Es preferible la estrategia.

El primer paso en una buena estrategia consiste en desenmascarar la mentira. En nuestro mundo actual los grandes medios de información están en manos de las clases ricas. Todo cuanto digan debe ser analizado concienzudamente antes de darle crédito. La difamación está a la orden del día en esos grandes medios de crear opinión. La gente no se da cuenta de que le engañan porque les endulzan las mentiras convenientemente y se las entregan en mensajes subliminales. Quienes luchan deben contrarrestar las mentiras del mundo rico y hacer que el pueblo vea la verdad. Pero por encima de todo, quienes luchan deben procurar sobrevivir, porque la lucha se acaba cuando ya no hay quien luche.

Porque no todos los habitantes de la misión sucumbieron a la masacre; porque se salvó un pequeño grupo que guardará en su memoria el ejemplo de quienes les precedieron y mantendrán viva el ansia de libertad, el final de la sublime película que motiva este escrito es un canto de esperanza.

La violencia de los ricos contra las poblaciones pobres tiene una larga historia. La codicia de los poderosos ha sido y es tan inmensa como su crueldad. Pero el espíritu de libertad es inherente al alma humana y por más que se empeñen los ricos no lograrán exterminarlo. No nos queda duda: la resistencia a la opresión seguirá mientras quede un solo ser humano con conciencia. /PC

Publicado en ECUPRES

lunes, 24 de septiembre de 2018

Autoritarismo político y religioso en la España actual


  
El tiempo se detuvo en España en julio de 1936 cuando la minoría conservadora optó por un golpe militar para hacerse de nuevo con el gobierno tras haberlo perdido en las urnas.

Ocho décadas después de aquel lamentable giro de la historia, los poderes del Estado siguen en manos de los golpistas y buena parte de la población española permanece con la mente lavada por el nacionalismo y la religiosidad que la dictadura y la clerecía católica sembraron a placer.

Se detuvo entonces el tiempo y no se ha vuelto a poner en marcha nunca más. Cuatro décadas de aparente retorno a la democracia no son más que pura ficción. Hoy en España se encarcela con base en leyes obsoletas y aun con pruebas falsas a quienes osan desafiar, siquiera sea ideológicamente, al poder.

Viene a recodarnos una vez más la realidad expuesta en los párrafos precedentes la detención y enjuiciamiento del actor de cine y teatro Willi Toledo por sus declaraciones tras el enjuiciamiento de las organizadoras de la Cofradía del Coño Insumiso.

El 8 de marzo de 2013, con motivo de celebrarse el Día de la Mujer, un grupo de mujeres que se autodenominó Hermandad del Coño Insumiso desfiló por las calles de Málaga portando en andas, a modo de procesión, una escultura de plástico de cerca de dos metros de altura que representa una vulva. Con ella se plantaron frente a la catedral donde leyeron un manifiesto que reivindica los derechos de toda mujer frente a las agresiones machistas del gobierno español y la ideología patriarcal que promueve la Iglesia Católica Romana.

Tras la referida comparecencia inicial, la cofradía ha llevado a cabo diversas manifestaciones de igual carácter y similar forma. Por ellas, la Asociación de Abogados Cristianos llevó la protesta a los tribunales amparándose en el artículo 525 del Código Penal, que impone castigos a quienes “para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican”. **

No hace falta ser un lince para darse cuenta de la torpeza de ese artículo. Lejos de ser una defensa de la libertad de pensamiento es una protección del pensamiento religioso contra el pensamiento laico. Porque al pensamiento religioso se le permite manifestarse públicamente mediante procesiones y actos similares, en tanto que no se permite manifestaciones contrarias a las creencias religiosas.

La aconfesionalidad del estado español que la constitución vigente desde 1978 explicita no pasa de ser pura retórica. La toma de posesión de los presidentes del gobierno y ministros se siguió haciendo sobre la Biblia y ante un crucifijo desde entonces hasta el 2 de junio del corriente año, en que el actual presidente juró sobre la Constitución.

La presencia de miembros del Opus Dei en puestos clave de la judicatura da sentencias semejantes a las que se daban en los años de la dictadura. Se enjuicia y condena a raperos, cantantes y titiriteros por supuestas ofensas a la corona, incitación al odio o al terrorismo al igual que en aquellos nefastos años. Se acusa de subversión con violencia a quienes organizan manifestaciones pacíficas y se les tiene en prisión preventiva. ¿Qué más hace falta para protestar por el proceder de la justicia española?

Las “procesiones” de la Hermandad del Coño Insumiso forman parte de los muchos actos de protesta encabezados por mujeres en denuncia de la opresión patriarcal que la Iglesia y el Estado vienen generando en la sociedad española desde siglos. La insumisión, la lucha por la libertad, por la igualdad de derechos, por el respeto mutuo tiene diversos frentes y cada victoria en cada uno de ellos es un acercamiento a la victoria total.

Las buenas gentes católicas, conservadoras por convicción y tal vez incluso por naturaleza, no acogen bien estos ataques a la Santa Madre Iglesia. Tampoco a las no tan católicas pero sí bien educadas les agrada esa forma de lucha popular, descarada, cargada de expresiones “groseras”. Las buenas maneras son un referente de distinción, de clase social, a la vez que una herramienta en pro del inmovilismo.

Lo popular es una amenaza para los privilegios de clase. Siempre fue así, porque siempre los modales exquisitos estuvieron reservados a las clases acomodadas en este mundo plagado de desigualdades. Razón de más para derribar prejuicios.  

Vivimos tiempos difíciles. El neoliberalismo embiste con fuerza en el mundo entero. El fascismo renace en Europa. No hay otra alternativa que luchar o sucumbir. ¡Bendita sea, pues, la Cofradía del Coño Insumiso! /PC

sábado, 8 de septiembre de 2018

El intrincado laberinto político hispano-catalán



Alguien señaló que el patriotismo es amor, en tanto que el nacionalismo es odio. Quien ama contribuye y colabora. Quien odia combate, invade, oprime, degrada, menosprecia y destruye. El amor es vida. El odio es muerte.

No es exageración decir que el odio protagoniza hoy la mayor parte de la política de esta España impregnada hasta los tuétanos de ideología fascista. El espíritu dictatorial que propició el levantamiento golpista en julio de 1936 prevalece en gran parte de la población española. Los poderes fácticos que sostuvieron la dictadura desde 1939 hasta 1978 siguen activos. La transición que dio paso a la actual democracia no pasó de ser un puro maquillaje.

Ya fuese por convicción o por pura circunstancia, el pueblo catalán estuvo hasta el último momento en el bando republicano. Sufrió los bombardeos de la aviación fascista del ejército que se autodenominaba Nacional. Luego padeció la represión y la limpieza ideológica que siguió a la guerra. Y durante los años de la dictadura tuvo que soportar un sinfín de prohibiciones de orden cultural y toda clase de vejaciones relacionadas con la identidad catalana.

El origen de aquella guerra, que tanto ha marcado a gran parte de la población de España y cuyas secuelas todavía perduran, está en la secular codicia de las clases dominantes. Una codicia generadora de injusticias que el pueblo español quiso enmendar democráticamente y las clases privilegiadas impidieron con un golpe de estado. Las armas desalojaron a las palabras. Nada nuevo en la historia del mundo ni en la de esta España que pretende hoy ser democrática sin más cambio que el de las apariencias.

Cientos de miles de muertos durante aquella guerra que duró tres años y más de ciento cincuenta mil asesinados durante el régimen de terror que la siguió no se borran fácilmente de la memoria. Los sentimientos de derrota perviven generación tras generación a lo largo del tiempo.

El pueblo catalán ha sido y sigue siendo aún un pueblo vencido. Un pueblo sometido a gobiernos que nunca condenaron el golpe militar que nos llevó a la guerra. Que nunca condenaron los bombardeos sobre nuestras ciudades repletas de población civil. Ni la criminal represión de la dictadura. Ni la imposición de leyes injustas. Ni las condenas de los jueces fascistas…

A nadie le extrañe, pues, que queramos sacarnos ese yugo de encima. Y a nadie le extrañe tampoco que en ese afán de independencia haya una buena dosis de odio hacia el opresor.

Pero no es ese el único odio a tener en cuenta. Las guerras han cambiado mucho en estos últimos tiempos, pero aun así, los agresores buscan la adhesión de la población que está bajo su control. Y eso ocurrió en aquella guerra. Las derechas se unieron en un discurso común contra los insurrectos que pretendían cambiar el orden constitucional y limitar el privilegio de las clases dominantes en beneficio de las dominadas.

El discurso de la derecha, pregonado y bendecido por la clerecía católica española, se instaló en el corazón de la población conservadora en forma de odio a lo rojo, a lo subversivo, a lo reivindicativo, a lo contestatario. Un odio que fue avivado durante todos los años de la dictadura y aun después. Un odio que criminaliza toda disensión del pensamiento hegemónico y que está en la base del electorado de los principales partidos políticos actuales.

El odio a los rojos no podía por menos que ser correspondido. Primero fue odio a la dictadura, a los que hicieron la guerra y la ganaron. Luego, pasando el tiempo, la limpieza ideológica que dejó despolitizada la población española hizo que ese odio quedase solo en una pequeña parte del pueblo sobreviviente. Más tarde, las políticas de desarrollo económico que a partir de los años 60 llevaron a cabo los ministros de economía del Opus Dei acabaron diluyéndolo.

Se acabó la dictadura y aparentemente se acabó el odio. Pero no fue así. Los sentimientos no desaparecen. Se transforman, se enredan, se confunden, se desorientan… Pero persisten. Aquella España de espíritu imperial que nos bombardeó, que nos impuso su autoritarismo dictatorial y que nos lo sigue imponiendo no puede ser en modo alguno la patria del pueblo catalán. El deseo de libertad sigue vivo en el alma de este pueblo que se siente sometido.

De ese viejo sentimiento ha querido valerse parte de la derecha catalana para permanecer en el gobierno mediante un discurso nacionalista. Ha logrado promover grandes movilizaciones que están poniendo al descubierto dentro y fuera de España la ideología autoritaria que rige en el estado español. Pero también ha reactivado con ello parte del nacionalismo español sembrado por los medios de propaganda de la dictadura, del cual se está aprovechando la nueva derecha española.

Odio a lo español. Odio a lo catalán. Nacionalismos saliendo a la calle y en el primer plano de la política. Una niebla espesa sobre las decisiones políticas que atañen al bienestar del pueblo. Y un laberinto político-emocional que pone a la población de Catalunya en manos de las derechas neoliberales catalana y española. Un auténtico desastre.

Solo cabe esperar que reaparezcan las fuerzas de izquierda, esas que ponen el bien común donde la derecha pone el beneficio de las clases privilegiadas. Esas que el tsunami independentista eclipsó. Que reaparezcan cuanto antes y aprovechen debidamente esta “primavera catalana”. El mundo no va a cambiar de hoy para mañana pero si nos esforzamos quizá podamos hacer que el entorno que nos rodea sea menos malo.  /PC

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https://ecupres.wordpress.com/2018/09/10/el-intrincado-laberinto-politico-hispano-catalan/

viernes, 24 de agosto de 2018

La mentira política y el silencio cómplice


El 17 de agosto de 2017 la población de Barcelona padeció un ataque del terrorismo islámico. En su momento dimos nuestra opinión sobre el modo sesgado como todos los medios informativos trataron el doloroso acontecimiento. Hoy tenemos que denunciar de nuevo la utilización política que se ha hecho de la conmemoración del suceso.

Para empezar señalaremos la desvergüenza que comporta el hecho de que representantes de diversos partidos políticos tomen la palabra para pedir que no se politice el homenaje a las víctimas del atentado. ¿Acaso no es utilización política que hablen en nombre de su partido y en representación de él ofrezcan flores al monumento conmemorativo? ¿No lo es la presencia de autoridades y líderes políticos? ¿Y no lo es también la gran cantidad de horas que las principales cadenas han dedicado y siguen dedicando a informar de la maldad de los terroristas islámicos, de su odio contra lo que ellos consideran infieles (el mundo occidental del cual somos parte) y a ofrecer vídeos con terroríficas escenas de propaganda audiovisual filmadas, sin duda alguna, en estudios cinematográficos?

Sabemos que España está metida hasta el cuello en los conflictos que EEUU y la OTAN mantienen en el mundo entero. Sabemos que vende armas a Arabia Saudita y a muchos otros países donde se están produciendo auténticas masacres de opositores políticos y defensores de derechos humanos. Sabemos que la casa real española mantiene estrechos lazos de amistad y comercio con máximas autoridades de esas criminales dictaduras.

Sabemos que ISIS no es un ejército de fanáticos religiosos sino de mercenarios al servicio del imperio USA y de la OTAN. Tenemos motivos más que sobrados para sospechar que la gran difusión informativa que se hace de los atentados terroristas tiene como fin atemorizar a la población y justificar todas las acciones bélicas que las potencias occidentales están llevando a cabo. Y hemos visto una y otra vez como en cada uno de esos ataques terroristas las autoridades y los representantes políticos han escurrido el bulto centrando los homenajes en el dolor de las víctimas y la maldad de los terroristas.

El silencio y la desinformación son en sí actos perversos. Son complicidad con los verdaderos responsables de tanto sufrimiento humano. Es ocultarle la verdad al pueblo. Es mentir por activa y por pasiva. Es una acción que merece la reprobación de toda persona honesta, que debiera ser considerada delito y como tal castigada por ley.

La mentira política y la desinformación son parte de un complejo proceso de manipulación del pensamiento colectivo. Producen una transmutación de valores en la sociedad. Mediante ellas, el poder establecido consigue que la gente permanezca indiferente a la injustica institucional. Que considere natural e inevitable la gran brecha social. Que acepte la pobreza de la mayor parte de la humanidad y aun la propia como irremediable. Que considere convenientes, cuando no necesarias, las acciones bélicas contra países que no se someten a las potencias occidentales. Y que renuncie a combatir el mal, a perseguir a los gobernantes criminales y que incluso los considere modélicos.

Todo cuanto acontece en el mundo responde a decisiones políticas. Ni los fenómenos meteorológicos se salvan de ellas, pues ahí tenemos las causas del cambio climático, de la desertización, de la polución atmosférica… También son decisiones políticas las que han producido el abandono del campo, las aglomeraciones urbanas, la pérdida de soberanía alimentaria. Y yendo a hechos más evidentes, ahí están las fronteras, la organización del mundo en estados y las guerras. Todo es así por decisiones políticas que responden a los intereses de las clases privilegiadas. Pero la gente no lo sabe.

¿Cómo, sino, aceptaría la despolitización reivindicativa en favor de la verdad y aceptaría la politización en favor de la mentira en esa manipulación del dolor ciudadano? La no politización del acto que nos ocupa es una forma de aislar a quienes con conciencia social pueden pedir responsabilidades públicamente por las decisiones políticas que han sido causa de ese dolor.

Políticos e informativos en un cerrado pacto de complicidad han evitado que la gestión de los distintos gobiernos indigne a la gente de la calle. Que el dolor conmemorado en ese 17 de agosto conlleve la petición de responsabilidades a las autoridades y políticos asistentes. Que se exija justicia y cambios sustanciales en las políticas estatales. Que el pueblo se implique en la consecución de la paz y la neutralización de la codicia de las clases privilegiadas. Han impedido que el pueblo tome parte en la política que afecta a su propia vida.

Una vez más los especialistas en manipulación de masas han ganado la partida. El pueblo ha mordido el anzuelo. La liturgia del dolor ha hipnotizado a la gente, ha neutralizado la razón y ha adormecido las conciencias. Nadie se indigna. Nadie se rebela. Nadie reclama nada. Y así, mediante esa calma social, el destino de la nación sigue en manos de gentes perversas. /PC

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martes, 12 de junio de 2018

La niebla política y el invierno que acecha


Por noticias que nos llegan de América Latina sabemos que las fuerzas del mal se confabularon para hacer que caiga cuanto antes sobre el pueblo sencillo el más crudo invierno. En Argentina los tarifazos del gas y la electricidad hacen que gran cantidad de gente no pueda prender las estufas. No es casualidad lo que está ocurriendo. Allá por los años cuarenta del pasado siglo, el británico Winston Churchill dijo que Argentina era un peligro para quienes aspiran a dominar el mundo. De destruir ese peligro, pues, se trata.

Los equipos de cipayos de los amos del mundo se confabulan contra el pueblo a fin de someterlo. Nada nuevo. Pero ahora, con el auxilio de los grandes medios de desinformación aúnan fuerzas para destruir todo atisbo de rebeldía, como lo es la “peligrosa” revolución bolivariana que inició Hugo Chávez. El fin es hacer que América Latina sea cuna de esclavos y su territorio un coto de caza para las grandes corporaciones mercantiles del imperio USA.

La confabulación es a nivel mundial. No hay territorio ni país que escape a ella. Ni siquiera en el viejo mundo. Acá descendieron los salarios hasta generalizar el mileurismo, pero no llegó todavía el invierno de la pobreza. Será quizá por eso que con una inconsciencia colectiva digna del más severo reproche, estamos dejando que las fuerzas del mal progresen. No hace frío todavía y, al igual que la cigarra de la fábula, cantamos felices sin temor a que esa nueva era glacial que amenaza al mundo entero nos alcance. Craso error. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”, dice el viejo refrán.

Pero no. No parece que advirtamos nada. Una vez más se cumple aquello de que nadie escarmienta en cabeza ajena. Nadie aprende nada del sufrimiento que padecen los demás. Fascismos y nacionalismos ocupan las primeras páginas de la actualidad política. Para nada se ocupan los grandes medios de persuasión de los problemas que asedian a la gente del pueblo. Los ignoran, para que el público en general los ignore también, porque para la gran mayoría de la gente lo que no está en la pantalla de la TV, no existe.

En España triunfa una moción de censura sobre M. Rajoy, el presidente de un partido carcomido por la más absoluta corrupción. En Cataluña se sigue con el independentismo y la pelea con los poderes del Estado, como si eso fuese lo más importante que políticamente se debiera atender. Y la pregunta que nos hacemos es si cabe esperar que el gobierno de Pedro Sánchez cambie de rumbo o si va a seguir generando esas grandes cortinas de humo que impiden ver, cual espesa niebla, hacia dónde nos llevan.

El nuevo presidente autonómico catalán Joaquim Torra no parece estar muy preocupado por las necesidades del pueblo. La independencia patria lo absorbe por completo. Noticias, comentarios, pronósticos de continuas batallas entre las fuerzas estatales y las independentistas acaparan las pantallas y los parlantes de informativos y redes sociales. Acá, como en la mayor parte de los países constitutivos de lo que llamamos mundo democrático, la política se plantea como una competición deportiva, con sus alardes y sus colectivos de fervientes seguidores y ultras. Mundo idiota, diría Mafalda.

No hace falta ser agorero para ver que la humanidad ha perdido el Norte. Destruimos la naturaleza a velocidad de vértigo. Nos aferramos a una forma de vivir cada vez más insolidaria dominada por la locura de la competición. Nos estupidizamos colectivamente mediante continuos espectáculos circenses de los que la competición política es uno más. Una política sin contenidos, sin programas debidamente expuestos y reflexionados, basada en la publicidad, en la atracción de la imagen, en la falsedad, en la cínica mentira.

Inmersos permanentemente en una espesa niebla de desinformación y continuas distracciones que cualificados especialistas diseñan y realizan, no vemos el invierno glacial que se nos avecina. Quienes lo gestan tienen sumo cuidado en írnoslo administrando gradualmente, paso a paso, en dosis asumibles por la parte de población que les es favorable. Y así estamos como las ranitas del cuento, que metidas en un caldero de agua fresquita no se daban cuenta de que debajo había un fogón que calentaba el agua lentamente hasta el punto de que iban a ser cocinadas.

Se atribuye a Albert Einstein aquello de que el universo y la estupidez humana no tienen límites. En lo concerniente al universo es algo que está por ver, pero es absolutamente cierto en cuanto a la estupidez. Lo grave es que en ella va incluida la maldad. La estúpida maldad que conlleva la soberbia, ese necio afán de ser más que los demás, de acaparar riquezas y poder en vez de colaborar para que nadie le falte lo necesario.

Quienes perversamente controlan el mundo han logrado que caigamos en la idolatría. Adoramos el poder, la riqueza, el éxito personal. Ciframos nuestra felicidad en triunfos que nos separan de los demás. Hemos abandonado el sentido de lo colectivo para sumirnos en la más absoluta individualidad. Es el camino de la derrota, la infelicidad y el sufrimiento inevitables. 

Es urgente abandonar ese paradigma que nos deshumaniza. O apostamos pronto por el bien común o el invierno más glacial acabará con la humanidad entera. /PC

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jueves, 10 de mayo de 2018

La narrativa política


La disolución de la banda armada vasca ETA, acto avalado por mediadores internacionales el pasado 4 de mayo en la localidad vascofrancesa de Cambo-les-Bains, ha dado lugar a los más diversos y polémicos comentarios. Los más de ellos tienen en común la pretensión de estar cargados de razón y aun la de ser la única razón aceptable.

Buscar la verdad en narrativa política es una tarea tan ardua como la de buscar una aguja en un pajar. En ese vasto dédalo de mentiras y medias verdades, la certeza está más sujeta a lo emocional que a la objetiva observación de lo acontecido. Quienes analizan los hechos ven lo que quieren ver e ignoran lo que quieren ignorar. Quienes se adhieren a uno u otro relato lo hacen en función del ascendente emocional del medio por el cual les llega. Y tan solo una ínfima parte de la población se toma la tarea de investigar en los medios que tiene a su alcance confrontando puntos de vista diversos.

Nos atrevemos a afirmar, sin temor a equivocarnos, que la mayor parte de la información que recibe la gente es un amasijo de mentiras y medias verdades, más o menos bien elaborado, pero siempre a conveniencia de quienes las difunden. También, que la opinión pública es el resultado de un continuo bombardeo de esa mezcla hábilmente revuelta con contenidos hondamente emocionales. Y que nadie, absolutamente nadie, está a salvo de ese penoso bombardeo.

Una vez más podemos observar cuanto acabamos de exponer en todo lo que nos llega acerca de la disolución de ETA. La denominación “banda terrorista” es el denominador común con que se adjetiva a esa organización armada. Un calificativo que, a nuestro ver, tiene como fin condenar de antemano no tan solo todas sus actuaciones sino también sus personales motivos. 

Vaya por delante que no estamos en absoluto por la lucha armada. Rechazamos de pleno todo asesinato, sea cual sea el motivo y la forma de cometerlo. Matar, torturar o causar daño a otro ser humano para imponer la propia voluntad nos parece de todo punto inaceptable. Por eso consideramos que tan criminal es poner una bomba en un centro comercial concurrido como bombardear una población llena de gente. Tan reprobable es, a nuestro ver, una reivindicación política que recurre al terrorismo como la que recurre a una guerra. Es por eso que nos duele esta condena pública del terrorismo de ETA sin condenar a un tiempo la sanguinaria guerra y la horrible represión que le precedieron y que de algún modo lo motivaron.

La historia la escriben siempre los vencedores, nunca o raramente los vencidos. Lo mismo ocurre con la narración de los acontecimientos. Quienes ejercen el control de los medios de difusión imponen el relato.
Todo está cuidadosamente controlado, desde las palabras hasta el modo de pronunciarlas, la música de fondo si la hay, el entorno visual que las acompaña, el lugar que ocupa la noticia en los periódicos, todo, absolutamente todo. Cualificados equipos de profesionales cuidan de todos los detalles que pueden contribuir a modificar el impacto emocional de lo narrado. El control de la opinión pública es el objetivo a lograr y la resistencia personal de las mentes receptoras es el obstáculo a superar. Los poderosos saben bien que la cadena que mejor esclaviza es la que se forja en la mente del esclavo.

Cuatro décadas de férrea dictadura y una limpieza ideológica que ocupa el tercer lugar en los genocidios europeos del siglo XX no bastaron para eliminar definitivamente todo pensamiento contrario al de los golpistas, pero sí dejaron muy mermada la disidencia. Tanto, que han sido necesarias otras cuatro décadas de pseudodemocracia para que una buena parte del pueblo empiece a desear el fin de toda tiranía y piense en hallar formas no violentas de combatir la arbitrariedad del poder. De ahí que en el momento presente el poder siga arremetiendo contra la libertad de expresión con tanta saña como en tiempos de la dictadura.

Decíamos renglones más arriba que lamentamos que nadie en representación del Estado español condene aún a día de hoy a los golpistas que iniciaron la guerra civil española que tantas víctimas causó. Lo lamentamos por cuanto hemos expuesto, pero ahora añadiremos algo más. Estamos firmemente convencidos de que esa condena no se ha producido porque quienes en realidad han venido gobernando desde el fin de la dictadura hasta el día de hoy comparten la misma ideología de los golpistas. No hay más que ver sus políticas antisociales y el autoritarismo que exponen a la hora de resolver conflictos políticos.

Quienes con profundo respeto por la dignidad humana condenamos toda violencia no podemos dejar de condenar el silencio de esa parte de población española que no muestra rechazo a la violencia institucional del actual Estado español, empezando por la destructora narrativa oficial. Lamentamos el proceder de quienes gobiernan, pero sobre todo lamentamos el de esas gentes cuya parcialidad les hace ver la mota en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. /PC

miércoles, 18 de abril de 2018

Clamores de República en el Reino de España


El pasado día 14 de este mes de abril, primavera en el hemisferio boreal, conmemoramos en España el 87 aniversario de la proclamación de la Segunda República Española. Aquel acto prometía hacer realidad el cúmulo de anhelos agolpados en el alma de una gran parte de la población que rechazaba la arbitrariedad de quienes venían gobernando hasta entonces.

Poco tardaron las fuerzas reaccionarias de la España profunda en declararle la guerra a esas nobles aspiraciones de justicia social y a cuantas acciones en pro de un mundo mejor se emprendieron a partir de aquella fecha. La intolerancia y la maldad entronizadas en el corazón de gran parte de las clases bienestantes hicieron que no se resignasen a perder unos privilegios que condenaban a la pobreza a la mayor parte de la población española. Un golpe militar abrió la puerta a tres luctuosos años de guerra civil que culminó con el triunfo de los golpistas.

En aquella guerra se aunaron todas las fuerzas del mal que tenían poder en aquellos tiempos. Los militares golpistas españoles contaron con la ayuda material de la Alemania nazi y la Italia fascista. La Inglaterra y la Francia burguesas colaboraron con ellos embargando productos de primera necesidad que el legítimo gobierno republicano español les compraba. Y otro tanto, aunque no de forma clara y formal, hizo la Unión Soviética que, bajo las órdenes del dictador Stalin, demoró el suministro de armamento a las fuerzas republicanas hasta que estuvieron eliminados los combatientes de las milicias libertarias españolas. Nadie quería cambios en aquel mundo de injusticia, salvo quienes la padecían.

Los años de la guerra civil y los de la cruel dictadura que siguieron fueron una auténtica cacería de brujas. Todo atisbo de pensamiento contrario al fascismo imperante fue condenado a muerte. Miles de asesinatos ensangrentaron las manos de quienes se hicieron con el poder. El régimen de terror que impuso aquella dictadura se proponía la desideologización del pueblo. Y hay que reconocer que casi lograron su objetivo porque durante cerca de ocho décadas han mantenido el orden que impusieron.

Pero las victorias no son caminos para la paz porque nunca las derrotas son definitivas. Por más que se quiera someter a un pueblo y extirpar de su alma el afán de justicia, este rebrotará tarde o temprano. Quienes apuestan por la injusticia tienen que abarcar tantos ámbitos que por un lado u otro se les abrirán frentes. Tal es el caso de la revuelta independentista catalana. Cinco siglos de permanente humillación han dejado huellas profundas en el alma del pueblo, el cual se rebela y clama por una República Catalana independiente del Estado español opresor.

Hay puntos en común entre aquel pueblo republicano español de los años treinta y el del pueblo catalán actual. Ambos claman contra la injusticia institucional y contra la podredumbre moral de quienes ejercen el poder. Nadie quiere ser esclavo de nadie. La libertad es un bien irrenunciable, por más que la astucia capitalista la quiera intercambiar por los abalorios de una sociedad consumista.

La República Española proclamada en 1931 fue derrotada por el fascismo y la intolerancia. El espíritu que animaba a los políticos republicanos era transformador de leyes y normas, pero no era revolucionario, no aspiraba a transformar en profundidad el orden social. No obstante, con fines electoralistas, para ganarse el favor del pueblo, hicieron promesas que iban más allá de lo que se proponían hacer. Cuando el pueblo exigió lo prometido se echaron atrás. Podríamos decir que, en cierto modo, engañaron al pueblo. Pero aun así, tras la rebelión militar, el pueblo se organizó y lucho al lado de la República contra los fascistas golpistas.

Acá en Catalunya vemos hoy día algo similar. Los políticos que promovieron la revuelta independentista sabían bien que la independencia no era posible, que tenían frente a ellos un Estado poderoso al cual no podrían vencer. Pero durante cinco años, mediante un bien estudiado proceso desinformativo, le hicieron creer al pueblo que sí era posible. Y el pueblo lo creyó y se lanzó a por la tan anhelada República Catalana, la cual fue proclamada por el Parlamento Autonómico de Cataluña presidido por Carles Puigdemont el pasado 27 de octubre. El Estado español declaró de inmediato inconstitucional tal declaración y puso en marcha todos sus mecanismos jurídicos para detener lo que consideró una ilegalidad.

No es probable que esa República Catalana, a la cual una gran parte del pueblo catalán aspira, pueda llegar a buen fin. Parece tan imposible como las aspiraciones del pueblo que apostó por quienes proclamaron la Segunda República Española. Todas las fuerzas políticas europeas están hoy de parte del Estado español como estuvieron entonces al lado de los golpistas, porque ese era entonces y es ahora el modo de garantizar la continuidad del sistema establecido.

La lucha por la dignidad del ser humano en un mundo en manos de seres deshumanizados es cruel y dura. No en vano los violentos se han preparado siempre para ejercer la razón de la fuerza, en tanto que quienes aman la paz y la justicia han cultivado el amor y la fuerza de la razón. Pero estamos convencidos de que con triunfo o sin él, la actual rebelión catalana no será inútil. Aumentará el número de agravios, refrescará la memoria y enardecerá los ánimos de otros combatientes que seguirán a los de ahora.

La vida es confrontación, esfuerzo y lucha. Si algún día quienes pelean por un mundo mejor bajasen los brazos y se rindiesen, la humanidad entera perecería, porque el planeta Tierra quedaría por completo en manos de codiciosos y violentos. /PC

Publicado en ECUPRES
https://ecupres.wordpress.com/2018/04/23/clamores-de-republica-en-el-reino-de-espana/

lunes, 2 de abril de 2018

Crítica y alabanza del independentismo catalán


Cuando la ley es injusta, rebelarse es un deber.


La persecución estatal al independentismo catalán está en su punto álgido. Líderes encarcelados y otros en búsqueda y captura. Es evidente que el gobierno español está dispuesto a liquidar esa aspiración política por vía carcelaria. Los primeros encarcelados han sido Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, presidentes de las organizaciones Omniun Cultural y Assemblea Nacional Catalana respectivamente, a quienes se acusa de organizar y dirigir manifestaciones violentas, una acusación falsa por cuanto que en ningún momento hubo tal violencia.

El gobierno español apela a la legalidad vigente. Pero desde una perspectiva de derechos humanos esa legalidad es cuestionable en grado sumo. Manifestarse públicamente debe ser un derecho en toda democracia, por lo cual organizar y dirigir manifestaciones no puede ser delito. Y desde la misma perspectiva, los delitos de sedición y rebelión que contempla el código penal español tampoco tienen razón de ser en un Estado democrático. La Ley a la cual apela la justicia española para encarcelar a líderes independentistas es injusta a todas luces. Luego si injustamente se persigue al independentismo catalán, ¿no es esa injusta persecución razón más que suficiente para que el pueblo catalán quiera librarse de la tiranía española?

Lo propio de las dictaduras no es tan solo que se hayan impuesto con violencia sino que con violencia permanecen y niegan derechos fundamentales. Eso tiene en común la actual democracia española con la dictadura que la precedió. Leyes injustas impuestas bajo la amenaza de las armas que sirven a gobernantes y jueces para imponer su voluntad a toda la población. Ninguna opción de disenso. Ningún resquicio a la protesta. El aparato represor del Estado blinda el inmovilismo legislativo y garantiza la sumisión de la ciudadanía.

Casi cuatro décadas de un régimen de terror, tras un genocidio que acabó con miles y miles de personas asesinadas, de las cuales más de ciento veinte mil permanece aún hoy día en paradero desconocido, configuraron un pensamiento colectivo de docilidad extrema. Rojos e insumisos habían desaparecido para siempre del panorama político y social español. La brutal limpieza ideológica fue completada por la Iglesia nacional-católica que lavó las mentes de las nuevas generaciones  durante los años de la dictadura. A la muerte del dictador la sumisión estaba asegurada. Solo hizo falta un poco de maquillaje para darle forma de democracia a lo que seguía siendo la dictadura de los mismos poderes fácticos. Gatopardismo cien por cien. Apariencia de cambio sin que el poder real cambiase en absoluto de mano.

El individualismo implantado por el capitalismo mediante la competencia  profesional, más el consumismo como forma de vida aseguraron la paz social hasta que apareció la crisis. Pero aun en plena debacle económica, la inercia y la carencia de organizaciones políticas capaces de aunar el descontento para generar protestas mantuvo la calma hasta que en 2010 explotó la primavera árabe y, como un eco, aparecieron en el estado español en 2011 los indignados.

En Cataluña las protestas se centraron en las privatizaciones de servicios públicos y recortes presupuestarios que llevaba a cabo el gobierno autonómico presidido por Artur Mas. Hubo acampada de indignados en la Plaza de Cataluña y una gran manifestación cercó el parlamento catalán impidiendo el acceso al presidente al pleno parlamentario. Hubo represión policial y detenciones.

En ese momento el gobierno catalán de derechas necesitaba desviar el malestar del pueblo hacia un enemigo externo, para lo cual acusó al gobierno español de todos los males que justificaban las protestas y organizó una gran manifestación independentista que tuvo lugar en 2012 el 11 de setiembre, día de la Nación Catalana. Al presidente español Mariano Rajoy le fue como anillo al dedo ese movimiento separatista que amenazaba la unidad de España, de modo que a partir de ese momento el independentismo catalán se convirtió en tema casi único de la política española en los medios de comunicación españoles y catalanes.

El pueblo catalán se adhirió sin demasiada crítica a un movimiento que prometía librarlo de la tiranía del estado español. Un continuo de festejos cada once de setiembre, un gallardo flamear de banderas estrelladas en balcones y azoteas, una presencia casi permanente del independentismo en TV y prensa autonómicas catalanas, conferencias de prestigiosos personajes, mítines… Una esplendente movilización enardecía los ánimos de un pueblo que llevaba mucho tiempo sintiéndose humillado por el estado español. Lástima que en el origen de todo ese movimiento, más que un afán de justicia hubiese el espurio interés de un partido político, algo que los organizadores se cuidaron bien de ocultar y que la mayor parte del pueblo no supo ver.

A día de hoy el caos se está apoderando del independentismo catalán. Encarcelados los dirigentes y moderadores de las manifestaciones callejeras quedan estas sin líderes que las contengan. El riesgo de que la insensatez tome las riendas de las protestas populares es alto. Cortes de calles y de rutas, invasión de edificios oficiales, agresión a la policía… Nada más desfavorable al independentismo y más favorable a los represores. Si a la fuerza del Estado le añadimos el desacierto de quienes lo enfrentan, el desenlace resulta fácilmente previsible.

Pero lo perverso de las guerras consiste en que no es posible mantenerse neutral sin encontrarse entre dos fuegos. Hay que elegir enemigo, se quiera o no. Se está con el Estado represor o se está con el pueblo que reclama sus derechos aunque los reclame mal. No hay más. La violencia institucional genera indignación y lamentables respuestas violentas. Quienes administran el poder del Estado deben reflexionar y cambiar de actitud. De no hacerlo, la paz no llegará, porque son ellos quienes están llamando a la guerra. ¿Quién sino el Estado español lleva años desoyendo los reclamos del pueblo catalán? ¿Quién encarcela sin razón a los líderes independentistas?

A poco realistas que seamos vemos que esta revuelta catalana tiene muy pocas posibilidades de triunfar. Empezó con el engaño del partido de derechas catalán que mintió en cuanto a sus objetivos. Siguió con una estrategia errónea al no ofrecer nada que pudiese motivar a las capas más desfavorecidas de la población, las cuales son mayormente de origen español. Y se equivocó por completo al declarar unilateralmente la independencia. Pero sea cual sea el resultado final, la aventura independentista habrá servido para evidenciar el talante dictatorial del estado español y la intolerancia de quienes lo regentan. Y aun cuando el independentismo pierda esta guerra, puede muy bien ser que salga reforzado, porque ni las victorias ni las derrotas son definitivas. Solo la paz es duradera si se fundamenta en los principios de fraternidad, igualdad y libertad. /PC



domingo, 25 de marzo de 2018

Sigue y crece la represión estatal sobre Cataluña


El conflicto hispano catalán se recrudece. El juez Pablo Llarena ha hecho ingresar en prisión a Carme Forcadell, Dolors Bassa, Jordi Turull, Raül Romeva y Josep Rull. Con Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez son nueve ya los políticos catalanes que el Estado español tiene retenidos en prisión preventiva. También ha cursado una orden de detención internacional contra Puigdemont, Marta Rovira y otros cuatro huidos, por la cual ha sido detenido Puigdemont en Alemania.

No hay lugar a duda alguna respecto a la afinidad ideológica de quienes ejercen el poder hoy día en el Estado español con la de quienes protagonizaron los años de dictadura. Al igual que en aquellos tiempos, el poder judicial actúa de acuerdo con el poder político. La represión es total. Los derechos humanos garantizados por la Constitución no cuentan en absoluto para quienes gobiernan y enjuician.

La escandalosa actuación de la cúpula judicial española ha movilizado a gran parte de la población catalana y ha llegado hasta el Grupo de Trabajo de Detenciones Arbitrarias de las Naciones Unidas. A día de hoy ha habido grandes manifestaciones en diversas poblaciones de Cataluña y en Barcelona se han producido enfrentamientos con la policía en los que han resultado heridos varios manifestantes.

La conducta de los poderes estatales nos ha devuelto a los viejos tiempos de la dictadura, cuando legisladores, gobernantes y jueces respondían a los intereses de los poderes fácticos y actuaban conforme a una única ideología, sin respeto alguno por los derechos humanos. Eso hace que al igual que en aquellos tristes tiempos de lucha política, más allá de personales ideologías y de objetivos políticos, el pueblo se una en el rechazo a la brutalidad estatal.

El desafecto hacia el Estado español sobrepasa ya al afán de independencia y alcanza a gran parte de la población catalana, sea o no independentista. El rechazo a la razón de la fuerza, único argumento que ampara la conducta represiva de los políticos y jueces que actúan contra los independentistas catalanes, es un rechazo a todas las imposiciones antisociales de esos paladines de las clases privilegiadas que desde remotos tiempos oprimen a los pueblos de España, catalán incluido. El alma del pueblo despierta de su letargo ante los manifiestos abusos de poder de quienes gobiernan.

No esperaba tanto la derecha catalana que puso en marcha el proceso independentista para silenciar las voces de los indignados que protestaban por la política neoliberal del gobierno. Su objetivo no era la independencia de Cataluña, según proclamaban, sino su permanencia en el poder. Mintieron cínicamente, pero cometieron el gran error de subestimar al pueblo. Pensaron que lo podrían manejar, que podrían detener las protestas en el momento que les conviniera. Creían tener en sus manos las bridas de un castrado jamelgo, pero se encontraron con un indómito pura sangre.

El independentismo catalán no es distinto de los demás independentismos. Tiene como origen el secular abuso del Estado español sobre el pueblo catalán y se manifiesta y actúa de la misma forma que todos los independentismos, con odio hacia el Estado opresor. Sabemos que ese odio está más que justificado, pero no podemos apostar por él porque no creemos que pueda ser fuente de paz. Las acciones de los independentistas catalanes provocan reacciones de los poderes estatales que evidencian la tiranía de su talante político, pero difícilmente servirán para menguarla y aun puede ser que la refuercen. No en vano un estado es una institución de poder.

El pueblo catalán ha apostado por la protesta. Sale a la calle, alza la voz y pone el cuerpo. El gobierno español opta por la violencia policial y jurídica. Palo y cárcel para los insurrectos. Quieren someternos, quieren destruir nuestra capacidad de protestar. No admiten otra ley que la que ellos imponen. Actúan como sus predecesores, los gobernantes de la dictadura presidida por Franco. Mal camino para la paz. El pueblo catalán tiene una larga historia de luchas y revueltas y no se rendirá.

Tal vez la brutal represión estatal logre acallar las protestas. Quizá consiga una tregua, como la que logró la dictadura. Pero difícilmente logrará la sumisión que se propone. Será el afán de independencia, o el de justicia social, pero tarde o temprano los opresores serán víctimas de sus propias acciones. La vía de la violencia no es camino de vida para nadie, ni para quienes teniendo la razón de la fuerza la ejercen. /PC

PUBLICADO EN ECUPRES
https://ecupres.wordpress.com/2018/03/26/sigue-y-crece-la-represion-estatal-sobre-cataluna/


jueves, 8 de febrero de 2018

La “incomprensible” motivación de la revuelta independentista catalana


Suspendida sine die la autonomía catalana por el Estado español. Encarcelados algunos de los líderes independentistas y exiliados otros, todo indica que la revuelta independentista catalana se halla en serio aprieto. Y no obstante no parece que cunda el desánimo. Las tres formaciones independentistas buscan afanosamente el modo de investir presidente al depuesto Puigdemont, algo complicado porque lo impide la Justicia española.

Son muchas las opiniones que desde el 1 de octubre acá se vienen manifestando, tanto en favor del Estado español como de Cataluña. No es fácil hacer una síntesis y mucho menos tomar partido. Hay considerandos para todos los gustos. Pero como en todos los nacionalismos el corazón es quien manda. Y ya sabemos que las razones del corazón no las entiende la razón.

Todas las historias tienen un pasado sin el cual no es fácil entender el presente. La relación de Cataluña con el estado español no es ninguna excepción. Motivos hay más que suficientes a lo largo de siglos para que el pueblo catalán sienta hondo rechazo a las imposiciones de los gobiernos de España. Pero los pueblos no se rigen por la historia escrita sino por la vivida, que nunca alcanza muy lejos. Para entender lo que está ocurriendo en Cataluña conviene fijarse en lo que pueda permanecer vigente en el ánimo de la población independentista.

Vivimos en un mundo banal. La mayor parte de la gente huye de los planteamientos trascendentes y se limita a lo que mantiene vivo su ánimo. El bienestar personal y familiar debiera ser uno de los mayores incentivos, pero deja de serlo en la medida que escapa al propio control. La condición social que cada cual ha alcanzado en función de su origen, capacidad natural, nivel de estudios logrado y otros factores es difícilmente modificable. Por esa razón se acoge a los estímulos que puede controlar.

Relaciones personales, deportes, viajes, espectáculos de todo orden pero preferentemente competitivos son los recursos más comunes de los que se echa mano para hacer subir la adrenalina y mantener latiendo el corazón. Y entre los espectáculos, no cabe duda de que el futbol ocupa un lugar preferente. ¿Quién permanece indiferente ante la victoria o la derrota del club local en un campeonato?

En noviembre de 1899 se fundó el Fútbol Club Barcelona “Barça”. En octubre de 1900 se fundó, también en Barcelona, el Real Club Deportivo Español, tras lo cual se estableció una rivalidad que corresponde a lo que representan los nombres de ambos clubs, Barcelona y Español. Pero en noviembre de 1901 se fundó el Real Madrid Club de Fútbol. La disputa entre lo catalán y lo español dejó de tener dimensión local para tenerla estatal.

Con los años, el Barça pasó a ser “ALGO MÁS QUE UN CLUB” y se convirtió en el abanderado de todo un sentimiento patriótico, entre romántico y realista que revivía la secular lucha del pueblo catalán por sobrevivir ante un Estado invasor y genocida. La agresión golpista a la población catalana que defendió hasta el final la legitimidad republicana se hacía presente en cada partido y a lo largo de toda la Liga. Cada triunfo del Barça era una victoria del pueblo catalán y cada triunfo del Real Madrid era una dolorosa derrota.

Contrariamente a lo que pudiera suponer alguien que no vivió en Cataluña aquellos duros años de dictadura, los medios informativos españoles públicos y privados, contribuyeron no poco a fomentar esta visión, con la cual mantuvieron vivo el ánimo generado mucho antes por vejaciones que el tiempo había relegado ya al olvido de la mayor parte del pueblo catalán, por más que permaneciesen vivas en el inconsciente colectivo.

Gran parte de quienes hoy enarbolan banderas independentistas no son capaces de dar una razón convincente de por qué lo hacen. Las más de las veces responden con relatos plagados de tópicos cuando se les interroga y son incapaces de ahondar en su personal motivación. Pero eso no significa que razones no haya para luchar contra las imposiciones del Estado español, que siempre mantuvo con Catalunya una relación de vencedor a vencido y la sigue manteniendo.

Ninguna guerra se gana para siempre. El vencedor no puede seguir sometiendo al vencido a perpetuidad porque tarde o temprano el vencido tratará de recuperar la dignidad que le ha sido arrebatada. Las relaciones entre pueblos son relaciones entre personas y como tales deben ser cuidadas por quienes tienen a su cargo responsabilidades públicas. El Estado español no solamente no las cuida sino que hurga en las heridas. Las consecuencias de tal modo de actuar pueden llegar a ser graves. Por más que no lo parezca, hasta lo banal trasciende. /PC



viernes, 5 de enero de 2018

Año Nuevo en Cataluña


Terminó el año con desgobierno y comenzó de igual modo el presente en este controvertido país que es Cataluña. Tierra de catalanes originarios y de adopción, población de aluvión donde la haya en esta piel de toro llamada España. Larga historia de revueltas la de este país de gente que nunca aceptó el yugo mansamente es la que antecede al día de hoy. “Genio y figura hasta la sepultura” dice un viejo refrán.

Siguiendo con refranes diremos que “no es oro todo lo que reluce” ni las revueltas son siempre lo que parecen. Así nos lo muestran de un tiempo acá todas las que con falsa bandera promueven mercenarios a sueldo del imperio y sus secuaces en diversos lugares del mundo. Grandes masas de población gritando “democracia” que sin saberlo inician guerras y entronizan feroces dictaduras. Gentes enfervorecidas por agitadores profesionales que inconscientemente forjan las cadenas que las van a esclavizar.

Hoy el pueblo catalán se agita y clama contra un estado español dictatorial y opresor sin saber a ciencia cierta hacia dónde le lleva su protesta ni cuáles son los verdaderos objetivos de sus líderes. Una ignominiosa pugna entre partidos políticos corruptos, de idéntica ideología y filiación neoliberal, que se acusan mutuamente del mal que causan al pueblo sus decisiones políticas está en la base inmediata de la protesta. Casi nadie se da cuenta de que ambos bandos están capitaneados por peligrosos enemigos públicos.

Consecuencia de esa pugna es la represión estatal contra las instituciones catalanas. El parlamento autonómico catalán ha sido disuelto, el gobierno de la comunidad catalana pasó a manos del gobierno español y los líderes catalanes están encarcelados o huidos. El poder del Estado se muestra implacable una vez más y el pueblo catalán será quien pague los platos rotos. Nada nuevo bajo el Sol.

Empieza el nuevo año con una profunda división en la población de Cataluña. Algo insólito desde que guardamos memoria. De un lado quienes, siendo cual sea su origen familiar, se sienten catalanes. Del otro quienes no se sienten catalanes sino españoles y ven una amenaza en toda la parafernalia de banderas y proclamas independentistas. En este grupo hay que incluir también a quienes importándoles un bledo las cuestiones nacionales se ponen de parte del Estado represor porque garantiza la estabilidad, esa mágica palabra que avala ciegamente al inmovilismo. Y como suele ocurrir siempre, hay una imperceptible minoría que ve el trasfondo partidista de ese movimiento de masas y lo rechaza por considerarlo insensato y pura manipulación.

Tras las elecciones autonómicas catalanas convocadas por el gobierno español, dos son los bandos que espiran a gobernar en Cataluña. Uno es el formado por los tres partidos independentistas, cuyo liderazgo se disputan Puigdemont desde su exilo en Bélgica y Oriol Junqueras desde la cárcel. El otro es el que encabeza “Ciudadanos” (Cs), liderado por Inés Arrimadas, un partido relativamente nuevo, creado por las grandes empresas españolas en previsión de la caída electoral del que hasta ahora ha sido su paladín político, el Partido Popular (PP).

Nada bueno puede traer al pueblo catalán esta disputa política. El Estado español seguirá con su mano dura si el bando independentista logra la presidencia. En caso de que tras mucho forzar y porfiar lograse imponerse el bando españolista encabezado por Cs, la autonomía gubernamental de Cataluña volvería a los tiempos de la dictadura, dado que ese es el propósito de ese partido de nuevo cuño y de quienes lo crearon y financian.

Cinco años se cumplieron el pasado once de setiembre (11S) desde que el partido catalán de derechas liderado por Artur Mas puso en marcha el proceso independentista para enterrar con él las protestas del movimiento 15M. Cinco años durante los cuales los medios de comunicación, tanto públicos como privados subvencionados, se han cerrado a toda noticia que no estuviese relacionada con el movimiento independentista. El objetivo del gobierno catalán de derechas se ha cumplido sobradamente. La injusticia social de su política neoliberal ha quedado soterrada. La problemática social ha desaparecido, salvo cuando se usa como argumento falaz para echarle la culpa al gobierno español.

A todo eso, el pueblo catalán actúa con total ignorancia de lo que ocultan ambos bandos, ya que ninguno de ellos ha expuesto programa político alguno. Palabras huecas tales como orden democrático, progreso, estabilidad, economía y otras de similar ambigüedad son las únicas que se pudieron escuchar durante la campaña electoral. El único partido que ofrecía ocuparse del tema social ha obtenido un resultado ínfimo.

Independencia de Cataluña y unidad de España centran todo el debate político y mantienen entretenidos en abierta disputa a los partidarios de ambos bandos. Una situación lamentable y peligrosa, que nos recuerda la fábula “Los dos conejos”, de Tomás de Iriarte. Una insensatez que puede traer muy malas consecuencias a un pueblo que con fama de sensato ha caído en manos de manipuladores profesionales. ¿Acabará el pueblo catalán como los conejos de la fábula? /PC



Los dos conejos

Por entre unas matas,
seguido de perros,
-no diré corría-, 
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: “Tente,
amigo, ¿qué es esto?”.

“¿Qué ha de ser? –responde-;
sin aliento llego.
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo”.

“Sí –replica el otro-
por allá los veo.
Pero no son galgos”.
“¿Pues qué son?” “Podencos”.

“¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien vistos los tengo”.

“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso”.
Son galgos, te digo”.
“Digo que podencos”.

En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por qüestiones
de poco momento
dejan lo que importa
llévense este ejemplo.

            Tomás de Iriarte
            (1750-1791)