sábado, 26 de febrero de 2005

Abstención y monsergas

Votar SÍ o NO o abstenerse no es lo que importa. La vida es una apuesta permanente pero la oferta se reduce a dos opciones: se vive con conciencia y discernimiento o se pasa a formar parte del rebaño. Y no hay más.

Nada hay en el cosmos inconexo ni tampoco en la vida, y ahí, a mi entender, hay que buscar el origen profundo de eso que en lenguaje político llamamos abstención. Cuando el lenguaje se convierte en monserga, las palabras pueden llegar a ser como animalillos domésticos castrados para uso y abuso de quienes ostentan el poder. Políticos y clérigos tienen a su disposición toda una jerga que nadie más emplea, y cabe suponer que ni ellos mismos cuando no están ejerciendo sus funciones. De ahí que no precisen bula para mentir, puesto que las palabras están ya de antemano falseadas. Aunque de ahí también, a buen seguro, esa actitud sabia de las gentes sencillas que consiste en volverse de espaldas al monserguero.

Pero cuidado, que zafarse de la red no es tarea fácil cuando el océano no es más que una pecera, cuando profesionales camuflados, vestidos de paisano, andan entre las gentes observando cuales son sus flaquezas y en qué bobadas entretienen su mente, cuando auténticos especialistas del comecocos trabajan con eficacia en la construcción del cerco invisible que convierte en rebaño la manada. Ya no hace falta para nada en ese punto discursos y monsergas puesto que basta con mostrar la zanahoria para que el asno se lance en pos de ella.

Pensamos cual vivimos, si pensamos, ya que a veces vivimos sin pensar y así no vemos que otros piensan de continuo el mejor modo de llevarnos al huerto y nos imponen un modo de vivir basado en dependencias esclavizantes que configuran el pensar -o el no pensar para hablar más preciso- y marcan el camino por donde quieras o no hay que seguir andando. Porque ha sido así, colocando almadrabas eficazmente como han devenido al poder los comerciales, herederos furtivos de políticos y clérigos en el antiguo arte de la confusión y el engaño. No hay más que ver sino el predominio del lenguaje publicitario en esas dos esferas de la vida pública que son la religión y la política.

Ensayo, error, ensayo, y vuelta a errar y volver a ensayar. Ese es el proceder del intelecto, del humano saber, tanto en el orden personal como en el colectivo. Elegir una opción, apostar, es siempre inevitable. Ejercitar de continuo el pensamiento en esa difícil práctica de discernir es el gran reto al que debe enfrentarse todo ser humano, ya que de continuo hay que decidirse por algún camino.

Nuestro mundo actual ofrece dos opciones: la vía del espíritu o la de la materia. Sí, claro, no es una sorpresa, o no debiera serlo si más no, ya que así fue desde tiempos remotos. Lo que resultaría sorprendente es que algún político lúcido y bien intencionado se lo plantease de verdad y, tras profunda reflexión, optase por la vía del espíritu. Que apostase de verdad por generar conciencia entre la población, capacidad para elegir entre formas de vida esclavizantes y otras que conlleven libertad. Pero no, ellos van a lo suyo que es mandar a costa de quien sea, y ese quien siempre es el de más abajo. El bien común no es lo que mueve a los políticos, sino el bien de su corporación, cuando no el suyo propio.

No puede haber justicia en el mundo y en consecuencia paz si no hay libertad auténtica en las personas. Y no hay verdadera libertad cuando se tiene la mente esclavizada y no se dispone de la menor capacidad de discernir lo esencial de lo superfluo. De modo que ese es el ejercicio básico en el que hay que entrenar las mentes de la población joven. No más monsergas caducas y engañosas, ni más llenarles la cabeza con saberes pragmáticos que no dejen lugar a la sabiduría y marquen un camino ineludible hacia el materialismo o el vacío interior, que viene a ser lo mismo. No más educar para la esclavitud del pensamiento ni para una vida rutinaria al servicio de los amos del mundo. Una capacidad brillante de discernir debiera ser el fin supremo de toda educación, tanto en la escuela como en el hogar como en el conjunto de nuestra sociedad, ya que está claro que el pensamiento hay que fraguarlo a diario, y tan sólo ser conscientes y humanos puede salvarnos. /PC


KAOSENLARED.NET | 26-2-2005
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lunes, 21 de febrero de 2005

Referendum sobre la Constitución Europea ¿Será posible?)

¿Dicen que el pueblo ha dicho SÍ? ¿Qué porcentaje de la población ha dicho SÍ? ¿Y como se puede considerar legítima una charada semejante? ¿Qué se le ha ofrecido a la ciudadanía para que decida sino frases publicitarias huecas y ausentes de verdadero contenido?
 

Si ya es una tomadura de pelo consultar al pueblo sobre un hecho consumado, todavía lo es más decir que el pueblo español ha refrendado con un SÍ la propuesta que se le hacía. Un SÍ que no alcanza más que al 32,34% del censo de votantes. Porque no nos engañemos: la mayoría de la población española, el 67,66%, le ha dado la espalda a esta propuesta, ya sea votando NO (7,14%), ya votando en BLANCO (2,52)%, o yéndose al campo (58%). Y se engaña quien piense que la población sensata ha votado SÍ (32,34%) en tanto que el resto de la población votante (67,66%, bastante más de la mitad) son un hatajo de irresponsables. Que nadie pues se engañe porque la realidad del día de hoy nos dice que esta Europa del dinero que están haciendo los políticos según su conveniencia no entusiasma a la mayor parte de la población votante española (67,66%).

Pero no nos engañemos tampoco pensando que eso les importa un pimiento a los poderes fácticos. Ellos pasan de todo el mundo y van a la suya plenamente conscientes de que tienen la sartén por el mango. De que están construyendo SU MUNDO, ese mundo inhumano que no toma en consideración más que a una minoría de la especie y condena con desprecio al resto. ¿Que se equivocan? Naturalmente que se equivocan, y pagarán por sus errores sus hijos y sus nietos y todas las futuras generaciones, porque el bien, o es común o no es bien para nadie.

Ese SÍ estaba ya cantado de antemano, como cantado está el mundo que se nos avecina, porque uno y otro son consecuencia de la deshumanización que padecemos. Quien crea que es posible que de la noche a la mañana la mayoría de la población despierte y tome conciencia, se equivoca. La conciencia es inherente a la especie humana y nace por tanto con el individuo, pero crece con la persona si esta tiene la debida nutrición intelectual y espiritual, o en caso contrario se atrofia. Crear conciencia, desarrollar la dimensión humana de la persona, eso que llamamos espíritu o alma, que al fin y al cabo es lo que nos caracteriza como seres humanos, es la tarea específica de la educación, que no de la instrucción ni del adoctrinamiento. Desvelar el alma, hacer que cada cual sea capaz de discernir por sí entre el bien y el mal es el fin supremo de la educación.

Pero no estamos educando. Estamos tan solo instruyendo y adiestrando a la población para que esta sea útil a lo que quienes la manejan quieran obtener de ella. Y no tan sólo eso, sino que estamos haciendo a nuestras futuras generaciones esclavas de una forma de vida impuesta por los poderes fácticos. De modo que en realidad, en culpable complicidad con quienes manejan el sistema estamos deseducando, adiestrando, domesticando, sometiendo a las jóvenes generaciones. Y digo culpable no sin una cierta mala conciencia, pero no puedo evitar creer que la especie humana toda tiene la facultad de discernir, y que quienes nos dedicamos a la educación tenemos la obligación moral de asumir de forma responsable nuestra profesión, algo que en el conjunto del colectivo ni siquiera se contempla.

Si por falta de conciencia la gente se muriese, la población occidental quedaría diezmada hasta el punto de que la pandemia del SIDA sería comparable a un simple resfriado.

Pero no quiero terminar con pesimismo. Una buena parte de esa abstención, de esos votos en blanco, de ese rotundo NO que hoy se han manifestado, no son sino cantos de esperanza. Es un indicativo de que hay una parte de la población, vete a saber cuanta, que todavía tiene conciencia. Esperemos pues que pueda ser la levadura que fermente en el interior de la masa. /PC
 
| kaosenlared | 21-2-2005 a las 2:49 | 1032 lecturas | 9 comentarios
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viernes, 18 de febrero de 2005

Nos tratan como a bobos

Y si bien no debiera extrañarnos ya que el arte de gobernar es un gran ejercicio de pura demagogia, nos duele.


¿A qué viene ese afán de convencernos? ¡Ni que fuesen a decidir según el resultado...! Si cualquier consulta popular es presentada siempre según conviene a quienes la formulan y la única posibilidad de crítica eficaz depende de la fuerza de la oposición política, ésta en la que los partidos mayoritarios abogan por el mismo resultado está ya de antemano condenada al éxito.

No hace falta estar en contra de nada ni de nadie para no ponerse a aplaudir como bobos todo lo que nos propongan. Basta con tener sentido de la dignidad, y querer ser tratados como personas. Porque ¿a qué obedece este alarde de propaganda? ¿Han querido tal vez comprobar lo fácil que resulta engañar al pueblo haciéndole creer que decide algo?

Nos tratan como masa, como simples consumidores. No tan sólo no hacía ninguna falta ese alarde publicitario sino que ésta era una buena ocasión para que los políticos demostrasen un poco de respeto por la ciudadanía y, o bien convocasen un referéndum vinculante o bien planteasen esta campaña de forma pedagógica y no en base a la seducción publicitaria. Pero es evidente que desde la cumbre del poder se contempla el panorama humano respirando aires de superioridad.

Pese a que cada día hay más motivos para pensar que el Espíritu Maligno señorea la Tierra (ya se lo creen hasta en el Vaticano y han organizado cursos para exorcistas), ni que decir tiene que esa propuesta que nos comunican y que hacen como que nos consultan no es un manifiesto claro a favor del Diablo. Cualquier moralista honesto y aun escrupuloso puede hallar en él un buen número de intenciones plausibles. Y cualquier persona henchida de pragmatismo hasta las cejas tenderá a pensar que ésta es una buena propuesta ya que favorece el progreso económico de Europa. Aunque a buen seguro preferirá ignorar que este progreso económico que los políticos europeos persiguen con tanto afán no tiene en cuenta para nada el costo social y ecológico de nuestro bienestar material.

Esta Europa de los estados que los políticos conciben es una apuesta clara por la Ideología Capitalista Neoliberal, reina y señora del Mundo Occidental eso que antaño fue la Cristiandad. En ella el único motivo de existir que tiene el débil es servir al fuerte, de modo que cuando ya no sirve, se le suprime. Por eso ésta es la Europa de unos estados que no tienen en cuenta para nada los pueblos que los componen. Una Europa de sordos, que so pretexto de visión de futuro, pasa página y decide seguir ignorando a los ninguneados. Al fin y al cabo dentro de unos años -da igual pocos que muchos- no quedará en España ni vascos ni catalanes que reivindiquen nada. Pero no porque nos hayamos convertido en europeos de pro sino porque habremos sucumbido ante la indiferencia y el individualismo a los que nos condena ese Capitalismo feroz que cada vez sale más fortalecido de todas las maniobras políticas que lidera.

Pero lo que sí habrá, sin lugar a dudas, en esos Estados Europeos Unidos que se nos avecinan será pobres en abundancia, porque de eso ya se van a encargar los amos del dinero con la ayuda de quienes mandan y gobiernan. Buen augurio pues para quienes viven en su ego el orgullo de formar parte del mundo de los ricos. ¿Que gracia tendría, sino, ser rico en un mundo sin pobres? /PC

| kaosenlared | 18-2-2005 a las 14:07 | 426 lecturas | 5 comentarios
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lunes, 14 de febrero de 2005

Apuesta por la Insensatez

Una vez más en el alma de las gentes con conciencia se baten en duelo el Pragmatismo y la Utopía, y una vez más el previsible desenlace no debe ser una invitación a rendirse sino a seguir luchando. 


Ante la proximidad del referéndum sobre la Constitución Europea y los cada vez más numerosos argumentos en favor de una mayor exigencia ética en el contenido de ese documento que se nos ofrece a votación, son muchas las voces «sensatas» que abogan por el SI a ultranza, ya sea por convencimiento del beneficio humano que esa propuesta conlleva o bien porque aun no satisfaciendo sus aspiraciones temen que su rechazo pueda dejar el proceso de unificación europea estancado por un largo e imprevisible período de tiempo. Pues bien, quiero dejar claro desde un principio a quien me lea que me parecen legítimas y respetables esas actitudes, pero que en modo alguno las comparto.

Vivimos en un mundo que lleva siglos apostando por la Sensatez, por el Pragmatismo más gris y anodino, huyendo del dolor propio y sin reparar en el que con tal actitud se consiente y aun se propicia en los otros, y no parece razonable esperar que de la noche a la mañana una parte considerable de la población apueste por la Utopía, sinónimo de Insensatez. Máxime si tenemos en cuenta todo lo que la historia nos enseña sobre el camino que siguieron quienes «insensatamente» decidieron enfrentarse al poder. Hay muchos nombres famosos y sobradamente conocidos en nuestra cultura, de modo que no voy a citar ninguno.

La Sensatez ha sido siempre el arma que han esgrimido tanto las almas timoratas como quienes con mejor o peor intención tienen por objetivo el control de los acontecimientos mediante la autocensura o la represión de su entorno social. Esta civilización occidental, teóricamente cristiana desde hace diez y seis siglos, no obstante haber protagonizado episodios históricos verdaderamente monstruosos ha hecho gala de Prudencia y Sensatez prácticamente siempre en el momento de tomar sus decisiones políticas. Y a la vista de todo el mundo está el resultado de tanta Sensatez. Colonización, esclavitud y genocidio en América, África, Asia y Oceanía. Devastación de espacios naturales en la práctica totalidad del planeta Tierra con exterminio irreparable y aun progresivo de especies vivientes. Injusticia, desigualdad, miseria, hambre y muerte a raudales en beneficio de la minoría dominante occidental de origen europeo.

Podríamos pensar que todo eso ocurrió en tiempo pasado, y que de entonces acá este mundo occidental ha hecho un sano proceso de reflexión, de modo que la Sensatez y la Prudencia estarán a partir de ahora al servicio de la Humanidad. Sí, podemos creerlo si eso es lo que deseamos creer, si de ese modo tranquilizamos nuestra conciencia sin tener que tomar ninguna posición contraria a la de la mayoría, que siempre es un riesgo moral aunque no de ningún otro orden ya que nadie va a poder pedirnos cuentas de nuestro voto secreto. Podemos pensar y creer lo que más nos plazca, y en realidad eso es lo que hacemos invariablemente en todos los instantes de nuestra vida. Pero en conciencia verdadera, nadie va a poder escurrir el bulto. Otra cosa es para quienes viven sin conciencia.

En mi opinión, después de todo lo que se ha dicho y aun se dice en los medios en torno a este tema, quienes reflexivamente decidan votar NO para dar testimonio de su interno deseo de que otras formas de pensar tal vez menos sensatas pero mucho más utópicas entren en juego en el panorama político de Europa, cargarán sobre su conciencia la posibilidad de cometer un gran error, de obrar con falta de visión, de estar del lado del inmovilismo más retrógrado..., y en algún momento podrán incluso llegar a pensar que le han estado facilitando el juego al gigante americano. Todo esto y muchos más pensamientos culpabilizantes pueden sin duda llegar a turbar a esas almas bondadosas y utópicas. Sí, sin duda alguna votar NO, aun con la mejor de las intenciones, es un grave riesgo de conciencia. Pero ante la duda, aun a riesgo de esa posible turbación, yo me atrevo a decir recordando a Ernesto Cardenal cuando en 1983 Juan Pablo II le amonestó públicamente durante su visita a Nicaragua: «Permítasenos, si más no por una vez, equivocarnos por causa de la Utopía ya que tantas veces nos hemos equivocado por causa de la Sensatez». /PC

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jueves, 10 de febrero de 2005

No sólo los obispos...

...sino la institución eclesiástica entera y la validez de una buena parte de sus enseñanzas es lo que cabe poner en tela de juicio.


Desde que el PSOE ganó las elecciones -o tal vez mejor, desde que el PP las perdió- no hemos  dejado de oír ni un sólo día alguna noticia relacionada con actos más o menos sorprendentes protagonizados por la jerarquía episcopal española en defensa de lo que a todas luces parece considerar sus derechos adquiridos sobre la sociedad española. Nada nuevo, ya que siempre se comportó de ese modo el clero. Pero lo novedoso de esta situación es que mientras los católicos ultramontanos cierran filas en torno a sus pastores, algo completamente lógico si bien se mira, hay una muy respetable cantidad de voces también católicas que se pronuncian en desacuerdo y les piden públicamente a las autoridades eclesiásticas que reflexionen. No obstante, esas mismas voces, aceradamente críticas algunas veces contra esas conductas, siguen proclamando a ultranza su adhesión al Papa so pretexto de la unidad de la Iglesia de Cristo, para lo no tienen ningún inconveniente en meter en el mismo cambalache a Teresa de Calcuta, Escribá de Balaguer, Rouco Varela, Pedro Casaldàliga, Oscar Romero, Juan Pablo II y un sinfín de personajes de lo más diverso que lo único que tienen en común es su pretendida adscripción al credo católico. Diríase que a esos creyentes, respondones pero dóciles y de buena fe al fin y al cabo, les importa más lo que las palabras proclaman que el testimonio de fe que dan los actos.

A quienes tenemos ya alguna edad y hemos sido educados más o menos religiosamente en aquella España franquista, autoritaria y confesionalmente católica, que llenaba a rebosar las iglesias los domingos y en cuya escuela pública (ESCUELAS NACIONALES las denominaban con patrio orgullo los adalides de la NACIÓN ESPAÑOLA) era obligatoria la enseñanza y aun la práctica religiosas, no nos extraña en absoluto la abundante presencia en la actual sociedad española de católicos que limitan su relación con el mundo religioso a las ceremonias de bodas, bautizos, primeras comuniones y funerales, ni nos extraña tampoco que haya grandes capas de población que se confiesa atea y que da muestras de alergia a cualquier idea religiosa. Unos y otros nos parecen consecuencia lógica de aquella religión formal impuesta a machamartillo. Tampoco nos extraña la extrema cerrazón de una buena parte de la población católica que se muestra insensible a las vergonzosas maquinaciones políticas de su amada Iglesia, ya que ésta es heredera directa de aquel ultramontano nacionalcatolicismo. Nos es fácil entender que los defensores a ultranza del catolicismo se esfuercen por mantener la unidad de esa institución que consideran fundamental para la pervivencia de sus creencias ya que siglos de machacona repetición les han hecho creer, aun contra toda evidencia, que la doctrina que ella imparte es la mismísima que llevó a la cruz a Jesús de Nazaret. Pero nos resulta bastante incomprensible que esas voces disidentes que se consideran «cristianos de base», que están al día de lo que se cuece en el campo de la crítica histórica y de las consecuencias teológicas que de ella se derivan tanto como de los avances del conocimiento antropológico, se sumen a esa sinrazón de querer minimizar y aun justificar lo inaceptable con tal de seguir sintiéndose con derecho a participar en esos ceremoniales católicos a los cuales la jerarquía eclesiástica da categoría de ritos sagrados.

Hoy en día la avanzada del pensamiento religioso está por el reconocimiento de la gran dosis de sabiduría que conllevan todas las tradiciones religiosas, al margen y aun en contra de las enseñanzas de sus instituciones líderes en muchas ocasiones. Reconoce y comparte la gran dosis de sabiduría que hay en el humanismo, y ve la necesidad de establecer vínculos humanos de colaboración y fraternidad entre todas las formas de pensamiento que lleven a la unidad de la gran familia humana, sin preferencias ni prejuicios. Hoy en día, la avanzada del pensamiento religioso sabe que muchas de las creencias que durante siglos se han considerado indiscutibles en el seno de cada religión no tienen mayor fundamento que el proveniente de la conveniencia temporal a una circunstancia determinada. Que muchas creencias religiosas han sido y son aún motivo de grandes injusticias inaceptables por nadie con un mínimo de humanidad. Que las instituciones líderes son organismos de poder temporal que nada tienen que ver con esa tan necesaria espiritualidad que el mundo necesita, y la cual no pocas veces ellas mismas dificultan. Y concretamente en lo que a la Iglesia Católica y a sus jerarcas se refiere cabe decir que quienquiera que con un nivel de instrucción medio se interese por la historia de esa institución podrá comprobar que está tan plagada de mentira y de ignominia que es imposible que ese Espíritu Santo al que de palabra invoca pueda conferir más Luz a sus dirigentes que la que confiere a los de cualquier otra organización humana que obren de buena fe.

Por ese motivo y por muchos otros que nos llevarían páginas enteras relatar, pero sobretodo porque creemos firmemente que no son rituales de magia religiosa lo que el mundo necesita sino bondad en los corazones de las personas, deseamos fervientemente que los hombres y las mujeres de buena fe, profesen las creencias que profesen, abran los ojos, aprendan a discernir entre lo esencial y lo accesorio, abominen ya de una vez por todas de los hipócritas y de las instituciones terrenales que los albergan, y busquen la verdad y la justicia en cualquier parte donde estas se hallen./PC

Kaosenlared.net      10.02.2005

jueves, 3 de febrero de 2005

Primitivismo parlamentario

El miedo, la intolerancia y la violencia más o menos disfrazados pero con entidad campan a sus anchas por este mundo de Dios -o quizá del diablo- del que formamos parte, y cual macabros jinetes del apocalipsis ocupan hasta el menor rincón y arrasan cuanto hallan a su paso. Donde ellos están no cabe la convivencia, ni aun cuando ese lugar sea un estado democrático.


La convivencia no es tan sólo una cuestión formal, simplemente de buenas o malas maneras, de aceptación a regañadientes de las normas establecidas, sino algo mucho más profundo en la estructura mental y en la conciencia tanto de las personas como de los colectivos humanos. Es ante todo aceptación del otro, del distinto, con confianza y sin temores escondidos. Es tender la mano abiertamente, en condiciones de igualdad y con voluntad de reducir las distancias y limar las asperezas que generan conflictos. Y es por lo tanto diálogo abierto, ya que sin el no se puede llegar a acuerdos. La convivencia no puede ser en modo alguno la imposición de unos sobre otros. Eso podría ser pax romana, pero no convivencia.

El mundo en que vivimos es cada vez más pequeño y llevamos ya muchos años y aun siglos intentando con mejor o peor fortuna compartirlo. La defensa del territorio y de todo cuanto éste representa forma parte de ese instinto primitivo que cuando se manifiesta nos recuerda que nuestros antepasados fueron animales antes que humanos. Desde el garrotazo cavernícola hasta la sofisticación política y guerrera a la que actualmente hemos llegado no hemos dejado de resolver mediante violencia cuanto a territorios se refiere, lo cual es, sin duda alguna, un signo de insuficiente evolución en la inteligencia emocional de nuestra especie.

Parece increíble que los humanos podamos tener un conocimiento tan mínimo de nuestras deficiencias y tan poca voluntad para superarlas. Avanzar en los procesos de entendimiento en cualquier área es de extrema urgencia si queremos salvar la Humanidad entera de una catástrofe inevitable, y no obstante, permanecemos inertes, anclados en el más absoluto inmovilismo, paralizados, aferrándonos con el pensamiento y con el corazón a cuanto consideramos conocido y propio hasta el punto de parecernos que es la base única e insustituible de nuestra seguridad.

Ni que decir tiene que la causa de esa parálisis no es otra sino el miedo. El miedo hace que todo el mundo se repliegue y cierre sus puertas físicas y mentales a todo lo distinto. El miedo es la base de la intolerancia y consecuentemente de la violencia. Quien se siente agredido, quien siente que peligra aquello de lo cual depende su seguridad personal o la del entorno que le cobija siente miedo y se defiende. Y si en su mente emocional no ha desarrollado recursos suficientes para poder afrontar pacíficamente la dificultad que le apremia recurre a la violencia, verbal primero y física después si le hace falta. De ahí la importancia de educar en la autoestima, en la confianza y en el discernimiento, y no solamente desde y para las buenas maneras, ya que con frecuencia estas no pasan de ser aparentes o bien son insuficientes para generar la necesaria convivencia.

La intolerancia suele revestirse de grandes palabras y aferrarse a conceptos que considera indiscutibles, y ni que decir tiene que los intolerantes se creen en posesión de la más absoluta verdad. No es de extrañar pues, ya que de absolutos se trata, que se dé en el mundo tanta intolerancia religiosa y que la intolerancia política vaya al unísono con ella. Y por ese mismo motivo tampoco cabe extrañarse de que el discurso habitual de los intolerantes esté repleto de descalificaciones a quienes no comparten su modo de pensar  -o de no pensar, las más de las veces-  y que en él aparezcan rasgos de violencia verbal.

El dogmatismo y la cerrazón forman el baluarte de la intolerancia y por ende del miedo, y la amenaza o incluso la violencia son las armas más comunes en quienes a partir del miedo devienen intolerantes y a partir de la intolerancia acaban siendo violentos. El campo de batalla puede ser cualquier lugar puesto que para el intolerante su causa siempre está por encima incluso de lo más sagrado, y en último extremo ahí tiene las viejas creencias con las que su mente dogmática puede justificar cualquier acto, sea cual sea.

¡Cuanto camino nos queda a los humanos por recorrer! Viendo lo lentamente que avanzamos por la senda de la convivencia, no parece absurda la idea de que podríamos llegar al fin de los tiempos antes de que hubiésemos superado emocionalmente la edad de piedra.

kaosenlared.net    3.2.2005