Suspendida sine die la autonomía catalana por el Estado español.
Encarcelados algunos de los líderes independentistas y exiliados otros, todo
indica que la revuelta independentista catalana se halla en serio aprieto. Y no
obstante no parece que cunda el desánimo. Las tres formaciones independentistas
buscan afanosamente el modo de investir presidente al depuesto Puigdemont, algo
complicado porque lo impide la Justicia española.
Son muchas las opiniones que desde el 1 de octubre acá se
vienen manifestando, tanto en favor del Estado español como de Cataluña. No es
fácil hacer una síntesis y mucho menos tomar partido. Hay considerandos para
todos los gustos. Pero como en todos los nacionalismos el corazón es quien
manda. Y ya sabemos que las razones del corazón no las entiende la razón.
Todas las historias tienen un pasado sin el cual no es fácil
entender el presente. La relación de Cataluña con el estado español no es
ninguna excepción. Motivos hay más que suficientes a lo largo de siglos para
que el pueblo catalán sienta hondo rechazo a las imposiciones de los gobiernos
de España. Pero los pueblos no se rigen por la historia escrita sino por la
vivida, que nunca alcanza muy lejos. Para entender lo que está ocurriendo en
Cataluña conviene fijarse en lo que pueda permanecer vigente en el ánimo de la
población independentista.
Vivimos en un mundo banal. La mayor parte de la gente
huye de los planteamientos trascendentes y se limita a lo que mantiene vivo su
ánimo. El bienestar personal y familiar debiera ser uno de los mayores
incentivos, pero deja de serlo en la medida que escapa al propio control. La
condición social que cada cual ha alcanzado en función de su origen, capacidad
natural, nivel de estudios logrado y otros factores es difícilmente modificable.
Por esa razón se acoge a los estímulos que puede controlar.
Relaciones personales, deportes, viajes, espectáculos de
todo orden pero preferentemente competitivos son los recursos más comunes de
los que se echa mano para hacer subir la adrenalina y mantener latiendo el
corazón. Y entre los espectáculos, no cabe duda de que el futbol ocupa un lugar
preferente. ¿Quién permanece indiferente ante la victoria o la derrota del club
local en un campeonato?
En noviembre de 1899 se fundó el Fútbol Club Barcelona “Barça”.
En octubre de 1900 se fundó, también en Barcelona, el Real Club Deportivo
Español, tras lo cual se estableció una rivalidad que corresponde a lo que
representan los nombres de ambos clubs, Barcelona y Español. Pero en noviembre de
1901 se fundó el Real Madrid Club de Fútbol. La disputa entre lo catalán y lo
español dejó de tener dimensión local para tenerla estatal.
Con los años, el Barça pasó a ser “ALGO MÁS QUE UN CLUB”
y se convirtió en el abanderado de todo un sentimiento patriótico, entre
romántico y realista que revivía la secular lucha del pueblo catalán por
sobrevivir ante un Estado invasor y genocida. La agresión golpista a la
población catalana que defendió hasta el final la legitimidad republicana se
hacía presente en cada partido y a lo largo de toda la Liga. Cada triunfo del
Barça era una victoria del pueblo catalán y cada triunfo del Real Madrid era
una dolorosa derrota.
Contrariamente a lo que pudiera suponer alguien que no
vivió en Cataluña aquellos duros años de dictadura, los medios informativos
españoles públicos y privados, contribuyeron no poco a fomentar esta visión,
con la cual mantuvieron vivo el ánimo generado mucho antes por vejaciones que
el tiempo había relegado ya al olvido de la mayor parte del pueblo catalán, por
más que permaneciesen vivas en el inconsciente colectivo.
Gran parte de quienes hoy enarbolan banderas independentistas no son capaces de
dar una razón convincente de por qué lo hacen. Las más de las veces responden
con relatos plagados de tópicos cuando se les interroga y son incapaces de
ahondar en su personal motivación. Pero eso no significa que razones no haya
para luchar contra las imposiciones del Estado español, que siempre mantuvo con
Catalunya una relación de vencedor a vencido y la sigue manteniendo.
Ninguna guerra se gana para siempre. El vencedor no puede
seguir sometiendo al vencido a perpetuidad porque tarde o temprano el vencido
tratará de recuperar la dignidad que le ha sido arrebatada. Las relaciones
entre pueblos son relaciones entre personas y como tales deben ser cuidadas por
quienes tienen a su cargo responsabilidades públicas. El Estado español no
solamente no las cuida sino que hurga en las heridas. Las consecuencias de tal
modo de actuar pueden llegar a ser graves. Por más que no lo parezca, hasta lo banal
trasciende. /PC
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