El pasado día 14 de este mes de abril, primavera en el
hemisferio boreal, conmemoramos en España el 87 aniversario de la proclamación
de la Segunda República Española. Aquel acto prometía hacer realidad el cúmulo
de anhelos agolpados en el alma de una gran parte de la población que rechazaba
la arbitrariedad de quienes venían gobernando hasta entonces.
Poco tardaron las fuerzas reaccionarias de la España
profunda en declararle la guerra a esas nobles aspiraciones de justicia social
y a cuantas acciones en pro de un mundo mejor se emprendieron a partir de
aquella fecha. La intolerancia y la maldad entronizadas en el corazón de gran
parte de las clases bienestantes hicieron que no se resignasen a perder unos
privilegios que condenaban a la pobreza a la mayor parte de la población
española. Un golpe militar abrió la puerta a tres luctuosos años de guerra civil
que culminó con el triunfo de los golpistas.
En aquella guerra se aunaron todas las fuerzas del mal que
tenían poder en aquellos tiempos. Los militares golpistas españoles contaron
con la ayuda material de la Alemania nazi y la Italia fascista. La Inglaterra y
la Francia burguesas colaboraron con ellos embargando productos de primera
necesidad que el legítimo gobierno republicano español les compraba. Y otro
tanto, aunque no de forma clara y formal, hizo la Unión Soviética que, bajo las
órdenes del dictador Stalin, demoró el suministro de armamento a las fuerzas
republicanas hasta que estuvieron eliminados los combatientes de las milicias
libertarias españolas. Nadie quería cambios en aquel mundo de injusticia, salvo
quienes la padecían.
Los años de la guerra civil y los de la cruel dictadura que
siguieron fueron una auténtica cacería de brujas. Todo atisbo de pensamiento
contrario al fascismo imperante fue condenado a muerte. Miles de asesinatos
ensangrentaron las manos de quienes se hicieron con el poder. El régimen de terror
que impuso aquella dictadura se proponía la desideologización del pueblo. Y hay
que reconocer que casi lograron su objetivo porque durante cerca de ocho
décadas han mantenido el orden que impusieron.
Pero las victorias no son caminos para la paz porque nunca
las derrotas son definitivas. Por más que se quiera someter a un pueblo y
extirpar de su alma el afán de justicia, este rebrotará tarde o temprano. Quienes
apuestan por la injusticia tienen que abarcar tantos ámbitos que por un lado u
otro se les abrirán frentes. Tal es el caso de la revuelta independentista
catalana. Cinco siglos de permanente humillación han dejado huellas profundas
en el alma del pueblo, el cual se rebela y clama por una República Catalana
independiente del Estado español opresor.
Hay puntos en común entre aquel pueblo republicano
español de los años treinta y el del pueblo catalán actual. Ambos claman contra
la injusticia institucional y contra la podredumbre moral de quienes ejercen el
poder. Nadie quiere ser esclavo de nadie. La libertad es un bien irrenunciable,
por más que la astucia capitalista la quiera intercambiar por los abalorios de una
sociedad consumista.
La República Española proclamada en 1931 fue derrotada
por el fascismo y la intolerancia. El espíritu que animaba a los políticos republicanos
era transformador de leyes y normas, pero no era revolucionario, no aspiraba a transformar
en profundidad el orden social. No obstante, con fines electoralistas, para ganarse
el favor del pueblo, hicieron promesas que iban más allá de lo que se proponían
hacer. Cuando el pueblo exigió lo prometido se echaron atrás. Podríamos decir
que, en cierto modo, engañaron al pueblo. Pero aun así, tras la rebelión militar,
el pueblo se organizó y lucho al lado de la República contra los fascistas golpistas.
Acá en Catalunya vemos hoy día algo similar. Los
políticos que promovieron la revuelta independentista sabían bien que la
independencia no era posible, que tenían frente a ellos un Estado poderoso al
cual no podrían vencer. Pero durante cinco años, mediante un bien estudiado
proceso desinformativo, le hicieron creer al pueblo que sí era posible. Y el
pueblo lo creyó y se lanzó a por la tan anhelada República Catalana, la cual
fue proclamada por el Parlamento Autonómico de Cataluña presidido por Carles
Puigdemont el pasado 27 de octubre. El Estado español declaró de inmediato
inconstitucional tal declaración y puso en marcha todos sus mecanismos
jurídicos para detener lo que consideró una ilegalidad.
No es probable que esa República Catalana, a la cual una
gran parte del pueblo catalán aspira, pueda llegar a buen fin. Parece tan
imposible como las aspiraciones del pueblo que apostó por quienes proclamaron la
Segunda República Española. Todas las fuerzas políticas europeas están hoy de
parte del Estado español como estuvieron entonces al lado de los golpistas,
porque ese era entonces y es ahora el modo de garantizar la continuidad del
sistema establecido.
La lucha por la dignidad del ser humano en un mundo en
manos de seres deshumanizados es cruel y dura. No en vano los violentos se han
preparado siempre para ejercer la razón de la fuerza, en tanto que quienes aman
la paz y la justicia han cultivado el amor y la fuerza de la razón. Pero
estamos convencidos de que con triunfo o sin él, la actual rebelión catalana no
será inútil. Aumentará el número de agravios, refrescará la memoria y enardecerá
los ánimos de otros combatientes que seguirán a los de ahora.
La vida es confrontación, esfuerzo y lucha. Si algún día quienes
pelean por un mundo mejor bajasen los brazos y se rindiesen, la humanidad
entera perecería, porque el planeta Tierra quedaría por completo en manos de codiciosos
y violentos. /PC
Publicado en ECUPRES
https://ecupres.wordpress.com/2018/04/23/clamores-de-republica-en-el-reino-de-espana/
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