Decía
un conocido mío en una conversación acerca de la virtud: «La virtud no está en
el punto medio; en el punto medio está la mediocridad». Ni bueno ni malo sino
todo lo contrario es el intento de sensatez que nos lleva a la necedad.
La democracia
liberal, esa que acaba indefectiblemente en el bipartidismo, se comporta como
un maltratador: caricias y halagos a las clases humildes cuando gobiernan las
izquierdas, y tremendas palizas cuando las derechas están en el poder. Y para
que eso tengan ineludible continuidad están las dos legislaturas máximas a las
que puede optar quien gobierne.
Hace años le
preguntaba yo a un buen amigo argentino cuando llegaría el día en que su
pueblo, ese maravilloso ejemplo de lucha colectiva, elegiría un gobierno capaz
de defender los derechos de la mayor parte de la población. No obtuve
respuesta. ¿Será que hasta los más pobres optan por beneficiar a los ricos? Y
de ser así, ¿cuál puede ser la causa?
Desde los
tiempos más remotos se sabe que controlar el pensamiento es el modo más eficaz
de controlar la conducta. De ahí surgieron las religiones y el soporte que a
ellas dieron quienes gobernaban. «Bienaventurados los mansos, porque ellos
poseerán la tierra». ¿Cabe mayor engaño? Hasta el más necio sabe que la
mansedumbre lleva a la sumisión, que se respeta a quien se hace respetar, que
nunca a los oprimidos los defiende su opresor. Un pueblo que no lucha por sus
derechos será indefectiblemente un pueblo sometido.
Que después de
tantos siglos de amargas experiencias aún no se haya dado cuenta hasta el más
imbécil de los seres humanos es la pregunta que en primer lugar debiéramos
hacernos quienes lamentamos la situación política que estamos viviendo en gran
parte de nuestra civilización occidental cristiana. Pero no es difícil hallar
la respuesta. Sabemos que la repetición persuade. No hace falta ser educador o docente
para estar convencido de la eficacia de tal procedimiento. ¿Y quién ha tenido
tribuna a lo largo de la historia para predicar lo que la población humilde
debe creer? Quienes han gozado del favor de los poderosos. Luego es lógico que
prediquen lo que favorece a sus benefactores. «No hay ningún perro que muerda
la mano que le da de comer».
Las tribunas y
los oradores cambian con el tiempo, pero no quienes tienen el poder de sostener
tan eficaces herramientas de dominio. El cine, la televisión, internet, todo lo
que son medios de información de masas está en manos de las clases más ricas y
de quienes a ellas sirven: ¿Qué van a predicar, pues?
No sé cómo hicieron quienes coordinaron esas grandes marchas del pasado
24 de marzo en pro de la Memoria la Verdad y la Justicia en Argentina, pero les
animo a que hagan otro tanto quienes quieran librarse de la tiranía que ahora somete
al pueblo. Dejen a un lado sus personales intereses y entréguense a la lucha
por los derechos de la mayor parte de la población. Y convénzanse ya de una vez
que optando por el menos malo se acaba siempre dando paso al peor. /PC