miércoles, 18 de abril de 2018

Clamores de República en el Reino de España


El pasado día 14 de este mes de abril, primavera en el hemisferio boreal, conmemoramos en España el 87 aniversario de la proclamación de la Segunda República Española. Aquel acto prometía hacer realidad el cúmulo de anhelos agolpados en el alma de una gran parte de la población que rechazaba la arbitrariedad de quienes venían gobernando hasta entonces.

Poco tardaron las fuerzas reaccionarias de la España profunda en declararle la guerra a esas nobles aspiraciones de justicia social y a cuantas acciones en pro de un mundo mejor se emprendieron a partir de aquella fecha. La intolerancia y la maldad entronizadas en el corazón de gran parte de las clases bienestantes hicieron que no se resignasen a perder unos privilegios que condenaban a la pobreza a la mayor parte de la población española. Un golpe militar abrió la puerta a tres luctuosos años de guerra civil que culminó con el triunfo de los golpistas.

En aquella guerra se aunaron todas las fuerzas del mal que tenían poder en aquellos tiempos. Los militares golpistas españoles contaron con la ayuda material de la Alemania nazi y la Italia fascista. La Inglaterra y la Francia burguesas colaboraron con ellos embargando productos de primera necesidad que el legítimo gobierno republicano español les compraba. Y otro tanto, aunque no de forma clara y formal, hizo la Unión Soviética que, bajo las órdenes del dictador Stalin, demoró el suministro de armamento a las fuerzas republicanas hasta que estuvieron eliminados los combatientes de las milicias libertarias españolas. Nadie quería cambios en aquel mundo de injusticia, salvo quienes la padecían.

Los años de la guerra civil y los de la cruel dictadura que siguieron fueron una auténtica cacería de brujas. Todo atisbo de pensamiento contrario al fascismo imperante fue condenado a muerte. Miles de asesinatos ensangrentaron las manos de quienes se hicieron con el poder. El régimen de terror que impuso aquella dictadura se proponía la desideologización del pueblo. Y hay que reconocer que casi lograron su objetivo porque durante cerca de ocho décadas han mantenido el orden que impusieron.

Pero las victorias no son caminos para la paz porque nunca las derrotas son definitivas. Por más que se quiera someter a un pueblo y extirpar de su alma el afán de justicia, este rebrotará tarde o temprano. Quienes apuestan por la injusticia tienen que abarcar tantos ámbitos que por un lado u otro se les abrirán frentes. Tal es el caso de la revuelta independentista catalana. Cinco siglos de permanente humillación han dejado huellas profundas en el alma del pueblo, el cual se rebela y clama por una República Catalana independiente del Estado español opresor.

Hay puntos en común entre aquel pueblo republicano español de los años treinta y el del pueblo catalán actual. Ambos claman contra la injusticia institucional y contra la podredumbre moral de quienes ejercen el poder. Nadie quiere ser esclavo de nadie. La libertad es un bien irrenunciable, por más que la astucia capitalista la quiera intercambiar por los abalorios de una sociedad consumista.

La República Española proclamada en 1931 fue derrotada por el fascismo y la intolerancia. El espíritu que animaba a los políticos republicanos era transformador de leyes y normas, pero no era revolucionario, no aspiraba a transformar en profundidad el orden social. No obstante, con fines electoralistas, para ganarse el favor del pueblo, hicieron promesas que iban más allá de lo que se proponían hacer. Cuando el pueblo exigió lo prometido se echaron atrás. Podríamos decir que, en cierto modo, engañaron al pueblo. Pero aun así, tras la rebelión militar, el pueblo se organizó y lucho al lado de la República contra los fascistas golpistas.

Acá en Catalunya vemos hoy día algo similar. Los políticos que promovieron la revuelta independentista sabían bien que la independencia no era posible, que tenían frente a ellos un Estado poderoso al cual no podrían vencer. Pero durante cinco años, mediante un bien estudiado proceso desinformativo, le hicieron creer al pueblo que sí era posible. Y el pueblo lo creyó y se lanzó a por la tan anhelada República Catalana, la cual fue proclamada por el Parlamento Autonómico de Cataluña presidido por Carles Puigdemont el pasado 27 de octubre. El Estado español declaró de inmediato inconstitucional tal declaración y puso en marcha todos sus mecanismos jurídicos para detener lo que consideró una ilegalidad.

No es probable que esa República Catalana, a la cual una gran parte del pueblo catalán aspira, pueda llegar a buen fin. Parece tan imposible como las aspiraciones del pueblo que apostó por quienes proclamaron la Segunda República Española. Todas las fuerzas políticas europeas están hoy de parte del Estado español como estuvieron entonces al lado de los golpistas, porque ese era entonces y es ahora el modo de garantizar la continuidad del sistema establecido.

La lucha por la dignidad del ser humano en un mundo en manos de seres deshumanizados es cruel y dura. No en vano los violentos se han preparado siempre para ejercer la razón de la fuerza, en tanto que quienes aman la paz y la justicia han cultivado el amor y la fuerza de la razón. Pero estamos convencidos de que con triunfo o sin él, la actual rebelión catalana no será inútil. Aumentará el número de agravios, refrescará la memoria y enardecerá los ánimos de otros combatientes que seguirán a los de ahora.

La vida es confrontación, esfuerzo y lucha. Si algún día quienes pelean por un mundo mejor bajasen los brazos y se rindiesen, la humanidad entera perecería, porque el planeta Tierra quedaría por completo en manos de codiciosos y violentos. /PC

Publicado en ECUPRES
https://ecupres.wordpress.com/2018/04/23/clamores-de-republica-en-el-reino-de-espana/

lunes, 2 de abril de 2018

Crítica y alabanza del independentismo catalán


Cuando la ley es injusta, rebelarse es un deber.


La persecución estatal al independentismo catalán está en su punto álgido. Líderes encarcelados y otros en búsqueda y captura. Es evidente que el gobierno español está dispuesto a liquidar esa aspiración política por vía carcelaria. Los primeros encarcelados han sido Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, presidentes de las organizaciones Omniun Cultural y Assemblea Nacional Catalana respectivamente, a quienes se acusa de organizar y dirigir manifestaciones violentas, una acusación falsa por cuanto que en ningún momento hubo tal violencia.

El gobierno español apela a la legalidad vigente. Pero desde una perspectiva de derechos humanos esa legalidad es cuestionable en grado sumo. Manifestarse públicamente debe ser un derecho en toda democracia, por lo cual organizar y dirigir manifestaciones no puede ser delito. Y desde la misma perspectiva, los delitos de sedición y rebelión que contempla el código penal español tampoco tienen razón de ser en un Estado democrático. La Ley a la cual apela la justicia española para encarcelar a líderes independentistas es injusta a todas luces. Luego si injustamente se persigue al independentismo catalán, ¿no es esa injusta persecución razón más que suficiente para que el pueblo catalán quiera librarse de la tiranía española?

Lo propio de las dictaduras no es tan solo que se hayan impuesto con violencia sino que con violencia permanecen y niegan derechos fundamentales. Eso tiene en común la actual democracia española con la dictadura que la precedió. Leyes injustas impuestas bajo la amenaza de las armas que sirven a gobernantes y jueces para imponer su voluntad a toda la población. Ninguna opción de disenso. Ningún resquicio a la protesta. El aparato represor del Estado blinda el inmovilismo legislativo y garantiza la sumisión de la ciudadanía.

Casi cuatro décadas de un régimen de terror, tras un genocidio que acabó con miles y miles de personas asesinadas, de las cuales más de ciento veinte mil permanece aún hoy día en paradero desconocido, configuraron un pensamiento colectivo de docilidad extrema. Rojos e insumisos habían desaparecido para siempre del panorama político y social español. La brutal limpieza ideológica fue completada por la Iglesia nacional-católica que lavó las mentes de las nuevas generaciones  durante los años de la dictadura. A la muerte del dictador la sumisión estaba asegurada. Solo hizo falta un poco de maquillaje para darle forma de democracia a lo que seguía siendo la dictadura de los mismos poderes fácticos. Gatopardismo cien por cien. Apariencia de cambio sin que el poder real cambiase en absoluto de mano.

El individualismo implantado por el capitalismo mediante la competencia  profesional, más el consumismo como forma de vida aseguraron la paz social hasta que apareció la crisis. Pero aun en plena debacle económica, la inercia y la carencia de organizaciones políticas capaces de aunar el descontento para generar protestas mantuvo la calma hasta que en 2010 explotó la primavera árabe y, como un eco, aparecieron en el estado español en 2011 los indignados.

En Cataluña las protestas se centraron en las privatizaciones de servicios públicos y recortes presupuestarios que llevaba a cabo el gobierno autonómico presidido por Artur Mas. Hubo acampada de indignados en la Plaza de Cataluña y una gran manifestación cercó el parlamento catalán impidiendo el acceso al presidente al pleno parlamentario. Hubo represión policial y detenciones.

En ese momento el gobierno catalán de derechas necesitaba desviar el malestar del pueblo hacia un enemigo externo, para lo cual acusó al gobierno español de todos los males que justificaban las protestas y organizó una gran manifestación independentista que tuvo lugar en 2012 el 11 de setiembre, día de la Nación Catalana. Al presidente español Mariano Rajoy le fue como anillo al dedo ese movimiento separatista que amenazaba la unidad de España, de modo que a partir de ese momento el independentismo catalán se convirtió en tema casi único de la política española en los medios de comunicación españoles y catalanes.

El pueblo catalán se adhirió sin demasiada crítica a un movimiento que prometía librarlo de la tiranía del estado español. Un continuo de festejos cada once de setiembre, un gallardo flamear de banderas estrelladas en balcones y azoteas, una presencia casi permanente del independentismo en TV y prensa autonómicas catalanas, conferencias de prestigiosos personajes, mítines… Una esplendente movilización enardecía los ánimos de un pueblo que llevaba mucho tiempo sintiéndose humillado por el estado español. Lástima que en el origen de todo ese movimiento, más que un afán de justicia hubiese el espurio interés de un partido político, algo que los organizadores se cuidaron bien de ocultar y que la mayor parte del pueblo no supo ver.

A día de hoy el caos se está apoderando del independentismo catalán. Encarcelados los dirigentes y moderadores de las manifestaciones callejeras quedan estas sin líderes que las contengan. El riesgo de que la insensatez tome las riendas de las protestas populares es alto. Cortes de calles y de rutas, invasión de edificios oficiales, agresión a la policía… Nada más desfavorable al independentismo y más favorable a los represores. Si a la fuerza del Estado le añadimos el desacierto de quienes lo enfrentan, el desenlace resulta fácilmente previsible.

Pero lo perverso de las guerras consiste en que no es posible mantenerse neutral sin encontrarse entre dos fuegos. Hay que elegir enemigo, se quiera o no. Se está con el Estado represor o se está con el pueblo que reclama sus derechos aunque los reclame mal. No hay más. La violencia institucional genera indignación y lamentables respuestas violentas. Quienes administran el poder del Estado deben reflexionar y cambiar de actitud. De no hacerlo, la paz no llegará, porque son ellos quienes están llamando a la guerra. ¿Quién sino el Estado español lleva años desoyendo los reclamos del pueblo catalán? ¿Quién encarcela sin razón a los líderes independentistas?

A poco realistas que seamos vemos que esta revuelta catalana tiene muy pocas posibilidades de triunfar. Empezó con el engaño del partido de derechas catalán que mintió en cuanto a sus objetivos. Siguió con una estrategia errónea al no ofrecer nada que pudiese motivar a las capas más desfavorecidas de la población, las cuales son mayormente de origen español. Y se equivocó por completo al declarar unilateralmente la independencia. Pero sea cual sea el resultado final, la aventura independentista habrá servido para evidenciar el talante dictatorial del estado español y la intolerancia de quienes lo regentan. Y aun cuando el independentismo pierda esta guerra, puede muy bien ser que salga reforzado, porque ni las victorias ni las derrotas son definitivas. Solo la paz es duradera si se fundamenta en los principios de fraternidad, igualdad y libertad. /PC