martes, 31 de diciembre de 2013

Entre el deseo y la esperanza


Diciembre boreal.
¡Lejos quedó el verano!
El melancólico otoño golpea ya la puerta del invierno,
tiempo de oscuridad y de silencio,
en el que duerme la savia de la vida
esperando brotar en primavera,
en el marzo guerrero,
en el abril lluvioso de dragones raptores de doncellas,
de legendarios caballeros y rojas rosas
cual la sangre que corre por las venas
y en ellas hierve
y aflora en el radiante mayo
en las calles y plazas
con un clamor de pueblo,
un estruendo de quejas
y reclamos,
indignación profunda
que despierta
tras un largo letargo de inhumana anestesia.


Enero.
Bajo la niebla
el hielo adorna
con cristalinas cenefas
las ramas de los árboles
en el silencio de unos campos que esperan
con labriega paciencia
la nieve que los cubra,
la lluvia que les moje las entrañas
y las devenga fértiles.
Sobre los hielos
en mitad de esos campos
unos pájaros negros
arrebozados en sus plumas
aguardan
sobrevivir en esta dura prueba
a que la madre natura los convoca,
de madurez y resistencia
y voluntad firme
de alcanzar
la todavía lejana primavera.
Solo el firme afán
y el vivo anhelo
les darán la victoria.


Cubierto ya de invierno
sigue febrero
con su manto de nieve
bajo un sol que se le asoma
con discreta prudencia.
A su queda llamada
florecen los almendros
temerarios,
dispuestos a afrontar
los últimos envites
de ese invierno tenaz
cuya derrota cantan ya
esos pájaros negros,
profetas pregoneros de esperanza.
No se rindió la vida,
solo hizo una tregua.


Tras el cristal de mi ventana observo
con mi mirada vieja
como cae la lluvia
que repica con fuerza
sobre asfaltos y losas y tejados
y murmura
en la labrada tierra blanda
de los sembrados
y escucho
en lo hondo de mi alma
cargada de deseo
su gorjeo de promesas
de abundantes graneros
que nutrirán generaciones venideras,
un nuevo mundo
de gentes jóvenes
y esperanzas nuevas.


Pep Castelló
Diciembre 2013

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