La penosa situación que atraviesa nuestra civilización
occidental supuestamente cristiana exige decisiones urgentes y sabias. La
democracia es una nave que hace aguas por todas partes. Apenas nadie piensa en
hacer algo para mantenerla a flote. La mayor parte de la gente vive sumergida
en su quehacer diario ignorando el inevitable naufragio.
Este doloroso pensamiento se nos activa en la mente tras
ver la película “La Misión”, (1986), dirigida por Roland Joffé e interpretada
por Robert De Niro y Jeremy Irons en los papeles principales.
Sin poner en cuestión la validez de las misiones en
aquellos tiempos de colonización y de crueldad política, pasemos directamente a
reflexionar sobre la tragedia que la película nos muestra. En ella se nos
ofrecen dos actitudes ante la clara amenaza de extermino que acecha a la
población de la misión. Una es la pacifista, la que renuncia a oponer violencia
a la violencia. La otra es la de quienes optan por defenderse oponiendo
violencia a la violencia agresora.
En el pensamiento pacifista, el amor rechaza la violencia
y hace que se opte por el sacrificio. En quienes deciden poner el cuerpo y
lanzarse a la lucha es la dignidad humana y el amor a la libertad lo que les mueve.
Ambas posiciones nos parecen respetables en la medida que son fieles a sus
principios. Pero si las miramos desde una perspectiva de utilidad social
veremos que mientras la primera es puro rendirse a la injusticia y la violencia,
la segunda trata de ponerles freno.
La crueldad de los poderosos que nos muestra la película es
muy anterior a la fecha del relato que nos ofrece. Desde tiempos inmemoriales los
ricos dictaron leyes que determinaron la forma de vivir de los pobres y las
impusieron por la fuerza a quienes se les oponían. La violencia y la riqueza
han ido siempre de la mano, como han ido y van también la sumisión y la
pobreza. Ricos se hicieron quienes usaron la violencia para esclavizar y
apoderarse de lo que en buena ley debiera ser de todo el colectivo humano.
Pobres quedaron los vencidos, los sometidos.
El mundo progresó socialmente en la medida que alguien logró
poner coto a la violencia de las clases ricas. Pero ese progreso está menguando
a gran velocidad en la medida que el mundo rico está logrando que la mayor
parte de la clase pobre renuncie a la lucha. La violencia policial en
obediencia a leyes injustas dictadas por la clase rica, las migajas de
bienestar material que el mundo rico empezó a repartir entre las clases pobres
cuando vio que no iba a serle fácil controlar todas las protestas, están
desarmando la lucha de las clases oprimidas.
Recuperar la lucha es absolutamente indispensable para
frenar el inhumano avance de poder de las clases ricas. Quien lucha puede
perder, pero quien no lucha perdió ya. Así que la pregunta es: ¿cómo luchar?
En primer lugar hay que evitar los enfrentamientos
violentos. El Estado es el único ente que, basándose en la Ley, puede ejercer
violencia. Las clases ricas controlan el poder de los estados en la mayor parte
del mundo. Luego las manifestaciones de protesta, lo que llamamos lucha ante
situaciones de injusticia creadas por las clases ricas, deben ser pacíficas. Y
las acciones de presión deben ser tales que no puedan servir de excusa para brutales
represiones. El heroísmo no suele dar buenos resultados en un mundo donde
prevalece la violencia y la injusticia. Es preferible la estrategia.
El primer paso en una buena estrategia consiste en
desenmascarar la mentira. En nuestro mundo actual los grandes medios de
información están en manos de las clases ricas. Todo cuanto digan debe ser
analizado concienzudamente antes de darle crédito. La difamación está a la
orden del día en esos grandes medios de crear opinión. La gente no se da cuenta
de que le engañan porque les endulzan las mentiras convenientemente y se las
entregan en mensajes subliminales. Quienes luchan deben contrarrestar las
mentiras del mundo rico y hacer que el pueblo vea la verdad. Pero por encima de
todo, quienes luchan deben procurar sobrevivir, porque la lucha se acaba cuando
ya no hay quien luche.
Porque no todos los habitantes de la misión sucumbieron a
la masacre; porque se salvó un pequeño grupo que guardará en su memoria el
ejemplo de quienes les precedieron y mantendrán viva el ansia de libertad, el final
de la sublime película que motiva este escrito es un canto de esperanza.
La violencia de los ricos contra las poblaciones pobres
tiene una larga historia. La codicia de los poderosos ha sido y es tan inmensa
como su crueldad. Pero el espíritu de libertad es inherente al alma humana y
por más que se empeñen los ricos no lograrán exterminarlo. No nos queda duda:
la resistencia a la opresión seguirá mientras quede un solo ser humano con
conciencia. /PC
Publicado en
ECUPRES
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