sábado, 2 de agosto de 2014

La resistencia al capitalismo


No habrá paz en el mundo ni posibilidad de pervivencia en tanto cada ser humano no se sienta parte viva del cosmos y miembro de la gran familia humana. En tanto no seamos capaces de encontrar y seguir una forma de vida respetuosa con la dignidad humana.


Resistir al pensamiento de quienes adoran al Becerro de Oro es el punto de partida para vivir humanamente. Nadie que se someta a él podrá combatir la injusticia ni la deshumanización que nos aquejan. Habrá en el mundo exclusión, miseria y guerras en tanto no logremos echar fuera del pensamiento colectivo al de quienes profesan esa idolatría.

No basta con ser “buenas personas”, con no robar, no matar, no pegar ni ofender a nadie. Es preciso vivir activamente en contra de esa pandemia ideológica que destruye a la Humanidad entera. Es preciso enfrentarse al crimen institucionalizado, a la proclamación de lo inhumano como signo de excelencia, a la desmovilización de la conciencia, al individualismo, a la indiferencia, a la estupidez deseada de esas grandes masas de población que sin siquiera saberlo dan soporte a los grandes criminales que gobiernan en el mundo.

Se atribuye a Henry Kissinger haber proclamado la idea de que para dominar al mundo hay que controlar el petróleo y los alimentos. Una idea criminal se mire por donde se mire, que atenta contra todo derecho humano. Controlar al otro, individuo o pueblo, apoderarse de lo más necesario para su subsistencia... A ese notable criminal premiaron otros malvados como él con el Nobel de la Paz, de esa paz de los poderosos que siembra muerte, destrucción y miseria por el mundo entero. Ese premio nos muestra que su manifiesta maldad no es solamente suya sino ampliamente compartida por los poderosos del mundo, por quienes controlan la moral y dicen lo que es bueno y lo que es malo.

Nada podrían esos malvados adoradores del poder si no tuviesen el concurso de la mayor parte de las poblaciones que controlan y gobiernan. Nada podrían si la sensibilidad humana de esas poblaciones rechazara su modo de pensar y de sentir y se opusiera a sus criminales acciones. Pero no es así. Esos malvados han inoculado su amor al poder y al dinero en las mentes y en el alma de casi todo el mundo. Manejan los grandes púlpitos desde los que se predica de mil y una formas la intolerancia, el egoísmo, la competencia y un modo de vivir “como los ricos” que conlleva desprecio por la humildad, por la modestia y por todo lo que mueve a la convivencia pacífica y colaborativa.

Hoy una parte de la Humanidad concientizada se horroriza ante el inhumano genocidio que el Estado de Israel perpetra contra el pueblo palestino. Pero no faltan grandes capas de población que viven su cotidianidad con total indiferencia ante tanto crimen. Ni faltan tampoco quienes buscan culpables en uno y otro bando, como si invadir un territorio ajeno y desposeer a todo un pueblo de la tierra que le da sustento no fuese en sí un crimen que merezca rechazo.

Especialmente lamentable es la indiferencia cuando no aprobación por parte del gran público de las acciones terroristas que los grandes opresores de la Humanidad vienen perpetrando en diversas partes del mundo, bien sea por la codicia que en ellos despiertan las riquezas naturales que esos países albergan o por cuestiones de estrategia militar o de dominio comercial. Tales fueron los casos de Irak y Libia y lo son los de Venezuela y Siria... Las guerras de África por el coltan, el uranio y otras materias primas altamente codiciadas. Las dictaduras de Paraguay, Honduras, Haití... El terrorismo de Ucrania. La rapiña de los lobby financieros a nivel mundial.

Nada de todo eso sería posible si la mayor parte de la población de esos países agresores ejerciese auténtica resistencia. Pero para que eso se diese haría falta destronar del corazón y el pensamiento de esa Humanidad cómplice y víctima  a un tiempo la idolatría que profesa por el Becerro de Oro. Haría falta que desde lo más hondo de nuestra humana naturaleza fuésemos capaces de descubrir nuevos valores, nuevas formas de vivir libres de ideología capitalista. Haría falta desterrar del corazón humano el espíritu del maligno que con esos malditos valores nos atenaza.

En opinión de quien esto escribe, resistir al capitalismo y a su loca forma de vivir es absolutamente necesario para renacer a una vida nueva. Sin esa resistencia y sin esa nueva luz de vida alumbrando nuestro mundo, la perdición de la Humanidad entera es inevitable. /PC

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