domingo, 18 de noviembre de 2012

En torno a la locura y la razón


Debía de estar loco, San Francisco. ¿O acaso no es de locos querer ser pobre cuando se nació rico?

La historia, esa gran recopilación de hechos admirables, está salpicada de locuras. Reales o imaginarias, pero vivas en la mente de millones de seres, son el contrapunto a la sensatez que viene gobernando el mundo a lo largo de los siglos. Siempre fue apareciendo en escena algún ser insensato que lanza en ristre se propuso derribar molinos.

Se hubiese equivocado León Felipe cuando afirmó que en España “ya no hay locos”, de no haber sido su intención claramente provocadora, porque haberlos haylos. Lo que ocurre es que se los oculta, para evitar que cunda su ejemplo y enloquezca media humanidad por contagio. Porque ¿a dónde iría a parar nuestra civilización occidental cristiana si de la noche a la mañana perdiésemos el juicio y empezásemos a ocuparos del bienestar colectivo en vez de pensar solo en el propio?

Nadie con dos dedos de frente pone en riesgo sus bienes, base de su bienestar, a menos que le vaya en ello la vida o la de su propia familia. Esa es la clave de la conducta humana en el mundo de hoy día y de ella se valen los políticos para gobernarnos. Usan los bienes de consumo a modo de zanahoria colgada en la punta de un palo para llevarnos a donde quieren, cual si fuésemos el borrico que cabalgan, confiando en que la sensatez nos llevará en pos de lo deseable. Y aciertan. O por lo menos llevan ya mucho tiempo acertando.

Pero hasta el más sabio yerra tarde o temprano y así fue como, en su exceso de codicia decidieron prescindir de la zanahoria y usar solo el palo. Craso error, porque con solo el palo desencadenaron de nuevo la locura y miles de individuos, poseídos por ella, han dejado de ser asnos para tornarse digno Rocinante, el cual, heridas sus ijadas por las espuelas de eso que impropiamente llaman crisis y cabalgados por el espíritu del inmortal loco manchego, no dudan en lanzarse a galope tendido contra los amenazadores gigantes. Loco empeño el suyo, desigual combate, semejante al de David contra Goliat, tantas veces repetido a lo largo de la historia. Lo frágil contra lo sólido. El débil contra el fuerte. Una honda de pastor contra las armas del guerrero. ¿Cabe mayor locura?

Hoy los políticos catalanes, ávidos de poder, vuelven a manejar la zanahoria para llevar al huerto a ese pueblo hecho masa inerte por las drogas del confort y la molicie. Ofrecen bienes materiales donde solo debiera tener cabida la dignidad. ¿Cómo así? Pues porque son sensatos y saben que la dignidad es cosa de locos, en tanto que lo material lo es de cuerdos. Y saben también que el pueblo es cuerdo, extremadamente cuerdo.

Qué gran triunfo de la razón. De repente, el motivo para librarnos de la tiranía española es el déficit fiscal. La sensata derecha catalana sustituye por moneda de curso legal los esfuerzos y vidas de tantos locos que en aras de la dignidad se sacrificaron luchando contra la tiranía. ¡Será posible!

Motivo habría para felicitarles si, según dicen, fuese cuestión de estrategia. Si fuese verdad que el mundo se hubiese tornado por sí mismo materialista y Catalunya, en tanto que parte del mundo, en un alarde de sensatez hubiese aprendido por ella misma a poner las cosas en su sitio y, descartando la locura, hubiese puesto la sensatez en el primer plano de su vida. Pero no, no es ese el proceso evolutivo de la sociedad catalana, sino otro mucho más deplorable, en el cual las fuerzas de la derecha juegan el principal papel.

La derecha catalana, al igual que la derecha de todo el mundo, es culpable de haber embrutecido al pueblo, de haber estimulado el materialismo de la sociedad de las mil y una maneras que ha tenido a su alcance. Ha impuesto una forma de vida competitiva e individualista, en la cual el triunfo propio implica siempre la derrota ajena; y ha impuesto un sistema educativo que no tiene otro fin que el de configurar mentes aptas para esa forma de vida.

En una tal manera de vivir, cualquier valor no conmensurable es un no-valor. Por lo cual, salvo raras excepciones, la gente vive ignorando todo cuanto no sea evaluable. La sensatez se impone. La locura... Bueno, la locura es cosa de locos, de aquellos que empeñaron su vida en la consecución de algún ideal. Pero de esos ya no quedan, porque murieron en la guerra o fueron fusilados en la posguerra. Los que sobrevivieron fueron los sensatos, los que no apostaron por nada que no fuese su propio bien; los que supieron nadar y guardar la ropa y luego con sensata humildad inclinaron sumisos su testa ante el vencedor y la mantuvieron gacha para que los uncieran, al tiempo que en esa posición contaban las monedas que por su acatamiento percibían.

Esa es mayormente nuestra sociedad actual. Ese es el perfil del ciudadano medio. Ese es el pueblo que ha configurado la ideología de derechas. Por eso ahora los políticos catalanes, en su afán de manejarlo, apelan a la sensatez y en el lugar que corresponde a la dignidad ponen los euros.

sábado, 10 de noviembre de 2012

La guardia baja


Nos pillaron con la guardia baja y nos dieron de golpes tanto cuanto quisieron. Eso es lo que en síntesis podría decir la historia para explicar lo que está ocurriendo en este maravilloso paraíso de bienestar que ahora los ricos del mundo nos están derruyendo.

No es cosa de la economía, de las finanzas, ni de nada que se pueda encuadrar en el campo de alguna disciplina institucionalizada, sino algo mucho más sencillo, mucho más al alcance de todo el mundo, de todas las mentes despiertas, de todos los corazones palpitantes: es la lucha de clases.

Los ricos son los poderosos, pero no porque sí. Lo son porque no han cejado en su lucha por mantener el poder. Año tras año, por más disputas que hayan tenido entre ellos, siempre han acabado poniéndose de acuerdo en lo necesario para seguir ejerciendo el dominio sobre los pobres. Ellos, los amos, han tenido y tienen muy claros cuales son sus valores y se han mantenido fieles a ellos. El poder por encima de todo; el dinero como cebo; y las armas como recurso supremo. Esa ha sido su ruta, su Norte y el rumbo del cual no se han desviado jamás.

Los pobres... ¡Ah, los pobres! Los pobres siempre han tenido algo que les ha ocupado la mente o el corazón. Miles de estrellas titilando en su firmamento de estómago vacío, cielo lejano e invisible para una testa agachada por el peso de la fatiga que da el sobrevivir día a día sin más recursos que las fuerzas del propio cuerpo. La lucha por mantenerse y por mantener firme el brazo que le fustiga la espalda, so pena de recibir muchos más palos en caso de desobediencia. El terrón de azúcar como premio cuando obediente solo se ha hecho acreedor de unos pocos latigazos como de oficio. O un pedazo de tarta cuando ha persistido en su entrega de buena voluntad al servicio del amo.

Domesticado el noble bruto, nacida en cautiverio su descendencia, castrados los ejemplares díscolos que no obedecían debidamente a la rienda y la fusta, la manada ha pasado a ser animal de carga y de trabajo al servicio de sus cautivadores. Buen pienso, buena cuadra, buenos cuidados y un trabajo bien pensado por el amo y aunque duro no tan agotador como para extenuarle, han dado al noble animal venido a menos la sensación de que en la obediencia y el trabajo estaba su mejor destino posible. Y a esa miserable vida de tarea y servidumbre sacrificó su orgullo y dejó de ser libre, renunció a galopar sobre los prados y a desafiar al viento de la vida con la cabeza alta.

¡Ah, los pobres...! Siglos de lucha en pos de la dignidad perdida han sido olvidados por la molicie, por la vida fácil que les ofreció la astucia de los ricos. “Cuando todos los obreros de mi fábrica vayan montados en los automóviles que en ella fabrican, yo seré inmensamente rico”. Eso dicen que en su día dijo Henry Ford, el fundador y dueño único de “Ford Motor Company” y padre de las cadenas de producción modernas, esas prisiones que convertían al obrero en una parte de la máquina, como bien mostró Charlie Chaplin en su película “Tiempos modernos”.

Piezas de la maquinaria moderna de amasar dinero para los ricos son los individuos de este maravilloso mundo construido por el capitalismo para su mayor honra y gloria, al igual que las antiguas pirámides lo fueron para los faraones. Piezas de una maquinaria que ora aceleran ora ralentizan según convenga a sus intereses y caprichos.

La vida muelle ha desplazado a los bravos luchadores que pateando se resistían a ser castrados. Aquellos por quienes luchaban les dieron la espalda. Y así esta sociedad que ahora sufre el acelerón y acoso de los ricos se encuentra desarmada, con la guardia baja, sin líderes que organicen y encaucen la lucha necesaria para mantener viva su dignidad de pueblo.

Mal destino nos espera, a menos que legiones de vírgenes no mancilladas por la codicia alumbren pronto hijos capaces de redimir a esta especie humana que vive hoy deshumanizada.


viernes, 9 de noviembre de 2012

Blancos y negros, moros y cristianos, catalanes y castellanos


No es mejor un negro que un blanco ni es mejor un pobre que un rico. Sabemos bien que tanto el uno como el otro puede ser un mal nacido.

Creer que un catalán es mejor que un castellano es tan imbécil como creer que un castellano es mejor que un catalán. La vida nos muestra bien claro que un catalán puede ser tan indeseable como cualquier castellano. ¿O quizás todavía no nos hemos dado cuenta?

No es una cuestión de origen, aunque también, sino de manera de ser. Pero, ¿de la que depende la forma de ser?

Somos lo que la vida nos ha dado: la naturaleza con que hemos nacido más el entorno que nos ha criado. Una multiplicidad de elementos que se combinan y hacen que cada ser sea como es.

La naturaleza es la naturaleza, y poco podemos hacer. Donde sí podemos actuar es en el entorno. ¿Cómo queremos que sean nuestros hijos? ¿Cómo queremos que sea nuestro pueblo el día de mañana? ¿Qué podemos hacer para ir haciendo el mundo cada día más humano? Estas son las grandes preguntas y no sólo con qué lengua tenemos que hablar.

Vivimos tan bien como podemos, sin tener en cuenta nada que no sea el presente. Somos irresponsables a más no poder. Casi nadie piensa donde nos lleva lo que estamos haciendo, la forma en que vivimos, los recursos que quemamos, los valores que despreciamos, la sociedad que estamos haciendo ... Nuestros hijos tendrán el mundo que les dejaremos, pero casi no pensamos en eso. Sólo vivimos. Vivimos tan bien como podemos y estamos muy orgullosos de lo que hacemos.

El orgullo, un orgullo irracional y estúpido nos invade. Somos los mejores y merecemos estar entre los mejores.

Ah, sí, de acuerdo. Pero, ¿cuáles son los mejores? ¿Los que queman recursos naturales a más no poder? ¿Los que hacen armas cada vez más potentes? ¿Los que explotan otros pueblos y los someten por la fuerza cuando no se dejan explotar? ¿Los que viven del esfuerzo de los que tienen más abajo? ¿Acaso no sabemos nada de historia social?

Sabemos historia y todo lo que en el mundo ocurrió y ocurre. O por lo menos podemos saberlo, porque escrita está en todas las lenguas que tenemos al alcance, comenzado por el catalán. Pero, ¿de verdad queremos saberlo?

Quizá no queremos saber nada de lo que no nos conviene. Nada de lo que nos pueda romper el sueño, de lo que nos pueda poner en peligro la fe. Esta fe ciega que nos hace creer que somos los mejores, que estamos por encima de todo y de todos, del bien y del mal, de los otros. Que nos basta con ser catalanes.

Y llegado este punto debo decir, con el corazón en la mano, que no siento orgullo de ser catalán, pero sí de ser hijo de un pueblo que ha luchado contra los tiranos, que ha alzado la hoz cuando se ha sentido herido y ultrajado, que ha luchado y lucha por los derechos humanos, que ama la justicia y reivindica su derecho a ser una nación libre y responsable de su destino, no sometida a fascismos de ningún tipo, ni castellanos ni catalanes ni europeos ni americanos. Que quiero ser parte de un pueblo que ponga los derechos humanos por encima de los privilegios de los ricos. Que no quiero estar gobernado por ningún político que nos someta a la tiranía de las clases sociales adineradas. Que no quiero tener ningún presidente que haga discursos en catalán y recortes sociales en castellano. Que quiero una patria catalana humana, construida sobre la justicia equitativa y el respeto por los derechos de las personas y de los pueblos. Que la quiero así porque quiero ser libre y parte de un pueblo digno y soberano. Y que no me basta con cambiar de amo, porque amo no quiero ninguno. /PC

Original en catalán:

jueves, 8 de noviembre de 2012

El esplendor de los ídolos


Puerto Rico quiere ser parte de EEUU. El poder cautiva, el dinero ciega, el lujo envanece. Esos tres grandes ídolos del capitalismo llenan de devoción los corazones de la mayor parte de la población del pueblo puertorriqueño. Poco importa que esos ídolos reclamen sacrificios de sangre. Poco importa que el poder se alce sobre la opresión, el dinero sobre la pobreza, el lujo sobre la miseria. Poco importa que el éxito propio comporte el fracaso del prójimo. Poco importa... Quienes aman el capitalismo adoran sus ídolos sin parar mientes en nada, cegados por el esplendor que irradian.

EEUU, imperio del capitalismo, ha seducido al pueblo de Puerto Rico. Ese Imperio responsable de todas las guerras que en este momento se libran en el mundo... Generador de la mayor parte de la pobreza que asola la humanidad... Cuya ideología se funda en la propiedad privada, lo cual no le impide aceptar la apropiación del esfuerzo ajeno en las relaciones laborales y el robo a mano armada como principio de relación entre los pueblos... Ese imperio que se llena la boca hablando de democracia cuando lo que en realidad practica es la plutocracia... Ese imperio que asola con ejércitos y sicarios pueblos enteros para arrastrar hacia sus arcas cuantos tesoros atisba... Ese Imperio asesino ha ganado con su esplendor banal el corazón del pueblo puertorriqueño.

Mal augurio para Puerto Rico cuanto esa decisión conlleva. La mayor parte de su población va a engrosar esas capas de seres marginados que el capitalismo necesita para seguir adueñándose del mundo. Sus miembros van a ser pobres irredentos, excluidos de las grandes decisiones sociales, servidores de quienes estarán inevitablemente por encima suyo.

La desigualdad social que el capitalismo genera es fácilmente apreciable allí donde reina con mayor fuerza y el corazón del Imperio no es una excepción. La movilidad social se torna progresivamente escasa donde impera el concepto de lo privado. Nada de cuanto es básico para el crecimiento humano se rige por la igualdad de oportunidades sino por los privilegios de clase. Las mejores escuelas, las mejores universidades, los mejores servicios médicos son para la población rica. Las mejores viviendas, los mejores barrios, los mejores entornos naturales y sociales quedan en poder de quienes poseen mayor nivel adquisitivo.

El deseo de estar entre la población privilegiada desencadena relaciones humanas de competencia poco menos que feroz. Inmersas en esa lucha por la supervivencia, a pocas mentes se les ocurre pensar que otra forma de vida más humana sea posible. La colaboración queda automáticamente excluida a menos que comporte un beneficio inmediato conmensurable. La idea del triunfo invade todo el pensamiento, sin dejar ni un resquicio al bien común.

La deshumanización que una tal forma de pensar y sentir conlleva genera daños inmensos tanto en el orden individual como social. La violencia y la angustia se muestran sin ambages por doquier. Quienes no tienen quieren tener a toda costa. La delincuencia crece con la marginación. Y la represión que las capas sociales favorecidas desencadenan sobre las de más abajo para seguir gozando de sus privilegios crece con ellas.

El dolor y el sufrimiento humano se tornan ofrendas cotidianas en los altares de los ídolos que adora ese capitalismo desalmado que tiene su mayor templo en el corazón mismo del Imperio USA. La idolatría que allí se cultiva se esparce por el resto del mundo envuelta en una capa de brillante celofán que impide con sus reflejos ver la realidad que oculta. Millones de seres toman por bien lo que no es sino basura. La humanidad entera y nuestra gran casa común, la Madre Tierra, están infectadas de esa ideología autodestructiva, sin que por el momento nada nos haga pensar que haya disponible en cantidad suficiente ningún remedio que las pueda sanar. Lo más probable es que la humanidad siga inmolando vidas y derramando sangre sobre los altares de tan monstruosos ídolos hasta que quizá algo hoy por hoy imprevisible pueda acabar con tanta barbarie.

Publicado en:

ECUPRES  (13/11/2012)
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=10071