martes, 28 de junio de 2016

Nadar y guardar la ropa *


Parece ser que una de las habilidades indispensables para ejercer como político debe ser la que expresa ese refrán español con el cual encabezamos este escrito: nadar y guardar la ropa. Hablar de lo que conviene y callar lo inoportuno. Y puesto que como político ejerce, sin duda alguna, el representante máximo de la Iglesia Católica Romana, tanto más cuanto que es también Jefe de Estado del Vaticano, no debe causar extrañeza que el Papa Francisco tenga bien desarrollada esa capacidad. Quizá porque la tenía ya de antemano el jesuita Bergoglio sea por lo que ha llegado a ser elegido papa.

En el escrito que señalamos, para hablar de genocidio se ciñe Bergoglio al marco de las dos grandes guerras mundiales, lo cual le permite omitir todos los que conoce o debiera conocer bien por haber sido cometidos a lo largo de su vida pastoral, tales como los de las dictaduras militares en América Latina, que de ningún modo puede ignorar, y el tercero en magnitud de la Europa del siglo XX, cual es el asesinato sistemático de adversarios políticos en España durante la guerra que desencadenó el golpe militar de 1936 y en los años que le siguieron. Genocidios ambos que le atañen por su proximidad en el espacio y el tiempo los primeros y por la participación de la sacrosanta institución que él preside el segundo.

Siempre fue fácil entender que la convivencia exige el cuidado de las palabras. No se debe decir todo lo que se piensa si se quiere mantener relaciones cordiales con quienes nos rodean. Pero eludir las palabras comprometedoras y acusar al mismo tiempo a los demás de mirar hacia otro lado en momentos tan graves como los que se evita hacer presentes es, en opinión de quien esto escribe, algo que sobrepasa la habilidad diplomática y cae de lleno en la hipocresía.

Que en buena moral cristiana la hipocresía debiera ser inexcusablemente rechazada es algo que está en la base misma de las creencias cristianas, según puede verse en los evangelios. Y no obstante, muestras claras de hipocresía vienen dándole al mundo desde tiempos inmemoriales clérigos y gentes nominalmente creyentes. Quien esto escribe puede dar fe de que acá en el Estado español hemos padecido la hipocresía clerical durante los cuarenta años que van desde el golpe militar de 1936 hasta la muerte del dictador. Y que esta sigue imperando en la clerecía católica española aún después de proclamada la Constitución de 1978 que declara no confesional al Estado español pero no invalida los privilegios que la dictadura le concedió.

Cabe señalar que, salvo contadísimas excepciones, toda la clerecía española dio soporte a los golpistas y silenció los crímenes que cometieron durante la guerra y tras ella. Y que aún hoy día ninguna autoridad de la clerecía católica romana ha pedido perdón por ello. Como tampoco tenemos conocimiento de que lo haya hecho ese Bergoglio que hoy acusa a los dirigentes aliados de esas dos grandes carnicerías que fueron las dos grandes guerras del siglo XX. Ni por la connivencia con los golpista españoles ni por la que tuvieron él y sus pares con los golpistas de América Latina ha pedido perdón. Es más, no tan solo no lo pide sino que se refiere al papa Wojtyla, el perseguidor de la Teología de la Liberación y de los clérigos que en ella participaron, nombrándolo “San Juan Pablo II”, lo cual es indicativo de lo que de él piensa. Y en este sentido debemos recordar que ese antecesor suyo hizo un derroche de hipocresía al pedir perdón “por los errores de la Iglesia en tiempos pasados” mientras daba soporte a las criminales dictaduras militares de su mismo tiempo.

Nos parece lamentable que el actual Papa Francisco siga en la línea de hipocresía que desde tiempos remotos viene caracterizando a la clerecía católico-romana. Nos parece lamentable porque en esa línea de tradición clerical poco cabe esperar de la Iglesia que él preside. Cabe esperar, eso sí, que como viene sucediendo a lo largo de los siglos haya personas de corazón cristiano, pertenezcan o no a su feligresía, que sigan los preceptos que dimanan de las enseñanzas del Jesús de los evangelios. Cabe esperarlo también de quienes con corazón cristiano o simplemente humano tengan sentido de la bondad, de la justicia y de la misericordia que nos mueven a convivir en paz y armonía con la humanidad entera. Cabe esperarlo sin duda alguna. Pero tenemos muy claro que hoy por hoy no podemos confiar en esa institución que preside quien de tal modo se expresa y comporta. /PC

* A propósito de la noticia aparecida en Agencia de Noticias Prensa Ecuménica – ECUPRES con fecha 27 de junio de 2016 titulada “Genocidio, la palabra de Bergoglio”.



lunes, 27 de junio de 2016

Y sigue en pie, señoras y señores, la España impertérrita.


No se arredra. No se mueve. No parece que hay nada capaz de causar espanto a ese pueblo español diezmado ideológicamente  hace tres cuartos de siglo por una de las más sangrientas dictaduras de la Europa del siglo XX. ¿Será que inoculado el terror en lo más hondo de sus entrañas ha ido transmitiendo a las nuevas generaciones el temor a los cambios? Ni un millón de parados, ni la pobreza que avanza a pasos agigantados, ni la desfachatez de una clase política que no se molesta siquiera en esconder la poca vergüenza que la caracteriza hacen que parpadee la mayor parte de la población a la hora de emitir su voto.

Pasó el 26J, esa fecha que debía mostrar en las urnas una reflexión que el impase político de los anteriores comicios ameritaba, pero no sucedió apenas nada. El inmovilismo político sigue campando por sus anchas en esta España sin alma ni conciencia, sin principios sociales que muevan masas ni aun cuando el ahogo oligárquico asfixie a gran parte de la población. La pelota sigue en el tejado. Nada ha resuelto el nuevo escrutinio de deseos políticos del electorado. Nada va a cambiar acá por ahora. Ni el ejemplo de la clase obrera de la vecina Francia ni el hartazgo de la población del Reino Unido han hecho mella en la mente del rebaño que mansamente ha acudido a las urnas o ha dejado de ir a ellas. 

Con gran júbilo se frota las manos la derecha española y con ella la europea. En esta Piel de Toro que las fuerzas conservadoras domesticaron a placer durante el pasado siglo, el abuso institucional sigue asegurado. Por lo menos en tanto que las pensiones de los abuelos contribuyan a paliar parte de las necesidades de su descendencia. Luego habrá que ver por dónde se decanta la masa no pensante. Habrá que ver si la indignación estalla ya de una vez o si puede más el temor y la estulticia que cimientan la prodigiosa indignidad de este pueblo que acepta sin inmutarse tanta mentira y tanta corruptela política.

No pasaron los tiempos que hicieron pensar a Machado que un español quería vivir y a vivir empezaba entre una España que moría y otra que sin terminar de despertar bostezaba. Hoy esa España apenas si empieza a desperezarse cómodamente tumbada sin ponerse de pie. Y no porque no haya gente que se mueva. No porque la totalidad de la población viva a modo de zombi, sino porque la inquietud de quienes se mueven no alcanza a despertar a los inertes. 

La derecha mundial sabe bien como arremeter contra las poblaciones rebeldes. Sabe que estupidizando a las mayorías logra neutralizar cualquier esfuerzo humanizador que las escasas minorías pensantes puedan hacer. Y eso le sirve para pueblos como el español del presente y para buena parte de algunos que otrora fueron bravos en la defensa de sus derechos, por más que para estos últimos tenga que poner en juego a la vez otros recursos más contundentes. Pero y la izquierda, ¿qué es lo que sabe la izquierda? Nada, de momento no parece que sepa nada. Es como si le faltase encontrar un lenguaje con el cual dirigirse al pueblo, a esa masa de población no pensante que es la que siempre vota a favor de quienes más la perjudican. 

Muchas son las hipótesis que ante la evidencia de esa gran incomunicación pueden llegar a formularse, pero en opinión de quien esto escribe, la partida la perdió la izquierda por vía afectiva. La gente pobre adora a los ricos y ansía tener acceso a cuanto ellos muestran como medios para alcanzar la felicidad. Tanto es así, que los logros materiales han paso a ocupar el primer plano en el orden axiológico, con desprecio de cualquier manifestación de felicidad que no venga del placer corporal o de la presunción de estar en el camino recto para llegar cuanto antes al paraíso terrenal que el sistema promete.

Se nos han metido en el bolsillo mediante el confort y la estética. Han logrado que la debilidad mental de los menos pensantes, que dicho sea de paso son las grandes mayorías, se quede boquiabierta de admiración ante el poder de los déspotas que tratan como a perros a quienes no se acercan a su altura. Han logrado que el pobre desprecie al pobre y adore al rico que lo esclaviza, al tiempo que sueña con ser él quien esclavice a quienes tenga alrededor. Han logrado deshumanizar a la humanidad entera y a fuerza de palos y regalos convertirla en rebaños de animales domésticos que aceptan las cargas que se les imponen, convencidas de que tras ellas llegarán las correspondientes gratificaciones.  

La competitividad se ha instalado en el pensamiento colectivo del mundo “desarrollado”. Millones de personas tienen hoy día como principal objetivo el de alcanzar un empleo bien remunerado y, al igual que los perros con los que experimentaba Iván Pavlov, salivan copiosamente con tan solo pensarlo. No va a ser fácil que la gente descubra que esa es una forma de sutil esclavitud. Pero aun cuando llegasen a darse cuenta, faltaría todavía lograr que descubriesen el valor de la libertad y la amasen.

Ese es el gran reto que en nuestra opinión la izquierda tiene: lograr formas de vida que enamoren al pueblo más de lo que lo enamoran las melifluas carantoñas del consumismo capitalista. Ánimo pues, militantes del alma, porque en el campo de lo inmaterial se juega la batalla. /PC