La disolución de la banda armada vasca ETA, acto avalado
por mediadores internacionales el pasado 4 de mayo en la localidad
vascofrancesa de Cambo-les-Bains, ha dado lugar a los más diversos y polémicos
comentarios. Los más de ellos tienen en común la pretensión de estar cargados
de razón y aun la de ser la única razón aceptable.
Buscar la verdad en narrativa política es una tarea tan
ardua como la de buscar una aguja en un pajar. En ese vasto dédalo de mentiras y
medias verdades, la certeza está más sujeta a lo emocional que a la objetiva
observación de lo acontecido. Quienes analizan los hechos ven lo que quieren
ver e ignoran lo que quieren ignorar. Quienes se adhieren a uno u otro relato
lo hacen en función del ascendente emocional del medio por el cual les llega. Y
tan solo una ínfima parte de la población se toma la tarea de investigar en los
medios que tiene a su alcance confrontando puntos de vista diversos.
Nos atrevemos a afirmar, sin temor a equivocarnos, que la
mayor parte de la información que recibe la gente es un amasijo de mentiras y
medias verdades, más o menos bien elaborado, pero siempre a conveniencia de
quienes las difunden. También, que la opinión pública es el resultado de un
continuo bombardeo de esa mezcla hábilmente revuelta con contenidos hondamente
emocionales. Y que nadie, absolutamente nadie, está a salvo de ese penoso
bombardeo.
Una vez más podemos observar cuanto acabamos de exponer
en todo lo que nos llega acerca de la disolución de ETA. La denominación “banda
terrorista” es el denominador común con que se adjetiva a esa organización
armada. Un calificativo que, a nuestro ver, tiene como fin condenar de antemano
no tan solo todas sus actuaciones sino también sus personales motivos.
Vaya por delante que no estamos en absoluto por la lucha
armada. Rechazamos de pleno todo asesinato, sea cual sea el motivo y la forma
de cometerlo. Matar, torturar o causar daño a otro ser humano para imponer la
propia voluntad nos parece de todo punto inaceptable. Por eso consideramos que
tan criminal es poner una bomba en un centro comercial concurrido como bombardear
una población llena de gente. Tan reprobable es, a nuestro ver, una
reivindicación política que recurre al terrorismo como la que recurre a una
guerra. Es por eso que nos duele esta condena pública del terrorismo de ETA sin
condenar a un tiempo la sanguinaria guerra y la horrible represión que le
precedieron y que de algún modo lo motivaron.
La historia la escriben siempre los vencedores, nunca o
raramente los vencidos. Lo mismo ocurre con la narración de los acontecimientos.
Quienes ejercen el control de los medios de difusión imponen el relato.
Todo está cuidadosamente controlado, desde las palabras
hasta el modo de pronunciarlas, la música de fondo si la hay, el entorno visual
que las acompaña, el lugar que ocupa la noticia en los periódicos, todo,
absolutamente todo. Cualificados equipos de profesionales cuidan de todos los
detalles que pueden contribuir a modificar el impacto emocional de lo narrado.
El control de la opinión pública es el objetivo a lograr y la resistencia
personal de las mentes receptoras es el obstáculo a superar. Los poderosos
saben bien que la cadena que mejor esclaviza es la que se forja en la mente del
esclavo.
Cuatro décadas de férrea dictadura y una limpieza
ideológica que ocupa el tercer lugar en los genocidios europeos del siglo XX no
bastaron para eliminar definitivamente todo pensamiento contrario al de los golpistas,
pero sí dejaron muy mermada la disidencia. Tanto, que han sido necesarias otras
cuatro décadas de pseudodemocracia para que una buena parte del pueblo empiece
a desear el fin de toda tiranía y piense en hallar formas no violentas de combatir
la arbitrariedad del poder. De ahí que en el momento presente el poder siga
arremetiendo contra la libertad de expresión con tanta saña como en tiempos de
la dictadura.
Decíamos renglones más arriba que lamentamos que nadie en
representación del Estado español condene aún a día de hoy a los golpistas que
iniciaron la guerra civil española que tantas víctimas causó. Lo lamentamos por
cuanto hemos expuesto, pero ahora añadiremos algo más. Estamos firmemente
convencidos de que esa condena no se ha producido porque quienes en realidad
han venido gobernando desde el fin de la dictadura hasta el día de hoy comparten
la misma ideología de los golpistas. No hay más que ver sus políticas
antisociales y el autoritarismo que exponen a la hora de resolver conflictos
políticos.
Quienes con profundo respeto por la dignidad humana
condenamos toda violencia no podemos dejar de condenar el silencio de esa parte
de población española que no muestra rechazo a la violencia institucional del
actual Estado español, empezando por la destructora narrativa oficial.
Lamentamos el proceder de quienes gobiernan, pero sobre todo lamentamos el de
esas gentes cuya parcialidad les hace ver la mota en el ojo ajeno pero no la viga
en el propio. /PC
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