Por noticias que nos llegan de América Latina sabemos que
las fuerzas del mal se confabularon para hacer que caiga cuanto antes sobre el
pueblo sencillo el más crudo invierno. En Argentina los tarifazos del gas y la
electricidad hacen que gran cantidad de gente no pueda prender las estufas. No
es casualidad lo que está ocurriendo. Allá por los años cuarenta del pasado
siglo, el británico Winston Churchill dijo que Argentina era un peligro para
quienes aspiran a dominar el mundo. De destruir ese peligro, pues, se trata.
Los equipos de cipayos de los amos del mundo se
confabulan contra el pueblo a fin de someterlo. Nada nuevo. Pero ahora, con el
auxilio de los grandes medios de desinformación aúnan fuerzas para destruir
todo atisbo de rebeldía, como lo es la “peligrosa” revolución bolivariana que
inició Hugo Chávez. El fin es hacer que América Latina sea cuna de esclavos y
su territorio un coto de caza para las grandes corporaciones mercantiles del
imperio USA.
La confabulación es a nivel mundial. No hay territorio ni
país que escape a ella. Ni siquiera en el viejo mundo. Acá descendieron los
salarios hasta generalizar el mileurismo, pero no llegó todavía el invierno de
la pobreza. Será quizá por eso que con una inconsciencia colectiva digna del
más severo reproche, estamos dejando que las fuerzas del mal progresen. No hace
frío todavía y, al igual que la cigarra de la fábula, cantamos felices sin
temor a que esa nueva era glacial que amenaza al mundo entero nos alcance.
Craso error. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a
remojar”, dice el viejo refrán.
Pero no. No parece que advirtamos nada. Una vez más se
cumple aquello de que nadie escarmienta en cabeza ajena. Nadie aprende nada del
sufrimiento que padecen los demás. Fascismos y nacionalismos ocupan las
primeras páginas de la actualidad política. Para nada se ocupan los grandes
medios de persuasión de los problemas que asedian a la gente del pueblo. Los
ignoran, para que el público en general los ignore también, porque para la gran
mayoría de la gente lo que no está en la pantalla de la TV, no existe.
En España triunfa una moción de censura sobre M. Rajoy,
el presidente de un partido carcomido por la más absoluta corrupción. En
Cataluña se sigue con el independentismo y la pelea con los poderes del Estado,
como si eso fuese lo más importante que políticamente se debiera atender. Y la
pregunta que nos hacemos es si cabe esperar que el gobierno de Pedro Sánchez cambie
de rumbo o si va a seguir generando esas grandes cortinas de humo que impiden
ver, cual espesa niebla, hacia dónde nos llevan.
El nuevo presidente autonómico catalán Joaquim Torra no
parece estar muy preocupado por las necesidades del pueblo. La independencia
patria lo absorbe por completo. Noticias, comentarios, pronósticos de continuas
batallas entre las fuerzas estatales y las independentistas acaparan las
pantallas y los parlantes de informativos y redes sociales. Acá, como en la
mayor parte de los países constitutivos de lo que llamamos mundo democrático,
la política se plantea como una competición deportiva, con sus alardes y sus
colectivos de fervientes seguidores y ultras. Mundo idiota, diría Mafalda.
No hace falta ser agorero para ver que la humanidad ha
perdido el Norte. Destruimos la naturaleza a velocidad de vértigo. Nos
aferramos a una forma de vivir cada vez más insolidaria dominada por la locura
de la competición. Nos estupidizamos colectivamente mediante continuos
espectáculos circenses de los que la competición política es uno más. Una
política sin contenidos, sin programas debidamente expuestos y reflexionados,
basada en la publicidad, en la atracción de la imagen, en la falsedad, en la
cínica mentira.
Inmersos permanentemente en una espesa niebla de desinformación
y continuas distracciones que cualificados especialistas diseñan y realizan, no
vemos el invierno glacial que se nos avecina. Quienes lo gestan tienen sumo
cuidado en írnoslo administrando gradualmente, paso a paso, en dosis asumibles
por la parte de población que les es favorable. Y así estamos como las ranitas
del cuento, que metidas en un caldero de agua fresquita no se daban cuenta de
que debajo había un fogón que calentaba el agua lentamente hasta el punto de
que iban a ser cocinadas.
Se atribuye a Albert Einstein aquello de que el universo
y la estupidez humana no tienen límites. En lo concerniente al universo es algo
que está por ver, pero es absolutamente cierto en cuanto a la estupidez. Lo
grave es que en ella va incluida la maldad. La estúpida maldad que conlleva la
soberbia, ese necio afán de ser más que los demás, de acaparar riquezas y poder
en vez de colaborar para que nadie le falte lo necesario.
Quienes perversamente controlan el mundo han logrado que
caigamos en la idolatría. Adoramos el poder, la riqueza, el éxito personal.
Ciframos nuestra felicidad en triunfos que nos separan de los demás. Hemos
abandonado el sentido de lo colectivo para sumirnos en la más absoluta
individualidad. Es el camino de la derrota, la infelicidad y el sufrimiento inevitables.
Es urgente abandonar ese paradigma que nos deshumaniza. O
apostamos pronto por el bien común o el invierno más glacial acabará con la
humanidad entera. /PC
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