lunes, 25 de marzo de 2019

¿Son las grandes religiones monoteístas camino de paz y convivencia humanas?



En un escrito de Washington Uranga publicado en Página12 el pasado 13 de marzo, el cual nos llega a través de ECUPRES* leemos:

"Bergoglio está convencido de que las grandes religiones monoteístas tienen un papel fundamental en bien de la reconciliación entre los pueblos en medio de una realidad mundial sembrada de guerras regionales que atentan contra la vida de las personas y deterioran la ya frágil paz mundial"

Ignoramos si esas son declaraciones del propio Bergoglio o si es el parecer del articulista. En el primer caso, nos parece razonable que el Papa Francisco diga eso a la feligresía católica romana. En el segundo lamentamos no poder compartir tal punto de vista.

En opinión de quien esto escribe, no se dan motivos, ni históricos ni presentes para pensar de ese modo. A filo de espada se impusieron las grandes religiones monoteístas. Al amparo de los poderes terrenales se afianzaron y crecieron. Y con la más absoluta deshumanización han actuado siempre, imponiendo su voluntad y castigando cruelmente a quienes no la aceptaban.

La Biblia está llena de guerras protagonizadas por el pueblo judío, adorador de Yahveh. La historia, llena de guerras religiosas. Cristianos y musulmanes, monoteístas ambos, han impuesto violentamente su religión a otros pueblos en amplias zonas del planeta Tierra.

Sin meternos a considerar más religión que el cristianismo, por aquello de no ir a buscar fuera lo que tenemos en casa, lo vemos a lo largo de siglos imponiendo cultos, organizando cruzadas, declarando herejías, castigando, torturando y quemando a quienes sus creencias no compartían.

En el pasado siglo XX hemos visto a los pontífices romanos Pío XII y Juan Pablo II dando soporte a crueles dictaduras como fueron la de Franco en España, la de Pinochet en Chile y la de Videla en Argentina. Y no tenemos noticia de que en ningún momento esos pontífices alzasen la voz condenando los crímenes que esos gobiernos cometían, como antaño condenaron lo que consideraron herejías.

Ya en este siglo XXI vemos a la Santa Madre Iglesia Católica Romana oponiéndose a los reclamos de la sociedad civil en pro del derecho de todo ser humano a disponer libremente de su propio cuerpo. La vemos aferrada a una vieja ideología patriarcal discriminando a la mujer en su propia estructura eclesiástica. Y la vemos encubriendo a clérigos pederastas y abusadores, sin abordar esa lacra hasta que la sociedad civil la ha denunciado públicamente.

No vemos a esa Iglesia Católica Romana que preside el Papa Francisco, ni a muchas otras que también se denominan cristianas, luchar contra ese engendro de inhumanidad que es el capitalismo, causa de sufrimiento en el mundo entero. Las vemos hablar de Dios y del más allá, anteponiendo sus creencias a las perentorias necesidades de la mayor parte de la población. Las vemos pidiendo diálogo entre oligarcas y explotados, sin condenar la codicia de los primeros y aun dándoles soporte ¿Qué diálogo cabe esperar de quienes solo aspiran a someter y explotar al pueblo?

Frente a la indiferencia de esas instituciones religiosas vemos como gentes que no enarbolan estandarte religioso alguno se oponen a toda clase de injusticias. Las vemos poniendo el cuerpo para atajar los desmanes de quienes no atienden a razón alguna. Las vemos dando muestras de una humanidad que ni de lejos demuestran quienes pretenden ser modelo de conducta por designio divino.

No nos parece casual esa deshumanización del cristianismo. Ya en siglo IV el emperador Constantino, consciente de la pujanza de quienes lo profesaban, aconsejado según cuenta la historia por su madre, decidió permitir el culto cristiano. Pero no hizo tan solo eso sino que quiso encauzar ese movimiento religioso para bien del Imperio. Y a tal fin convocó el Concilio de Nicea, donde se proclamó la naturaleza divina de Jesús de Nazaret. El Jesús divino desplazó al Jesús humano ya en el siglo IV y así ha seguido.

El sucesor de Constantino, Teodosio, completó la deshumanización del cristianismo al declararlo religión oficial del Imperio. Y así, las enseñanzas de aquel Jesús revolucionario, que denunciaba la injusticia de las leyes, rechazaba la exclusión social y condenaba la codicia de los ricos quedaron desactivadas para siempre al poner a los líderes religiosos cristianos al lado del Imperio, del poder por antonomasia. ¿Cabe mayor aberración?

Desde el siglo IV hasta el día de hoy, el catolicismo romano, la forma de cristianismo más influyente a lo largo de los siglos en esta civilización supuestamente cristiana, ha quedado reducido a una religión cultista, con la mirada puesta en el Más Allá pero aferrada en el más acá a los poderes terrenales.

Mal lo tienen las grandes religiones, y muy en especial la Católica Romana, para dar lecciones de humanidad y convivencia. En el mundo entero, quienes renunciaron a las creencias religiosas y centraron su ética en los latidos del corazón humano les tomaron ya hace tiempo la delantera. /PC

* Seis años de Bergoglio como Francisco


Publicado en ECUPRES  25/03/2019


viernes, 8 de marzo de 2019

Nutrir el corazón para fraguar la lucha


Según nos recuerdan los enlaces de pie de página, el pasado día 5 de febrero se cumplieron 100 años de la Huelga de La Canadiense, uno de los mayores triunfos de la clase obrera en Cataluña y en España, ya que con ella se logró por primera vez en Europa la implantación de la jornada laboral de 8 horas.

La Canadiense era el nombre que se daba popularmente a la empresa Riegos y Fuerzas del Ebro, principal productora y distribuidora de electricidad en Cataluña, la séptima en el ranquin mundial. De ella dependían la mayor parte de las fábricas y talleres, puesto que ya la electricidad había substituido al vapor como fuerza motriz industrial.

El conflicto dio comienzo cuando el 2 de febrero de 1919 fueron despedidos ocho empleados en contrato temporal de la sección de facturación porque se negaron a aceptar una rebaja de sueldo a cambio de incluirlos en la plantilla. Conscientes de que la empresa estaba maniobrando para ir reduciéndoles el sueldo de forma sistemática, los 140 trabajadores de aquella sección se pusieron de parte de los ocho represaliados y fueron también despedidos.

La indignación cundió y la mayor parte de los trabajadores de la empresa se declararon en huelga, exigiendo la readmisión de los despedidos, aumento salarial, despido de los esquiroles y que no hubiese represalias.

La falta de suministro de electricidad paralizó más del 70% de las fábricas y talleres de toda Cataluña. La organización sindical CNT hizo que se extendiese la huelga. Intervino el ejército. Más de 3.000 obreros fueron detenidos y encarcelados. La patronal contrató pistoleros que asesinaron a varios líderes sindicales. Pero ante el temor de que la UGT se sumase a la huelga y esta se extendiese a otras regiones, el gobierno del estado aceptó negociar. 


Finalmente, ante el esfuerzo y arrojo del pueblo en lucha, el gobierno cedió. Accedió a todas las exigencias obreras y decretó la jornada de 8 horas, la primera que hubo en Europa.

El éxito de aquella huelga demostró la necesidad de la unión obrera ante los abusos de la patronal. Sin una organización sindical coordinando las acciones reivindicativas no hubiese sido posible esa victoria. Pero sin una conciencia de clase firme nunca hubiese sido posible esa necesaria unión sindical.

Han pasado cien años desde aquella gran victoria obrera. De entonces acá los opresores de la humanidad han aprendido más que los oprimidos. Vieron que tenían que colonizar el pensamiento de las gentes, ganarles el corazón, deslumbrarles con el glamour de las clases pudientes. Hacerles aborrecer a los más pobres mediante una necia adhesión a la meritocracia, a una ciega competencia que lanza a todos contra todos. Saben todo eso y se han aplicado sin pausa y sin tregua a inocular todo ese veneno en el seno de la sociedad.

Al triunfo de la tóxica ideología capitalista que hoy nos llena el corazón y el pensamiento contribuyó el materialismo proclamado por la mayor parte de la izquierda. Cuando el ser humano centra todas sus aspiraciones en lo material acaba entregando su libertad a cambio de baratijas similares, aunque menores, a las que gozan las clases privilegiadas. Ya es hora, pues, de apelar a las razones del corazón, esas que nos hacen preferir morir de pie a vivir de rodillas.

No es que lo material no cuente en la vida de los seres humanos, pues somos cuerpos vivientes necesitados de recursos materiales para vivir. Pero en la medida que nos confundimos y tomamos por necesario lo superfluo, renunciando a ejercer el control de los recursos necesarios, nos ponemos en manos de quienes los controlan.

Las clases pudientes controlan la totalidad de la superficie del planeta Tierra. Controlan la mayor parte de la producción de los alimentos que consumimos. Controlan la educación que recibimos desde el jardín de infancia a la universidad. Controlan la evolución del sentido común mediante los medios informativos, la publicidad y la desinformación. Controlan los medios de producción. Controlan el comercio. Controlan el dinero con el cual adquirimos lo que nos es necesario y a cambio del cual entregamos la mayor parte de nuestro tiempo y nuestra vida. Lo controlan todo y no nos rebelamos. ¿Qué clase de animales domésticos somos?

Hay que empezar cuanto antes a hablarle de la dignidad humana a esta sociedad consumista, a esa juventud mercenaria del capitalismo. Hay que decirles que no es digno aceptar la esclavitud a cambio de un buen sueldo. Que la dignidad es el mayor tesoro que tenemos los seres humanos. Y que esa dignidad exige luchar contra quienes quieren arrebatárnosla, como lucharon hace un siglo aquellos obreros de La Canadiense.

Hay mil frentes abiertos en esa lucha por la dignidad. Es urgente que cada cual se aliste al que mejor le cuadre, pero que nadie deje de luchar, porque quien lucha puede perder, pero quien no lucha perdió ya. /PC

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El Congrés Obrer de Sants, un centenari brillant de l’anarcosindicalisme català


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