Cuando la opresión es un hecho, la resistencia es un deber. Y no vale decir “no va conmigo”, porque si contigo no va, irá con tus hijos y con los hijos de tus hijos y con los de tus nietos… Y así será hasta que alguien luche y venza.
Sabemos que la conducta humana depende en gran medida del entorno que habita. La capacidad de adaptación al medio, tanto natural como social, hace que la persona se moldee según convenga a su subsistencia. De ahí en buena medida los rasgos físicos y caracteriales propios de cada población, los cuales sin ser compartidos por todos los individuos lo son de la mayoría.
Quienes crecieron en entornos opresivos violentos suelen tener tendencia a rehuir el enfrentamiento, pues aprendieron que de hacerlo llevaban las de perder. Y ahí tenemos la lamentable herencia de las dictaduras: pueblos cobardes que en vez de unirse y enfrentarse huyen. Huyen físicamente, emigrando, exiliándose, renunciando a su patria y a su pueblo, cuando pueden. O bien huyen mentalmente, sometiéndose y embotando su conciencia mediante formas de pensar afines al pensamiento opresor y centrando todo su hacer en el beneficio propio con total indiferencia por el bien común.
Pero en toda sociedad hay individuos excepcionales. Aun en los medios más opresivos hay seres a quienes el poder no pudo doblegar. Personas capaces de seguir su propio criterio y romper con las normas que de forma tácita acata y sigue la mayoría. Ellas son la esperanza de los pueblos, las gestoras de los cambios necesarios para transformar la sociedad. Unos cambios sin los cuales la inercia seguiría adormeciendo las conciencias, cultivando la irresponsabilidad colectiva y arruinando finalmente el futuro de la sociedad entera.
La resistencia a la opresión no es inútil, por más que pudiese parecerlo al no dar logros inmediatos. La conducta humana se contagia. Conductas mueven conductas, despiertan mecanismos de emulación en quienes las contemplan. La gente se vuelve sumisa en un entorno sumiso y rebelde en uno rebelde. La admiración que despiertan quienes se atreven a hacer lo que nosotros no osamos es un estímulo que nos mueve a seguir su ejemplo. De ahí que lo más importante sea lo que hacemos, no lo que decimos. Nadie sigue a quien no camina. Y no se entienda lo de “caminar” en sentido literal sino el de avanzar en cualquiera de los órdenes de la vida: pensamiento, conducta…
Las libertades de que hemos gozado durante años han sido fruto de miles de resistencias acumuladas, pues como dice el refrán, “no se gano Zamora en una hora”. Y también lo son las pérdidas que de ellas estamos ahora sufriendo.
El poder opresor no bajó la guardia ni un solo día. Permaneció al acecho y fue configurando unas estructuras que acabaron generando las condiciones propicias para la embestida que ahora no sabemos como detener. Crearon estructuras económicas de dependencia absoluta en prácticamente todo el mundo. Apenas quedan ya países autosuficientes y con total autonomía alimentaria. El mercado mundial está en manos de grandes corporaciones mercantiles, las cuales controlan a gobiernos y tienen a su servicio ejércitos poderosísimos.
Nada escapa en el mundo al control de ese omnímodo poder. Nada, excepto algunos espíritus indómitos, los cuales pese a no poder eludir por completo la opresión, tienen capacidad para mantener libre su pensamiento y una buena parte de sus acciones.
Esos seres excepcionales, libres de pensamiento y corazón son la base de la resistencia. De que se unan y organicen depende que haya verdadera resistencia colectiva ante ese monstruo opresor. Una resistencia que tal vez no alcance a cambiar las poderosas estructuras que nos manipulan la mente, pero que bien puede ser la levadura que fermente en medio de la sociedad y contribuya a elaborar un nuevo pensamiento colectivo del cual puedan surgir verdaderos cambios estructurales que nos abran el camino hacia un mundo mejor.
Rememorando a Freire diremos que los cambios personales no cambiarán las estructuras opresoras, pero pueden dar lugar a cambios en el modo de pensar colectivo que bien pudieran llegar a cambiarlas.
No se empiezan las casas por el tejado sino por los cimientos, por la base, y es en esa base donde hay que poner la mayor atención y el mayor esfuerzo. Sin ella no se suben paredes que sustenten tejados, elementos necesarios para que se convierta en habitable un baldío.+ (PE)
(*) Barcelona, 1935. Maestro de Enseñanza Primaria Especialista en Educación Musical.
SN 0505/14
Publicado en ECUPRES el 05/05/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario