miércoles, 23 de enero de 2008

Rabia


Ayer publicamos en “La hora del Grillo” un comunicado lamentable referido a Colombia, y hoy otro también tristísimo sobre la gravísima situación de Patricia Troncoso Robles. Y aunque dada la poca difusión que tiene este modesto “Grillo” y el reducido número de personas que entran a leerlo de poco sirven estas publicaciones, cabe pensar que poco es algo más que nada. A título personal tengo que confesar que a mí me sirvieron para llenarme de rabia, de esta rabia que ahora hace que mis dedos caigan sobre las teclas mientras murmuro entre dientes ¡qué asco de mundo hemos hecho los humanos!

Porque quienes no sabemos de teologías ni tenemos gana alguna de saberlas, tenemos bastante claro que somos nosotros, los humanos, quienes hemos hecho este infierno que ahora compartimos con los amos del mundo, unos en calidad de señores y otros en la de esclavos o por lo menos vasallos. Y digo a plena conciencia «hemos hecho», porque estoy convencido de que sin nuestra colaboración los poderosos nada pueden. Somos las gentes con el alma dormida y anestesiada la conciencia quienes damos soporte a su maldad con tal de conseguir nuestro miserable «plato de lentejas».

Mientras me ocupaba en postear el escrito me sonaba extraña la pregunta que se hace o nos hace el valeroso cura que denuncia lo de Colombia: «¿Dios cuenta en nosotros con aliados incondicionales, hasta la muerte, para construir su mundo?»

Me quedé un buen rato pensando después de leerla, si las personas religiosas no debierais plantearos muy seriamente en que medida vuestras creencias no han contribuido a este estado de cosas al disociar el pensamiento religioso del profano. Marta y María, dos mundos completamente separados. Marta entregada con afán a los preparativos de la cena mientras María contemplaba embelesada a Jesús. Me pregunto si María no participaría luego de la mesa que preparó Marta, si se quedaría todo el tiempo contemplando a su adorado Maestro o si tomaría alguno de los alimentos que había preparado su hermana, la materialista, la que atendía las necesidades corporales antes que las espirituales. De ser así, haría como la mayoría de los clérigos que conozco, que viven para cuidar su espíritu y el de quienes les rodean, pero comen gracias al sudor de quienes escuchan sus sermones, y del de quienes no los escuchan ni quieren saber de ellos. Marta y María disociadas al extremo, hasta la pura esquizofrenia cuando coexisten en una misma persona o en una institución eclesiástica como las que por acá conocemos. Culto divino por encima de todo. Opción por los pobres en el mejor de los casos. Connivencia con los poderes terrenales, siempre, por lo menos en las altas esferas. ¡Oh Dios, si existes, qué incomprensible eres! Si más no para mí.

No quisiera que esta expresión mía de rabia que brota de mi indignación profunda escandalizase ni hiriese a ninguna de las personas que leéis este espacio. Pero no puedo por menos que clamar en contra de quienes desde el poder eclesiástico permanecen quietos y silenciosos, con una quietud y un silencio que les hace cómplices de este permanente terrorismo contra la población más pobre y desprotegida del mundo que llevan a cabo los estados que se autodenominan democráticos y civilizados.

«¿Quién está dispuesto a venir a Tumaco para ayudar?», preguntaba ese pobre cura. ¿Cómo va a estar dispuesto nadie a ir derecho a la muerte a menos que vaya en ello la vida de sus seres más queridos?, me pregunto yo.

No sirve, en mi opinión este cristianismo cultista y mistérico para cambiar el mundo. No sirve porque no es creíble ya para la mayoría de las gentes. Y para las que creen, éste es un «valle de lágrimas» y la felicidad verdadera va a estar en la otra vida, en un más allá que hallaremos después de la muerte. ¡Qué pena! ¡Qué pena más profunda y qué rabia!

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