lunes, 31 de agosto de 2020

Merecimiento y culpa

 

“Los pueblos tienen los gobiernos que merecen”, decía el articulista tras ver los resultados de unos comicios en los que se alzaba con mayoría absoluta una derecha corrupta, fascistoide y neoliberal.

“Lo que no merecen los pueblos es merecerlo”, le objetaban en un comentario. Y en opinión de quien esto escribe, tenía razón quien puso ese comentario. Los pueblos son víctimas de las violencias de todo orden que sobre ellos ejercen los poderes de facto subordinados a los intereses de las clases dominantes. 

Regímenes de terror, ya sean estatales o paramilitares, que castigan y aun exterminan a quienes se atreven a manifestar cualquier forma de pensamiento contrario al establecido por el poder hegemónico. Educación tendenciosa en las escuelas que lleva a formas de pensar y sentir favorables a las clases dominantes. Control de los medios de vida de modo que exijan la sumisión de las clases trabajadoras. Imposición del consumismo mediante la persuasión publicitaria y unas condiciones de vida ineludibles. Dispersión mental permanente mediante la oferta de distracciones, ocios y espectáculos deportivos reales y audiovisuales. Sistemática ocultación de la realidad y continua difusión de noticias falsas. Intoxicación emocional en manos de quienes por oficio o necedad se dedican a sembrar odio.

Esas y otras lindezas similares formatean el pensar y el sentir de las gentes y condicionan su actuar, no solo en el momento de votar sino a lo largo de toda su vida. Y bien: ¿son culpables los pueblos de estar sometidos a semejantes violencias?

Nadie eligió dónde nacer ni en qué momento histórico. Y dentro del lugar y el tiempo, nadie eligió el contexto en que se crio.

Cada ser humano es fruto de su naturaleza y su crianza. A veces puede más una; a veces otra. Pero son muchos los factores que intervienen. El psicópata no hace daño porque quiere sino porque no puede evitarlo.

No queremos decir con eso que los humanos no seamos responsables de nuestros actos, pero sí que lo somos menos de lo que a simple vista parece.

Dejando de lado su naturaleza, quien creció en un entorno de violencia tendrá tendencia a resolver de forma violenta sus conflictos, porque es como aprendió a vivir. Quien creció en la pobreza extrema, amará la riqueza y toda suerte de lujos que le hagan pensar que ya no es pobre. Quien en la sumisión y la obediencia, acogerá de buena gana todo atisbo de libertad, aunque sea ficticia, aunque no sea real, aunque no sea más que un engaño demagógico del sistema político.

No somos seres tan racionales como pensamos que somos. Cedemos fácilmente a la opinión de la mayoría, nos dejamos llevar por el parecer del entorno. Son muy pocos los individuos capaces de sostener su punto de vista en un entorno contrario, y aún menos si es hostil.

Quienes tienen en sus manos los medios de persuasión conocen las debilidades de los seres humanos y valiéndose de ellas nos convierten en rebaño.

Pero si cuanto acabamos de decir es cierto, también lo es que no todos los seres humanos somos iguales ni todos procedemos del mismo plantel. Los hay que tienen más agallas que otros. Hay quienes tuvieron mejor suerte en el entorno donde crecieron. Hay quienes tuvieron mejores influencias que la gran mayoría de seres desgraciados a los que nos hemos referido. Y en esos seres, hombres y mujeres con conciencia, con sentido de lo colectivo radica la esperanza de la humanidad.

No importa si un día nuestra especie se extinguirá al igual que se extinguieron los grandes reptiles. No importa si más tarde o más temprano la naturaleza dirá basta a tanto destrozo, a tanto daño como se le infringe en nombre del mal llamado progreso. ¡No importa! Del mismo modo que cada ser humano cuida su salud pese a saber que más tarde o más temprano morirá, quienes tienen conciencia, ya sea ecológica, social o política, cuidan y cuidarán de su entorno natural y humano.

Quienes tal sienten cuidan y cuidarán lo que aman porque su modo de ser así se lo exige, porque no pueden evitarlo, porque es lo que da sentido a su vida. Y da igual que triunfen o que no, porque cada victoria es un hálito de esperanza y cada derrota un motivo más para resistir y luchar.

Pero ese sentir no es mérito suyo, al igual que la impotencia de quienes se someten tampoco es su culpa. La vida es un juego de fuerzas enfrentadas. Bueno y malo, vida y muerte pelean ferozmente en cada instante.

Si nos fijamos en aquella parábola del sembrador, tan conocida en el mundo cristiano, en la que unos granos de trigo cayeron sobre la tierra fértil y germinaron, en tanto que otros cayeron sobre el camino y las aves del cielo se los comieron, no podremos sino coincidir con lo que dice la canción: “No eligió la semilla la buena tierra ni al labriego amoroso que cuidó de ella. ¿Dónde está el mérito, pues, y quien merece castigo?” (“Meritocracia”, PC).

No, los pueblos no tienen los gobiernos que merecen. Los pueblos tienen los gobiernos que surgen del enfrentamiento entre quienes luchan por la vida y quienes por la destrucción y muerte. Sumarse a uno u otro bando depende de la conciencia de cada cual. Y que la conciencia crezca o que se atrofie depende de que la cultivemos o no.

Ánimo pues, que como advierte Enrique Santos Discépolo en “Uno”, “la lucha es cruel y es mucha”. /PC

https://ecupres.wordpress.com/2020/08/27/merecimiento-y-culpa/ 


martes, 28 de julio de 2020

No hay mal que por bien no venga

 

Pese a la tristeza que todo mal comporta, el cerebro humano, fuente de sabiduría y de maldad a un tiempo, se las compone siempre para hallar un halo de esperanza.

Nos lo indica el refrán que encabeza este escrito y nos lo muestra ese virus que no se ensaña tan solo con la gente mayor, a la que en todo tiempo el menor soplo arrebata la vida, sino también con las capas más pobres de esta civilización de la opulencia forjada bajo la égida del pensamiento capitalista.

A quien esto escribe le gustaría que la gente común se fijase en algo de lo que seguidamente señala.

En primer lugar la inhumanidad de quienes priorizan sus negocios a la salud de la población. La de quienes se oponen a las restricciones decretadas por diversos gobiernos con el fin de evitar que se expanda la pandemia hasta el punto de saturar los servicios médicos.

En el modo de pensar de esa oposición, gente para trabajar hay mucha, luego no hay por qué preocuparse por si enferman quienes laburan. Y tampoco porque pueda contagiarse o incluso morir quien entre en sus locales, sean comercio, almacén, fábrica, lugar de ocio, o lo que sea. “No, no hay por qué quedarse en casa. La vida es riesgo”, dicen. Y sí, lo es. Sobre todo para la gente pobre, que es quien trabaja en esos negocios y no quienes los poseen.

Y la pregunta que nos viene a la cabeza es: ¿Vamos a seguir admirando a esa gente que vive a expensas del trabajo y riesgo ajenos? ¿Vamos a querer medrar económica y socialmente para pensar y ser como quienes constituyen esas capas sociales explotadoras de las pobres?

Otra cosa que también merece ser reflexionada y nos muestra esa “bendita” pandemia es la fragilidad de los medios de vida de gran parte de la población mundial. Y no nos referimos solamente a quienes viven de trabajo precario, que son una infinidad, sino a todo “esclavo feliz por servir a un amo rico”.

Sueldos que daban lo justo para vivir y aun suficiente para presumir en algunos casos, van a desaparecer con el cierre de pequeñas y medianas empresas. No es algo que pueda ocurrir sino que ya se está produciendo y se va a incrementar por la caída en picado de eso que eufemísticamente denominamos “economía”, pero que en realidad designa los negocios de la clase dominante.

Que la vida de toda una humanidad dependa de que una minoría viva espléndidamente le parece a quien esto escribe una flagrante injusticia que merece ser condenada y erradicada. ¿Qué porcentaje de la población mundial piensa actualmente en buscar formas de vida libres de esa esclavitud que el COVID19 nos evidencia? ¿Habrá mucha gente que se lo plantee a partir de ahora, o seguirá el capitalismo seduciendo a las grandes masas con los oropeles que ofrece el consumismo? No perdamos la esperanza y pensemos que alguien habrá.

Y una cosa más. En esta parte del mundo que consideramos desarrollada, con gentes mayoritariamente instruidas, las recomendaciones de la clase médica son desoídas por gran parte de la población. La gente se reúne en cafés y bares, en reuniones familiares y de amigos y en lugares de ocio como cines, teatros y discotecas y anda por la calle sin la recomendada mascarilla, con riesgo de contagiarse y de contagiar.

Cuando ante una tal conducta nos preguntamos por la causa, la primera palabra que nos viene a la cabeza es irresponsabilidad. La gente no parece sentirse responsable de cómo sus acciones repercuten en el resto de la sociedad. El individualismo ha alcanzado cotas tan elevadas en el modo de pensar colectivo que los demás importan un bledo a la mayor parte de la gente.

“Si se muere la gente vieja, que se muera; total para lo que sirve”. “Si enferman quienes trabajan, da igual; en su lugar, otro u otra”. “¿Que el personal médico y sanitario se tiene que dejar la piel para sanar a cuanta gente pueda? Pues bueno, es su trabajo, ¿no?”

Cuanto acabamos de ver y muchas observaciones más que no caben en este escrito nos mueven a pensar que esta humanidad, atacada hoy día por el COVID19 padece, además, un mal mucho peor, que es el desamor.

Con una cortedad de pensamiento que denota una clara estulticia, la mayor parte de la gente se ama a sí misma y desprecia a la demás. Como si fuésemos autosuficientes, como si la subsistencia de todo individuo no dependiese de la del resto de la sociedad.

¿Qué esperamos de un tal modo de vivir? Prescindimos y aun despreciamos valores humanos como la solidaridad y la empatía. Adoramos el materialismo, la codicia, la violencia. Despreciamos la sabiduría. Hasta las bestias más bestias pronto nos superarán.

¿Será verdad que ese COVID19 ha venido para ayudarnos a reflexionar?

Ojalá que así sea. /PC

 

viernes, 14 de febrero de 2020

Cataluña tierra de ratones



El conflicto territorial sigue siendo en España la excusa de que se vale la élite política para manipular a la población y poder seguir así defendiendo los intereses de los ricos.

Ingenuamente cree el pueblo catalán independentista que cuando los políticos catalanes no dependan de los españoles habrá más justicia social en Cataluña. Casi nadie repara en que los líderes de las dos principales fuerzas independentistas son tan de derechas y neoliberales como sus pares españoles, que están por la privatización de todos los servicios que son básicos para el bienestar de la población y que tan enemigos son del pueblo unos como otros.

Acá en España, y en gran parte del mundo, se ha impuesto el sistema de democracia que cuenta la fábula “Mouseland” (Tierra de ratones), según la cual los ratones eligen para que los gobiernen a gatos blancos y gatos negros alternativamente. (1)

El control de los medios informativos por parte de la clase adinerada hace que la desinformación impida que el pueblo vea con claridad las maquinaciones y patrañas de quienes gobiernan.

El control de los poderes estatales sobre el acceso a la política impide a su vez que accedan a ella quienes no van a defender los intereses de las clases privilegiadas, que son las que pagan el sueldo a quienes llevan a cabo tales controles.

El resultado de dichos filtros es una falsa democracia o, como bien señaló en su día José Luís Sampedro, una auténtica plutocracia. Son los ricos quienes imponen su voluntad mediante sus fieles servidores.

Los ricos promueven a sus protegidos para los cargos públicos. Saben que les deberán el fabuloso sueldo que dichos cargos conllevan y que lo van a perder si no defienden los intereses de quienes los promovieron. Y así es como los ricos imponen su voluntad sobre el pueblo.

Una prueba evidente de lo que exponemos está en la propuesta de ley de contratos de servicios a las personas, conocida como “Ley Aragonés”, hecha por Esquerra Republicana de Catluña (ERC) y apoyado por su socio de gobierno Junts per Catalunya (JxCat). Ambos partidos son de ideología neoliberal, pese a que en el nombre de ERC figure en primer lugar Esquerra (Izquierda). Dicha ley propone la privatización de 250 servicios públicos en Cataluña y es la puerta abierta a privatizaciones masivas.

Más de 50 entidades, asociaciones y sindicatos se han opuesto desde el comienzo a esa ley que representa pérdidas importantes de bienestar para las clases más desfavorecidas del pueblo catalán.

A la vista de las numerosas manifestaciones de desaprobación por parte de asociaciones civiles, los grupos políticos de la oposición, que en principio daban soporte a la propuesta ley, han decidido oponerse a ella. Pero que nadie se haga ilusiones, que no es el bienestar de la población lo que motiva su cambio de actitud sino el oportunismo político. Un oportunismo que en cualquier momento les hará cambiar de posición.

Una vez más ha quedado demostrado que solo el pueblo puede defender los intereses del pueblo. Que gran parte de los políticos son unos venales. Que venden su alma al diablo con gran facilidad, creando de ese modo una infinidad de infiernos acá en la tierra. Y lo que es peor: creando un modo de proceder contrario a toda ética y principios de humanidad.

Pero haya esperanza o no de que eso cambie, una cosa debemos tener clara: el pueblo podrá ser vencido en miles de batallas, pero solamente la lucha podrá evitar que caigamos en la total esclavitud. /PC


Publicado en ECUPRES