domingo, 12 de diciembre de 2004

Creencias y valores de otros tiempos...

...ya no sirven en el mundo cambiante en que vivimos. El discurso reaccionario, irracional, dogmático y autoritario de la jerarquía eclesiástica católica no puede sino provocar el rechazo de una sociedad intelectualmente adulta y desinhibida, capaz de discernir, y ansiosa de verdad y de justicia.


La cultura es un proceso evolutivo permanente impulsado por la necesidad humana de adaptarse al medio. En el desarrollo cultural intervienen tanto como las mutaciones de la naturaleza los conocimientos que de ella vamos adquiriendo. El elemento básico del proceso evolutivo es la imaginación. Ésta interviene tanto en la formulación de hipótesis a través de las cuales vamos desarrollando teorías que luego revierten en conocimientos técnicos como en la creación de recursos para el autocontrol emocional de la población. Uno de esos recursos son las religiones.

Una hipótesis ampliamente aceptada en el ámbito de la antropología dice que las religiones nacieron en el seno de culturas sólidamente establecidas con el fin de colaborar a que las conductas individuales se aviniesen con las necesidades colectivas. De eso a que esas necesidades lo fuesen verdaderamente del conjunto humano que formaba el pueblo o fuesen pura conveniencia de quienes ostentaban el poder, va el canto de un duro. De modo que con el paso del tiempo, lo que en un principio nació como remedio  -por llamarlo de algún modo-  acabó siendo ponzoña, bien sea por cortedad de sus responsables, bien por interés egoísta y mala fe.

Que todo esto que acabamos de ver ocurriese allá por los tiempos remotos, parece más o menos razonable, dada la poca capacidad de discernir que entonces tenía el pueblo llano. Pero que quienes han usurpado el pensamiento religioso durante siglos pretendan seguir con el mismo discurso esclavizante de mentes y conciencias que emplearon antaño es muestra de una total y absoluta cerrazón.

Predicar obediencia en una sociedad estática, donde la supervivencia del grupo dependía de que cada individuo cumpliese con afán las obligaciones impuestas por quienes lo dirigían, parece a todas luces razonable. Si la única alternativa a obedecer era perecer, era razonable programar el pensamiento para poder vivir felizmente obedeciendo. Así ha ocurrido durante siglos y siglos en los pueblos que vivían de la agricultura de regadío, o de invadir, expoliar y esclavizar a los pueblos vecinos. Pero predicar sumisión del pensamiento y obediencia a las propuestas autoritarias y dogmáticas de quienes se arrogan inspiración divina hoy y aquí, en una época en que el conocimiento y la capacidad de razonar necesarios para avanzar en democracia y justicia están al alcance de toda la población es, sin lugar a dudas, un despropósito.

Para no ir muy lejos en busca de un ejemplo de lo que puede ser la falta de adaptación al tiempo presente de la moral católica, vayamos a la educación sexual de adolescentes y jóvenes. Predicarles abstinencia sexual hace cien años, cuando eran muy altas las posibilidades de ser madre soltera para las que perdían su virginidad antes de casarse, podía estar justificado, aun a pesar de que pudiesen caber otros enfoques. Pero seguir actualmente con el mismo discurso significa abogar por la inexperiencia sexual de la juventud, con todas las secuelas que ello comporta. Quienes ya tenemos alguna edad y hemos conocido madres de familia que en su vejez todavía ignoraban las sensaciones físicas del placer sexual sabemos suficiente de este tema como para opinar.

Si buscamos motivos para una actitud tan descabellada de la jerarquía eclesiástica, encontraremos varias.

1)    La misoginia, el desprecio por el derecho de la mujer a obtener su parte de placer en la relación de pareja, partiendo de la primitiva consideración de que tal relación tiene como fin único la procreación y que el placer femenino no es necesario para esa función.

2)    El miedo a la liberación sexual de la mujer, ya que ésta constituye un obstáculo para someterla al macho. No en vano algunas culturas las castran físicamente.

3)    La utilización de la represión sexual como instrumento para la sumisión de la mente. Es algo común a diversas religiones.

4)    El desconocimiento real  -no teórico-  de la sexualidad y de su importancia en la vida afectiva. No hay que olvidar que quienes dictan las normas de moral sexual dentro de la Iglesia han hecho voto de castidad y carecen de vida afectiva de pareja.

En opinión de quien esto escribe, dictar lecciones de una materia que se desconoce es un claro gesto de arrogancia. Seguirlas ciegamente puede ser una necedad, pero es una opción personal que merece ser respetada. Pero dar tribuna pública a nivel estatal a quienes así actúan es un indiscutible gesto de irresponsabilidad que no debe permitirse ninguna sociedad cabal y madura.

kaosenlared.net  12.12.2004

http://old.kaosenlared.net/noticia/creencias-valores-otros-tiempos

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