Señora Lidia Falcón,
Antes de hacer algunos comentarios a su escrito quiero
manifestarle la admiración que desde hace años siento por su talento y bravura
al escribir. Casi siempre comparto todo lo que usted dice, pero hoy disiento de
su parecer en algunos puntos que me parecen importantes.
Estoy plenamente de acuerdo con usted en que la derecha
catalana ha impulsado el movimiento independentista que latía en lo honde de
una parte del pueblo catalán para ocultar el latrocinio que están cometiendo y
así permanecer en el poder. Y pienso que eso le ha ido de maravilla a la
derecha española. Los de acá por la independencia. Los de Madrid por la unidad
de España. Ambos por el robo a mansalva y por distraer al pueblo. Pero no creo
que el movimiento independentista pretenda “separar a los trabajadores y a las
mujeres de los pueblos de España, enfrentándolos entre sí”, como usted señala. Que
ese pueda ser uno de los riesgos de posicionarse, no se lo niego, pero no
comparto que sea ese el objetivo.
Hace usted una muy interesante exposición histórica de la
lucha obrera en tiempos de la II República, pero omite algunos detalles
importantes. Es cierto que Durruti llamó a defender la República amenazada por
el fascismo, pero no lo es menos que cuando lo hizo dijo que después de
derrotar a los fascistas tendrían que luchar contra la República para defender
los derechos de los pueblos que la constituían. Eso usted lo ha omitido. Como
también ha omitido que aquella II República disolvió huelgas y manifestaciones
a punta de bala. Quienes desde posiciones de izquierda la defendieron en tiempo
de guerra estaban poniéndose al lado del menos malo. Algo que usted ahora no
hace al posicionarse al lado de quienes niegan al pueblo catalán el derecho a
manifestarse en referéndum.
Otra cosa que no comparto es su negación al derecho del
pueblo catalán a ser independiente y gobernarse por sí mismo porque solo fue
una parte de la Corona de Aragón. Lamento de veras que recurra usted ese
argumento porque en eso coincide con un fascista vecino mío. Y no es que quiera
compararles, pero sí señalar esa coincidencia que, a mi ver, viene de confundir
los pueblos con las organizaciones político-administrativas que los gobiernan.
No son estados ni reinos ni condados sino pueblos lo que
importa. Pueblos de gentes oprimidas por otras gentes que pactaban alianzas
entre ellas para poder oprimir más y mejor al mayor número de desdichados
posible. Esos desdichados son los pueblos. Pueblos con costumbres y lenguas que
pocas veces fueron respetadas por quienes los gobernaban y explotaban.
Los pueblos son entes naturales, en tanto que los reinos
y estados son organizaciones artificiales hechas a espaldas de los pueblos. En
la línea que usted razona, tener una lengua propia y una cultura milenaria no parece
que sea suficiente para considerarse nación y tener derecho a gobernarse según criterio
propio. ¿Qué hacía falta pues, una corona otorgada por poderes superiores a los
del pueblo?
Me parece evidente que hay tantas historias como historiadores
y que cada cual lee la que más le acomoda. El 11 de setiembre catalán no es una
excepción. Por esa razón me tiene sin cuidado lo que pueda haber sucedido en
1714. Lo que de veras me motiva es lo que he vivido desde que tengo memoria: la
opresión de un Estado español fascista. Ese
Estado genocida, enemigo de los pueblos desde siempre, gobernado hoy por
autoritarios descendientes de la dictadura me impidió aprender mi lengua materna
en la escuela. Ese estado, amo y señor de todos sus ciudadanos, se llevó mi
padre al frente cuando yo era un recién nacido y no me lo devolvió hasta tener cumplidos
cuatro años. Esa España que hoy niega sus derechos al pueblo catalán está
gobernada por los descendientes de quienes bombardearon mi ciudad y mataron a
mi abuelo materno. Quienes se hicieron dueños absolutos del Estado español
impusieron la religión católica en las escuelas y nos catequizaron desde la
infancia según la sacrosanta doctrina de esa Santa Madre Iglesia cómplice de
todos los crímenes que los golpistas cometieron. Ese Estado español, contra el
cual usted dice que debemos unirnos todos los desposeídos para luchar, ha
mantenido durante años a la clase obrera en la miseria y sigue ahora
favoreciendo la desigualdad entre ricos y pobres para beneficio de los
privilegiados... Eso y un montón de cosas más por el estilo es lo que yo he vivido
en relación con el Estado español. En cuanto a la burguesía catalana, la mayor
parte de ella se puso de parte de los vencedores y a su amparo siguió explotando
a la clase obrera. No me extraña que Maria Aurelia Campmany odiase a esos
burgueses y tildase de fascistas a los que renunciando a su lengua hablaban en
castellano para congraciarse con los vencedores. Yo no les hubiese llamado
fascistas sino desalmados, gentes sin conciencia ni principios, lo que a mi ver
es peor que ser fascista.
No voy a analizar punto por punto su discurso, estimada señora,
porque sería una tarea ardua y no serviría para nada. Usted se quedaría con su
opinión y yo con la mía, que es lo que ocurre casi siempre en las discusiones.
Pero no quiero concluir esta nota sin hacerle la siguiente observación.
Todos los seres humanos, sin excepción, somos fruto de lo
que hemos vivido. Aun en nuestros anhelos personales más contradictorios esa
ley es inexorable. No es fatalismo sino observación de la realidad. Eso que en
lenguaje coloquial llamamos corazón dicta todo lo que elaboramos intelectualmente.
Es a partir de ese principio como analizo yo mi pensamiento y el de quienes me
rodean.
Usted se declara catalana hija de emigrantes. En parte yo
también lo soy, pues mi madre era aragonesa. Llegó a Barcelona con diez y seis
años y lo primero que hizo fue aprender catalán, pues era muy consciente de que
llegaba a tierras catalanas, las de un pueblo que no era el suyo. Cuando años
más tarde se conocieron con mi padre, ambos hablaban catalán y así siguieron.
Por eso mi lengua familiar fue el catalán.
No ha sido esa la actitud de todas las gentes que vinieron
a Cataluña desde el resto de España. No todas tuvieron ese elemental respeto
por el pueblo que las acogía. Gran parte de ellas llegaron acá creyendo que
tenían pleno derecho. No porque pensasen en un mundo sin fronteras sino porque
de no saberse en tierras de España se hubiesen sentido gente extranjera. Un modo
de pensar nada utópico sino muy conforme con la violencia que determina estados
y fronteras.
La mayor parte de la gente que vino a instalarse a Catalunya
no traía más objetivo que el de mejorar su forma de vida, algo muy primario
pero muy humano. A nadie se le oculta que la mayor parte de las migraciones han
sido motivadas siempre por razones similares. El hambre, la supervivencia, la
ambición también, han sido los poderosos motores que han impulsado a las gentes
a moverse más que a querer cambiar el mundo que habitaban. Pocos son los seres
humanos que ponen la utopía en el primer plano de su vida. Eso explica, a mi
ver, que ni la lucha de clases haya podido evitar caer en la codicia. Los
sindicatos y los partidos de izquierdas están hoy día tan emponzoñados como la
mayor parte de la sociedad, incluida la clase obrera. Quizá sea esa la razón
por la que no logran arrastrar a la gente hacia la utopía, porque no la tienen
en su horizonte.
Todo ser humano, señora Falcón ve el mundo desde la perspectiva
que ha construido a lo largo de su vida. Los partidos de izquierda actuales no
son ninguna excepción. Los independentistas catalanes, tampoco. Se lo dice
alguien que no es independentista ni confía en ningún partido de los que
participan del abanico parlamentario actual. Alguien que al igual que usted (si
no me equivoco) desea la unión de todos los desposeídos del mundo contra el
capitalismo opresor. Alguien que está contra toda opresión venga de donde
venga. Alguien que se opone a quien sea que prohíba derechos tan elementales
como el de manifestarse mediante referéndums o del modo que sea. Contra quien
se sienta con derecho a decirle a un pueblo en qué lengua deben hablar sus
hijos en la escuela. Ya viví eso en mi infancia y no quiero que lo vivan quienes
me sucedan en este país del cual soy hijo. Gracias por su atención. /PC
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