martes, 28 de julio de 2020

No hay mal que por bien no venga

 

Pese a la tristeza que todo mal comporta, el cerebro humano, fuente de sabiduría y de maldad a un tiempo, se las compone siempre para hallar un halo de esperanza.

Nos lo indica el refrán que encabeza este escrito y nos lo muestra ese virus que no se ensaña tan solo con la gente mayor, a la que en todo tiempo el menor soplo arrebata la vida, sino también con las capas más pobres de esta civilización de la opulencia forjada bajo la égida del pensamiento capitalista.

A quien esto escribe le gustaría que la gente común se fijase en algo de lo que seguidamente señala.

En primer lugar la inhumanidad de quienes priorizan sus negocios a la salud de la población. La de quienes se oponen a las restricciones decretadas por diversos gobiernos con el fin de evitar que se expanda la pandemia hasta el punto de saturar los servicios médicos.

En el modo de pensar de esa oposición, gente para trabajar hay mucha, luego no hay por qué preocuparse por si enferman quienes laburan. Y tampoco porque pueda contagiarse o incluso morir quien entre en sus locales, sean comercio, almacén, fábrica, lugar de ocio, o lo que sea. “No, no hay por qué quedarse en casa. La vida es riesgo”, dicen. Y sí, lo es. Sobre todo para la gente pobre, que es quien trabaja en esos negocios y no quienes los poseen.

Y la pregunta que nos viene a la cabeza es: ¿Vamos a seguir admirando a esa gente que vive a expensas del trabajo y riesgo ajenos? ¿Vamos a querer medrar económica y socialmente para pensar y ser como quienes constituyen esas capas sociales explotadoras de las pobres?

Otra cosa que también merece ser reflexionada y nos muestra esa “bendita” pandemia es la fragilidad de los medios de vida de gran parte de la población mundial. Y no nos referimos solamente a quienes viven de trabajo precario, que son una infinidad, sino a todo “esclavo feliz por servir a un amo rico”.

Sueldos que daban lo justo para vivir y aun suficiente para presumir en algunos casos, van a desaparecer con el cierre de pequeñas y medianas empresas. No es algo que pueda ocurrir sino que ya se está produciendo y se va a incrementar por la caída en picado de eso que eufemísticamente denominamos “economía”, pero que en realidad designa los negocios de la clase dominante.

Que la vida de toda una humanidad dependa de que una minoría viva espléndidamente le parece a quien esto escribe una flagrante injusticia que merece ser condenada y erradicada. ¿Qué porcentaje de la población mundial piensa actualmente en buscar formas de vida libres de esa esclavitud que el COVID19 nos evidencia? ¿Habrá mucha gente que se lo plantee a partir de ahora, o seguirá el capitalismo seduciendo a las grandes masas con los oropeles que ofrece el consumismo? No perdamos la esperanza y pensemos que alguien habrá.

Y una cosa más. En esta parte del mundo que consideramos desarrollada, con gentes mayoritariamente instruidas, las recomendaciones de la clase médica son desoídas por gran parte de la población. La gente se reúne en cafés y bares, en reuniones familiares y de amigos y en lugares de ocio como cines, teatros y discotecas y anda por la calle sin la recomendada mascarilla, con riesgo de contagiarse y de contagiar.

Cuando ante una tal conducta nos preguntamos por la causa, la primera palabra que nos viene a la cabeza es irresponsabilidad. La gente no parece sentirse responsable de cómo sus acciones repercuten en el resto de la sociedad. El individualismo ha alcanzado cotas tan elevadas en el modo de pensar colectivo que los demás importan un bledo a la mayor parte de la gente.

“Si se muere la gente vieja, que se muera; total para lo que sirve”. “Si enferman quienes trabajan, da igual; en su lugar, otro u otra”. “¿Que el personal médico y sanitario se tiene que dejar la piel para sanar a cuanta gente pueda? Pues bueno, es su trabajo, ¿no?”

Cuanto acabamos de ver y muchas observaciones más que no caben en este escrito nos mueven a pensar que esta humanidad, atacada hoy día por el COVID19 padece, además, un mal mucho peor, que es el desamor.

Con una cortedad de pensamiento que denota una clara estulticia, la mayor parte de la gente se ama a sí misma y desprecia a la demás. Como si fuésemos autosuficientes, como si la subsistencia de todo individuo no dependiese de la del resto de la sociedad.

¿Qué esperamos de un tal modo de vivir? Prescindimos y aun despreciamos valores humanos como la solidaridad y la empatía. Adoramos el materialismo, la codicia, la violencia. Despreciamos la sabiduría. Hasta las bestias más bestias pronto nos superarán.

¿Será verdad que ese COVID19 ha venido para ayudarnos a reflexionar?

Ojalá que así sea. /PC