lunes, 27 de noviembre de 2017

Lo que nos mueve


Vivimos tiempos difíciles. En unos pocos años hemos retrocedido siglos de lucha social. El absolutismo que hoy impera nada tiene que envidiar al de los viejos tiempos, cuando la realeza era quien dictaba las leyes a su antojo. Hoy quienes las dictan son las entidades financieras, las cuales no son elegidas democráticamente, como tampoco lo eran los reyes.  

Nuestra maravillosa civilización occidental, de raíz supuestamente cristiana, ha generado sociedades con muy poca conciencia social y sin más principios que la propia conveniencia. Damos por bueno lo que nos va bien y nos importa muy poco si a alguien le va mal. Propiedad privada y competencia son principios que nadie discute, pese a que están destruyendo la naturaleza y acabarán con la especie humana en menos tiempo del que la gente imagina. El capitalismo ha impuesto su ideología en todo el mundo “civilizado”.

Pese a esa falta de conciencia social que señalamos, la cual fue el motor de las luchas de clases de final del siglo XIX y principio del XX, se dan protestas colectivas. La gente sale a la calle y pone el cuerpo. Y no siempre lo hace con la idea clara de alcanzar un fin, sino con la de testificar con su presencia un descontento que late en lo hondo de la mayor parte de la sociedad. Ahí tenemos las “primaveras árabes” del 2010, el 15M español de 2011, y toda una serie de movimientos de similares características que se sucedieron y todavía se dan.

Una de las cosas que caracteriza a esos movimientos de masas es la ausencia de un fin político debidamente razonado. La gente protesta porque está harta. Si alguien les dijo que con esas protestas iban a alcanzar la Luna, puede ser que se lo crean o puede que no, pero eso no impide que salgan a la calle, porque lo que une a todo ese gentío es el hartazgo, Coinciden en su deseo de cambiar lo que no les gusta y en la necesidad de creer que con su protesta pueden desterrar la opresión y alcanzar una libertad satisfactoria.

Sin duda los poderes políticos se valen de ese sentimiento colectivo para fines que nada tienen que ver con lo que el pueblo desea. Ya vimos en qué quedaron las revueltas norteafricanas, así como la escasa repercusión política del 15M español. El poder sigue en las mismas manos y las posibilidades de quitárselo son más que remotas. La fuerza represiva de los estados es cada vez mayor y a ella hay que añadirle actualmente la capacidad de persuasión de los medios informativos que controla.

Si miramos fríamente los movimientos de protesta actuales veremos que los hay de dos clases, los espontáneos, que responden a quejas más o menos concretas de la ciudadanía, y los dirigidos, que suelen tener fines más políticos que sociales y que tienen siempre una gran carencia de reflexión colectiva en torno al objetivo final. Quienes en estos últimos se manifiestan siguen consignas, pero en ningún momento se da un debate profundo de las afirmaciones que contienen. Y así, puede ocurrir que el pueblo esté luchando por objetivos que ni siquiera sospecha.

Ninguna de las dos clases de protestas que acabamos de referir son revolucionarias. No se proponen cambiar el orden establecido sino hacer que quienes gobiernan tomen conciencia de que pueden tener una grave pérdida de votantes en beneficio de sus opositores, algo que siempre preocupa a los políticos. Son protestas vacías de esperanza. No hay estrategia ni plan alguno previamente establecido. Es casi un darle gusto al cuerpo, porque el descontento no se puede ya contener. Protestamos con la convicción honda de que nada sustancial vamos a cambiar. Pero si más no, sembramos.

Hace años que perdimos la esperanza de alcanzar la utopía. La sabemos cada vez más lejana. Pero no perdemos la Fe que nos mueve a luchar. Hacemos lo que creemos que debemos hacer. Lo hacemos con plena conciencia, con convicción profunda, porque ese hacer, ese luchar es lo que nos mantiene vivos. Lo que nos permite vivir sin esperanza, a la vez que no nos deja caer en la desesperanza.

No es triste luchar así. Somos conscientes de que el cambio no es posible, pero no nos resignamos. Somos conscientes de las grandes fronteras que hay dentro de nuestro mundo entre el cuarenta por ciento acomodado y el sesenta por ciento desposeído. Sabemos que los de arriba seguirán estando siempre arriba y que nosotros, pueblo, estaremos siempre abajo. Pero aun así protestamos. Tenemos necesidad de protestar. Somos pueblo, pero seres vivos, no objetos. Quien nos quiera esclavizar va a tener que enfrentarnos. /PC

PUBLICADO EN ECUPRES 


27/11/2017

lunes, 20 de noviembre de 2017

La rebelión del pueblo catalán


“Volveremos a luchar, volveremos a sufrir, volveremos a vencer”


Desde hace algún tiempo vivimos en Cataluña un gran movimiento de masas que reivindican la independencia patria, algo muy difícil de lograr porque atenta a los intereses del Estado español y aún de la misma Unión Europea (UE). Catalunya aporta un 20% del PIB estatal y la UE no quiere problemas territoriales en el seno de los estados que la constituyen. Difícil, pues, para las aspiraciones independentistas.

Hemos señalado en escritos anteriores como el espíritu rebelde del pueblo catalán es utilizado con fines electoralistas por algunos políticos catalanes y españoles, así como la escalada que ese movimiento ha ido tomando desde el uno de octubre hasta el presente, en que ha desbordado con creces a sus líderes. Hoy no son los políticos independentistas catalanes quienes se enfrentan al Estado sino el pueblo catalán organizado horizontalmente.

La historia nos muestra cómo a lo largo de los siglos los pueblos rebeldes han sido aplastados por los poderes a los que se han enfrentado. Las tres guerras serviles del Imperio Romano son ejemplo de ello, pero los hay muchos más. Siempre el poder organizado ha derrotado a quienes han pretendido librarse de él. De un modo u otro la esclavitud ha prevalecido. No necesariamente en la forma de seres encadenados, pero sí sometidos a violencias institucionales que les obligan a vivir dentro de los límites que los poderosos establecieron.

El catorce de abril de 1931, todavía no hace un siglo, el Estado español se proclamó República. Lo logró con la ayuda de gran parte del pueblo, al cual prometió principios de igualdad, fraternidad y libertad que la ancestral monarquía no respetaba. Pero aquellas promesas políticas no se cumplieron nunca del modo que habían imaginado quienes las recibieron. Eso dio lugar a protestas de las clases más humildes, las cuales el gobierno republicano reprimió del mismo modo que las reprimía la monarquía: a punta de bala.

Aquella República duró poco. Fue un avance importante en derechos humanos y sociales con respecto a las monarquías que la precedieron, pero no logró complacer al pueblo que la aupó. Y aun con esa insuficiencia despertó la ira de quienes veían peligrar sus privilegios ante los reclamos de los más menesterosos. Y así, el 18 de julio de 1936, un golpe militar truncó todo lo bueno que traía consigo aquel intento de cambiar la milenaria injusticia. Se desató una guerra civil que terminó en 1939 con la victoria de los golpistas. Tras ella quedó España bajo el dominio de una dictadura que duró hasta la muerte del dictador en 1975.

Durante los años de gobierno dictatorial los agravios del Estado al pueblo catalán se redoblaron. Se produjeron hondas heridas en el alma de quienes habían sobrevivido a la guerra. Pero el estado de terror instaurado por los golpistas vencedores hizo que durante mucho tiempo pocos fuesen los desafíos que la dictadura tuviese que afrontar. Aun así, la rebelión siguió viva en el alma del pueblo catalán, como lo atestiguó la gran “huelga de los tranvías” de 1951 en Barcelona y las muchas protestas que durante los años siguientes se dieron. Pese a que la huelga logró que el precio del billete no subiera, las protestas fueron seriamente represaliadas y más de un implicado fue detenido y torturado.

A partir de 1978, con la instauración del “estado de las autonomías” se inauguró un período de calma en las reivindicaciones del pueblo catalán, que terminó en 2010 cuando el Tribunal Constitucional vetó la propuesta de actualización del Estatuto de Autonomía de Cataluña. A partir de entonces se inicia un período de confrontaciones políticas entre Cataluña y el Estado, las cuales son utilizadas de forma electoralista por políticos españoles y catalanes. La intolerancia de unos y la torpeza de otros han desencadenado un continuo de protestas que ha crecido de año en año hasta el presente y ha dado pie al gobernó del Estado para iniciar represalias.

Una vez más el pueblo catalán está siendo represaliado por ese Estado español irrespetuoso. Pérdida institucional, fuga de empresas catalanas hacia territorio español, desprestigio programado del pueblo catalán ante el resto de España y, lo que es más grave, una división en el seno de la sociedad catalana entre independentistas y unionistas que será muy difícil de superar en el camino hacia esa tan deseada independencia. Peores cosas pueden todavía suceder, pero las enumeradas son ya suficientemente graves para que los responsables de tanta desgracia sean juzgados severamente. El pueblo catalán tendrá que hacer una muy honda reflexión antes de seguir en su empeño de alcanzar la independencia.

No es probable que amaine la ira de ese pueblo reivindicativo y tenaz. Barcelona, esa “rosa de fuego” como la apodaron algunos historiadores por haber sido centro de bravas rebeliones reivindicativas, no se dejará amilanar. Podrán quizá parar por algún tiempo las protestas, pero prevalecerá el espíritu de lucha contra la opresión que ha caracterizado durante siglos a este pueblo. Ningún gobierno logrará quebrarlo ni con engaños ni con violencia. Aprenderá, quizá, con la presente experiencia que debe cambiar de estrategia. Pero a partir de ahora se llenarán de sentido más que nunca las palabras de Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, fusilado por los fascistas españoles el 15 de octubre de 1940 en el castillo de Montjuïc de Barcelona: “Volveremos a luchar, volveremos a sufrir, volveremos a vencer”. /PC

Publicado en ECUPRES

jueves, 9 de noviembre de 2017

El conflicto hispano-catalán en tela de juicio


En los acontecimientos políticos, la bondad y la maldad, por ser valores morales, cuentan poco.


Ha transcurrido un mes desde el uno de octubre (1-O), fecha histórica en Cataluña que difícilmente se borrará de la memoria de quienes la vivieron. La República Catalana ha sido proclamada por los políticos independentistas. El Estado español ha reaccionado encarcelando a quienes la proclamaron y encausando a los líderes de las organizaciones pro independencia. Cataluña tiene suspendida su autonomía y está en manos del gobierno español.

Nada hace pensar que la proclamada República Catalana tenga posibilidad alguna de convertirse en un estado independiente mínimamente reconocido. Y no obstante, las dos grandes entidades bancarias catalanas han trasladado su sede fuera de Cataluña, y también lo hacen numerosas empresas grandes y no tan grandes. Las cadenas de TV catalanas y españolas siguen ocupadas por el proceso independentista, pero no van más allá de lo puramente anecdótico. ¿Por qué no van a la raíz del conflicto? 

Cuando se trata de política suele ocurrir que por encima de los derechos de los pueblos se habla de sus gobernantes, ya sea para señalar la sinvergüencería con que actúan unos o para elogiar sus supuestas virtudes. No queremos caer en eso, porque sabemos bien que ahí están las trampas. Pero ahora en Cataluña hay dos contendientes en lucha y vamos a tratar de ver qué de bueno y qué de malo nos trae esa pelea.

Vaya por delante que rechazamos las leyes impuestas por la fuerza, como lo es la presente Constitución Española, fraguada a la muerte del dictador por sus secuaces para seguir detentando el poder bajo una apariencia de democracia. No entraremos pues a discutir legalidades sino estrategias y conductas.

Desde el inicio de eso que llaman democracia, en 1978, la derecha española gobernante no ha desperdiciado ocasión de hacer méritos para despertar la ira del pueblo catalán. Incluso hay políticos que hacen del ataque a Catalunya un arma electoral. El principal agravio al pueblo catalán es el incumplimiento de las obligaciones presupuestarias que fija el estatuto de autonomía. Pero entre las más recientes está el ninguneo que el gobierno presidido por Mariano Rajoy ha hecho de las demandas de los políticos catalanes.

Las ofensas de los gobiernos españoles fueron capitalizadas por Artur Mas, presidente entonces de la Generalitat de Catalunya, para lanzar una campaña independentista que empezó en 2012 y todavía sigue. Resultado de ella es la actual situación por las que atraviesan las instituciones catalanas y algunos de sus políticos. La pregunta que nos viene a la mente es si esta desgracia institucional y económica que estamos padeciendo en Cataluña forma parte de la estrategia de Artur Mas y sus colaboradores, o si ha sobrevenido por causa de su torpeza.

Empecemos por la segunda suposición. ¿Se han encontrado los líderes independentistas catalanes con que habían puesto en marcha un movimiento ciudadano que les ha sobrepasado y no lo han sabido o podido detener? ¿Qué puede haber impedido al presidente Puigdemont disolver el parlamento catalán y convocar elecciones autonómicas según prevé el estatuto de autonomía para evitar la represión del Estado?

Si pasamos a la primera suposición, la de que esta situación estaba buscada, debemos preguntarnos con qué objetivos y qué fin. ¿Es el triunfo electoral de Artur Mas el objetivo primero de esta campaña independentista? ¿Pretenden poner en evidencia la falsa democracia del Estado español para así fomentar el independentismo? ¿Está inspirada su estrategia en el Alzamiento de Pascua irlandés de 1916 pero sin armas ni muertos, solo con independentistas encarcelados?

Reiteradamente nos hemos mostrado contrarios a toda clase de opresión, sea personal o colectiva. Entendemos que los pueblos tienen derecho a decidir democráticamente su destino. Sabemos que el Estado español no respeta los más elementales derechos exigidos en el marco de la Unión Europea. Pero la culpa de una parte no exculpa a la otra. Veamos. ¿Pensaron en algún momento los líderes independentistas en los daños que ese alzamiento podía comportar al pueblo catalán?

Lamentamos todo lo que está ocurriendo en Cataluña. La revuelta independentista ha creado una brecha social que va a perdurar. Después de más de medio siglo de vivir en paz gentes provenientes de diversos lugares de España, ahora se enfrentan identidades patrias en el seno del pueblo. No podemos sino censurar la conducta de los gobiernos causantes de ese gran daño social, los  cuales son, a nuestro juicio, tanto el antidemocrático gobierno español como el catalán que ha fomentado el independentismo.

Ni la intolerancia constitucional ni la división independentista nos parecen caminos aceptables. El deber de todo gobernante es velar por el bienestar del pueblo con base a los principios de libertad, igualdad y solidaridad. Todo lo que se aparte de ellos merece ser rechazado. Ningún pueblo que acepte otras vías va por buen camino. Por más que logre triunfos, acabará a la larga cosechando derrotas, porque con su mal hacer habrá perdido el mayor de sus valores: la dignidad humana. /PC


Publicado en ECUPRES