Cuando las normas son injustas y quien las dicta no atiende a razones, la única respuesta digna es la desobediencia.
La desobediencia civil ha sido siempre el motor del progreso social. Ha sido el arma que ha doblegado a quienes ejerciendo el poder dictaron normas injustas, contrarias al bien común o a la dignidad humana del total o de una parte de la ciudadanía.
El alma humana es un complejo amasijo de contradicciones. La fraternidad y la bondad alternan en ella con el individualismo y la envidia. La generosidad con la codicia. El amor con el odio... De aquí que se den tantos intereses contrapuestos entre gobiernos y pueblos, pues es inevitable que cada cual vele en primer lugar por lo propio. Y es en esa contraposición de intereses donde el diálogo es absolutamente necesario si se quieren evitar situaciones de abuso e injusticia.
El diálogo es la base de la democracia. Sin diálogo, sin la escucha atenta de los argumentos opuestos, no existe posibilidad de acuerdos. Tan solo tiranía y sumisión caben donde hay ausencia de diálogo. La paz social se mantiene en ese caso por la fuerza. La tensión crece hasta que estalla, pues que no hay nadie, ni persona ni pueblo, que pueda ser sometido y anulado por siempre.
En el seno de toda sociedad sometida hay individuos que tienen vivo el germen de la libertad. Son los rebeldes, los que no se doblegan, los que a despecho de su subsistencia y aun de su seguridad física apuestan por existir. Esos seres escogidos son la levadura que más tarde o más temprano levanta al pueblo. Por eso son objeto de persecución por el poder opresor. Sus acciones son criminalizadas por quienes gobiernan. Sus nombres son estigmatizados en los medios de comunicación controlados por el poder establecido. Pero esos seres excepcionales son el espíritu encarnado de la revolución liberadora, del motor que impulsa los cambios que toda sociedad requiere para avanzar por el camino de la justicia, de la libertad, de la solidaridad, de la igualdad. De esa igualdad que los codiciosos se empeñan en menguar y aun destruir mediante la violencia estructural. Leyes injustas que someten, explotan y humillan al más débil.
Continuamente hay en el mundo movimientos de resistencia a la agresión de los fuertes. Son movimientos que cuentan únicamente con la fuerza de la razón y con el peso elocuente de la gran cantidad de población que movilizan. Contra ellos cargan los poderes opresores con represión judicial y policial basada en falsas acusaciones o en leyes ilegítimas promulgadas a tal fin.
Hoy día acá en España y en Catalunya la opresión se siente como hace tiempo no se sentía. Las exigencias de la UE más la codicia del poder establecido en suelo patrio hacen que los gobiernos actúen en permanente agresión al bien común y a los intereses de la mayor parte de la población. Numerosas organizaciones sociales denuncian esa injusta agresión, ese permanente abuso de poder de quienes gobiernan en favor de las capas sociales más privilegiadas. Hay denuncias de todo orden: escritos, declaraciones públicas y manifestaciones de grupos políticos minoritarios, de asociaciones profesionales, de colectivos sociales... Tanto el gobierno central como el autonómico desoyen esas voces y aun las criminalizan.
La organización estatal en forma de comunidades autónomas favorece la impunidad de los gobernantes agresores. Acá en Catalunya, los gobiernos autónomos mayormente de derechas llevan tiempo excusándose en el gobierno central para eludir las responsabilidades que les corresponden. Esas excusas son tan solo parcialmente ciertas. El pueblo catalán, harto de explotación y desgobierno, se organiza y reclama un estado propio y un gobierno accesible a las demandas del pueblo. El gobierno del Estado español desoye esas demandas y aun las criminaliza y reprime. El gobierno autonómico catalán se escuda en el gobierno de España. La reiterada terquedad de uno y otro gobierno no deja más camino que el de la desobediencia. Una desobediencia que más tarde o más temprano fraguará en ruptura, en liberación de Catalunya con respecto a España y en liberación del pueblo con respecto a sus gobernantes.
Las leyes injustas impuestas por gobernantes injustos merecen ser debidamente contestadas. En esa contestación, tanto como en la desobediencia civil existe riesgo. Es deber de conciencia de toda la ciudadanía asumir dicho riesgo. Cada cual deberá ser fiel a su conciencia y actuar conforme a sus posibilidades. Eso o colaborar con los opresores mediante la sumisión y el silencio. /PC
http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/96283-desobediencia
La desobediencia civil ha sido siempre el motor del progreso social. Ha sido el arma que ha doblegado a quienes ejerciendo el poder dictaron normas injustas, contrarias al bien común o a la dignidad humana del total o de una parte de la ciudadanía.
El alma humana es un complejo amasijo de contradicciones. La fraternidad y la bondad alternan en ella con el individualismo y la envidia. La generosidad con la codicia. El amor con el odio... De aquí que se den tantos intereses contrapuestos entre gobiernos y pueblos, pues es inevitable que cada cual vele en primer lugar por lo propio. Y es en esa contraposición de intereses donde el diálogo es absolutamente necesario si se quieren evitar situaciones de abuso e injusticia.
El diálogo es la base de la democracia. Sin diálogo, sin la escucha atenta de los argumentos opuestos, no existe posibilidad de acuerdos. Tan solo tiranía y sumisión caben donde hay ausencia de diálogo. La paz social se mantiene en ese caso por la fuerza. La tensión crece hasta que estalla, pues que no hay nadie, ni persona ni pueblo, que pueda ser sometido y anulado por siempre.
En el seno de toda sociedad sometida hay individuos que tienen vivo el germen de la libertad. Son los rebeldes, los que no se doblegan, los que a despecho de su subsistencia y aun de su seguridad física apuestan por existir. Esos seres escogidos son la levadura que más tarde o más temprano levanta al pueblo. Por eso son objeto de persecución por el poder opresor. Sus acciones son criminalizadas por quienes gobiernan. Sus nombres son estigmatizados en los medios de comunicación controlados por el poder establecido. Pero esos seres excepcionales son el espíritu encarnado de la revolución liberadora, del motor que impulsa los cambios que toda sociedad requiere para avanzar por el camino de la justicia, de la libertad, de la solidaridad, de la igualdad. De esa igualdad que los codiciosos se empeñan en menguar y aun destruir mediante la violencia estructural. Leyes injustas que someten, explotan y humillan al más débil.
Continuamente hay en el mundo movimientos de resistencia a la agresión de los fuertes. Son movimientos que cuentan únicamente con la fuerza de la razón y con el peso elocuente de la gran cantidad de población que movilizan. Contra ellos cargan los poderes opresores con represión judicial y policial basada en falsas acusaciones o en leyes ilegítimas promulgadas a tal fin.
Hoy día acá en España y en Catalunya la opresión se siente como hace tiempo no se sentía. Las exigencias de la UE más la codicia del poder establecido en suelo patrio hacen que los gobiernos actúen en permanente agresión al bien común y a los intereses de la mayor parte de la población. Numerosas organizaciones sociales denuncian esa injusta agresión, ese permanente abuso de poder de quienes gobiernan en favor de las capas sociales más privilegiadas. Hay denuncias de todo orden: escritos, declaraciones públicas y manifestaciones de grupos políticos minoritarios, de asociaciones profesionales, de colectivos sociales... Tanto el gobierno central como el autonómico desoyen esas voces y aun las criminalizan.
La organización estatal en forma de comunidades autónomas favorece la impunidad de los gobernantes agresores. Acá en Catalunya, los gobiernos autónomos mayormente de derechas llevan tiempo excusándose en el gobierno central para eludir las responsabilidades que les corresponden. Esas excusas son tan solo parcialmente ciertas. El pueblo catalán, harto de explotación y desgobierno, se organiza y reclama un estado propio y un gobierno accesible a las demandas del pueblo. El gobierno del Estado español desoye esas demandas y aun las criminaliza y reprime. El gobierno autonómico catalán se escuda en el gobierno de España. La reiterada terquedad de uno y otro gobierno no deja más camino que el de la desobediencia. Una desobediencia que más tarde o más temprano fraguará en ruptura, en liberación de Catalunya con respecto a España y en liberación del pueblo con respecto a sus gobernantes.
Las leyes injustas impuestas por gobernantes injustos merecen ser debidamente contestadas. En esa contestación, tanto como en la desobediencia civil existe riesgo. Es deber de conciencia de toda la ciudadanía asumir dicho riesgo. Cada cual deberá ser fiel a su conciencia y actuar conforme a sus posibilidades. Eso o colaborar con los opresores mediante la sumisión y el silencio. /PC
http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/96283-desobediencia
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