Pena honda en el alma, en muchas almas, tras la desilusión causada por el resultado oficialmente anunciado de las elecciones generales en el Estado español el pasado domingo 26 de junio. Siendo estos tan discordes con los sondeos que se habían estado efectuando a pie de urna, han aparecido las sospechas de fraude electoral, a las cuales dan pie además un considerable conjunto de indicios. Esta sospecha viene a incrementar la indignación que nos produjo la pasividad de este pueblo español que acepta de forma sumisa la pervivencia del espíritu de la dictadura en gran parte de las instituciones y no reacciona debidamente ni contra la corrupción de los mandatarios ni contra la falsedad de este sistema electoral que hoy acá rige, cuyas normas son de por sí una pura trampa.
La férrea oposición del partido del gobierno a que tengan alguna posibilidad los partidos oponentes, utilizando recursos estatales como son la policía para investigar posibles conductas personales que puedan servir para difamarlos, se le suma la asignación a dedo, sin el obligado concurso, del recuento de votos a una empresa que tiene un claro historial de fraude. Y así, a donde no llegue la mentirosa propaganda podrá llegar la falsificación de los resultados electorales. Pura vergüenza. “Lo llaman democracia y no lo es”, decía con razón un slogan del 15M. Pero ¿qué cabe esperar de unos gobernantes que dan el dinero público a banqueros ladrones y que se gastan como si fuesen suyos los fondos de la Seguridad Social? Y aun así triunfan en las urnas. Hay para indignarse y más.
Se ha dicho en diversos momentos de la historia que cada pueblo tiene el gobierno que merece. En muchas ocasiones he disentido de quienes así piensan, pero ante tanta ignominia, tentado estoy de darles la razón. Aunque no. No puedo aceptar que merezcan merecer ese castigo. Porque veamos: ¿cuál es la razón por la cual merecen estar sometidos a una forma de vida impuesta por los poderes dominantes y recibir un permanente bombardeo ideológico? No, eso no lo merecen porque no es decisión suya sino de quienes los oprimen. La gente vive como puede, buscando con natural instinto el mejor modo de estar en este mundo, con lo cual en cada encrucijada de su vida elige entre los caminos que las circunstancias le presentan. No se le puede pedir a nadie que vea la senda oculta, al igual que no se le puede pedir que ande recto al borrico que hace girar la noria.
Los pueblos no son libres. Nadie es libre en este mundo dominado por toda clase de violencias, empezando por las de los estados opresores, los cuales lejos de velar por el bien común son el brazo armado de los poderes de turno. Extraña naturaleza la humana, que tiene en su esencia misma el instinto de dominar y someter. Siglos de reflexiones filosóficas y prédicas religiosas no han logrado hacernos evolucionar. Seguimos siendo tan bestias como los primates de los cuales descendemos. Hemos evolucionado, sin duda, en inteligencia pero no en pensamiento. La ciencia y la técnica han dejado de lado a la filosofía. El pragmatismo se ha apoderado del pensamiento colectivo y prima sobre la reflexión. Y así, en un derroche de inteligencia y carencia de sabiduría, la humanidad ha llegado a desarrollar en el ufano siglo XX dos artefactos tan terribles como la bomba atómica y la televisión, dos armas capaces de derrotar voluntades y someter a personas y pueblos.
Todo el orden social y político que nos rige y gobierna es reflejo de esa bestialidad que señalamos. No hay un solo país en el mundo en el cual el primitivismo humano haya sido totalmente superado hasta el punto de que sus leyes y su forma de vida puedan ser tenidas por ejemplares. Y aun cuando alguno pueda parecernos aceptable en su organización interna, deja de serlo cuando consideramos las relaciones que mantiene con los otros países, su posicionamiento al lado de los opresores y su indiferencia ante las maniobras de estos. Ahí en ese análisis aparecen de nuevo la mentira y la trampa que denuncian a la bestia humana. Luego, ¿puede extrañarnos que en esta España de hoy día permanezcan vivas y activas las mismas fuerzas que allá por los años 30 del pasado siglo cerraron filas contra los intentos civilizatorios de la II República?
El franquismo no ha muerto en España sino que pervive en gran parte de las instituciones, de la clase política, de la burguesía y de quienes con total indiferencia consienten cuando no colaboran con las corruptelas que se dan en diversos ámbitos de la sociedad. Pero lo más grave es que no ha muerto en el alma del pueblo, de un pueblo que entre fascista, asustado y en su mayor parte indiferente no ve más camino por delante que el de seguir amarrado a la vara que hace girar la noria.
Falta gente que predique libertad en el mundo. Que la predique con el ejemplo. Que la sienta en lo hondo del alma. Que la viva... ¡Cómo no va a faltarla, pues, también en España! /PC
Artículo relacionado con “Y sigue en pie, señoras y señores, la España impertérrita”.
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