¿Quién es quién cuando se enfrentan el mal y
el bien?
Estamos en tiempos de lucha, de movilización social en
defensa de los derechos del pueblo oprimido. El capitalismo más feroz se ha
hecho con el poder en casi todo el mundo y muestra su mala entraña sin
escrúpulo alguno. Gran parte de los líderes políticos están al servicio de
quienes con su poder económico imponen su voluntad y oprimen al pueblo entero y
de forma criminal a las capas sociales más desfavorecidas. Junto a los
políticos venales andan no pocos jueces, también militares, fuerzas policiales
y los grandes medios de comunicación. Todos ellos arrodillados ante ese ídolo
sin alma que es el dios Dinero.
Acosado por la injusticia y ante el desamparo del Estado,
una parte del pueblo sale a la calle poniendo el cuerpo para manifestar su
existencia. Con su cuerpo, su voz, sus gestos y cuanto surge de su imaginación se
esfuerza en despertar conciencias de quienes cegados sus ojos y obnubiladas sus
mentes por las pantallas de los televisores no ven el continuo lavado de
cerebro que el poder les hace y acatan dócilmente las imposiciones
gubernamentales.
Con las movilizaciones llega la represión. Disposiciones
gubernamentales, judiciales, acciones policiales y desinformación se conjugan
para invalidar los reclamos del pueblo disconforme. Hay golpizas y detenciones.
Las leyes básicas de la nación son transgredidas, ignorados los derechos
humanos, los hechos tergiversados por los grandes medios informativos… Todos
los poderes estatales están contra quienes osan desafiarlos. La justicia
desaparece. La piedad no existe. Solo la ley del más fuerte, que siempre es el
Estado.
Salvo rarísimas excepciones, al frente de las señaladas
movilizaciones hay organizaciones sociales: gremios, agrupaciones sindicales y
colectivos diversos no gubernamentales que comparten idéntica inquietud ante
las injusticias de quienes gobiernan. Y también raramente, muy raramente, podemos
ver en esas marchas hacia un mundo más justo y más humano a colectivos
agrupados en torno a la Iglesia Católica Romana. Y no es así porque no tengan
capacidad de convocar, que bien la tienen cuando de condenar derechos sociales
se trata, tales como matrimonios igualitarios, derecho médico a mujeres que aborten,
laicidad del Estado y todo cuanto redunde en la disminución de sus privilegios.
Luego, ¿por qué no están al lado del pueblo que se manifiesta contra la
injusticia?
Varias son las respuestas que se pueden dar a la anterior
pregunta. Varias y condicionadas al modo de pensar y sentir de quienes
respondan. Porque por más que la idea de injusticia parezca obvia, es evidente
que no lo es. La mente humana ve el mundo a través del filtro con que ha sido
configurada. Lo que para unos son derechos humanos, para otros son pecados. Lo
que para unos es libertad de expresión, para otros son blasfemias. Y ahí
tenemos pidiendo represión y castigo para herejes y blasfemos a los fieles
seguidores de esa sacrosanta institución que solo se manifiesta según hemos
indicado en el párrafo anterior. Ni comprensión ni diálogo sino obstinada
persecución de lo que ofende a su modo de pensar.
Ante esa conducta que señalamos y que hace falta ser
ciego para no verla, no podemos sino preguntarnos si semejante actitud es
cristiana. Y yendo más allá, cabe también que nos preguntemos por sus causas.
Antes de continuar queremos advertir a quienes nos lean
que tenemos buenos testimonios dentro de la feligresía católica de personajes y
gentes de diversa condición y nivel social que han protagonizado luchas en
favor de los desheredados. Ahí están Dom Pedro Casaldàliga, Dom Hélder Câmara,
San Romero de América, El Padre Mujica, el Obispo Angelelli… y tantos otros y
otras que no cabe citar por su gran extensión.
Pero con ser muchas esas benditas almas a las que
acabamos de referirnos, el porcentaje que representan en el censo
católico-romano mundial es insignificante. No hay más que mirar los liderazgos
de las actuales marchas de protesta y ver cuántas pancartas corresponden a
organizaciones católico-romanas. Quien esto escribe no ha visto jamás en toda
su vida una sola salvo cuando de defender privilegios para su Iglesia se
trataba. Ahí sí, abonando la desigualdad y la injusticia hemos visto
organizaciones eclesiales enarbolando pendones y estandartes. Luego seguimos
preguntándonos: ¿a qué es debido?
Se nos ocurre una respuesta. La Iglesia Católica Romana
lleva siglos elevando preces al Dios del Cielo y poniéndose a un tiempo al lado
de los poderes terrenales. Una vela a Dios y otra al Diablo. Ese es el ejemplo
que ha dado la jerarquía y ese es el que sigue la feligresía. Rezar mucho y actuar
en pro del mayor beneficio. Dar limosna para acallar la conciencia, pero evitar
toda acción que pueda producir cambios estructurales que comporten pérdida de
privilegios. Es decir: amar al prójimo pero no tanto como a nosotros mismos.
Bien dijo el Obispo de Évreux Jacques Gaillot antes de
que lo destituyeran de su cargo: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”
(*). /PC
(*) Sal
Terrae,1989, ISBN 84-293-0871-7
https://ecupres.wordpress.com/2017/03/17/los-agentes-movilizadores-y-las-fuerzas-represoras/
https://ecupres.wordpress.com/2017/03/17/los-agentes-movilizadores-y-las-fuerzas-represoras/
És una situación muy preocupante. Cada vez entiendo menos lo que està pasando aquí y en casi todo el mundo. Y si bien una parte del pueblo protesta y reclama la mayor parte calla y aguanta. Quizás por miedo de perder lo poco que todavía tiene. De la Iglesia prefiero no decir nada.
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