Cataluña ha celebrado ya el 11 de setiembre de 2017, su
fiesta patria. Según promesa de los líderes del proceso independentista, esta
será la última que se celebrará bajo el dominio del reino de España porque, según
ellos, el referéndum del próximo uno de octubre y la voluntad del pueblo
catalán harán posible la independencia. Y eso será así pese a que la Constitución
del reino de España niegue ese derecho. Pese a que el gobierno del Estado lo
impida. Pese que el gobierno catalán no tenga fuerza alguna que oponer a la
fuerza del Estado. Pese a que solo los convocantes se obligan a respetar el resultado
de la consulta. Nada de eso importa, porque de lo que se trata no es de lograr
la independencia sino de mantener viva en el pueblo la ilusión de alcanzarla.
A nadie se le oculta la fuerza movilizadora de las ilusiones.
El amor mueve montañas, suele decirse. Pues bien, ¿cuál es la base del amor sino el enamoramiento?
¿Y cuál es la del enamoramiento sino la ilusión? No nos enamoramos de la realidad
del ser amado sino de lo que nuestra ilusión hace que veamos en él. Luego para
liderar hay que saber ilusionar, porque sin ilusión no se enamora y sin amor no
hay fuerza que mueva nada. Y los líderes necesitan la fuerza del pueblo para
alcanzar sus objetivos, los cuales las más de las veces no son los que anuncian
y prometen sino otros muy contrarios. Nada nuevo pues, ya que el arte de la
política es desde muy antiguo el arte del engaño.
Pero que nadie interprete mal mis palabras. Ninguna
ilusión arranca de la nada. Los espejismos nacen de realidades imperiosas.
Nadie alucina un oasis si no está muriendo de sed. Y de sed muere un pueblo cuando
el poder controla la fuente y da con cuentagotas el agua necesaria para existir.
Sin una fuerte sed de justicia y respeto nadie hubiese podido lanzar al pueblo
catalán a la calle.
En esta España, que desde 1939 viene siendo de vencedores
y vencidos, hay miles de almas que sienten viva la humillación de la dictadura
franquista. Unos la padecieron. Otros crecieron en un entorno que la padeció. Otros
la padecen ahora por la política de recortes que el gobierno español dispone. Y
a unos y otros les ilusiona la posibilidad de un cambio que aleje tanta
desgracia. No importa que ese cambio sea un espejismo. Los cambios ilusionan a
todo el mundo, aunque sean pura fantasía.
Tanto la derecha catalana como la vasca han ocultado su
complicidad en la aceptación de la política neoliberal impuesta por la UE. Lo
calló la TV española. Lo calló la vasca, controlada por la derecha. Y lo calló
la catalana, que también es de derechas. Tan solo voces con muy poca capacidad
de difusión lo denunciaron. Pero el pueblo no se enteró porque no quiere indagar.
Prefiere soñar, pasar la responsabilidad del cambio a los líderes designados por
el poder para que el público elija, ¿Qué cambios puede haber así? ¿Quién va a
cambiar nada si siguen mandando los de arriba? ¿O acaso hay alguna diferencia
entre la derecha de un país y la de otro? No la hay. Es en los pueblos donde
están las diferencias. Hay pueblos sumisos y los hay rebeldes. Hay pueblos
inconscientes y los hay con alma y conciencia.
Las relaciones entre los gobiernos catalán y español andaban
revueltas desde que el catalán presidido por el socialista Pascual Maragall
sustituyó al conservador de Jordi Pujol en 2003. La tozudez del gobierno
español en rechazar la actualización de la autonomía catalana que el gobierno catalán
proponía aumentó el descontento entre quienes tenían vivo el espíritu de
resistencia contra el franquismo. La actitud nada dialogante del aparato
estatal español que se comportaba como en tiempos de la dictadura avivó el afán
de independencia.
La derecha española ha sufrido muchos y muy inesperados
ataques desde que el 15 de marzo de 2011 aparecieran las acampadas de
indignados en diversas poblaciones. Gran parte del pueblo que solo miraba la TV
empezó a escuchar otras voces y a enterarse de la corrupción de quienes
gobiernan. El gobierno catalán también fue acusado de complicidad por
colectivos diversos. Les era pues urgente a ambos desviar la atención del pueblo
hacia algo que pudiese motivar a gran parte de la población. Nada mejor para
ello que hacer del afán catalán de independencia el principal centro de debate.
El mismísimo Marx advirtió en su día que el nacionalismo es el gran antídoto contra
la lucha de clases.
A tal fin se puso en marcha en el parlamento catalán un
proceso de desobediencia al Estado español. Se aprobó recientemente una ley de
ámbito autonómico que tiene como objetivo celebrar un referéndum para decidir
si Catalunya debe seguir siendo parte del Estado español o si tiene que ser una
república independiente. El gobierno español ha pasado al Tribunal Constitucional
la responsabilidad de prohibir dicha consulta. Los jueces la prohíben y
movilizan a las distintas fuerzas policiales del Estado para que impidan el
acto que el gobierno catalán tiene programado. El gobierno catalán no se
arredra y asegura que el próximo uno de octubre llevará a cabo la consulta. Las
espadas están en alto. /PC
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