sábado, 28 de diciembre de 2013

La Navidad del pobre y la del rico

¿Qué nos mueve a celebrar la Navidad del modo que lo hacemos? 


La Navidad que nuestra civilización cristiana viene celebrando a lo largo de los siglos es el triunfo del malabarismo mental sobre la natural alegría que mana del renacer de la vida. Es el triunfo de la maldad sobre la bondad; de la perversión sobre la inocencia; de la soberbia sobre la humildad; de la prepotencia, la ostentación y el lujo sobre la sencillez. Es un escarnio, un desprecio total de la propia alegoría navideña.

Cuando en el siglo IV el emperador Constantino convocó y presidió el concilio de Nicea, sabía bien el fin que perseguía: poner de parte del Imperio a quienes profesaban la fe cristiana. Tuvo para ello que contar con la complicidad de los líderes religiosos que anteponían lo divino a lo humano, una supuesta vida en el cielo antes que una certera vida en la tierra, el culto a la majestad de un Dios todopoderoso antes que la fraternidad humana.

La concepción de la doctrina cristiana que a partir de entonces se impuso acabó con la esencia del mensaje de Jesús de Nazaret que transmiten los evangelios, con las lecciones de humanidad que nos transmite ese arquetipo que invita a convivir haciendo honor a la verdad y a la justicia a fin de que la paz y la felicidad reinen en la tierra. El poder se enseñoreó desde entonces del entorno llamado cristiano y el mal llamado Reino de Dios se impuso a filo de espada en el mundo conocido y en el que los imperios fueron conquistando.

No obstante, algo del primigenio mensaje conservó el cristianismo, pues que siguió predicando humildad y mansedumbre, paz y bondad, bases necesarias para la convivencia, sin duda alguna. Pero a poco que se mire con sentido crítico se verá que esa prédica responde plenamente a la astucia interesada de los líderes político-religiosos que se sucedieron a partir de aquella imperial reforma, pues sabían bien que para tener sujeto al sometido es necesaria la mansa colaboración del mismo.

No hace falta profesar creencias religiosas para entender las alegorías que las religiones ofrecen a nuestro intelecto. Pasó ya aquel tiempo en que la ingenuidad y la incultura hacían que diésemos por cierto cuanto narran. Hoy sabemos bien que no es lo que dicen sino lo que nos quieren dar a entender. Más allá de las creencias y los preceptos, su valor está en la invitación que nos hacen a reflexionar. La universalidad de sus metáforas queda clara en la actualidad de sus mensajes. Entre ellos, el de la Navidad que estos días celebramos.

A poco que nos paremos a pensar veremos el contrasentido que encierra celebrar con ostentación y despilfarro esa imagen de sencillez que comporta el nacimiento en condiciones de pobreza extrema de quien según la tradición fue muestra de humildad, de renuncia a las glorias y al poder de este mundo para animarnos a descubrir y gozar la alegría de la fraternidad, del amor al prójimo, del amor a la verdad, de la lucha por la justicia, por la igualdad de todos los seres humanos, por la libertad de las almas y conciencias frente a las imposiciones dominantes. 

¿Qué nos mueve a celebrar la Navidad del modo que lo hacemos? Si en el siglo IV fue el poder del Imperio quien fagocitó el cristianismo, luego ha sido el capitalismo. El consumismo desaforado ha convertido el acto de comprar en supremo motivo de alegría. Ya no es el afán de poseer sino la simple acción de comprar, de tener algo nuevo que mostrar o con lo que entretenernos. Un afán necio, una ilusión falaz que somete la felicidad al poder adquisitivo, lo cual nos deshumaniza y condiciona todo nuestro modo de vivir.

Para nada escucha nuestra civilización cristiana el mensaje de la Navidad sencilla, modesta en lo material pero rica en sentimientos de humanidad. El mensaje que prevalece en todo el orbe cristiano en estas fechas navideñas es el de los ricos. ¡Comprad! ¡Comprad, malditos! ¡Comprad y codiciad y llenad vuestras vidas de amor a lo material, a lo superfluo!

A veinte siglos largos del mensaje navideño, el mundo científico nos anuncia que el planeta Tierra no soporta ya más este dislate consumista que agota a velocidad de vértigo los recursos naturales. Hoy las entrañas de nuestra casa común rugen por el expolio a que se las somete. No es sensato seguir consumiendo del modo que lo hacemos. No es sensato seguir condicionando la felicidad al poder adquisitivo. No lo es desde una perspectiva ecológica ni lo es desde una perspectiva filantrópica.

Hoy más que nunca tenemos motivos para ver la alegoría navideña con ojos proféticos. Para buscar la felicidad donde vaya de la mano con la igualdad, con la solidaridad, con una libertad total, respetuosa con la del prójimo, compartida con la humanidad entera. Con creencias religiosas o sin ellas, el mensaje humano que la Navidad conlleva debiera servirnos para reflexionar sobre lo que hay de valor y lo que hay de espurio en nuestro modo de vivir, tanto en el orden personal como en el social como en nuestra relación con lo político.

Hagamos, pues, un alto en el camino. Apaguemos el televisor. Parémonos a pensar, a reflexionar y preparémonos para emprender un nuevo giro alrededor del Sol con la mente clara, limpia de polución capitalista y llena de ideales de profunda humanidad. Libertad, fraternidad e igualdad, de hoy en más en nuestro corazón y pensamiento para nuestro propio hacer, para la gente que nos rodea y para el mundo entero. /PC

http://www.kaosenlared.net/america-latina/al/bolivia/item/77076-la-navidad-del-pobre-y-la-del-rico.html 

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