No hay que esperar que quienes impusieron su religión a
filo de espada y en nombre de su Dios torturaron y asesinaron “infieles”
entiendan lo que nunca estuvo en su mente, cual es el sufrimiento que sus
creencias y su intolerancia han causado y siguen causando en el mundo.
Vimos hace dos años cómo reaccionaron los políticos de la
UE después del atentado perpetrado en Paris el 7 de enero de 2015 en la sede de
la revista satírica Charlie Hebdo y cómo los grandes medios informativos se
aplicaron a despertar la ira de la población mediante un discurso que confundía
islam con terrorismo, sin dar lugar a pensar cual era el origen de ese
terrorismo que condenaban. Y también vimos similar reacción de gobiernos y
medios tras el atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de
setiembre de 2001, el cual sirvió de pretexto al presidente Bush para proclamar
la “necesidad” de dar comienzo a la “guerra preventiva”, una escalada de
violencia mundial que no era sino una manifestación más del afán de dominio y
rapiña que rige en aquella gran nación fundada sobre el genocidio de los
pueblos originarios en manos de los invasores europeos.
Hoy vemos similar reacción tras la representación que una
joven realizó en Tucumán frente a la catedral y las pintadas que otras hicieron
en la catedral de Bs As. La intolerancia de gran parte de la feligresía
católica no ha tardado en manifestarse con toda la previsible agresividad que
el fanatismo conlleva, respondiendo a los gestos de protesta con detenciones y
golpizas propiciados por quienes debieran ser guardianes de la convivencia y
nunca defensores violentos del modo de pensar de una parte de la población. Una
parte que, dicho sea de paso, ve la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el
propio, ya que mayormente da soporte a políticas injustas que propician formas
de vida basadas en la explotación y el sufrimiento de grandes masas humanas en
manos de quienes controlan la economía mundial.
La incoherencia de tamaña reacción se explicita en el
discurso del sacerdote P. Leandro Bonin, de la provincia de Entre Ríos (*), en
el cual no habla en nombre propio sino en el de todos los “argentinos de ley”,
una expresión muy poco cristiana si recordamos que los evangelios ponen en boca
de Jesús: “no se hizo el hombre para la ley sino la ley para el hombre”. Argentino
de ley es pues a la luz del evangelio una expresión que invita a dudar del
espíritu cristiano que impregna la ley que según ese reverendo caracteriza al
buen argentino. Incoherencia que también se manifiesta en su petición de “sanción
ejemplar” para .lo que él considera “no tan solo un pecado sino un delito”.
Si apartando nuestra mirada por un momento del hecho que
nos ocupa miramos cómo la humanidad está dividida entre opresores y oprimidos
en la mayor parte de las naciones y vemos luego la actitud que las diversas comunidades
religiosas tomaron y toman en esa división, observaremos que la Iglesia
Católica Romana estuvo siempre al lado de los poderosos, de los invasores, de
los explotadores, de quienes impusieron su voluntad a fuego y espada, tanto en
Europa como en la colonizada América. Veremos cómo esa Iglesia que ahora
reclama la consideración de delito para lo que según ella son pecados es la
misma que dio soporte durante siglos a reyes guerreros, predicó quemas de
brujas y la misma que en pleno siglo XX bendijo a una de las más sanguinarias
dictaduras europeas cual fue la del dictador Franco en España. Y no digamos ahí
en América con Videla y Pinochet y la famosa “Operación Cóndor” del invasor del
Norte. Y veremos también que es la misma que no considera pecado la explotación
de los pobres por parte de los acaudalados terratenientes y empresariado de
diversos rubros que se enriquecen con el sufrimiento de la clase obrera.
Viendo lo que antecede, ¿cómo no entender que la parte
más maltratada de la sociedad manifieste públicamente sus quejas aun a riesgo
de despertar la ira de quienes se escandalizan ante un simulacro y unos
grafitis pero permanecen indiferentes ante una realidad social de flagrante
injusticia cual es la de legislar a gusto de la población católica con
desprecio de quienes no profesan dichas creencias? Solamente mediante un férreo
fanatismo partidista se puede entender y justificar semejante actitud.
La denuncia y queja de las mujeres saliendo a la calle
para dar testimonio de la injusticia a la que la sociedad patriarcal las tiene
sometidas no cabe en la cabeza de quienes no entienden de más derechos que los
propios. Tampoco en la de quienes se sienten con derecho a imponer leyes y
dirigir los destinos de las naciones porque según dicen esa es la voluntad
divina manifestada a través de su sacrosanto sacerdocio. No cabe esperar que
entiendan de reclamos ni de legislaciones justas. Cabe, eso sí, esperar que
sigan empecinados en mantener su poder sobre las mentes y los cuerpos de
quienes según ellos les son inferiores por designación del Dios de los cielos,
de ese Dios que según dice su Fe se encarnó en un cuerpo humano para librar a
la humanidad de las acechanzas del maldito. Una bella idea que desmienten una
vez más con su conducta.
Lo dicho, hay que llevar cuidado de no despertar la
bestia que anida en tantos corazones cuando se reclama en un entorno dominado
por la intolerancia y el inhumano proceder. /PC
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