Pertenecer a un pueblo significa llevar
grabada en el alma, a modo de ADN, el alma de ese pueblo.
En el corazón de quien esto escribe hay dos pueblos que
desde muy temprana edad han protagonizado los relatos familiares. Su Catalunya
natal y la Argentina paterna. Barcelona, la de las luchas obreras contadas por
la abuela que vivió inmersa en ellas; pero también la de las alegrías, no menos
obreras, narradas por una madre que desde muy joven amó esa ciudad como propia.
Y un Buenos Aires lejano, evocado por los tangos que con linda voz cantaba esa dulce
madre a impulso del amor que la unía a un hombre enamorado de esa República
Argentina en que vivió los primeros años de su vida.
Hoy esos dos pueblos amados viven momentos de verdadera
angustia. Uno completamente en manos de un gobierno neoliberal que sembrando
odio se ha hecho dueño de la situación y amenaza con arruinarlo de por
vida. El otro, liderado por gente ambiciosa
carente de artes políticas, ha trocado el amor patrio en odio hacia el Estado
español hasta el punto de lanzarlo ciegamente a una confrontación que pudiera
llegar a ser violenta. Dos hechos terribles que nos afligen y nos llenan el
alma de pena.
Por las sendas del odio no se alcanza la vida. Solo la
destrucción y la muerte llevan consigo quienes las siguen. Frutos del odio son las
guerras, pero también otros males no tan graves pero sí lo suficiente como para
hacerlas posibles. La xenofobia, el ruin clasismo, la insolidaridad que aísla,
la irreflexión, el fanatismo que ciega y no deja ver la viga en ojo propio. Con
el odio se ningunea a quienes disienten y así desaparece el diálogo y la
convivencia.
Cargados de mentiras y de falsas promesas van haciendo
camino los sembradores de odio, rodeados de mercenarios que ocultan sus
fraudes. Grandes coros de voceros a sueldo y de necios voluntarios repiten
hasta la saciedad las mentiras y consignas que expertos en manipulación de
masas diseñaron. La ilusión vence a la realidad y el pueblo necio cae en la
trampa de aplaudir a quien le ganó el corazón con cantos de sirena. Y así vemos
a gentes humildes dar soporte a políticos neoliberales que van a aumentar la pobreza
a los pobres y la riqueza a los ricos.
En el ámbito político la maldad impera. Vale todo, menos
perder. Si hay que mentir, se miente. Si hay que matar, se mata. Solo hay
trampas si se ven; cuando no se ven, no hay trampas. Es cosa de estrategias, no
de principios. Ganar es lo único que cuenta. La verdad depende de la simpatía
que merece quien la proclama. La razón perdió la baza y cualquier adulador
puede llevarse el gato al agua.
Grandes males traen siempre los sembradores de odio. Quienes
han gobernado en el Estado español desde que los fascistas impusieron su ley en
abril de 1939 han sembrado odio en abundancia. Pero quienes con fines
electoralistas han atizado ese odio desde 2012 hasta el presente en Cataluña han
abierto la caja de Pandora. El pueblo catalán está ahora expuesto a la ira de un
Estado poderoso. Las consecuencias pueden ser muy graves.
No estamos de parte del Estado opresor. Nunca lo
estuvimos y ahora menos. Pero no aprobamos lo que han hecho los líderes
catalanes. Han proclamado la República Catalana a petición de menos de un
tercio de la población sin que haya habido ningún referéndum legal vinculante.
No nos parece justo. Las patrias no se imponen sino que se gestan mediante la
solidaridad, la libertad y la igualdad de oportunidades. El respeto es fundamental
para la convivencia. No es justo que las minorías impongan su voluntad a las
mayorías.
La independencia de Cataluña no debió ser nunca un fin en
sí misma sino que debió serlo la consecución de una sociedad más justa que la
actual. Nos atrevemos a decir que todo lo que se aparte de esa senda nos va a
llevar por mal camino. Por esa razón no pensamos que una Cataluña que se
construye a partir de un sentimiento identitario que no comparte ni la mitad de
la población pueda traer un mayor grado de justicia.
La República que el parlamento catalán acaba de proclamar
no parece que tenga ninguna posibilidad de mejorar las condiciones de vida del
pueblo. En cinco años que ha durado el proceso independentista no se ha hablado
nunca de cómo sería ese futuro estado catalán. Pero sabemos que quienes lo han
estado promoviendo son partidarios de las políticas neoliberales de la Unión
Europea, lo cual no augura nada bueno. Eso aparte, el gobierno español hará cuanto
esté en su mano para someter de nuevo Cataluña a la legalidad española.
La independencia patria hoy proclamada tiene aspecto de
ser un brindis al Sol. Todo hace pensar que se avecinan tiempos aciagos para el
pueblo catalán. Pero también cabe pensar que la osadía catalana pueda servir
para que en el Estado español haya quien entienda la conveniencia de dar paso a
una estructura más afín con las idiosincrasias de los pueblos que lo componen.
Si eso se diese, las penas que nos pueda traer la infracción de la vieja
Constitución de raíz dictatorial valdrían la pena. /PC
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