Cuando la ley es injusta, rebelarse es un
deber.
La persecución estatal al independentismo catalán está en
su punto álgido. Líderes encarcelados y otros en búsqueda y captura. Es
evidente que el gobierno español está dispuesto a liquidar esa aspiración
política por vía carcelaria. Los primeros encarcelados han sido Jordi Cuixart y
Jordi Sánchez, presidentes de las organizaciones Omniun Cultural y Assemblea
Nacional Catalana respectivamente, a quienes se acusa de organizar y dirigir
manifestaciones violentas, una acusación falsa por cuanto que en ningún momento
hubo tal violencia.
El gobierno español apela a la legalidad vigente. Pero
desde una perspectiva de derechos humanos esa legalidad es cuestionable en
grado sumo. Manifestarse públicamente debe ser un derecho en toda democracia,
por lo cual organizar y dirigir manifestaciones no puede ser delito. Y desde la
misma perspectiva, los delitos de sedición y rebelión que contempla el código
penal español tampoco tienen razón de ser en un Estado democrático. La Ley a la
cual apela la justicia española para encarcelar a líderes independentistas es
injusta a todas luces. Luego si injustamente se persigue al independentismo
catalán, ¿no es esa injusta persecución razón más que suficiente para que el
pueblo catalán quiera librarse de la tiranía española?
Lo propio de las dictaduras no es tan solo que se hayan
impuesto con violencia sino que con violencia permanecen y niegan derechos
fundamentales. Eso tiene en común la actual democracia española con la
dictadura que la precedió. Leyes injustas impuestas bajo la amenaza de las
armas que sirven a gobernantes y jueces para imponer su voluntad a toda la
población. Ninguna opción de disenso. Ningún resquicio a la protesta. El
aparato represor del Estado blinda el inmovilismo legislativo y garantiza la
sumisión de la ciudadanía.
Casi cuatro décadas de un régimen de terror, tras un
genocidio que acabó con miles y miles de personas asesinadas, de las cuales más
de ciento veinte mil permanece aún hoy día en paradero desconocido,
configuraron un pensamiento colectivo de docilidad extrema. Rojos e insumisos
habían desaparecido para siempre del panorama político y social español. La
brutal limpieza ideológica fue completada por la Iglesia nacional-católica que
lavó las mentes de las nuevas generaciones
durante los años de la dictadura. A la muerte del dictador la sumisión
estaba asegurada. Solo hizo falta un poco de maquillaje para darle forma de
democracia a lo que seguía siendo la dictadura de los mismos poderes fácticos.
Gatopardismo cien por cien. Apariencia de cambio sin que el poder real cambiase
en absoluto de mano.
El individualismo implantado por el capitalismo mediante
la competencia profesional, más el consumismo
como forma de vida aseguraron la paz social hasta que apareció la crisis. Pero
aun en plena debacle económica, la inercia y la carencia de organizaciones
políticas capaces de aunar el descontento para generar protestas mantuvo la calma
hasta que en 2010 explotó la primavera árabe y, como un eco, aparecieron en el
estado español en 2011 los indignados.
En Cataluña las protestas se centraron en las privatizaciones
de servicios públicos y recortes presupuestarios que llevaba a cabo el gobierno
autonómico presidido por Artur Mas. Hubo acampada de indignados en la Plaza de
Cataluña y una gran manifestación cercó el parlamento catalán impidiendo el
acceso al presidente al pleno parlamentario. Hubo represión policial y detenciones.
En ese momento el gobierno catalán de derechas necesitaba
desviar el malestar del pueblo hacia un enemigo externo, para lo cual acusó al
gobierno español de todos los males que justificaban las protestas y organizó una
gran manifestación independentista que tuvo lugar en 2012 el 11 de setiembre, día
de la Nación Catalana. Al presidente español Mariano Rajoy le fue como anillo
al dedo ese movimiento separatista que amenazaba la unidad de España, de modo
que a partir de ese momento el independentismo catalán se convirtió en tema
casi único de la política española en los medios de comunicación españoles y
catalanes.
El pueblo catalán se adhirió sin demasiada crítica a un
movimiento que prometía librarlo de la tiranía del estado español. Un continuo
de festejos cada once de setiembre, un gallardo flamear de banderas estrelladas
en balcones y azoteas, una presencia casi permanente del independentismo en TV
y prensa autonómicas catalanas, conferencias de prestigiosos personajes,
mítines… Una esplendente movilización enardecía los ánimos de un pueblo que
llevaba mucho tiempo sintiéndose humillado por el estado español. Lástima que
en el origen de todo ese movimiento, más que un afán de justicia hubiese el
espurio interés de un partido político, algo que los organizadores se cuidaron
bien de ocultar y que la mayor parte del pueblo no supo ver.
A día de hoy el caos se está apoderando del
independentismo catalán. Encarcelados los dirigentes y moderadores de las
manifestaciones callejeras quedan estas sin líderes que las contengan. El
riesgo de que la insensatez tome las riendas de las protestas populares es
alto. Cortes de calles y de rutas, invasión de edificios oficiales, agresión a
la policía… Nada más desfavorable al independentismo y más favorable a los represores.
Si a la fuerza del Estado le añadimos el desacierto de quienes lo enfrentan, el
desenlace resulta fácilmente previsible.
Pero lo perverso de las guerras consiste en que no es
posible mantenerse neutral sin encontrarse entre dos fuegos. Hay que elegir
enemigo, se quiera o no. Se está con el Estado represor o se está con el pueblo
que reclama sus derechos aunque los reclame mal. No hay más. La violencia
institucional genera indignación y lamentables respuestas violentas. Quienes
administran el poder del Estado deben reflexionar y cambiar de actitud. De no
hacerlo, la paz no llegará, porque son ellos quienes están llamando a la
guerra. ¿Quién sino el Estado español lleva años desoyendo los reclamos del
pueblo catalán? ¿Quién encarcela sin razón a los líderes independentistas?
A poco realistas que seamos vemos que esta revuelta
catalana tiene muy pocas posibilidades de triunfar. Empezó con el engaño del
partido de derechas catalán que mintió en cuanto a sus objetivos. Siguió con una
estrategia errónea al no ofrecer nada que pudiese motivar a las capas más
desfavorecidas de la población, las cuales son mayormente de origen español. Y se
equivocó por completo al declarar unilateralmente la independencia. Pero sea
cual sea el resultado final, la aventura independentista habrá servido para evidenciar
el talante dictatorial del estado español y la intolerancia de quienes lo regentan.
Y aun cuando el independentismo pierda esta guerra, puede muy bien ser que
salga reforzado, porque ni las victorias ni las derrotas son definitivas. Solo
la paz es duradera si se fundamenta en los principios de fraternidad, igualdad
y libertad. /PC
Publicado en ECUPRES
https://ecupres.wordpress.com/2018/04/04/critica-y-alabanza-del-independentismo-catalan/
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