martes, 26 de septiembre de 2017

El desafío catalán al gobierno español

Cuando la injusticia se convierte en ley, la rebelión se convierte en deber. (Thomas Jefferson)


Legal no es sinónimo de justo. Lo legal es lo que acuerdan quienes tienen el poder. Gran parte de las legalidades vigentes fueron proclamadas al amparo de violencias generadoras de injusticias. La Constitución española vigente es legal pero no es justa. Fue redactada siguiendo indicaciones de ministros franquistas y bajo amenazas del ejército. No fue un acuerdo entre poderes libres sino la imposición de los más fuertes.

El pueblo catalán ha padecido siempre la opresión de la clase privilegiada catalana amparada en el poder estatal español. Numerosas revueltas a lo largo de la historia así lo atestiguan. Siempre fue el Estado español quien las aplastó. Esa es la razón por la cual la burguesía catalana no ha querido nunca la independencia de Cataluña. Y esa es una de las razones por las cuales el pueblo catalán no desea permanecer bajo la tutela de ese Estado represor.

En Cataluña, como en cualquier lugar del mundo, si algo caracteriza a las clases privilegiadas es su sagacidad para medrar a costa de los más humildes. El egoísmo es el principal rasgo de quienes acumulan riquezas y poder. El sentido de comunidad es, por el contrario, lo que salvaguarda los intereses de las clases humildes y da fuerza a los pueblos para defenderse.     

Cuando se unen en un mismo acto de rebeldía parte del pueblo y algunas de las clases dirigentes, la rebelión contra el poder dominante estalla. Y eso es lo que acontece en el momento presente en Cataluña. Un gobierno autonómico de derechas que se hallaba en minoría parlamentaria buscó el apoyo de organizaciones populares y éstas han aprovechado la ocasión para manifestar su rechazo a la opresión del Estado español. No es un nacionalismo romántico el que mueve al pueblo catalán que se declara en rebeldía sino la injusticia padecida a lo largo de los tiempos, que late vivamente en su conciencia.

Una vez más el Estado español ha reaccionado contra la rebeldía. Tras rechazar toda consideración sobre el abuso económico que sufre la comunidad catalana por parte del Estado, ahora pretende ahogar las protestas acogiéndose a la injusta ley que las provocaron. En vez de sentarse a dialogar con los representantes catalanes para reconsiderar la política de expolio a la cual está sometida esa comunidad, los gobernantes españoles pretenden acallar las protestas mediante la represión, tal cual se hacía en tiempos de la dictadura, de la cual son verdaderos continuadores en ideología y métodos.

Las relaciones entre colectivos humanos son conflictivas casi siempre. De aquí la conveniencia de que haya gestores para abordar con justicia e inteligencia los conflictos. En los nefastos años de la dictadura, entre 1939 y 1975, cuando en España se vivía bajo un régimen de terror, los conflictos ideológicos y políticos estaban prohibidos. Toda discrepancia con la actuación de quienes gobernaban era severamente castigada. La violencia ocupaba el lugar de las palabras. Represión y castigos eran las respuestas del gobierno a toda acción que considerasen subversiva.  Un tribunal llamado Tribunal de Orden Público juzgaba a quienes se acusaba de desacato al régimen. Sus sentencias eran severas.

Acabada la dictadura, ya en tiempos de eso que quienes gobiernan vienen a llamar democracia, el viejo Tribunal de Orden Público ha sido sustituido por el Tribunal Constitucional, el cual tiene por misión hacer cumplir a rajatabla la Constitución en todo el ámbito estatal. Los derechos y deberes que en el momento de la transición de la dictadura a la democracia se otorgaron a las comunidades autónomas son indiscutibles. La Constitución es sagrada. Sus orígenes se consideran legítimos al igual que se consideraron en aquel momento. Que los tiempos hayan cambiado y las necesidades sean hoy otras no importa a quienes gobiernan, fieles servidores de los poderes fácticos, criminalizadores del disenso y la protesta. No es extraño que con tales actitudes la discrepancia haya llegado a extremos como el que vivimos.

Quienes controlan el Estado español no están dispuestos a perder los ingresos provenientes de Catalunya, el mayor proveedor de dinero público para el despilfarro organizado que asola al Estado. El pueblo catalán y su gobierno están hartos de tanto abuso de poder, por lo que ante la negativa al diálogo por parte del gobierno español optan por independizarse.

Siempre es el miembro abusado quien pide el divorcio y siempre es el abusador quien se opone. Y así, en el día de hoy, un ingente número de policías a las órdenes del Tribunal Constitucional registra sedes públicas y privadas en Cataluña y detiene personas acusándolas de sedición. Una vez más el pueblo catalán padece el ataque del Estado español opresor. ¿Hasta cuándo seguirá ese orden de injusticia? Quienes tenemos fe en la lucha de los pueblos sabemos que no será para siempre. /PC

Publicado en ECUPRES

jueves, 14 de septiembre de 2017

La ilusión del pueblo y la estrategia de quienes gobiernan


Cataluña ha celebrado ya el 11 de setiembre de 2017, su fiesta patria. Según promesa de los líderes del proceso independentista, esta será la última que se celebrará bajo el dominio del reino de España porque, según ellos, el referéndum del próximo uno de octubre y la voluntad del pueblo catalán harán posible la independencia. Y eso será así pese a que la Constitución del reino de España niegue ese derecho. Pese a que el gobierno del Estado lo impida. Pese que el gobierno catalán no tenga fuerza alguna que oponer a la fuerza del Estado. Pese a que solo los convocantes se obligan a respetar el resultado de la consulta. Nada de eso importa, porque de lo que se trata no es de lograr la independencia sino de mantener viva en el pueblo la ilusión de alcanzarla.

A nadie se le oculta la fuerza movilizadora de las ilusiones. El amor mueve montañas, suele decirse. Pues bien, ¿cuál es la base del amor sino el enamoramiento? ¿Y cuál es la del enamoramiento sino la ilusión? No nos enamoramos de la realidad del ser amado sino de lo que nuestra ilusión hace que veamos en él. Luego para liderar hay que saber ilusionar, porque sin ilusión no se enamora y sin amor no hay fuerza que mueva nada. Y los líderes necesitan la fuerza del pueblo para alcanzar sus objetivos, los cuales las más de las veces no son los que anuncian y prometen sino otros muy contrarios. Nada nuevo pues, ya que el arte de la política es desde muy antiguo el arte del engaño.

Pero que nadie interprete mal mis palabras. Ninguna ilusión arranca de la nada. Los espejismos nacen de realidades imperiosas. Nadie alucina un oasis si no está muriendo de sed. Y de sed muere un pueblo cuando el poder controla la fuente y da con cuentagotas el agua necesaria para existir. Sin una fuerte sed de justicia y respeto nadie hubiese podido lanzar al pueblo catalán a la calle.

En esta España, que desde 1939 viene siendo de vencedores y vencidos, hay miles de almas que sienten viva la humillación de la dictadura franquista. Unos la padecieron. Otros crecieron en un entorno que la padeció. Otros la padecen ahora por la política de recortes que el gobierno español dispone. Y a unos y otros les ilusiona la posibilidad de un cambio que aleje tanta desgracia. No importa que ese cambio sea un espejismo. Los cambios ilusionan a todo el mundo, aunque sean pura fantasía.

Tanto la derecha catalana como la vasca han ocultado su complicidad en la aceptación de la política neoliberal impuesta por la UE. Lo calló la TV española. Lo calló la vasca, controlada por la derecha. Y lo calló la catalana, que también es de derechas. Tan solo voces con muy poca capacidad de difusión lo denunciaron. Pero el pueblo no se enteró porque no quiere indagar. Prefiere soñar, pasar la responsabilidad del cambio a los líderes designados por el poder para que el público elija, ¿Qué cambios puede haber así? ¿Quién va a cambiar nada si siguen mandando los de arriba? ¿O acaso hay alguna diferencia entre la derecha de un país y la de otro? No la hay. Es en los pueblos donde están las diferencias. Hay pueblos sumisos y los hay rebeldes. Hay pueblos inconscientes y los hay con alma y conciencia.  

Las relaciones entre los gobiernos catalán y español andaban revueltas desde que el catalán presidido por el socialista Pascual Maragall sustituyó al conservador de Jordi Pujol en 2003. La tozudez del gobierno español en rechazar la actualización de la autonomía catalana que el gobierno catalán proponía aumentó el descontento entre quienes tenían vivo el espíritu de resistencia contra el franquismo. La actitud nada dialogante del aparato estatal español que se comportaba como en tiempos de la dictadura avivó el afán de independencia.

La derecha española ha sufrido muchos y muy inesperados ataques desde que el 15 de marzo de 2011 aparecieran las acampadas de indignados en diversas poblaciones. Gran parte del pueblo que solo miraba la TV empezó a escuchar otras voces y a enterarse de la corrupción de quienes gobiernan. El gobierno catalán también fue acusado de complicidad por colectivos diversos. Les era pues urgente a ambos desviar la atención del pueblo hacia algo que pudiese motivar a gran parte de la población. Nada mejor para ello que hacer del afán catalán de independencia el principal centro de debate. El mismísimo Marx advirtió en su día que el nacionalismo es el gran antídoto contra la lucha de clases.

A tal fin se puso en marcha en el parlamento catalán un proceso de desobediencia al Estado español. Se aprobó recientemente una ley de ámbito autonómico que tiene como objetivo celebrar un referéndum para decidir si Catalunya debe seguir siendo parte del Estado español o si tiene que ser una república independiente. El gobierno español ha pasado al Tribunal Constitucional la responsabilidad de prohibir dicha consulta. Los jueces la prohíben y movilizan a las distintas fuerzas policiales del Estado para que impidan el acto que el gobierno catalán tiene programado. El gobierno catalán no se arredra y asegura que el próximo uno de octubre llevará a cabo la consulta. Las espadas están en alto. /PC

domingo, 10 de septiembre de 2017

Carta abierta a Lidia Falcón a propósito de su escrito “La historia falseada”, publicado con fecha 18/06/2017 en el blog “Perroflautas del Mundo”. *


Señora Lidia Falcón,

Antes de hacer algunos comentarios a su escrito quiero manifestarle la admiración que desde hace años siento por su talento y bravura al escribir. Casi siempre comparto todo lo que usted dice, pero hoy disiento de su parecer en algunos puntos que me parecen importantes.

Estoy plenamente de acuerdo con usted en que la derecha catalana ha impulsado el movimiento independentista que latía en lo honde de una parte del pueblo catalán para ocultar el latrocinio que están cometiendo y así permanecer en el poder. Y pienso que eso le ha ido de maravilla a la derecha española. Los de acá por la independencia. Los de Madrid por la unidad de España. Ambos por el robo a mansalva y por distraer al pueblo. Pero no creo que el movimiento independentista pretenda “separar a los trabajadores y a las mujeres de los pueblos de España, enfrentándolos entre sí”, como usted señala. Que ese pueda ser uno de los riesgos de posicionarse, no se lo niego, pero no comparto que sea ese el objetivo.

Hace usted una muy interesante exposición histórica de la lucha obrera en tiempos de la II República, pero omite algunos detalles importantes. Es cierto que Durruti llamó a defender la República amenazada por el fascismo, pero no lo es menos que cuando lo hizo dijo que después de derrotar a los fascistas tendrían que luchar contra la República para defender los derechos de los pueblos que la constituían. Eso usted lo ha omitido. Como también ha omitido que aquella II República disolvió huelgas y manifestaciones a punta de bala. Quienes desde posiciones de izquierda la defendieron en tiempo de guerra estaban poniéndose al lado del menos malo. Algo que usted ahora no hace al posicionarse al lado de quienes niegan al pueblo catalán el derecho a manifestarse en referéndum.

Otra cosa que no comparto es su negación al derecho del pueblo catalán a ser independiente y gobernarse por sí mismo porque solo fue una parte de la Corona de Aragón. Lamento de veras que recurra usted ese argumento porque en eso coincide con un fascista vecino mío. Y no es que quiera compararles, pero sí señalar esa coincidencia que, a mi ver, viene de confundir los pueblos con las organizaciones político-administrativas que los gobiernan.

No son estados ni reinos ni condados sino pueblos lo que importa. Pueblos de gentes oprimidas por otras gentes que pactaban alianzas entre ellas para poder oprimir más y mejor al mayor número de desdichados posible. Esos desdichados son los pueblos. Pueblos con costumbres y lenguas que pocas veces fueron respetadas por quienes los gobernaban y explotaban.

Los pueblos son entes naturales, en tanto que los reinos y estados son organizaciones artificiales hechas a espaldas de los pueblos. En la línea que usted razona, tener una lengua propia y una cultura milenaria no parece que sea suficiente para considerarse nación y tener derecho a gobernarse según criterio propio. ¿Qué hacía falta pues, una corona otorgada por poderes superiores a los del pueblo?

Me parece evidente que hay tantas historias como historiadores y que cada cual lee la que más le acomoda. El 11 de setiembre catalán no es una excepción. Por esa razón me tiene sin cuidado lo que pueda haber sucedido en 1714. Lo que de veras me motiva es lo que he vivido desde que tengo memoria: la opresión de  un Estado español fascista. Ese Estado genocida, enemigo de los pueblos desde siempre, gobernado hoy por autoritarios descendientes de la dictadura me impidió aprender mi lengua materna en la escuela. Ese estado, amo y señor de todos sus ciudadanos, se llevó mi padre al frente cuando yo era un recién nacido y no me lo devolvió hasta tener cumplidos cuatro años. Esa España que hoy niega sus derechos al pueblo catalán está gobernada por los descendientes de quienes bombardearon mi ciudad y mataron a mi abuelo materno. Quienes se hicieron dueños absolutos del Estado español impusieron la religión católica en las escuelas y nos catequizaron desde la infancia según la sacrosanta doctrina de esa Santa Madre Iglesia cómplice de todos los crímenes que los golpistas cometieron. Ese Estado español, contra el cual usted dice que debemos unirnos todos los desposeídos para luchar, ha mantenido durante años a la clase obrera en la miseria y sigue ahora favoreciendo la desigualdad entre ricos y pobres para beneficio de los privilegiados... Eso y un montón de cosas más por el estilo es lo que yo he vivido en relación con el Estado español. En cuanto a la burguesía catalana, la mayor parte de ella se puso de parte de los vencedores y a su amparo siguió explotando a la clase obrera. No me extraña que Maria Aurelia Campmany odiase a esos burgueses y tildase de fascistas a los que renunciando a su lengua hablaban en castellano para congraciarse con los vencedores. Yo no les hubiese llamado fascistas sino desalmados, gentes sin conciencia ni principios, lo que a mi ver es peor que ser fascista.

No voy a analizar punto por punto su discurso, estimada señora, porque sería una tarea ardua y no serviría para nada. Usted se quedaría con su opinión y yo con la mía, que es lo que ocurre casi siempre en las discusiones. Pero no quiero concluir esta nota sin hacerle la siguiente observación.

Todos los seres humanos, sin excepción, somos fruto de lo que hemos vivido. Aun en nuestros anhelos personales más contradictorios esa ley es inexorable. No es fatalismo sino observación de la realidad. Eso que en lenguaje coloquial llamamos corazón dicta todo lo que elaboramos intelectualmente. Es a partir de ese principio como analizo yo mi pensamiento y el de quienes me rodean.

Usted se declara catalana hija de emigrantes. En parte yo también lo soy, pues mi madre era aragonesa. Llegó a Barcelona con diez y seis años y lo primero que hizo fue aprender catalán, pues era muy consciente de que llegaba a tierras catalanas, las de un pueblo que no era el suyo. Cuando años más tarde se conocieron con mi padre, ambos hablaban catalán y así siguieron. Por eso mi lengua familiar fue el catalán.

No ha sido esa la actitud de todas las gentes que vinieron a Cataluña desde el resto de España. No todas tuvieron ese elemental respeto por el pueblo que las acogía. Gran parte de ellas llegaron acá creyendo que tenían pleno derecho. No porque pensasen en un mundo sin fronteras sino porque de no saberse en tierras de España se hubiesen sentido gente extranjera. Un modo de pensar nada utópico sino muy conforme con la violencia que determina estados y fronteras.

La mayor parte de la gente que vino a instalarse a Catalunya no traía más objetivo que el de mejorar su forma de vida, algo muy primario pero muy humano. A nadie se le oculta que la mayor parte de las migraciones han sido motivadas siempre por razones similares. El hambre, la supervivencia, la ambición también, han sido los poderosos motores que han impulsado a las gentes a moverse más que a querer cambiar el mundo que habitaban. Pocos son los seres humanos que ponen la utopía en el primer plano de su vida. Eso explica, a mi ver, que ni la lucha de clases haya podido evitar caer en la codicia. Los sindicatos y los partidos de izquierdas están hoy día tan emponzoñados como la mayor parte de la sociedad, incluida la clase obrera. Quizá sea esa la razón por la que no logran arrastrar a la gente hacia la utopía, porque no la tienen en su horizonte.

Todo ser humano, señora Falcón ve el mundo desde la perspectiva que ha construido a lo largo de su vida. Los partidos de izquierda actuales no son ninguna excepción. Los independentistas catalanes, tampoco. Se lo dice alguien que no es independentista ni confía en ningún partido de los que participan del abanico parlamentario actual. Alguien que al igual que usted (si no me equivoco) desea la unión de todos los desposeídos del mundo contra el capitalismo opresor. Alguien que está contra toda opresión venga de donde venga. Alguien que se opone a quien sea que prohíba derechos tan elementales como el de manifestarse mediante referéndums o del modo que sea. Contra quien se sienta con derecho a decirle a un pueblo en qué lengua deben hablar sus hijos en la escuela. Ya viví eso en mi infancia y no quiero que lo vivan quienes me sucedan en este país del cual soy hijo. Gracias por su atención. /PC


miércoles, 6 de septiembre de 2017

Siempre hay un pueblo sumiso y otro que lucha por los dos


En una de sus lúcidas prédicas Martin Luther King dijo que los horrores padecidos por la humanidad durante el siglo XX se deben tanto a la maldad de los malvados como a la pasividad de las buenas personas. Lamentablemente eso sigue siendo así en la mayor parte del mundo cuando llevamos recorrido ya un trecho del actual siglo XXI. Apenas son contestadas las atrocidades cometidas por quienes gobiernan. Se dan por buenas sus mentiras después que las difunden reiteradamente los medios de difusión que controlan, que son los más y los más importantes. Y lo que es peor: se cuestiona a quienes disienten del discurso oficial, que suelen ser minoría. Viene esto a cuento de lo vivido en los atentados de Catalunya (Barcelona y Cambrils) durante el pasado mes de julio y lo que está ocurriendo en Argentina a día de hoy.

Desde los medios oficiales se potenció acá en Catalunya la compasión, el acatamiento del orden, el apoyo a las fuerzas represivas y muy especialmente el rechazo de toda clase de violencia (la violencia terrorista, por supuesto, pero no la que ejerce el Estado en defensa del orden impuesto). Se silenció todo cuanto pudiese inducir a la gente a preguntarse por las causas ocultas del terrorismo que padecemos. Se silenciaron también las voces de quienes acusaban a las máximas autoridades del Estado de complicidad con quienes organizan y financian las acciones terroristas. La manipulación de las mentes ejercida por los medios triunfo en esta ocasión.

En Argentina, desde que asumió la presidencia Mauricio Macri el gobierno ha tomado un continuo de medidas que perjudican a las clases más desfavorecidas de la sociedad. Una parte de la población ha ido contestando esas fatales decisiones, pero la mayoría las acepta de buen grado y da por buenas las “razones” que difunden los principales medios que están controlados por quienes gobiernan. No en vano es un gobierno de ricos para ricos el que allí ejerce y, como dijo en su día Quevedo, “poderoso caballero es Don Dinero”. [1]

Pero todo tiene un límite y hay hechos que sobrepasan lo que la conciencia de las gentes puede soportar. La desaparición de Santiago Maldonado en manos de la gendarmería el pasado día uno de agosto en la provincia de Chubut es uno de ellos. Gran parte del pueblo argentino se ha lanzado a la calle en numerosas poblaciones del país para reclamar, de forma pacífica, su aparición con vida y censurar la brutalidad del gobierno. Las manifestaciones se llevaron a cabo sin incidentes que mereciesen ser remarcados, salvo en la capital, donde una vez concluida la gran marcha se organizó una refriega entre la policía y un grupo de encapuchados de ignorada procedencia. Las fuerzas del orden aprovecharon ese acto de violencia para hacer redadas por las calles vecinas y detener a diversas personas acusándolas de agresión a la policía. Curiosamente, no faltaron las cámaras de televisión para testimoniar la supuesta violencia de quienes se manifestaron. [2]

Es un hecho común en el viejo y en el nuevo mundo que gran parte del pueblo trague ingenuamente las mentiras que los gobiernos urden para esconder sus ignominias. No en vano cuentan con numerosos equipos de especialistas en la desinformación y controlan los principales medios de difusión de noticias verdaderas y falsas. Y también lo es que la gente engañada se posicione a favor de los mentirosos y en contra de quienes denuncian las mentiras. El engaño programado acaba fracturando la capacidad de razonar a cualquiera que sistemáticamente dedique gran parte de su tiempo libre a dejarse bombardear el cerebro por las emanaciones del televisor.

Pero no es tan común que el pueblo se indigne y salga a la calle reclamando verdad y justicia en la medida que lo está haciendo en ese gran país que es Argentina. Para poder hacer algo así hace falta mucha conciencia de pueblo, algo que no se improvisa. El pueblo argentino lleva años bregando por sus derechos y enfrentándose a quienes se los quieren arrebatar.

También acá en Catalunya hay una larga tradición de reivindicaciones populares. Muchas de ellas han ido perdiendo fuerza con los años, con la dictadura primero y luego con la desmovilización programada de la supuesta democracia en que vivimos. Pero otras se mantuvieron vivas y otras fueron apareciendo como rechazo a las políticas neoliberales que imponen los gobiernos. Entre las que vienen de lejos está el afán de independencia que cada año el pueblo catalán reivindica el 11 de setiembre, un rechazo a la ya secular opresión de los gobiernos españoles.

No será fácil ni en Argentina ni en Catalunya contagiar el fervor de lucha al pueblo pasivo que calla y otorga. No lo es en parte alguna. Despertar de su letargo a la mayor parte de una población dopada y adormecida requiere mucho tesón y que acompañe la suerte; que algo inesperado mueva las entrañas de la gente. Pero la vida es una gran lucha que no concluirá mientras haya un solo ser humano con conciencia. /PC



Publicado en ECUPRES