domingo, 31 de agosto de 2014

Reflexiones desde Taizé *


I - La deshumanización de las masas

La incultura política y la falta de compromiso social hacen de la humanidad un conjunto de grandes rebaños de borregos. Las clases sociales privilegiadas cuidan de que así sea.


Durante mucho tiempo, pero muy especialmente a partir del siglo XVIII, quienes anhelaban un mundo más equitativo y humano pensaron que el analfabetismo era la causa de los grandes males que padecían las capas sociales oprimidas. A fin de atajar esos males, se esforzaron en promover la enseñaza pública y establecer las condiciones necesarias para que toda la población tuviera acceso a ella, no tan solo a los niveles básicos de alfabetización sino a grados de instrucción elevados.

A finales del siglo XX los grandes estados del mundo contaban con organizaciones de enseñanza capaces de dar altos niveles de instrucción y conocimientos a la mayor parte de su población. Y no obstante, durante la primera década del siglo XXI la opresión que padecen las capas sociales humildes se ha incrementado en grado sumo y la desigualdad social crece de forma alarmante. ¿Qué está ocurriendo? ¿Se equivocaron quienes pensaban que la causa del mal era el analfabetismo?

No se equivocaron al pensar que el analfabetismo era un gran mal social, pero sí al pensar que bastaría con aumentar el nivel de instrucción de la población para liberar su pensamiento. Que instrucción y reflexión andaban de la mano. Que el ser humano es predominantemente racional y que el intelecto es el rector de la conducta humana. Se equivocaron al desestimar el gran poder de lo emocional, de lo irracional callado y escondido en lo hondo del alma de todo ser humano. 

A principios del siglo XX quienes estudiaban la conducta humana pusieron de relieve el poder de lo inconsciente. Al amparo de esa nueva perspectiva la pedagogía dio un vuelco y empezó a tomar en cuenta la motivación emocional en los procesos de aprendizaje y en la adquisición de conocimientos. La investigación científica creció de forma nunca imaginada y los avances técnicos fueron espectaculares en todos los campos. Nada nos hacía pensar que junto a esa gran suerte se estuviese fraguando una gran desgracia. Que ese avance científico y técnico daría nuevas armas al capitalismo para manipular las mentes y controlar la conducta de las masas.

Haciendo gala de la mayor simplificación que en materia de lenguaje cabe imaginar, los pregoneros capitalistas denominaron simple y llanamente “progreso” a cualquier superación de los parámetros mesurables de cuanto hacemos los humanos, sin distinguir lo que verdaderamente redunda en mejorar nuestras formas de vida, tal como pueden ser los avances de la medicina, del pensamiento, de la organización social, etc., de lo que es puramente accesorio y aun peligroso, como lo es el gran incremento de automóviles, televisores, teléfonos móviles y el poder letal de las armas.

Para nada se tiene en cuenta el costo humano de ese mal llamado progreso. Ni la polución que generan los automóviles. Ni las guerras por la posesión de los yacimientos petrolíferos. Ni la deforestación de espacios naturales y zonas verdes que las autopistas y carreteras exigen. Ni la gran cantidad de deshechos y basura no absorbible por la naturaleza que la producción de esos artefactos y otros similares produce. Nada dicen esos apologistas del “progreso” del continuo lavado de cerebro a que está sometida la población mundial entera a través de la televisión. Ni de la banalidad que conlleva el continuo parloteo de los celulares, más transmisores de tópicos y lugares comunes que de pensamiento mínimamente reflexionado. Y para afianzar toda esa irracional mezcla de bueno y malo, ahí tenemos ese invento del PIB, que dando valor monetario a todo cuanto se produce y transfiere pone al mismo nivel las escuelas y los hospitales con el armamento.

Actualmente grandes capas de la población mundial tienen altos niveles de conocimientos, pero aun así su conducta sigue siendo irracional, hacen dócilmente lo que mediante la publicidad les dictan las grandes corporaciones mercantiles y viven sometidas a los poderes políticos de turno. Nadie parece interesarse por el futuro de la Humanidad. Apenas nadie se interesa en buscar formas de vida y de organización social más humanas y acordes con la Madre Naturaleza. Son masivamente desoídas las voces de los profetas que conminan a la rebelión contra un sistema injusto que genera miseria y sufrimiento a millones de seres humanos y que amenaza con destruir a la especie humana entera.

La incultura política que los gobiernos opresores han promovido hace que el individualismo y la indiferencia por todo lo social sea la norma de vida aceptada por la mayor parte de la población mundial. Tan solo unas ínfimas minorías se sienten motivadas por el bien común. La deshumanización de la sociedad es más que preocupante en este momento histórico que nos sitúa al borde del abismo. El capitalismo sigue en su loca carrera economicista y pese a los muchos esfuerzos minoritarios que surgen en diversas partes del mundo, no parece que nada vaya a pararle los pies. ¿Debemos aceptar que estamos en la puerta del fin del mundo, o cabe pensar que al tocar fondo la población mundial reaccionará y se darán grandes cambios revolucionarios?

Allá cada cual con su perspectiva. Quien tenga fe en la Humanidad tiene aún ocasión de luchar por ella. /PC





II - Las inquietudes de la juventud española actual

¿En qué pueden pensar los hijos de quienes a lo largo de su vida solo pensaron en vivir confortablemente y pasarlo bien?


Llegó el verano, tiempo de vacaciones, y en los más de los pueblos semiabandonados del país las colonias de veraneantes han organizado fiestas y desmanes juveniles que escandalizan a las personas mayores de la población autóctona que todavía queda. Algunas no tan mayores, ante la irrespetuosa conducta de los jóvenes se preguntan: ¿que habremos hecho mal para que nuestra juventud sea así?

Sin duda una pregunta de esa índole tiene respuestas múltiples, pero a fin de ir a la raíz de lo que nos ocupa proponemos a quienes se la formulan que respondan a las siguientes:

•    ¿En qué hemos ocupado nuestra mente a lo largo de nuestra vida que no sea el propio bien económico y vivir de forma placentera?

•    ¿Qué inquietudes de orden social hemos compartido con nuestros hijos?

•    ¿Qué lugar han ocupado en nuestra vida las acciones en favor del bien común?

•    ¿Cuales han sido los compromisos sociales que hemos asumido en presencia de nuestros hijos y de qué modo los hemos hecho partícipes de nuestras actividades en ese campo?

En opinión de quien esto escribe, tras el triunfo de las fuerzas fascistas en 1939 y el subsiguiente exterminio de la población que de algún modo compartía algún ideario social considerado de izquierdas, la sociedad española quedó prácticamente despolitizada. Desapareció de la escena pública la inquietud social, la oposición a la ideología de los dictadores y la lucha de clases con todo lo que comporta de conciencia colectiva. El riesgo de ser detenido y exterminado era tan grande que se consideraba loco de remate a quien se atreviese a afrontarlo. Los principales centros de interés de todas las familias fueron a partir de entonces la subsistencia, la mejora de la economía familiar y alcanzar el máxime nivel de goces y placeres. Y la norma básica compartida por la mayor parte de la población fue dejar de lado cuanto no reporte beneficio en alguno de esos campos.

En ese caldo de cultivo, denso en egoísmo y desinterés social se nutrieron quienes nacieron en el Estado español a partir de 1940. Tan solo quienes compartían la ideología opresora, ya fuese por origen familiar o por alguna otra circunstancia, se implicaron políticamente.

A finales de los años 50 la economía da un salto y los electrodomésticos entran a formar parte del mobiliario doméstico de la mayor parte de los hogares. El astro rey de todos ellos es el televisor. Con él, el poder establecido tiene a su disposición ya en la década de los 60 la principal herramienta de manipulación de masas que jamás se inventó. Desde esa tribuna se han predicado criterios sobre la forma de vivir que han acabado convirtiéndose en valores sociales. Nada de cuanto a la sociedad incumbe está fuera de su control. Lo que el televisor no muestra, no existe.

La mayor parte de la población cree a pies juntillas lo que la televisión proclama. La desinformación que desde esa tribuna se ejerce es total. El número de horas que ese aparato ocupa la mente de cada individuo es considerable. Los mensajes de todo orden que desde él se emiten suelen ser letales para el desarrollo del pensamiento crítico. La parte de población que escapa a ese poder es mínima, por no decir insignificante.

A partir de ahí el consumismo crece y la sociedad se aburguesa. Ya somos europeos en nuestra forma de vida. El capitalismo ganó la partida y ya no hay quien lo desbanque.

Llegado a este punto debemos preguntarnos: ¿Qué cabe esperar de una sociedad en la cual el pensamiento colectivo está manipulado de tal modo que cuanto concierne al bien común no tiene cabida?

Las justas protestas que en el presente se están alzando contra la tiranía de los gobiernos adscritos a la ideología neoliberal, aun siendo justas son insuficientes, porque en su mayoría no van contra el sistema sino contra los escandalosos desmanes de los gobiernos. Pero pocas son las propuestas sociales ni políticas que propongan cambios verdaderamente revolucionarios. No parece que la gente quiera cambios sino algo más de justicia dentro de la misma forma de vida. Luego dentro del mismo sistema. Visto lo cual cabe preguntarse: ¿Bastará con hacer leves cambios para atajar los grandes males causados por un sistema injusto que pervive gracias a la desmotivación de la sociedad? Y también: ¿Se pueden hacer cambios importantes sin que el pueblo los desee?

Es evidente que hace falta una gran labor de pedagogía en el campo del pensamiento colectivo. Los valores por los cuales nos regimos son nefastos, luego se impone cambiarlos. ¿Cómo hacerlo? /PC





III - Buen Vivir hoy en Europa

¿Es posible burlar el cerco del sistema y vivir sabia y humanamente en el mundo actual? SÍ, sin duda alguna. Lo demostraron las comunidades libertarias ya en tiempos de la II República Española y lo demuestra hoy día la Comunidad de Taizé en plena Europa neoliberal e insolidaria.


Los seres humanos nos agrupamos en función de muchas variables, tales como el lugar geográfico del nacimiento con sus condicionantes físicos y humanos, el entorno cultural donde crecemos, la clase social de la familia... Luego la vida y las características personales de cada cual van haciendo el resto. “Dios los cría y el viento los amontona”, dice el refrán en una de sus versiones. Pero también “Dios los cría y ellos se juntan” se dice en otra. Y aunque parezca que dicen lo mismo, no es así.

Del amontonamiento nacen las masas, esas capas ingentes de población que a golpe de instinto corren como borricos lamineros tras la zanahoria que el poder les muestra. Del juntarse nace la organización social y todo cuanto de constructivo hacemos los humanos.

Se juntan, se unen, se asocian, colaboran quienes tienen intereses o motivaciones afines, quienes quieren llevar a cabo un proyecto común. Juntan sus fuerzas, sus capacidades personales. Aportan sus conocimientos y sus esfuerzos y los ponen al servicio del proyecto compartido. Así ha sido siempre a lo largo de los siglos y así será en tanto la humanidad subsista.

Juntarse es un acto de voluntad a la vez que de inteligencia y aun de instinto si al fondo vamos. Pero juntarse es básicamente un acto de compromiso. Un compromiso con el colectivo que nace y arranca de un compromiso con el propio yo. Porque nadie que no tenga en su mente un proyecto y sienta la necesidad de llevarlo a cabo puede comprometerse a colaborar en nada ni con nadie, como tampoco quien no sea capaz de autoexigirse el cumplimiento de lo que se propuso hacer.

El compromiso personal libremente elegido es la máxima manifestación de libertad que puede darse. Actuar sin presiones externas, sin más premio que la satisfacción de cumplir el deber autoimpuesto. Implicarse en la elaboración y desarrollo del proyecto común en la medida que permitan las propias capacidades. Vivir aprendiendo y ayudando a aprender, construyendo y ayudando a construir. Eso es libertad. Bien lejos del aborregamiento de quienes sin cuestionarse nada siguen las directrices marcadas por los líderes de turno.

Pero esa libertad no es gratuita, no es lluvia que cae del cielo sino fruto de una labor educativa que se debe llevar a cabo y que los gobiernos no abordan porque al poder establecido no le conviene. Padres y maestros son factores básicos, pero como dice un refrán africano, “para educar a un niño hace falta una tribu entera”. De ahí la necesidad de juntarse y organizarse. Y eso es lo que ofrecen los hermanos de la Comunidad de Taizé, en tierra francesa, cerca del medieval monasterio de Cluny. Un espacio material donde guarecer la mente y practicar vida comunitaria.

Una población de 5.000 personas, de procedencia diversa, convive y crece humanamente durante un tiempo que oscila entre una semana y tres meses cada año, ocupando su tiempo en meditar, orar, reflexionar y en tareas de voluntariado libremente aceptadas. Familias con hijos menores de todas las edades. Grupos de adolescentes custodiados por un adulto responsable. Jóvenes de ambos sexos. Adultos de edades diversas... Una comunidad ecuménica de monjes procedentes de diversas Iglesias cristianas acoge respetuosamente a creyentes y no creyentes. Convivencia y aceptación en grado sumo.

Ni un solo trabajo asalariado. Cubiertas todas las necesidades colectivas por trabajo voluntario, al modo como hicieron las comunidades libertarias en tiempos de la II República Española. Nada ni nadie queda desatendido. Algo difícilmente concebible para los tiempos que corremos, en los que las premisas capitalistas dicen no tener alternativa. Y he aquí que la tienen.

Taizé es un espacio para aprender, un ejemplo a seguir, aplicable tanto en ambientes religiosos como en profanos. Un modelo de vida libre de las asechanzas del consumismo que humanamente nos destruye. No es la Utopía, pero da una idea bastante aproximada de ella. Merece la pena verlo y vivirlo. Pero sobre todo merece la pena tratar de hallar espacios similares en el entorno que habitamos. Y en caso de no hallarlos, tratar de construirlos. Tribus urbanas en las que hacer crecer a los hijos de acuerdo con nuestros ideales y nuestra idea de cómo puede construirse un mundo mejor. La tarea no es fácil, pero tampoco imposible, pues hoy día tenemos forma de comunicarnos para infinidad de acciones. ¿No íbamos a poder hacerlo para ese propósito? ¡Ánimo! /PC





IV - Moisés ante la Tierra Prometida

¿Vale la pena luchar por algo que ya sabemos de antemano que no vamos a alcanzar?


Soñar con alcanzar una meta y acabar viéndola como un imposible porque la vida se nos acaba antes de poder dar los pasos definitivos bien puede ser uno de los significados de esa metáfora bíblica. Haber luchado con tesón por algo que ya sabíamos de antemano que no íbamos a lograr, puede ser otro.

La primera de esas dos interpretaciones nos invita a la resignación. La vida da para lo que da y es inútil pedirle más. Y puesto que lo saludable es tomar las desgracias con calma y no con desesperación, lo más sensato en ese caso es darle gracias por todo lo vivido, por el camino recorrido y por cuanto de bueno esa brega sin logro definitivo nos dio, porque vivir no es llegar sino caminar.

La segunda es una invitación a la fe. La fe que mueve a luchar, a bregar, a vivir con la ilusión de hacer posible una idea, un sueño quizá, pero siempre algo que merece el esfuerzo que le vamos a dar. No importa que no alcancemos la meta, porque habremos abierto camino para que otros lo sigan. El ideal está ahí, nos llama y nos mueve. Creemos que vale la pena. Nos gana el corazón y nos da la fuerza necesaria para la lucha. Y esa lucha nos da vida.

Grande es la utilidad de esa fe en los tiempos que corremos. Una humanidad abocada al abismo como nunca lo había estado. La codicia de los poderosos es tan desmesurada y la estupidez de las masas es tan grande que nadie parece darse cuenta de que la forma de vida que llevamos está destrozando la naturaleza de manera irreversible y que dentro de pocos años el planeta Tierra será inhabitable.

Muchas son las voces proféticas que advierten al mundo de la catástrofe que se nos avecina, pero pocas son las tribunas a las que tienen acceso, ya que los principales medios de información están en poder de esos necios dominados por la codicia. Por su parte la gente tampoco parece muy interesada en escuchar nada que no complazca sus oídos. Se ocupan de sus intereses personales y de sus distracciones favoritas, y viven como si el mundo fuese una eternidad inmutable.

Pocas esperanzas pues para quienes pretenden alertar a sus congéneres del inminente peligro que encierra atacar a la naturaleza del modo que lo hacemos. Sin medios de difusión que hagan llegar sus voces a las grandes capas de población mundial y con pocas ganas de estas para escuchar sus advertencias, las posibilidades de alcanzar el fin que mueve sus desvelos son tan mínimas que sus voces son prédicas en desierto. Por poco realistas que sean verán que nunca alcanzarán sus objetivos. Nunca ellos. Quizá quienes les sigan, pero muy probablemente tampoco.

Ahí está la tierra prometida hacia la que invitan al pueblo a caminar. Una tierra prometida que consiste en vivir de forma respetuosa con el medio ambiente y en fraternidad con la gran familia humana. En colaborar en vez de competir. En trabajar por la paz en la tierra y en las almas. Por la humanización y la vida en vez de la destrucción y la muerte.

La indiferencia del mundo ante los males que padece y la catástrofe que se le avecina es el mayor dolor que puede sufrir alguien que con espíritu profético se empeña en hacer realidad lo imposible. El desánimo, el mayor de los peligros que pueden acecharle. Porque el desánimo lleva a bajar los brazos y abandonar la lucha, traicionar los propios ideales, dejar de ser lo que se es para engrosas el montón de gentes desalmadas, aborregadas, masificadas, convertidas en estúpido rebaño deshumanizado.

Nadie que sienta la llamada a formar parte de las minorías que luchan por promover en su entorno un mayor nivel de justicia y humanidad puede hacer oídos sordos sin menoscabo de su felicidad. Porque en todo ser humano vivir felizmente está condicionado a satisfacer lo que el corazón le manda.

Cierto que se puede ser feliz con solo seguir los impulsos del instinto. Ahí tenemos a los animales y a esas ingentes masas de seres humanos desalmados. Mayor demostración no cabe. Pero ahí está también la advertencia de la metáfora bíblica: Moisés era un ser evolucionado, consciente de su dignidad humana y de las voces que en su alma se alzaban. Difícilmente hubiese podido ser feliz comportándose como un vulgar carnero. /PC


* Taizé es un pequeño pueblecito en el corazón de Borgoña, Francia, a pocos kilómetros del medieval monasterio de Cluny. En él el hermano Roger, calvinista de origen suizo, escondió diversas personas perseguidas por los nazis durante la ocupación militar alemana. Terminada la guerra fundó allí una comunidad cristiana ecuménica cuya finalidad es la de ayudar a la reflexión para alcanzar una convivencia feliz y en paz.







sábado, 2 de agosto de 2014

La resistencia al capitalismo


No habrá paz en el mundo ni posibilidad de pervivencia en tanto cada ser humano no se sienta parte viva del cosmos y miembro de la gran familia humana. En tanto no seamos capaces de encontrar y seguir una forma de vida respetuosa con la dignidad humana.


Resistir al pensamiento de quienes adoran al Becerro de Oro es el punto de partida para vivir humanamente. Nadie que se someta a él podrá combatir la injusticia ni la deshumanización que nos aquejan. Habrá en el mundo exclusión, miseria y guerras en tanto no logremos echar fuera del pensamiento colectivo al de quienes profesan esa idolatría.

No basta con ser “buenas personas”, con no robar, no matar, no pegar ni ofender a nadie. Es preciso vivir activamente en contra de esa pandemia ideológica que destruye a la Humanidad entera. Es preciso enfrentarse al crimen institucionalizado, a la proclamación de lo inhumano como signo de excelencia, a la desmovilización de la conciencia, al individualismo, a la indiferencia, a la estupidez deseada de esas grandes masas de población que sin siquiera saberlo dan soporte a los grandes criminales que gobiernan en el mundo.

Se atribuye a Henry Kissinger haber proclamado la idea de que para dominar al mundo hay que controlar el petróleo y los alimentos. Una idea criminal se mire por donde se mire, que atenta contra todo derecho humano. Controlar al otro, individuo o pueblo, apoderarse de lo más necesario para su subsistencia... A ese notable criminal premiaron otros malvados como él con el Nobel de la Paz, de esa paz de los poderosos que siembra muerte, destrucción y miseria por el mundo entero. Ese premio nos muestra que su manifiesta maldad no es solamente suya sino ampliamente compartida por los poderosos del mundo, por quienes controlan la moral y dicen lo que es bueno y lo que es malo.

Nada podrían esos malvados adoradores del poder si no tuviesen el concurso de la mayor parte de las poblaciones que controlan y gobiernan. Nada podrían si la sensibilidad humana de esas poblaciones rechazara su modo de pensar y de sentir y se opusiera a sus criminales acciones. Pero no es así. Esos malvados han inoculado su amor al poder y al dinero en las mentes y en el alma de casi todo el mundo. Manejan los grandes púlpitos desde los que se predica de mil y una formas la intolerancia, el egoísmo, la competencia y un modo de vivir “como los ricos” que conlleva desprecio por la humildad, por la modestia y por todo lo que mueve a la convivencia pacífica y colaborativa.

Hoy una parte de la Humanidad concientizada se horroriza ante el inhumano genocidio que el Estado de Israel perpetra contra el pueblo palestino. Pero no faltan grandes capas de población que viven su cotidianidad con total indiferencia ante tanto crimen. Ni faltan tampoco quienes buscan culpables en uno y otro bando, como si invadir un territorio ajeno y desposeer a todo un pueblo de la tierra que le da sustento no fuese en sí un crimen que merezca rechazo.

Especialmente lamentable es la indiferencia cuando no aprobación por parte del gran público de las acciones terroristas que los grandes opresores de la Humanidad vienen perpetrando en diversas partes del mundo, bien sea por la codicia que en ellos despiertan las riquezas naturales que esos países albergan o por cuestiones de estrategia militar o de dominio comercial. Tales fueron los casos de Irak y Libia y lo son los de Venezuela y Siria... Las guerras de África por el coltan, el uranio y otras materias primas altamente codiciadas. Las dictaduras de Paraguay, Honduras, Haití... El terrorismo de Ucrania. La rapiña de los lobby financieros a nivel mundial.

Nada de todo eso sería posible si la mayor parte de la población de esos países agresores ejerciese auténtica resistencia. Pero para que eso se diese haría falta destronar del corazón y el pensamiento de esa Humanidad cómplice y víctima  a un tiempo la idolatría que profesa por el Becerro de Oro. Haría falta que desde lo más hondo de nuestra humana naturaleza fuésemos capaces de descubrir nuevos valores, nuevas formas de vivir libres de ideología capitalista. Haría falta desterrar del corazón humano el espíritu del maligno que con esos malditos valores nos atenaza.

En opinión de quien esto escribe, resistir al capitalismo y a su loca forma de vivir es absolutamente necesario para renacer a una vida nueva. Sin esa resistencia y sin esa nueva luz de vida alumbrando nuestro mundo, la perdición de la Humanidad entera es inevitable. /PC