Debía de estar loco, San Francisco. ¿O acaso no es de locos querer ser pobre cuando se nació rico?
La historia, esa gran recopilación de hechos admirables, está salpicada de locuras. Reales o imaginarias, pero vivas en la mente de millones de seres, son el contrapunto a la sensatez que viene gobernando el mundo a lo largo de los siglos. Siempre fue apareciendo en escena algún ser insensato que lanza en ristre se propuso derribar molinos.
Se hubiese equivocado León Felipe cuando afirmó que en España “ya no hay locos”, de no haber sido su intención claramente provocadora, porque haberlos haylos. Lo que ocurre es que se los oculta, para evitar que cunda su ejemplo y enloquezca media humanidad por contagio. Porque ¿a dónde iría a parar nuestra civilización occidental cristiana si de la noche a la mañana perdiésemos el juicio y empezásemos a ocuparos del bienestar colectivo en vez de pensar solo en el propio?
Nadie con dos dedos de frente pone en riesgo sus bienes, base de su bienestar, a menos que le vaya en ello la vida o la de su propia familia. Esa es la clave de la conducta humana en el mundo de hoy día y de ella se valen los políticos para gobernarnos. Usan los bienes de consumo a modo de zanahoria colgada en la punta de un palo para llevarnos a donde quieren, cual si fuésemos el borrico que cabalgan, confiando en que la sensatez nos llevará en pos de lo deseable. Y aciertan. O por lo menos llevan ya mucho tiempo acertando.
Pero hasta el más sabio yerra tarde o temprano y así fue como, en su exceso de codicia decidieron prescindir de la zanahoria y usar solo el palo. Craso error, porque con solo el palo desencadenaron de nuevo la locura y miles de individuos, poseídos por ella, han dejado de ser asnos para tornarse digno Rocinante, el cual, heridas sus ijadas por las espuelas de eso que impropiamente llaman crisis y cabalgados por el espíritu del inmortal loco manchego, no dudan en lanzarse a galope tendido contra los amenazadores gigantes. Loco empeño el suyo, desigual combate, semejante al de David contra Goliat, tantas veces repetido a lo largo de la historia. Lo frágil contra lo sólido. El débil contra el fuerte. Una honda de pastor contra las armas del guerrero. ¿Cabe mayor locura?
Hoy los políticos catalanes, ávidos de poder, vuelven a manejar la zanahoria para llevar al huerto a ese pueblo hecho masa inerte por las drogas del confort y la molicie. Ofrecen bienes materiales donde solo debiera tener cabida la dignidad. ¿Cómo así? Pues porque son sensatos y saben que la dignidad es cosa de locos, en tanto que lo material lo es de cuerdos. Y saben también que el pueblo es cuerdo, extremadamente cuerdo.
Qué gran triunfo de la razón. De repente, el motivo para librarnos de la tiranía española es el déficit fiscal. La sensata derecha catalana sustituye por moneda de curso legal los esfuerzos y vidas de tantos locos que en aras de la dignidad se sacrificaron luchando contra la tiranía. ¡Será posible!
Motivo habría para felicitarles si, según dicen, fuese cuestión de estrategia. Si fuese verdad que el mundo se hubiese tornado por sí mismo materialista y Catalunya, en tanto que parte del mundo, en un alarde de sensatez hubiese aprendido por ella misma a poner las cosas en su sitio y, descartando la locura, hubiese puesto la sensatez en el primer plano de su vida. Pero no, no es ese el proceso evolutivo de la sociedad catalana, sino otro mucho más deplorable, en el cual las fuerzas de la derecha juegan el principal papel.
La derecha catalana, al igual que la derecha de todo el mundo, es culpable de haber embrutecido al pueblo, de haber estimulado el materialismo de la sociedad de las mil y una maneras que ha tenido a su alcance. Ha impuesto una forma de vida competitiva e individualista, en la cual el triunfo propio implica siempre la derrota ajena; y ha impuesto un sistema educativo que no tiene otro fin que el de configurar mentes aptas para esa forma de vida.
En una tal manera de vivir, cualquier valor no conmensurable es un no-valor. Por lo cual, salvo raras excepciones, la gente vive ignorando todo cuanto no sea evaluable. La sensatez se impone. La locura... Bueno, la locura es cosa de locos, de aquellos que empeñaron su vida en la consecución de algún ideal. Pero de esos ya no quedan, porque murieron en la guerra o fueron fusilados en la posguerra. Los que sobrevivieron fueron los sensatos, los que no apostaron por nada que no fuese su propio bien; los que supieron nadar y guardar la ropa y luego con sensata humildad inclinaron sumisos su testa ante el vencedor y la mantuvieron gacha para que los uncieran, al tiempo que en esa posición contaban las monedas que por su acatamiento percibían.
Esa es mayormente nuestra sociedad actual. Ese es el perfil del ciudadano medio. Ese es el pueblo que ha configurado la ideología de derechas. Por eso ahora los políticos catalanes, en su afán de manejarlo, apelan a la sensatez y en el lugar que corresponde a la dignidad ponen los euros.
Moltes gràcies de la teva reflexió, Pep.
ResponderEliminarGràcies a tu pel teu comentari, Xavier.
EliminarÉs un goig comprovar que no estem sols, que no hem aterrat accidentalment d'un altre planeta, com ara el Petit Príncep, que tenim amb qui compartir pensaments i sentiments.
Això no fa, però, que en conjunt no puguem cantar amb en Raimon: NOSALTRES NO SOM D'EIXE MÓN.
Amb el meu agraïment, la meva cordial salutació.