El pasado martes, 10 de octubre de 2017, el presidente
del gobierno autonómico catalán Carles Puigdemont convocó al Parlament de
Catalunya para proclamar la República catalana y hacer pública su voluntad de
asumir la responsabilidad que como presidente del gobierno de la Generalitat le
corresponde.
Un gran despliegue de medios informativos, de ámbito
nacional e internacional, esperaba el acontecimiento. Fuera del recinto ajardinado
donde está enclavado el edificio del parlamento catalán, una ingente multitud seguía
mediante grandes pantallas lo que sucedía dentro.
La reacción del público tuvo tres fases: una primera de
gran expectación, de gente anhelante que esperaba escuchar las palabras del
presidente; una segunda fase de euforia total, de gritos de alegría que surgían
de lo hondo del alma de aquel gentío emocionado; y una tercera fase de estupor,
de desilusión y desencanto cuando el presidente Puigdemont, tras proclamar su
decisión de ser el primer presidente de la República Catalana añadía que la
misma quedaba en suspenso hasta nueva decisión.
Puigdemont explicó que la dilación tiene por objeto dar
al gobierno español la oportunidad de sentarse a negociar. ¡Negociar! ¿Qué es
lo que queremos negociar? ¿Qué es lo que se puede negociar con quienes nos
niegan hasta el más elemental derecho a expresarnos mediante un simple voto? Esas
y otras de semejante orden son las preguntas que se hace ese pueblo
independentista que lleva cinco años escuchando las glorias que nos traerá una
Cataluña libre. Cinco años escuchando que la independencia era posible, que no
había que negociar nada sino simple y llanamente proclamarse independiente. ¿Cómo
entender y aceptar ahora que no es así?
Desde 2012 acá, el proceso independentista catalán ha
sido tema casi exclusivo en los medios de difusión controlados por el gobierno
catalán. Se ha enfervorecido al pueblo de mil y una maneras. Se han activado
métodos de propaganda de alto rango, llevados a cabo por especialistas de
primer orden. Y lo que es más grave, se han hecho afirmaciones que finalmente
se ve que no responden a la realidad, tales como que había un alto consenso
internacional a favor de la independencia de Cataluña.
Como todo colectivo humano necesitado de Fe, gran parte
del pueblo catalán ha creído fervorosamente todo lo que se le ha dicho en
relación con el futuro de esa Catalunya independiente soñada. Lo ha creído, lo
ha interiorizado y ha puesto el cuerpo para defenderlo.
A tenor del fervor despertado, las redes sociales han
estado polarizadas en extremo. No ha habido posibilidad de diálogo alguno entre
quienes querían proclamar la independencia y quienes ofrecían objeciones. El
independentismo se ha comportado durante ese tiempo como cualquier identidad fanática,
sin aceptar dudas ni críticas. Finalmente la realidad muestra lo que hasta el
presente se había estado ocultado: que la independencia soñada no es posible.
La independencia no es posible por varias razones y muchas
sinrazones. La primera y mayor sinrazón es que quienes tienen el poder en
España y en la Unión Europea (UE) no lo van a consentir. Otra sinrazón, aunque
de menor orden, es que hay en España un alto grado de españolismo. Todavía
pervive en muchos corazones el espíritu golpista de 1936. Son resabios de la
dictadura fascista que con el beneplácito de buenas gentes que nunca se
metieron en política oprimió al pueblo español. Esas buenas gentes son las que
hoy dan soporte al sistema imperante.
Tras las sinrazones empiezan a aparecer las razones. Las
hay de orden económico, las cuales habría que ver hasta qué punto son
razonables. Y las hay de orden identitario, las cuales en opinión de quien esto
escribe son a todas luces razonables. Dada la diversidad de origen de la actual
población de Cataluña, más de la mitad de ella tiene raíces españolas, no
catalanas, y mantiene vínculos familiares y de amistad con su tierra de origen,
lo cual merece mucho respeto.
A nadie se le oculta que la relación entre el Estado y
Cataluña es inadmisible. El pueblo catalán viene siendo maltratado por los
gobiernos españoles desde muy remotos tiempos, pero de un modo especial desde
que se instauró en España la dictadura del golpista Franco. Nada que ver con lo
que padecieron el resto de los pueblos de España. La falta de respeto por los
más elementales derechos de las personas ha sido notoria en Cataluña. Gran
parte del pueblo catalán se ha sentido lastimada. No es gratuito pues el deseo
de no seguir estando bajo el dominio de ese Estado maltratador gobernado por
continuadores del régimen fascista.
Hay que acabar con los maltratos. Hay que acabar con esa
relación ignominiosa. Y si por parte del Estado maltratador no hay voluntad de
cambio, el pueblo catalán se tiene que alzar. La rebelión catalana no es un
capricho sino una necesidad vital.
Pero la presente indignación de la población catalana ante
la declaración de su presidente está más que justificada. A nadie le gusta que
le engañen. A nadie le gusta que manipulen sus sentimientos. A nadie le gusta
que sin ninguna explicación previa se haga lo contrario de lo que se le había
prometido. Lo que ha hecho Puigdemont puede ser un loable gesto de prudencia,
pero el modo como lo ha hecho, con total desprecio del pueblo que le ha dado
soporte es inaceptable.
Mucho tienen que aprender los políticos catalanes para
merecer el respeto del pueblo que gobiernan. Mucho tendrán que aprender también
los españoles si no quieren que el conflicto catalán se eternice, que camino
lleva de hacerlo. Pero acá, de los políticos españoles nada se esperaba ni se
espera. En tanto que sí se confiaba en los que hasta el presente han liderado este
pueblo que alza la voz y pone el cuerpo para reclamar un trato digno.
No sabemos cómo terminará el presente round entre el
gobierno de España y los políticos catalanes. Ambos contendientes se han dado
un tiempo de prórroga, un alargue, como se dice en términos futbolísticos en
algunas partes del mundo. Pero sea como sea, no va a terminar como el pueblo
independentista esperaba. Es obvio que no habrá independencia.
Nos duele en el alma pensar que el pueblo catalán pueda
tener motivos para dejar de confiar en quienes hasta ahora han sido sus líderes.
El riesgo existe, porque la fidelidad es sagrada cuando de sentimientos se
trata. Y el incumplimiento de lo pactado, sin previo aviso, aun cuando haya
para ello razones y causas, a nadie agrada. Pero de humanos es errar y de
sabios enmendar. Ojalá que no haya demora en la enmienda. /PC
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