domingo, 5 de enero de 2014

Entre el conformismo y la violencia anda el “progreso”

Si nos paramos a pensar en qué consiste eso que llamamos “progreso” y luego investigamos su costo tal vez veamos la honda irracionalidad que conlleva y los grandes daños que causa a la humanidad entera. 


La idea de “progreso” que tiene la mayor parte de la población mundial consiste en una renovación permanente de objetos innecesarios, destinados algunos de ellos a aumentar el nivel de confort de la clase media, pero también a procurarle un nivel de dependencia emocional que la convierta en una masa humana fácilmente manipulable.

Casi nadie se plantea en el mundo esa idea que tenemos de “progreso”. Casi nadie quiere saber que ese “progreso” que adoramos con fervorosa devoción comporta una carrera loca de destrucción de la naturaleza y de esclavitud de una gran parte de la humanidad, a la cual obliga a llevar una vida indeseable, indigna de un ser humano y a realizar trabajos míseramente pagados y aun insalubres.

Para que pueda darse todo lo que posibilita el “progreso” es necesaria una injusticia estructural intocable a nivel mundial que permita la destrucción del medio ambiente, la privatización de los recursos necesarios para la subsistencia de la mayor parte de la sociedad y que mantenga firme la desigualdad social y asegure la banalidad de la clase media a fin de que permanezca aferrada al consumismo. Un consumismo que le sorbe los sesos al mundo entero hasta el punto de hacerle creer que no en el bien común sino en ese derroche absurdo consiste el progreso.

Ese mal entendido “progreso” exige, a modo de ídolo sanguinario, fidelidad ciega a la ideología capitalista, absoluta pleitesía a los “expertos” en economía y organización política, más un total conformismo y colaboración con el sistema esclavizante y represor que lo hace posible. Según señala Julio  Anguita en un vídeo que corre por YT, la sociedad en peso está involucrada de un modo u otro en ese perverso mecanismo de opresión y sacrificio. Dice también que es una actitud mental que no resiste un proceso sistemático de reflexión y análisis, pero que requeriría 3000 Sócrates para que se diese una toma de conciencia suficiente en España. Sin duda tiene razón, pero nos permitimos opinar que se quedó corto, que con tres mil no hay ni para empezar, a menos que pudiesen copar de continuo todas las cadenas de TV y radio.

Si observamos a quienes con su permanente esfuerzo y miserables vidas esclavas de un trabajo embrutecedor producen eso que denominamos “progreso” veremos que apenas se movilizan en contra de su esclavitud. Eso ocurre porque la mayor parte de esa población está sujeta a condiciones de vida que los poderes políticos les han impuesto por la fuerza. En general consideran sus trabajos una suerte y a lo más que aspiran es a mejorar sus condiciones de vida pasándose al bando de los que por activa o por pasiva aprueban su desgracia. Son la mayor parte de la población migrante del mundo, la que busca su bien cruzando fronteras, yendo a vivir a “paraísos” repletos de “progreso”.

Tampoco se moviliza la población pobre cuya mayor aspiración sea consumir, poseer artículos de lujo, tales como autos caros, casas aparentemente lujosas, etc. Quienes tales bienes desean no suelen sentir gran necesidad de erradicar la violencia del sistema. Es más, ni siquiera ven que exista.

En cambio, si observamos a la población que se moviliza en contra de la injusticia estructural veremos que no es precisamente la más directamente perjudicada por ella. No es mayoritariamente la población marginada sino la que con ganas de entendernos podríamos decir que menos lo necesita. Es la población que dispone de medios suficientes para tomar conciencia, es decir, estudios, conocimientos y tiempo suficiente para dedicarse a cultivar su mente. Es la que no apuesta por el “progreso” sino por la dignidad humana.

No cabe duda de que ese “progreso” que a tantísima gente encandila se asienta a la vez en la violencia y el conformismo. Una y otro se retroalimentan continuamente. Hacer frente a esa base requiere una tarea ingente de educación de conciencias, un cambio de paradigma en la mente de la mayor parte de la población mundial, empezando por la propia.

Con el fin de entender la dificultad que tal ejercicio supone, invitamos a quien nos lea a que haga una lista de los objetos que forman parte de su vida cotidiana, del uso que les da y de lo que exige tenerlos. Y luego deténgase a pensar como podría ser que en vez de someterse a esas exigencias quisiese elegir una forma de vida que proporcione un mayor crecimiento humano, personal y social, es decir: mayor solidaridad, mayor igualdad y mayor libertad para todo el mundo.

Esa tarea de reflexión y concienciación que señalamos ocupa ya a miles y aun millones de personas en el mundo. Pero no son suficientes. Sumarnos a ella del modo que tengamos a nuestro alcance es imprescindible para derrotar a la violencia que oprime la Humanidad entera. /PC

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