“Volveremos a luchar, volveremos a sufrir,
volveremos a vencer”
Desde hace algún tiempo vivimos en Cataluña un gran
movimiento de masas que reivindican la independencia patria, algo muy difícil
de lograr porque atenta a los intereses del Estado español y aún de la misma
Unión Europea (UE). Catalunya aporta un 20% del PIB estatal y la UE no quiere
problemas territoriales en el seno de los estados que la constituyen. Difícil,
pues, para las aspiraciones independentistas.
Hemos señalado en escritos anteriores como el espíritu rebelde
del pueblo catalán es utilizado con fines electoralistas por algunos políticos
catalanes y españoles, así como la escalada que ese movimiento ha ido tomando
desde el uno de octubre hasta el presente, en que ha desbordado con creces a
sus líderes. Hoy no son los políticos independentistas catalanes quienes se
enfrentan al Estado sino el pueblo catalán organizado horizontalmente.
La historia nos muestra cómo a lo largo de los siglos los
pueblos rebeldes han sido aplastados por los poderes a los que se han
enfrentado. Las tres guerras serviles del Imperio Romano son ejemplo de ello,
pero los hay muchos más. Siempre el poder organizado ha derrotado a quienes han
pretendido librarse de él. De un modo u otro la esclavitud ha prevalecido. No
necesariamente en la forma de seres encadenados, pero sí sometidos a violencias
institucionales que les obligan a vivir dentro de los límites que los poderosos
establecieron.
El catorce de abril de 1931, todavía no hace un siglo, el
Estado español se proclamó República. Lo logró con la ayuda de gran parte del
pueblo, al cual prometió principios de igualdad, fraternidad y libertad que la
ancestral monarquía no respetaba. Pero aquellas promesas políticas no se cumplieron
nunca del modo que habían imaginado quienes las recibieron. Eso dio lugar a
protestas de las clases más humildes, las cuales el gobierno republicano
reprimió del mismo modo que las reprimía la monarquía: a punta de bala.
Aquella República duró poco. Fue un avance importante en
derechos humanos y sociales con respecto a las monarquías que la precedieron,
pero no logró complacer al pueblo que la aupó. Y aun con esa insuficiencia despertó
la ira de quienes veían peligrar sus privilegios ante los reclamos de los más
menesterosos. Y así, el 18 de julio de 1936, un golpe militar truncó todo lo
bueno que traía consigo aquel intento de cambiar la milenaria injusticia. Se
desató una guerra civil que terminó en 1939 con la victoria de los golpistas.
Tras ella quedó España bajo el dominio de una dictadura que duró hasta la
muerte del dictador en 1975.
Durante los años de gobierno dictatorial los agravios del
Estado al pueblo catalán se redoblaron. Se produjeron hondas heridas en el alma
de quienes habían sobrevivido a la guerra. Pero el estado de terror instaurado
por los golpistas vencedores hizo que durante mucho tiempo pocos fuesen los
desafíos que la dictadura tuviese que afrontar. Aun así, la rebelión siguió
viva en el alma del pueblo catalán, como lo atestiguó la gran “huelga de los
tranvías” de 1951 en Barcelona y las muchas protestas que durante los años siguientes
se dieron. Pese a que la huelga logró que el precio del billete no subiera, las
protestas fueron seriamente represaliadas y más de un implicado fue detenido y
torturado.
A partir de 1978, con la instauración del “estado de las
autonomías” se inauguró un período de calma en las reivindicaciones del pueblo
catalán, que terminó en 2010 cuando el Tribunal Constitucional vetó la
propuesta de actualización del Estatuto de Autonomía de Cataluña. A partir de entonces
se inicia un período de confrontaciones políticas entre Cataluña y el Estado,
las cuales son utilizadas de forma electoralista por políticos españoles y
catalanes. La intolerancia de unos y la torpeza de otros han desencadenado un
continuo de protestas que ha crecido de año en año hasta el presente y ha dado
pie al gobernó del Estado para iniciar represalias.
Una vez más el pueblo catalán está siendo represaliado por
ese Estado español irrespetuoso. Pérdida institucional, fuga de empresas
catalanas hacia territorio español, desprestigio programado del pueblo catalán
ante el resto de España y, lo que es más grave, una división en el seno de la
sociedad catalana entre independentistas y unionistas que será muy difícil de
superar en el camino hacia esa tan deseada independencia. Peores cosas pueden
todavía suceder, pero las enumeradas son ya suficientemente graves para que los
responsables de tanta desgracia sean juzgados severamente. El pueblo catalán tendrá
que hacer una muy honda reflexión antes de seguir en su empeño de alcanzar la
independencia.
No es probable que amaine la ira de ese pueblo
reivindicativo y tenaz. Barcelona, esa “rosa de fuego” como la apodaron algunos
historiadores por haber sido centro de bravas rebeliones reivindicativas, no se
dejará amilanar. Podrán quizá parar por algún tiempo las protestas, pero prevalecerá
el espíritu de lucha contra la opresión que ha caracterizado durante siglos a este
pueblo. Ningún gobierno logrará quebrarlo ni con engaños ni con violencia. Aprenderá,
quizá, con la presente experiencia que debe cambiar de estrategia. Pero a
partir de ahora se llenarán de sentido más que nunca las palabras de Lluís
Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, fusilado por los fascistas
españoles el 15 de octubre de 1940 en el castillo de Montjuïc de Barcelona: “Volveremos
a luchar, volveremos a sufrir, volveremos a vencer”. /PC
Publicado en
ECUPRES
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