En un escrito de
Washington Uranga publicado en Página12 el pasado 13 de marzo, el cual nos
llega a través de ECUPRES* leemos:
"Bergoglio está convencido de que las grandes religiones monoteístas tienen un papel fundamental en bien de la reconciliación entre los pueblos en medio de una realidad mundial sembrada de guerras regionales que atentan contra la vida de las personas y deterioran la ya frágil paz mundial"
Ignoramos si esas son
declaraciones del propio Bergoglio o si es el parecer del articulista. En el
primer caso, nos parece razonable que el Papa Francisco diga eso a la
feligresía católica romana. En el segundo lamentamos no poder compartir tal
punto de vista.
En opinión de quien esto
escribe, no se dan motivos, ni históricos ni presentes para pensar de ese modo.
A filo de espada se impusieron las grandes religiones monoteístas. Al amparo de
los poderes terrenales se afianzaron y crecieron. Y con la más absoluta
deshumanización han actuado siempre, imponiendo su voluntad y castigando
cruelmente a quienes no la aceptaban.
La Biblia está llena de
guerras protagonizadas por el pueblo judío, adorador de Yahveh. La historia,
llena de guerras religiosas. Cristianos y musulmanes, monoteístas ambos, han
impuesto violentamente su religión a otros pueblos en amplias zonas del planeta
Tierra.
Sin meternos a considerar
más religión que el cristianismo, por aquello de no ir a buscar fuera lo que
tenemos en casa, lo vemos a lo largo de siglos imponiendo cultos, organizando
cruzadas, declarando herejías, castigando, torturando y quemando a quienes sus
creencias no compartían.
En el pasado siglo XX
hemos visto a los pontífices romanos Pío XII y Juan Pablo II dando soporte a
crueles dictaduras como fueron la de Franco en España, la de Pinochet en Chile y
la de Videla en Argentina. Y no tenemos noticia de que en ningún momento esos
pontífices alzasen la voz condenando los crímenes que esos gobiernos cometían,
como antaño condenaron lo que consideraron herejías.
Ya en este siglo XXI
vemos a la Santa Madre Iglesia Católica Romana oponiéndose a los reclamos de la
sociedad civil en pro del derecho de todo ser humano a disponer libremente de
su propio cuerpo. La vemos aferrada a una vieja ideología patriarcal
discriminando a la mujer en su propia estructura eclesiástica. Y la vemos
encubriendo a clérigos pederastas y abusadores, sin abordar esa lacra hasta que
la sociedad civil la ha denunciado públicamente.
No vemos a esa Iglesia
Católica Romana que preside el Papa Francisco, ni a muchas otras que también se
denominan cristianas, luchar contra ese engendro de inhumanidad que es el capitalismo,
causa de sufrimiento en el mundo entero. Las vemos hablar de Dios y del más
allá, anteponiendo sus creencias a las perentorias necesidades de la mayor
parte de la población. Las vemos pidiendo diálogo entre oligarcas y explotados,
sin condenar la codicia de los primeros y aun dándoles soporte ¿Qué diálogo cabe
esperar de quienes solo aspiran a someter y explotar al pueblo?
Frente a la indiferencia
de esas instituciones religiosas vemos como gentes que no enarbolan estandarte
religioso alguno se oponen a toda clase de injusticias. Las vemos poniendo el
cuerpo para atajar los desmanes de quienes no atienden a razón alguna. Las
vemos dando muestras de una humanidad que ni de lejos demuestran quienes
pretenden ser modelo de conducta por designio divino.
No nos parece casual esa
deshumanización del cristianismo. Ya en siglo IV el emperador Constantino,
consciente de la pujanza de quienes lo profesaban, aconsejado según cuenta la
historia por su madre, decidió permitir el culto cristiano. Pero no hizo tan
solo eso sino que quiso encauzar ese movimiento religioso para bien del
Imperio. Y a tal fin convocó el Concilio de Nicea, donde se proclamó la
naturaleza divina de Jesús de Nazaret. El Jesús divino desplazó al Jesús humano
ya en el siglo IV y así ha seguido.
El sucesor de
Constantino, Teodosio, completó la deshumanización del cristianismo al
declararlo religión oficial del Imperio. Y así, las enseñanzas de aquel Jesús
revolucionario, que denunciaba la injusticia de las leyes, rechazaba la exclusión
social y condenaba la codicia de los ricos quedaron desactivadas para siempre
al poner a los líderes religiosos cristianos al lado del Imperio, del poder por
antonomasia. ¿Cabe mayor aberración?
Desde el siglo IV hasta el
día de hoy, el catolicismo romano, la forma de cristianismo más influyente a lo
largo de los siglos en esta civilización supuestamente cristiana, ha quedado
reducido a una religión cultista, con la mirada puesta en el Más Allá pero aferrada
en el más acá a los poderes terrenales.
Mal lo tienen las grandes
religiones, y muy en especial la Católica Romana, para dar lecciones de
humanidad y convivencia. En el mundo entero, quienes renunciaron a las
creencias religiosas y centraron su ética en los latidos del corazón humano les
tomaron ya hace tiempo la delantera. /PC
* Seis años de Bergoglio como Francisco
Publicado en ECUPRES 25/03/2019
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