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martes, 3 de septiembre de 2019

El poder de las fantasías



Desde los más remotos tiempos, el ser humano ha seguido las sendas que le marcaban sus fantasías. A impulso de ellas ha emprendido viajes, ha explorado parajes desconocidos, ha construido ciudades y caminos, ha declarado guerras, ha sometido a congéneres y se ha sometido a sí mismo. Diríase que fantasear ha sido y es una forma de vivir de antemano en la imaginación lo que luego se va a vivir en la realidad.

Allá por la Edad Media, en nuestro mundo cristiano, los muros de las iglesias románicas estaban cubiertos de pinturas que representaban símbolos religiosos y escenas de intención catequética. Pinturas admirables, de bello y vistoso colorido, que cautivaban la mirada de quienes las contemplaban. Escenas cargadas de emoción que removían los sentimientos de los fieles y dejaban su mente en situación de vulnerabilidad ante los sermones de los clérigos.

Pinturas murales, relieves escultóricos en pórticos, retablos y capiteles, celebraciones cargadas de magnificencia, procesiones, cantos, escenificaciones de admirables episodios protagonizados por personajes santos y aun divinos se unían a las pinturas y daban soporte a unas fantasías en las que el premio a la sumisión a la Ley de Dios era la felicidad en el más allá, en tanto que la transgresión comportaba el castigo perpetuo.

Nadie escapaba a la justicia divina. La esperanza se unía al temor en el empeño por someter a la población creyente. Para su bien, decían los clérigos. Para que cuando muriesen fuesen al Cielo, a ese lugar imaginario donde todo es felicidad, donde no hay pena ni sufrimiento alguno. Donde las almas bienaventuradas gozan indefinidamente de la presencia del Divino Creador. Pero, ¿era ese el propósito de los clérigos o quizá estaban al servicio de los poderes terrenales más que del Dios que predicaban?

Con el paso de los años, conforme el raciocinio fue dejando a un lado la credulidad, el pensamiento religioso fue perdiendo fuerza. No es que desapareciese pero la conducta de la clerecía, siempre al lado de los poderes terrenales que oprimían al pueblo, fue cuestionada cada vez más por la población oprimida. De ahí que los opresores buscasen otras formas de controlar la conducta de las masas y, sin dejar de lado la violencia, tomasen ejemplo de la clerecía y confiasen a la fantasía la tarea de someterlas.

Los avances tecnológicos pusieron al servicio de los poderes terrenales herramientas de comunicación como la radio y el cinematógrafo, las cuales superaron en mucho las de los clérigos. La radio llegaba a todos los hogares y, en las grandes salas de cine, las imágenes y el sonido despertaban la admiración de las gentes y estimulaban la acción de las neuronas espejo en sus cerebros. Para bien y para mal, los usos y costumbres que mostraba la pantalla se tornaban moda en la población.

La tecnología siguió avanzando y hoy lo audiovisual llega a todos los rincones del planeta Tierra, penetran en todos los hogares y formatean la mente de la mayor parte de las gentes. El placer, el bienestar y la felicidad aquí y ahora son oferta continua en los audiovisuales que bombardean las mentes de las clases menos favorecidas. El deseo despierta y los cerebros se disparan a fantasear.

Escasas y raras son hoy día las mentes que se libran de las fantasías gestadas por la publicidad. El deseo de conducir el último modelo de una determinada marca de automóvil o de gozar de lujos que la realidad no concede puede ser tan fuerte como para comprometer buena parte del salario a fin de satisfacerlo.

Un día tras otro durante veinticuatro horas, la publicidad va creando fantasías que esclavizan a las gentes. El consumismo se impone en la forma de vivir actual. Poseer lo que la publicidad señala es necesario para alcanzar aceptación social: un auto acorde con el estatus social al cual se aspira, un vestir también adecuado y todo cuanto configura la imagen que la TV ha imbuido en la cabeza de sus televidentes.

Para adquirir lo que la fantasiosa forma de vivir señala hay que conseguir dinero, lo cual significa tener que trabajar para quienes lo poseen. Cuanto mayor sea el servicio mayor será la retribución. Cuanto más beneficio dé a los amos más posibilidades tendrá de satisfacer las fantasías que la TV despertó en su mente y mayor será el estatus social que podrá alcanzar.

Todo está diseñado y programado para que las clases humildes se pongan incondicionalmente al servicio de las adineradas. Los programas de estudio, desde el jardín de infancia a la universidad, llevan a la forma de vivir que el capitalismo más feroz e individualista dispone. La esclavitud sigue vigente en todo el orbe capitalista. Tan solo un porcentaje muy bajo de la población lucha por romper esas terribles cadenas.

Los poderes terrenales siguen imponiendo hoy día su voluntad a las masas del mismo modo que la imponían en aquellos lejanos tiempos de la Edad Media: mediante una forma de vida ineludible, imposible de zafar porque la estructura no lo permite, y un universo mental de pura fantasía. Fantasías religiosas antaño, puro hedonismo hogaño. Felicidad a cambio de sumisión ayer y ahora.

No es que en el largo recorrido de la historia no hayan surgido personajes y gentes que hayan iniciado proyectos liberadores. Mentes que han imaginado sociedades más justas, más solidarias, más acordes con la dignidad humana, las ha habido y las hay en el mundo religioso y en el profano. Pero los poderes fácticos han puesto siempre su empeño en neutralizarlas.

Hoy vemos que la mayor parte de las naciones está gobernada por personajes que parecen dementes. Con tal de afianzar su poder siembran miseria y muerte en el mundo entero y destruyen cuanto se opone a sus designios. ¿Cómo entender la ambición de quienes tienen mucho más de lo necesario? ¿Qué fantasías anidarán en sus cerebros?

A impulso de las fantasías el ser humano ha desarrollado, durante siglos,  eso que llamamos “progreso”. ¿Serán también ellas, las fantasías de los poderosos, la causa y motor de la destrucción de la humanidad entera? /PC


viernes, 3 de mayo de 2019

De la teocracia fascista a la manipulación capitalista



Los años pasan. Las fechas caen y se desvanecen. Las nuevas generaciones no heredaron la memoria de sus progenitores. Cada ser humano vive su vida, no la de quien lo engendró ni la de quien lo parió. Las luchas de la abuela y del abuelo son lejanas historias sin apenas significado para quienes en su niñez las escucharon, que cada vez son menos.

Pasó la Semana Santa de antaño con sus lutos y su dictatorial imposición de silencio. Con sus procesiones de devoción profunda, sus penitentes de pies descalzos y tobillos encadenados. Misterios de dolor y viacrucis. Banderas a media asta y con crespones. España entera penaba por la muerte de Jesucristo Nuestro Señor, que sufrió martirio y entregó su vida para redimir nuestros pecados.

En aquellos tiempos en que el poder de la Iglesia se manifestaba a través de las leyes y disposiciones del gobierno, cualquiera podía ser detenido por la denuncia de alguien adicto al régimen. Un beso amoroso en un lugar público podía acabar en la comisaría de policía. El adulterio de la mujer (nunca del hombre) comportaba una condena de varios años de cárcel. El respeto a la moral católica era de obligado cumplimiento en la España del nacionalcatolicismo fascista.

En la escuela se enseñaba el Catecismo de la Doctrina Cristiana. Se rezaba por las mañanas antes de comenzar las clases, tras haber izado la bandera y cantado el himno nacional. También se rezaba todas las tardes del mes de mayo el santo rosario y se cantaban alabanzas a la Santísima Virgen María Madre del Redentor: “Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María que madre nuestra es”. Se iba a misa todos los primeros viernes de mes para que niños y niñas pudiesen comulgar y así ganarse el Cielo, según promesa del Sagrado Corazón de Jesús.

Pasaron los años. Cayó la dictadura y apareció la democracia, como por ensalmo, en esta  España reducto de los valores eternos. Reliquias tan sagradas como el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús, cuyos restos descansan en Alba de Tormes, dejaron de aparecer en los noticiarios. El Cielo de la Santa Madre Iglesia fue sustituido en la televisión por el de la meteorología. Obispos, cardenales y curas predicadores dieron paso a periodistas y publicistas fieles al sistema. El consumismo había llegado ya para instalarse y en cada hogar había televisor, caballo de Troya del capitalismo.

Se trocó el luto por el disfrute. La Semana Santa es tiempo de vacaciones. Las procesiones son puro espectáculo. El final de la teocracia es bendecido por agencias de viajes, hoteles y restaurantes, publicistas, constructoras y vendedoras de automóviles, accionistas de autopistas y una retahíla de pequeños y grandes negocios que vacían los bolsillos de quienes se les acercan. Sin olvidar los bancos, pues hay quien se endeuda para poder gastar.

En principio, el mundo entero debiera festejar ese paso del oscurantismo religioso al predominio de ese hedonismo que tanto denostó el catolicismo que nos oprimía. Pero vale la pena que nos detengamos a reflexionar.

El continuo dispendio que nuestra actual forma de vida exige lleva consigo la necesidad de ingresar dinero, lo cual hace que la gente se someta a las exigencias de quienes se lo ofrezcan a cambio de horas de trabajo. Los medios de producción y de distribución de productos básicos están hoy más que nunca en manos de grandes empresas capitalistas. La población rural autosuficiente ha sido eliminada. La gente vive mayormente en aglomeraciones urbanas. La dependencia del dinero es absoluta y con ella lo es el poder de quienes regentan los puestos de trabajo. A más necesidad de la gente, más posibilidades de abusar de ella.

Los grandes medios de difusión informativa están en manos del sistema. Ninguna noticia que pueda perjudicar los intereses de las clases dominantes es emitida. Tampoco lo es ninguna opinión que les sea adversa. Tanto la forma de vida como el control de los informativos tienden a configurar el modo de pensar que más conviene a las clases privilegiadas.

Por si eso no bastase, ante el ineludible pragmatismo que vivir exige, toda la enseñanza se ha organizado para instruir a la población escolar según los conocimientos y habilidades que el servicio al sistema exige. Cualquier materia que no contribuya a ese fin ha sido descartada. Hay un claro menosprecio por las humanidades y por todo cuanto pudiera llevar a las nuevas generaciones a discrepar del pensamiento hegemónico.

El poder cambió la forma de asegurarse el dominio del pueblo, pero no renunció a ejercerlo. Si antes la religión hacía que la gente mirase al Cielo para que no tomase en consideración lo que ocurría en la Tierra, ahora la publicidad y los medios de difusión ofrecen paraísos terrenales a quienes mejor sepan servir al sistema. El lavado de cerebro se ha perfeccionado. Era más fácil zafarse de los sermones del clero que de las zalamerías del televisor y de las garras del consumismo.

Visto el panorama social desde esta perspectiva, el futuro no parece halagüeño. Pero la vida es imprevisible. El planeta Tierra se está volviendo cada día más inhabitable por la degradación que la codicia capitalista somete a la naturaleza. Las aguas se envenenan, el aire se enrarece. Llegará pronto un día en que no se podrá vivir. ¿Tomará entonces la gente conciencia de la maldad de quienes gobiernan y obrará en consecuencia? ¿O antes de que eso ocurra el pueblo habrá dicho basta de ignominia?

Nadie sabe lo que va a ocurrir. Pero la capacidad de razonar y la rebeldía son inherentes a la naturaleza humana y en ellas radica la esperanza. /PC

Publicado en ECUPRES
https://ecupres.com/2019/05/06/de-la-teocracia-fascista-a-la-manipulacion-capitalista/

domingo, 14 de abril de 2019

Dudas heréticas


El mundo en que vivimos es casi en su totalidad un territorio de guerra. Lo viene siendo ya desde muy antiguo. Quizá desde la prehistoria. Pero desde la Ilustración acá se suponía que la humanidad avanzaba por sendas de civilización y humano entendimiento. Hoy vemos que no. Los poderosos siguen sin poner freno a su desmesurado afán de hacerse los amos del mundo.

Ante la mucha falta de humanidad que nos aterra, el papa Francisco, como máxima autoridad de la Iglesia Católica Romana, lanza tibios mensajes conciliadores que dejan serias dudas del papel que toman él y la institución que preside. Un día pide apertura al gobierno cubano, es decir, libertad para el capitalismo. Otro le pide al gobierno venezolano que dialogue con la oposición, una oposición que no quiere diálogo sino hacerse con el poder para entregar el país y la nación al Imperio. Más tarde destituye a un obispo que denuncia una represión que lleva ya más de 350 asesinatos…

Nadie sabe de qué lado están el papa Francisco y la institución que preside. Pero no debe extrañarnos, porque la Iglesia Católica Romana ha sido pródiga en ambigüedad a lo largo de los siglos. Ha predicado humildad desde situaciones de poder. Ha alabado la pobreza mientras acumulaba patrimonio y riquezas. Ha predicado misericordia mientras se mostraba inmisericorde con quienes consideraba herejes.

Ante tales evidencias, no hace falta ser hereje para dudar de todo lo que esa “santa institución” ha predicado y predica. Entre los muchos interrogantes que nos asaltan, podemos señalar los siguientes:

¿Cómo sería nuestra civilización occidental, supuestamente cristiana, si la Iglesia Católica Romana se hubiese comportado de forma coherente con lo que los evangelios dicen que fue el mensaje de Jesús de Nazaret? 

¿Cómo serían los países de supuesta tradición católica si esa Santa Madre Iglesia no hubiese colaborado, por activa y por pasiva, con los muchos gobiernos criminales que a lo largo del tiempo han tenido que soportar sus poblaciones?

¿Cómo sería nuestro mundo occidental si las personas que se definen como católicas centrasen su ética y su forma de vida en el revolucionario mensaje que encontramos en los evangelios que conocemos como de Marcos, Lucas y Mateo?

¿Hubiese querido el bíblico Jesús de Nazaret verse involucrado en la religión oficial del Imperio Romano o en las poco ejemplares actuaciones de esa Iglesia que afirma ser depositaria del mensaje evangélico?

¿Consideraría Jesús seguidores suyos a quienes a lo largo de los siglos han dado soporte e incluso han protagonizado sangrientas guerras y crueles genocidios?

¿Y a quienes hoy día eligen para gobernar a políticos y partidos de clara ideología neoliberal, con desprecio del mucho daño social que dichas políticas conllevan, los consideraría Jesús seguidores suyos?

Y puestos ya a dudar y preguntarnos, ¿habría llegado hasta nuestros días esa iglesia si no se hubiese prestado  a colaborar con todos los poderes terrenales de su tiempo? Y si la respuesta fuese sí, ¿qué tendría de cristiana dicha conducta?

En el seno de la humanidad hay, desde hace siglos, una feroz lucha entre el bien y el mal  Miles de personas, religiosas y laicas han dejado su vida en la lucha por un mundo más justo, más fraterno, más humano. Millones de gentes de diversas ideologías y creencias han militado y militan en las filas del bien común. 

¡Qué pocas noticias hay de la participación de esa institución eclesiástica al lado de los pueblos oprimidos en ese afán de esclavizarlos que las clases dominantes vienen mostrando a lo largo de los siglos y aún hoy día! ¡Y cuántas que señalan a esa institución al lado de toda clase de opresores!

No decimos con ello que no haya personas de filiación católico-romana comprometidas en favor de las clases oprimidas. Tenemos plena certeza de que las ha habido y las hay. Pero no es a ellas a quienes cuestionamos sino a la institución que dice ser depositaria del mensaje divino.

¿Cómo puede decir que habla en nombre del Dios de Jesús de Nazaret quien no maldice, como maldijo él a quienes mercadeaban en el templo, a quienes para acumular riquezas arman guerras y siembran sufrimiento?

Al hereje impenitente que esto escribe no le parece aceptable la conducta de esa institución que hoy preside el papa Francisco. No. Ni en el pasado ni en la actualidad. Ni en el siglo IV ni en el XXI. Muy otra tendría que ser su actuación para que no nos asaltasen tantas dudas. /PC

Publicado en ECUPRES
https://ecupres.com/2019/04/16/dudas-hereticas/?fbclid=IwAR0Y3SnbDMidPlGBAbF_HXBg9g5rpCWN4bVuyQYrVg3KEytLUARavjtgVZM

lunes, 25 de marzo de 2019

¿Son las grandes religiones monoteístas camino de paz y convivencia humanas?



En un escrito de Washington Uranga publicado en Página12 el pasado 13 de marzo, el cual nos llega a través de ECUPRES* leemos:

"Bergoglio está convencido de que las grandes religiones monoteístas tienen un papel fundamental en bien de la reconciliación entre los pueblos en medio de una realidad mundial sembrada de guerras regionales que atentan contra la vida de las personas y deterioran la ya frágil paz mundial"

Ignoramos si esas son declaraciones del propio Bergoglio o si es el parecer del articulista. En el primer caso, nos parece razonable que el Papa Francisco diga eso a la feligresía católica romana. En el segundo lamentamos no poder compartir tal punto de vista.

En opinión de quien esto escribe, no se dan motivos, ni históricos ni presentes para pensar de ese modo. A filo de espada se impusieron las grandes religiones monoteístas. Al amparo de los poderes terrenales se afianzaron y crecieron. Y con la más absoluta deshumanización han actuado siempre, imponiendo su voluntad y castigando cruelmente a quienes no la aceptaban.

La Biblia está llena de guerras protagonizadas por el pueblo judío, adorador de Yahveh. La historia, llena de guerras religiosas. Cristianos y musulmanes, monoteístas ambos, han impuesto violentamente su religión a otros pueblos en amplias zonas del planeta Tierra.

Sin meternos a considerar más religión que el cristianismo, por aquello de no ir a buscar fuera lo que tenemos en casa, lo vemos a lo largo de siglos imponiendo cultos, organizando cruzadas, declarando herejías, castigando, torturando y quemando a quienes sus creencias no compartían.

En el pasado siglo XX hemos visto a los pontífices romanos Pío XII y Juan Pablo II dando soporte a crueles dictaduras como fueron la de Franco en España, la de Pinochet en Chile y la de Videla en Argentina. Y no tenemos noticia de que en ningún momento esos pontífices alzasen la voz condenando los crímenes que esos gobiernos cometían, como antaño condenaron lo que consideraron herejías.

Ya en este siglo XXI vemos a la Santa Madre Iglesia Católica Romana oponiéndose a los reclamos de la sociedad civil en pro del derecho de todo ser humano a disponer libremente de su propio cuerpo. La vemos aferrada a una vieja ideología patriarcal discriminando a la mujer en su propia estructura eclesiástica. Y la vemos encubriendo a clérigos pederastas y abusadores, sin abordar esa lacra hasta que la sociedad civil la ha denunciado públicamente.

No vemos a esa Iglesia Católica Romana que preside el Papa Francisco, ni a muchas otras que también se denominan cristianas, luchar contra ese engendro de inhumanidad que es el capitalismo, causa de sufrimiento en el mundo entero. Las vemos hablar de Dios y del más allá, anteponiendo sus creencias a las perentorias necesidades de la mayor parte de la población. Las vemos pidiendo diálogo entre oligarcas y explotados, sin condenar la codicia de los primeros y aun dándoles soporte ¿Qué diálogo cabe esperar de quienes solo aspiran a someter y explotar al pueblo?

Frente a la indiferencia de esas instituciones religiosas vemos como gentes que no enarbolan estandarte religioso alguno se oponen a toda clase de injusticias. Las vemos poniendo el cuerpo para atajar los desmanes de quienes no atienden a razón alguna. Las vemos dando muestras de una humanidad que ni de lejos demuestran quienes pretenden ser modelo de conducta por designio divino.

No nos parece casual esa deshumanización del cristianismo. Ya en siglo IV el emperador Constantino, consciente de la pujanza de quienes lo profesaban, aconsejado según cuenta la historia por su madre, decidió permitir el culto cristiano. Pero no hizo tan solo eso sino que quiso encauzar ese movimiento religioso para bien del Imperio. Y a tal fin convocó el Concilio de Nicea, donde se proclamó la naturaleza divina de Jesús de Nazaret. El Jesús divino desplazó al Jesús humano ya en el siglo IV y así ha seguido.

El sucesor de Constantino, Teodosio, completó la deshumanización del cristianismo al declararlo religión oficial del Imperio. Y así, las enseñanzas de aquel Jesús revolucionario, que denunciaba la injusticia de las leyes, rechazaba la exclusión social y condenaba la codicia de los ricos quedaron desactivadas para siempre al poner a los líderes religiosos cristianos al lado del Imperio, del poder por antonomasia. ¿Cabe mayor aberración?

Desde el siglo IV hasta el día de hoy, el catolicismo romano, la forma de cristianismo más influyente a lo largo de los siglos en esta civilización supuestamente cristiana, ha quedado reducido a una religión cultista, con la mirada puesta en el Más Allá pero aferrada en el más acá a los poderes terrenales.

Mal lo tienen las grandes religiones, y muy en especial la Católica Romana, para dar lecciones de humanidad y convivencia. En el mundo entero, quienes renunciaron a las creencias religiosas y centraron su ética en los latidos del corazón humano les tomaron ya hace tiempo la delantera. /PC

* Seis años de Bergoglio como Francisco


Publicado en ECUPRES  25/03/2019


martes, 28 de junio de 2016

Nadar y guardar la ropa *


Parece ser que una de las habilidades indispensables para ejercer como político debe ser la que expresa ese refrán español con el cual encabezamos este escrito: nadar y guardar la ropa. Hablar de lo que conviene y callar lo inoportuno. Y puesto que como político ejerce, sin duda alguna, el representante máximo de la Iglesia Católica Romana, tanto más cuanto que es también Jefe de Estado del Vaticano, no debe causar extrañeza que el Papa Francisco tenga bien desarrollada esa capacidad. Quizá porque la tenía ya de antemano el jesuita Bergoglio sea por lo que ha llegado a ser elegido papa.

En el escrito que señalamos, para hablar de genocidio se ciñe Bergoglio al marco de las dos grandes guerras mundiales, lo cual le permite omitir todos los que conoce o debiera conocer bien por haber sido cometidos a lo largo de su vida pastoral, tales como los de las dictaduras militares en América Latina, que de ningún modo puede ignorar, y el tercero en magnitud de la Europa del siglo XX, cual es el asesinato sistemático de adversarios políticos en España durante la guerra que desencadenó el golpe militar de 1936 y en los años que le siguieron. Genocidios ambos que le atañen por su proximidad en el espacio y el tiempo los primeros y por la participación de la sacrosanta institución que él preside el segundo.

Siempre fue fácil entender que la convivencia exige el cuidado de las palabras. No se debe decir todo lo que se piensa si se quiere mantener relaciones cordiales con quienes nos rodean. Pero eludir las palabras comprometedoras y acusar al mismo tiempo a los demás de mirar hacia otro lado en momentos tan graves como los que se evita hacer presentes es, en opinión de quien esto escribe, algo que sobrepasa la habilidad diplomática y cae de lleno en la hipocresía.

Que en buena moral cristiana la hipocresía debiera ser inexcusablemente rechazada es algo que está en la base misma de las creencias cristianas, según puede verse en los evangelios. Y no obstante, muestras claras de hipocresía vienen dándole al mundo desde tiempos inmemoriales clérigos y gentes nominalmente creyentes. Quien esto escribe puede dar fe de que acá en el Estado español hemos padecido la hipocresía clerical durante los cuarenta años que van desde el golpe militar de 1936 hasta la muerte del dictador. Y que esta sigue imperando en la clerecía católica española aún después de proclamada la Constitución de 1978 que declara no confesional al Estado español pero no invalida los privilegios que la dictadura le concedió.

Cabe señalar que, salvo contadísimas excepciones, toda la clerecía española dio soporte a los golpistas y silenció los crímenes que cometieron durante la guerra y tras ella. Y que aún hoy día ninguna autoridad de la clerecía católica romana ha pedido perdón por ello. Como tampoco tenemos conocimiento de que lo haya hecho ese Bergoglio que hoy acusa a los dirigentes aliados de esas dos grandes carnicerías que fueron las dos grandes guerras del siglo XX. Ni por la connivencia con los golpista españoles ni por la que tuvieron él y sus pares con los golpistas de América Latina ha pedido perdón. Es más, no tan solo no lo pide sino que se refiere al papa Wojtyla, el perseguidor de la Teología de la Liberación y de los clérigos que en ella participaron, nombrándolo “San Juan Pablo II”, lo cual es indicativo de lo que de él piensa. Y en este sentido debemos recordar que ese antecesor suyo hizo un derroche de hipocresía al pedir perdón “por los errores de la Iglesia en tiempos pasados” mientras daba soporte a las criminales dictaduras militares de su mismo tiempo.

Nos parece lamentable que el actual Papa Francisco siga en la línea de hipocresía que desde tiempos remotos viene caracterizando a la clerecía católico-romana. Nos parece lamentable porque en esa línea de tradición clerical poco cabe esperar de la Iglesia que él preside. Cabe esperar, eso sí, que como viene sucediendo a lo largo de los siglos haya personas de corazón cristiano, pertenezcan o no a su feligresía, que sigan los preceptos que dimanan de las enseñanzas del Jesús de los evangelios. Cabe esperarlo también de quienes con corazón cristiano o simplemente humano tengan sentido de la bondad, de la justicia y de la misericordia que nos mueven a convivir en paz y armonía con la humanidad entera. Cabe esperarlo sin duda alguna. Pero tenemos muy claro que hoy por hoy no podemos confiar en esa institución que preside quien de tal modo se expresa y comporta. /PC

* A propósito de la noticia aparecida en Agencia de Noticias Prensa Ecuménica – ECUPRES con fecha 27 de junio de 2016 titulada “Genocidio, la palabra de Bergoglio”.



martes, 23 de junio de 2015

Cortinas de humo que esconden realidades

Decir lo oportuno y callar lo inoportuno. Dar imagen de sensatez y buenas intenciones. El arte del buen gobernante consiste en saber desplegar una cortina de humo que esconda lo serio, lo verdadero, lo que en realidad cuenta, lo que construye o destruye la evolución mental de sus gobernados, su capacidad de reflexión y de crítica, su crecimiento humano…


No hace falta preguntarse para qué quieren los gobernantes esconder lo serio, porque la respuesta es obvia. Se esconde la verdad para que prospere la mentira, para que no levante al engañado contra quien le engaña. Pero, ¿por qué la gente se deja engañar tan fácilmente? Porque es obvio que la mayor parte de la sociedad se traga sin demasiada preocupación la sarta de mentiras que se le largan.

Lo primero que nos viene a la cabeza es un viejo refrán que dice: “es más fácil creerlo que ir a verlo”. Según eso, la causa principal por la cual la gente acepta el engaño podría ser la pereza, o si mucho se nos apura, la falta de medios para desentrañar la verdad. Pero otra opción nos la sugiere también otro viejo refrán: “si quieres ser feliz como me dices, no analices muchacho, no analices”. Ahí la cosa tiene menos disculpa porque lo que estamos diciendo es que la gente engañada acepta de buena gana el engaño con tal de que nada perturbe su felicidad.

Que la gente quiere ser feliz es natural e indiscutible. Decir o desear lo contrario sería aberrante. Y por más que el modo cómo la gente es feliz da para mucho discurrir y dialogar, hay algunas premisas que son a todas luces evidentes. La gente es feliz cuando siente que triunfa aquello con lo cual se identifica. Y al contrario, se incomoda cuando con razón o sin ella se cuestiona lo que le da seguridad. 

Vivimos con la vanidad a flor de piel los humanos. Tanto, que no nos extrañaría que en lo más hondo de nuestra psique esa vanidad fuese una protección contra nuestras posibles inseguridades. Observemos sino nuestro entorno y tratemos de hallar la razón de ese consumismo exhibicionista que afecta a la humanidad entera. Y lo mismo en cuanto a los fanatismos, sean políticos, religiosos o simplemente deportivos.

Yendo al tema que nos motiva diremos que no nos sorprende en absoluto esa unánime devoción que la comunidad católico-romana mundial manifiesta por su Papa Francisco. Después del larguísimo papado del polaco Wojtyla, que tan solo no podía ser motivo de vergüenza para los fieles fanáticos y los desinformados, al cual siguió el del controvertido Ratzinger, era de esperar que la inteligencia vaticana pusiera mucho cuidado en elegir a quien pudiera rehacer la deplorable imagen que daba la Santa Madre Iglesia Católica Romana. Iba en ello el prestigio de tan santa institución y con él su influencia en el mundo occidental. 

Diversos eran los considerandos a observar, pero quizá dos fuesen los más decisivos. El primero era el origen del dignatario elegido y el segundo su habilidad para nadar y guardar la ropa. Era lógico que fuese latinoamericano porque sabido es que el paisanaje cuenta y es en América Latina donde mayor población católica hay, pero también porque allí están prosperando otras confesiones que podrían atraer a la grey católica descontenta. Así que atendido el primer considerando, había que centrar la atención en las habilidades personales del elegido y en su capacidad para representar el papel que su equipo asesor determinara. ¿Y quién mejor que Bergoglio podía desempeñar ese papel?

Supo nadar y guardar la ropa astutamente durante la criminal dictadura militar que azotó al pueblo argentino cuando él ocupaba un alto cargo eclesiástico. Nada hizo entonces por denunciar los crímenes de los militares ni tampoco luego siendo obispo de Buenos Aires y Primado de Argentina hizo declaración alguna condenándolos. Muy al contrario, porque el 4 de agosto de 2006, siendo ya cardenal, en la homilía que pronunció en la Catedral de La Rioja con ocasión de los 30 años del martirio del obispo Angelelli evitó hablar de asesinato y lo señaló como “desgraciado accidente”, una tergiversación indignante si tenemos en cuenta que era notorio que no fue accidente sino un homicidio premeditado.

Hoy el astuto Bergoglio, tomando aires franciscanos, renuncia al tradicional boato pontificio y no ceja de pronunciar frases y lanzar discursos en los que dice cuanto la buena gente católica estaba deseosa de escuchar en boca de su Sumo Pontífice. Una astuta cortina de humo que sirve para esconder que esa Iglesia Católica Romana que él preside sigue siendo patriarcal, jerárquica, autoritaria y por tanto antidemocrática, contraria a la igualdad de derechos, pues discrimina en razón del sexo a sus fieles. Y no bastando con eso, callar también que sigue gozando de los privilegios y prebendas que tradicionalmente la han favorecido. Concretamente acá en España sigue recibiendo aun hoy día la subvención de las arcas públicas que le concedió el dictador Franco. 

Pero nada de todo eso dice el Papa Francisco en sus discursos sino que recoge lo que otros ya dijeron y lo hace suyo. Critica lo que el mundo hace pero no lo que hace su Iglesia. ¿Cómo no va a tener contenta a la grey católica?

En opinión de quien esto escribe, no son buenas palabras lo que el mundo necesita sino hechos. Cristianos dispuestos a oponerse a las injusticias del capitalismo depredador que nos destruye. Hombres y mujeres que sean luz en las tinieblas, levadura en la sociedad, empezando por la propia. Todo lo que no sea eso es palabrería vana, cuando no engaño premeditado. /PC

PUBLICADO EN:
https://ecupres.wordpress.com/2015/06/26/cortinas-de-humo-que-esconden-realidades/

domingo, 6 de julio de 2014

Cuando la verdad estalla, todos los mentirosos se suman al clamor


Me sublevan las actitudes hipócritas. Me subleva el oportunismo. Me subleva esa Iglesia que tan bien supo callar durante los años de represión y genocidio y tanto vocea ahora. Me subleva la doblez de ese Papa Francisco que con histriónica habilidad pone en escena dichos y gestos cuidadosamente pensados para cambiar la deplorable imagen que su Iglesia venía dando. Y me subleva la candidez de esa fiel grey que cual hinchada futbolera, sin mayor análisis de la realidad, le aplaude.

Me mueve a hacer la presente manifestación la declaración que el Secretariado Nacional del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres emitió al conocerse el fallo en el juicio por el asesinato de monseñor Enrique Angelelli, ocurrido hace 38 años. Remarco uno de los fragmentos:

 “Queremos resaltar y nos alegramos por la actitud del Papa Francisco, al responder solícito al Obispo Marcelo Colombo que pidió conocer la verdad guardada durante años en el Vaticano. Abrir los archivos sirvió para probar que Angelelli estaba amenazado de muerte -algo que ya era sabido en Roma-; fue un gesto de honestidad que necesitaríamos ver más seguido”.

Es más que plausible que todo buen católico se alegre de que su Santa Madre Iglesia abandone la ignominiosa actitud que ha mantenido a lo largo de los años y que en tantas ocasiones puede haberle causado vergüenza. Pero a cualquiera que no asuma el papel de la más absoluta candidez se le ocurre pensar que 38 años de ocultación de un crimen no es sino complicidad con quienes lo cometieron.

Por más que el Obispo Marcelo Colombo y el Papa Francisco hayan hecho ahora lo que sin duda alguna debían hacer, no le salvan con ello la cara a la jerarquía eclesiástica, puesto que no han sido ellos quienes han empujado para que la justicia llegase hasta donde ahora llegó. Ha sido la sociedad civil quien ha clamado con insistencia mientras ellos callaban, mientras ocultaban unas pruebas que ahora son más que evidentes. No es pues como para aplaudirles sino para exigirles pública petición de perdón.

Está claro que la jerarquía católica inició una nueva línea estratégica desde la elección de Bergoglio como Papa. La imagen que esa Iglesia daba no la aceptaba ya una gran parte de su base. Los escándalos se sucedían. Las vergüenzas eran ya inocultables. Hacía falta un total descaro para ser católico y caminar con la cara alta, algo a lo cual no alcanzan más que la gente fanática y la clerecía adepta. Pero ese nuevo diseño de imagen gestual y verbal no logra ocultar el afán de poder que anida en lo hondo de esa jerarquía patriarcal, totalitaria y protagónica. Señalaremos algunos puntos.

En el caso de la mujer en la Iglesia ahí sigue rigiéndose por el viejo dicho: “la mujer, callada, la pata quebrada y en casa”, como bien muestra el contencioso con las religiosas norteamericanas.

“Toda división me preocupa”, afirma el Papa Francisco en el caso de Catalunya y Escocia en la relación con los respectivos estados de los cuales forman parte. Le preocupa la división, no lo que el pueblo considere justo.

“Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres...”, que según él es cristiana. Y eso lo afirma después de que durante siglos la institución que él encabeza haya estado siempre al lado de los ricos explotadores. Inaceptable porque o le falta conocimiento de la historia, o le falta vergüenza. La bandera de los pobres nunca fue comunista ni cristiana sino que la enarbolaron quienes pelearon duro en favor de los más desfavorecidos. Que nadie se arrogue, pues, la propiedad de esa bandera humana como la que más, libre de ideologías y protagonismos.

Estas y más cosas son signos evidentes de lo que cabe esperar de la presente andadura de esa Iglesia Católica Romana que luce hoy un Papa aparentemente humilde que dice posicionarse al lado de quienes luchan por la justicia social.

El oportunismo de esa santa institución sigue tan activo como siempre. El pueblo, creyente o no creyente empuja y avanza. Quien no le sigue se queda atrás. Y con el actual modo de obrar de su jerarquía muestran claramente lo que todo el mundo sabe: que cuando la verdad estalla, todos los mentirosos se suman al clamor. /PC



viernes, 29 de noviembre de 2013

El Papa Francisco y la estrategia vaticana *


Quienes por conocimiento histórico de la ICR (Iglesia Católica Romana) y por las experiencias vividas a lo largo de los aciagos años de dictadura fascista y aun en el presente en este baluarte católico que es España desestimamos ya en su día considerarla como portadora de buena nueva vemos con inevitable escepticismo todo ese caudal de bondades que diversos medios vienen señalando en la persona del Papa Francisco.

Sin negar la bondad de miles de buenas personas católicas ni la encomiable labor que muchas de ellas hacen al amparo de su Santa Madre Iglesia, parece razonable desconfiar de los buenos propósitos de tan magna institución. Y desde esta posición que señalamos vemos que cabe pensar en un doble juego de la jerarquía católica, papa incluido, para contentar a la gran parte de feligresía que últimamente se mostraba crítica y aun avergonzada por los escándalos que habían salido al conocimiento público. Un doble juego similar al que en algunos casos hace la policía en los interrogatorios: el policía bueno (léase Papa Francisco) y el policía malo (esa curia reaccionaria que impide los cambios).

Ese tira y afloja salvará la imagen del tan admirado papa sin que para ello hayan tenido que hacer ningún cambio sustancial. La feligresía católica crítica se sentirá comprendida y apoyada por la máxima autoridad eclesiástica y seguirá fiel a la ICR desde posiciones que reforzarán su imagen ante el mundo. Pero la institución como tal podrá seguir siendo fiel aliada de las fuerzas conservadoras que gobiernan en casi todas partes.

Si el juego sale bien, todos estarán felices porque a cambio de haber puesto coto a los pederasta, de haber canonizado a San Romero de América, de haber dado muestras de buena voluntad a las mujeres aun siguiendo dándoles un trato inferior al de los varones, de haber dado palabras de consuelo a los pobres sin haber tenido que apoyar cambio sustancial alguno en las esferas de poder que oprimen a la Humanidad entera, y de algunas menudencias más se habrá logrado que quienes estaban hartos de esa ICR sigan fieles a ella luchando por ese tan esperado cambio que una vez más su alta jerarquía habrá conseguido evitar.

La lástima está en que toda esa inteligencia que ponen en juego los cerebros vaticanos en favor del inmovilismo no lo apliquen a realizar una verdadera revolución al estilo de la que según los evangelios anunció Jesús de Nazaret. Entonces sí que merecería la pena ser parte de esa Iglesia. Pero en opinión del hereje impenitente que esto escribe, mientras sus principales actividades vayan encaminadas a amansar rebeldes, permanecer en ella será colaborar con los poderes que oprimen a la Humanidad. /PC


* Comentario al artículo de Domingo Riorda publicado en ECUPRES el 29/11/2013 con el título “Hans Küng se interroga sobre los reaccionarios al Papa”.
http://ecupres.wordpress.com/2013/11/29/hans-kung-se-interroga-sobre-los-reaccionarios-al-papa/


miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Alguien duda de lo que cabe esperar del papa Francisco? *

Pues motivos para dudar no hay demasiados, a menos que se tenga una ingenuidad a prueba de fuego.


Alguien que en ningún momento durante el tiempo en que fue Nuncio condenó los crímenes de la dictadura militar argentina; que al comienzo de su andadura toma en su equipo de trabajo al filogolpista cardenal hondureño Oscar Rodríguez Madariaga; que aborda con autoritarismo el conflicto pendiente con las religiosas norteamericanas; que dice no tener prejuicios contra las personas homosexuales pero no hace ni un solo gesto para modificar la doctrina que las condena; que dice no estar de acuerdo con el acto político-religioso de la beatificación de “mártires de la contienda española” pero asiste a la misma desde una pantalla gigante... ¿Acaso no son evidencias de doblez más que suficientes todas ellas para el poco tiempo que lleva rodando?

En cuanto al ecumenismo, no cabe esperar sino que siga la línea que inició el polaco Wojtila y trate de fagocitar iglesias, grupos, congregaciones y lo que haga falta para contrarrestar la disidencia y compensar a la vez la merma de feligresía de esa ICR que lleva largo tiempo ya en franco declive.

Es doloroso ver la ingenuidad con que organismos de buena fe se acercan a esa montaña de intrigas y farsas que es la jerarquía católica romana. Hombres que a lo largo de su vida han mantenido una actitud crítica más que razonable con el papa que les toco lidiar ceden hoy a los encantos de esa imagen de bondad que más responde a estrategias urdidas por hábiles especialistas de imagen que a la realidad de la persona que las encarna.

Una vez más el poder se afianza en la ilusión. El deseo de una reforma auténtica que anida en el corazón de esas gentes de buena fe hace que confíen en los ardides que esa “santa madre iglesia” que no es sino un instrumento al servicio de los poderes terrenales.

El hereje impenitente que esto escribe está plenamente convencido de que este papa va a hacer cuanto pueda por aumentar el poder de la Iglesia Católica Romana (ICR), pero nada en absoluto por convertirla en el instrumento de buena nueva que la humanidad anhela. /PC


* A propósito del artículo de Domingo Riorda ¿Quo Vadis Ecumenismo?
http://ecupres.wordpress.com/2013/10/23/quo-vadis-ecumenismo/



lunes, 29 de julio de 2013

El papa Francisco y el papel político-social de la Santa Madre Iglesia Católica Romana


 
Interesante artículo el de Carlos A. Valle publicado en ECUPRES con fecha 27 07 2013. Claro discernimiento entre lo deseable (L. Boff), lo previsible (R. Dri), y lo exigible (E. de la Serna).

Por muy buenos deseos que se alberguen y muy generosa perspectiva desde la cual se mire, la Iglesia Católica Romana tiene una trayectoria histórica insoslayable. Hace falta una ingenuidad desmesurada para pensar que de hoy para mañana puede dejar de ser lo que es, una institución religiosa encargada de frenar toda oposición al poder, todo movimiento de liberación de esclavos, de desposeídos de la tierra que pueda surgir en cualquier lugar del mundo. De ahí que quienes diseñan estrategias para la manipulación del pensamiento colectivo hayan visto la conveniencia de elevar a papa a un latinoamericano.

Pese a que en América Latina la ideología capitalista domina el pensamiento colectivo, al igual que en el resto del mundo, sigue vivo en ella el espíritu liberador como en ninguna otra parte. Los derechos humanos están siendo defendidos por algunos gobiernos, al tiempo que de acuerdo con ellos o al margen suyo surgen en los pueblos fuertes movimientos de reivindicación popular. El poder sabe que no puede descuidarse si quiere seguir siendo lo que es, para lo cual no descarta recurrir a la más tradicional de las alianzas, la de esa Santa Madre Iglesia Católica Romana que tanto ha contribuido a lo largo de los siglos a doblegar rebeldes y mantener sumisos a los pueblos.

Tras observar la trayectoria política de los dos papas anteriores al actual, el polaco Wojtyla y el alemán Ratzinger, cuesta imaginar que de pronto la curia romana pueda elegir a alguien dispuesto a arrojar piedras sobre su propio tejado. El conservadurismo de ambos, su claro posicionamiento al lado de las fuerzas conservadoras y del más inhumano capitalismo no deja lugar a dudas y muestra claramente que los  intereses que sostienen esa estructura eclesiástica son los mismos que ahogan revoluciones, que organizan guerras, que derriban gobiernos favorables al pueblo y los sustituyen por títeres dispuestos a gobernar de acuerdo con los intereses capitalistas.

Son los mismos que controlan los medios de comunicación y con ellos lavan el cerebro de las gentes mediante la desinformación, la permanente distracción y las persuasivas campañas publicitarias. Son los mismos que han impuesto en el mundo formas de vida individualistas, basadas en la codicia, centradas en el yo e ignorantes del nosotros.

A nadie con un mínimo sentido de la realidad le puede pasar por la cabeza que esa sacrosanta institución vaya a cambiar hoy de rumbo. Largos siglos de actuar han configurado una praxis católica que perdura y rige todas sus acciones. No queremos negar la bondad de tanta feligresía católica eclesiástica y seglar que fiel al evangelio y más allá de cuanto disponga la jerarquía siguen conductas ejemplarmente cristianas. En absoluto. Pero sí señalar que no es ese gran colectivo humano el que ejerce su influencia sobre las decisiones políticas de los gobiernos ni sobre el pensamiento colectivo. Quienes tal hacen son quienes tienen voz y púlpito en la sociedad, que son quienes gozan del beneplácito de la jerarquía romana. Ellos son, salvo raras excepciones, quienes fomentan el papanatismo eclesiástico, falaz remedo de fe, que pone la emoción en el lugar que le corresponde a la reflexión.

En opinión de quien esto escribe, nada cabe esperar de ese tan agasajado papa Francisco. Nada que no sea lavarle la cara a esa desprestigiada institución, que no ha sabido mantener vivo mayoritariamente a lo largo de los siglos el espíritu cristiano en los pueblos donde de un modo u otro ha impuesto el signo de la cruz. Nada que no sea contribuir con sus prédicas a la resignación colectiva, a la sumisión de los pueblos, al triunfo de la codicia sobre la caridad.

Una buena parte de América Latina canta hoy alabanzas a su flamante papa Francisco. Miles de personas siguen sus discursos y arden en deseos de verle. El catolicismo gana con ello adeptos en el continente americano. Quizá eso contribuya a aumentar la piedad popular. Quizá aumente también la compasión, la caridad… Quizá.

Pero eso no va a cambiar en absoluto la relación de fuerzas entre pobres y ricos que hoy rige en el mundo, sino al contrario. La piedad contribuirá a la sumisión, a la aceptación resignada del destino impuesto por las clases dominantes sobre las desposeídas. Las buenas personas resignadas serán modélicas. Las leyes seguirán siendo injustas y quienes las contesten serán tenidos por alteradores del orden o quizá terroristas. El mundo seguirá girando a impulso de la brutalidad. La injusticia seguirá siendo norma de conducta social y política.

Pero la Santa Madre Iglesia Católica Romana seguirá encabezando el ranking mundial de las religiones y sus fieles tendrán el gozo de ser seguidores de la Iglesia campeona. De eso se trataba. Alirón, Alirón, Francisco campeón. 

lunes, 3 de junio de 2013

No al Dios de los fascistas


El Dios de los fascistas que tras siglos de bendecir cruzadas, torturas e inquisitoriales hogueras puso en el gobierno de pueblos nobles y solidarios a criminales de la peor calaña, sanginarios dictadores, gentes sin escrúpulos ni conciencia, sigue vivo y presente hoy sobre el planeta Tierra alentando a quienes hacen de la violencia su personal forma de relacionarse con el resto del mundo y aun con sus semejantes.

Ese Dios que durante los largos años que siguieron en España al triunfo golpista de 1939 vio complacido repletas las iglesias, escuchó con gozo las plegarias de tantos buenos españoles y aceptó con agrado su manso sacrificio, su asumida condición de rebaño, sigue vivo hoy en esta misma España y en muchos otros lugares de nuestro pobre mundo.

El mismo Dios que bendijo a los ungidos hombres de tonsura y luctuosa sotana que condujeron a la grey sobreviviente a la matanza perpetrada por las gentes de bien y de Iglesia sublevadas contra los herejes que pretendían aumentar los derechos del pueblo bajo, ese ruin gentío creado para servir a los escogidos, sigue vivo y activo en el presente histórico de la hispana patria y de tantas otras patrias de gentes honestas y estimables.

Sigue vivo ese Dios, hecho a imagen y medida de los codiciosos, los violentos, los caínes, los que no tienen ni idea de lo que significa dignidad humana, respeto, amor fraterno... Sigue vivo y activo, llenando de poder a sus adoradores, a quienes lo material tornan sagrado, intocable, insustituible. A quienes ponen el dinero en primer plano de su vida, por delante del alma, de la conciencia, de los principios de humanidad que un tiempo pareciera iban a regir por siempre más sobre la Tierra.

Ese Dios de los ejércitos que en el pasado siglo maldijo y fulminó en España a los esclavos que osaron oponerse al sagrado orden impuesto por sus santos amos, sigue dando fuerza al brazo armado que sometió en aquel entonces, aún no hace un siglo, a tanto descreído blasfemo, a tanto anarquista, a tanto comunista ateo, a tanto masón irreverente lanzados todos ellos a trocar en fría razón los sagrados símbolos de la Santa Madre Iglesia Católica Romana... Sigue vivo y activo hoy sobre el planeta Tierra, sobre los territorios de pueblos originarios que no piden sino sobrevivir en este mundo dominado por la locura de poseer, de tener, de ser más que el vecino, de aplastar al hermano, de alzarse por encima de quien sea con tal de alzarse.

Sigue viendo ese Dios –complacido según parece pues que nada hace por impedirlo– como los desalmados antidisturbios apalean a quienes sacrílegamente invaden con manifestaciones de protesta el espacio público otrora escenario de santas procesiones. Sigue viendo impasible como fuerzas policiales y parapoliciales asesinan a quienes reclaman sus derechos ancestrales a vivir del fruto de sus tierras. Sigue viendo y consintiendo como semana tras semana se recortan derechos y servicios a los desheredados, a quienes de unos años acá se nos hizo creer libres y viviendo en democracia, cuando la realidad era solo una máscara de una dictadura encubierta que en cualquier momento nos iba a convertir a todos en pordioseros,

¡Ay ese Dios de los ejércitos, de los fuertes, de los poderosos, de los genocidas! ¡Ay ese Dios inhumano, amante del sufrimiento y de la sangre de los crucificados! ¡Ay ese Dios creador de fuegos eternos, de infiernos que llenaron de terror nuestras mentes infantiles! ¿Cuándo cambiará por un Dios de justicia, de solidaridad, de amor, de Vida, Padre y protector de los pobres, los desvalidos, los sinfortuna, los de hacienda miserable... por ese Dios que predicaba Jesús de Nazaret y que anida en los corazones de quienes luchan al lado de los pueblos oprimidos? ¿Cuándo?

Quizá eso no vaya a ocurrir nunca. Quizá ese Dios fascista vaya a seguir inmutable por los siglos de los siglos. Quizá sea preciso que nosotros comprendamos, ya de una vez por todas, que no cabe esperar de sus adoradores que renuncien a acaparar, a tener, a poseer, a mandar, a gobernar, a imponer... Quizá sea hora ya de tomar conciencia de que el único modo que tenemos de sobrevivir en tanto que pueblo sea aunar esfuerzos para forjar día a día, minuto a minuto, estructuras mentales que nos muevan a construir esa sociedad pletórica de utopía que soñamos.

No es adorando al oro que nos sume en la miseria como daremos vuelta a este mundo perverso, sino poniendo en el primer plano de nuestra vida individual y colectiva la dignidad que nos mueve a ser libres y solidarios miembros de la gran familia humana.


ECUPRES 3/6/2013
http://ecupres.wordpress.com/2013/06/03/no-al-dios-de-los-fascistas/



jueves, 2 de mayo de 2013

Pastores de la grey

“Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo…” (Eclesiastés 3,1)


Ahora es tiempo de esperanza en el mundo católico romano, muy en especial en el de América Latina, por el advenimiento de un argentino a la sede de Pedro. Es presumible que quienes festejan con gozo ese acontecimiento esperen de él que acabe con esa sarta de escándalos que de un tiempo acá avergüenzan a una buena parte de la población católica del mundo entero. Si esa esperanza tiene algún fundamente o si es puro deseo, ya se verá.

Una lectura atenta de la historia del papado da argumentos más que suficientes para la duda, pues en ella encontramos papas como Urbano II, quien promulgó la primera cruzada, una guerra santa, bajo el signo de la cruz victoriosa. Y como Inocencio III, quien en 1202 proclamó la cuarta cruzada, fruto de la cual fue la conquista de Constantinopla y los tres días de saqueo que le siguieron, y quien más tarde, en 1215, proclamó la gran cruzada de exterminio contra los albigenses.

Encontramos también a Inocencio IV, que autorizó a la Inquisición dar permiso a las autoridades seculares para arrancar confesiones de herejía mediante la tortura. En fin, la lista de quienes ejerciendo la máxima autoridad en la Iglesia Católica Romana han sido motivo de vergüenza es escandalosamente larga. Tan larga, que motivos hay para la duda cada vez que se inaugura un nuevo pontificado.

Quienes tenemos ya alguna edad y miramos con ojos críticos cuanto acontece en nuestro tiempo, no necesitamos echar mano de la historia para encontrar papas cuya conducta nos parece a todas luces más que reprobable. Nos basta con recordar lo que sabemos de Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

De Pío XII sabemos que firmó un concordato con Hitler y que dio soporte a los regímenes fascistas de Italia, Portugal y España. Que no protestó contra las leyes xenófobas de Núremberg (1935), ni contra el ataque italiano contra Etiopia y Albania en 1939, ni contra el comienzo de la Segunda Guerra Mundial por parte de los nazis en ese mismo año. Qué guardó silencio sobre el holocausto perpetrado por los nazis. Que bendijo el golpe militar fascista contra el legítimo gobierno de la República y la criminal limpieza ideológica que hizo Franco tras su triunfo armado.

De Juan Pablo II conocemos que heredó el celo anticomunista de su antecesor Pío XII, lo cual le llevó a bendecir la empresa privada y el libre mercado y a pactar con Ronald Reagan el fin de la Teología de la Liberación que amenazaba los intereses de EEUU en América Latina. Mientras él reprendía públicamente a Ernesto Cardenal, los dictadores militares que gozaban de su bendición asesinaban a curas, monjas y civiles que luchaban por un mundo más justo y más humano.

Sabemos que dio especial soporte a instituciones altamente reaccionarias, como el Opus Dei, de quienes canonizó a su fundador. Que bendijo a los Legionarios de Cristo, fundados por Marcial Maciel, quien se ha hecho tristemente famoso por su escandalosa inmoralidad. Que también bendijo a los neocatecumenales de Kico Argüello, que no se distinguen precisamente por su pensamiento progresista. Y que, a fin de dejar asegurada su sucesión en la más absoluta línea reaccionaria nombró un gran número de cardenales de ideología totalmente derechista.

Su sucesión recayó en el cardenal Ratzinger, máximo responsable de la “Congregación Para la Doctrina de la Fe” (Inquisición) desde 1981, quien en el ejercicio de ese cargo reprimió con mano dura a cuantos teólogos y curas osaron cuestionar la doctrina católico-romana, entre ellos a Hans Küng y Leonardo Boff.

Elegido papa en 2005, con el nombre de Benedicto XVI siguió el camino involucionista de su antecesor, llevando a la Iglesia por los caminos del autoritarismo y cada vez más alejados del Concilio Vaticano II. Su gran afán de poder y de protagonismo lo llevó a recrearse de lleno en el mundo de los poderosos, hasta el punto de celebrar su 80 aniversario en la Casa Blanca, en compañía del belicoso George W. Bush. Durante su mandato han salido a la luz numerosos escándalos que bien pueden haber sido la principal causa de su renuncia al pontificado.

Paradójico o si más no contradictorio, resulta pensar que una Iglesia que predica al Jesús de Nazaret como ejemplo de humildad y sacrificio haya tenido papas tan soberbios y amantes del poder como los referidos. Más todavía pensar que hayan sido elegidos por inspiración del Espíritu Santo. Suena casi a traición. Parece como si esa Tercera Persona Divina del Dios Uno y Trino estuviese ensayando el perfil del Anticristo.

En el presente, a Benedicto XVI le sucede el cardenal argentino Bergoglio, quien en una seductora proclama de humildad cambia su nombre por el de Francisco. Pese a que su pasado clerical ofrece serias dudas, la mayor parte de la Iglesia Católica Romana Latinoamericana se muestra orgullosa de él y manifiesta su esperanza de que haga grandes cambios.

Los gestos de cara a la galería que ha empezado a hacer parece que quieran dar la razón a sus fieles seguidores. Pero recordando lo que hemos señalado de sus predecesores nos asalta la duda. Nos preguntamos si esas muestras de humildad son sinceras o si son mero fingimiento. Si al igual que ellos, no va a predicarle humildad al pueblo y obrar en connivencia con los poderosos.

No vamos a aventurar profecías sino a darle tiempo al tiempo. Iremos observando y ya se irá viendo. De momento vemos que tomó entre sus asesores al filogolpista cardenal Óscar Rodríguez Madariaga (*), lo cual no nos parece buen augurio. Pero no nos precipitemos; ya se verá. “Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo…”

 (*) Acerca de Rodríguez Madariaga:

 http://www.redescristianas.net/2009/08/11/cardenal-arzobispo-de-tegucigalpa-oscar-rodriguez-maradiaga-%C2%AByo-soy-el-primero-en-rechazar-el-golpe-de-estado%C2%BB/

 http://www.redescristianas.net/2009/08/21/mis-pastores-nos-e-ocupan-de-mi-rebanose-apacientan-ellos-mismosgabriel-sanchez-montevideo-uruguay/
 
ECUPRES SN 0022/13 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Apacienta mis ovejas

Divagación herética acerca de algunos papas


Cuenta un irreverente chiste de café que allá por el siglo IV de nuestra era, viendo Helena de Constantinopla, madre del emperador Constantino, las dificultades que su hijo enfrentaba para mantener la hegemonía del Imperio, elevó sus preces al cielo pidiendo la bendición de Dios. Dado que era mujer piadosa, su plegaria fue escuchada por la Santísima Trinidad, la cual reunida en sesión extraordinaria acordó lo siguiente:

1) Dios Padre Todopoderoso daría poder a la máxima autoridad de sus fieles adoradores y al brazo armado que le diese soporte.

2) Jesucristo se mostraría como ejemplo de humildad y sacrificio, a fin de que el pueblo llano se sometiese mansamente a las autoridades de turno a modo de paciente rebaño.

3) El Espíritu Santo se encargaría de que se eligiese máxima autoridad del Pueblo de Dios a alguien acorde con las acciones del Padre Todopoderoso y de Jesucristo, su Hijo.

Y concluye el chiste diciendo que así fue como Constantino recibió en sueños el mandato divino de poner el signo de la cruz en los escudos y estandartes de sus ejércitos, lo cual hizo que pudiese derrotar a sus enemigos. Como a partir de eso, decidió convocar el concilio de Nicea y presidirlo como autoridad máxima. Y también como de entonces acá todos los papas elegidos por inspiración del Espíritu Santo tuvieron el apoyo de los poderes terrenales, con sus leyes y ejércitos, y mediante la prédica de la humildad contribuyeron a mantener resignados y sumisos a los pueblos sometidos.

A menudo ante un chiste ocurrente nos preguntarnos cómo le habrá venido a la cabeza a quien se le ocurrió. Ya Sigmund Freud se lo preguntó en su día y escribió unas cuantas páginas acerca de cómo se gestan en la mente humana esas agudezas verbales. Pero sin ir tan lejos, cabe pensar que el narrado chiste puede muy bien responder al estupor que a un buena parte de quienes recibimos en nuestra infancia educación católica nos causa la paradójica conducta que ha seguido a lo largo de los siglos esa Santa Madre Iglesia Católica Romana que dice ser depositaria del mensaje de Jesús.

Paradójico o si más no contradictorio es pensar que Jesús de Nazaret, que nunca se valió de poder alguno para imponer sus convicciones, haya llegado a tener como máximos representantes suyos en el mundo a papas tan soberbios y amantes del poder como para recurrir a la violencia siempre que se ha puesto en juego su supremacía o la de la “santa institución” por ellos gobernada.

Una atenta lectura de la historia del papado nos da argumentos más que suficientes para la perplejidad que señalamos. Papas como Urbano II, quien promulgó la primera cruzada, una guerra santa, bajo el signo de la cruz victoriosa. Inocencio III, quien en 1202 proclamó la cuarta cruzada, fruto de la cual fue la conquista de Constantinopla y los tres días de saqueo que le siguieron, el cual más tarde, en 1215, proclamó la gran cruzada de exterminio contra los albigenses. Inocencio IV, quien autorizó a la Inquisición que permitiera a las autoridades seculares la tortura para arrancar confesiones de herejía. En fin, la lista es escandalosamente larga. Tanto, que motivos hay para compartir la sospecha que da pie al irrespetuoso chiste. Y no tan solo en tiempos remotos, sino en los cercanos. Porque quienes tenemos ya alguna edad recordamos lo hecho por papas como Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

De Pío XII sabemos que firmó un concordato con Hitler y que dio soporte a los regímenes fascistas de Italia, Portugal y España. Que no protestó contra las leyes xenófobas de Nuremberg (1935), ni contra el ataque italiano contra Etiopia y Albania en 1939, ni contra el comienzo de la Segunda Guerra Mundial por parte de los nazis en ese mismo año. Qué guardo silencio sobre el holocausto perpetrado por los nazis. Que bendijo el golpe militar del fascista Franco contra el legítimo gobierno de la República y la criminal limpieza ideológica que hizo tras su triunfo armado.

De Juan Pablo II sabemos que heredó el celo anticomunista de su antecesor Pío XII, lo cual le llevó a bendecir la empresa privada y el libre mercado y a pactar con Ronald Reagan el fin de la Teología de la Liberación en América Latina, que amenazaba los intereses de EEUU. Mientras él reprendía públicamente a Ernesto Cardenal, los dictadores militares que gozaban de su bendición asesinaban a curas, monjas y civiles que luchaban por un mundo más justo y más humano. Sabemos que dio especial soporte a instituciones altamente reaccionarias, como el Opus Dei, de quienes canonizó a su fundador. También bendijo a los Legionarios de Cristo, fundados por Marcial Maciel, que se ha hecho tristemente famoso por su escandalosa inmoralidad. Y a los neocatecumenales de Kico Argüello, que no se distinguen precisamente por su progresismo. Y que a fin de dejar asegurada su sucesión en la más absoluta línea reaccionaria nombró un gran número de cardenales de ideología totalmente derechista. En fin, que no dejó en mal lugar al Espíritu Santo en lo concerniente a hacer uso de los poderes terrenales y predicar humildad y sumisión al pueblo.

Su sucesión recayó en el cardenal Ratzinger, máximo responsable de la “Congregación Para la Doctrina de la Fe” (Inquisición) desde 1981, quien en el ejercicio de ese cargo reprimió con mano dura a cuantos teólogos y curas osaron cuestionar la doctrina católico-romana, entre ellos a Hans Küng y Leonardo Boff. Elegido papa en 2005, con el nombre de Benedicto XVI siguió el camino involucionista de su antecesor, llevando a la Iglesia por los caminos del autoritarismo y cada vez más alejados del Concilio Vaticano II. Su gran afán de poder y de protagonismo lo llevó a compartir el mundo de los poderosos, hasta el punto de celebrar su 80 aniversario en la Casa Blanca, en compañía del belicoso George W. Bush. Durante su mandato han salido a la luz numerosos escándalos que bien pueden haber sido la principal causa de su renuncia al pontificado.

A Benedicto XVI le sucede ahora el cardenal argentino Bergoglio, quien cambia su nombre por el de Francisco. El pasado clerical del presente papa es motivo de controversia. La mayor parte de la Iglesia Católica Latinoamericana se muestra orgullosa de él y manifiesta su esperanza de que haga grandes cambios. Los gestos de cara a la galería que ha empezado a hacer parece que quieran dar la razón a sus fieles seguidores. Pero quienes miramos la trayectoria del papado con espíritu crítico nos preguntamos si al igual que sus antecesores no estará haciendo lo que dio lugar al irreverente chiste que nos ha servido de introducción: humildad de cara al pueblo y connivencia con los poderosos.

No vamos a aventurar profecías sino a darle tiempo al tiempo. Iremos observando y ya se irá viendo. De momento vemos que tomó entre sus asesores al filogolpista cardenal Óscar Rodríguez Madariaga*, lo cual algo indica. Pero no nos precipitemos. ¡YA SE VERÁ!


* Acerca de Rodríguez Madariaga:

http://www.redescristianas.net/2009/08/11/cardenal-arzobispo-de-tegucigalpa-oscar-rodriguez-maradiaga-%C2%AByo-soy-el-primero-en-rechazar-el-golpe-de-estado%C2%BB/

http://www.redescristianas.net/2009/08/21/mis-pastores-nos-e-ocupan-de-mi-rebanose-apacientan-ellos-mismosgabriel-sanchez-montevideo-uruguay/