Un impresionante espectáculo de ballet acrobático con música de tango es lo que el pasado martes día 29 nos ofreció Mora Godoy en el Teatre Grec. Pura acrobacia. Derroche de habilidad y fuerza física. Pero a mi ver y para mi gusto, poca esencia de tango.
En el día había hecho exhibiciones de tango en la Plaça del Rei y en la Plaza Real, pequeño entorno medieval la primera y ochocentista la segunda. Por lo que muestran las fotos, ahí sí hubo tango. Según noticias, las diversas milongas de Barcelona se sumaron al acto y la asistencia fue máxima.
Entre diez y veinte años atrás el centro de Barcelona era una fiesta musical. Había músicos callejeros por todas partes y no faltaban entre ellos algunas parejas bailando tango al son de un radiocasete. No hacía falta pedirle permiso a nadie para ponerse a tocar en una esquina, en una plazoleta o callejuela cercana a la catedral, o en Les Rambles, o en cualquier lugar tranquilo y concurrido. Pero de pronto la intolerancia ciudadana cuajó en las ordenanzas municipales y de la noche a la mañana se acabó la música en la calle. Gran retroceso cultural y social que no parece indignar a nadie, excepto a quienes se valían de esas actividades para sobrevivir y a quienes de esa magnífica muestra de espontaneidad musical gozábamos.
A la salida del espectáculo, sentada en un pilar de las escalinatas que dan acceso a la parte alta del teatro, una anciana con un pequeño teclado electrónico de juguete sobre su falda tocaba una milonga. Era un callado desafío a todas las ordenanzas municipales, un desafío que mereció la aprobación de quienes lo advertimos y aprobamos con nuestra discreta colaboración. Por el acento y el modo de expresarse parecía argentina. Por su sonrisa afable y su modesta actitud, una persona tierna. Por el atrevimiento que demostraba, un ser admirable. ¿O acaso no es admirable que alguien comparta humildemente su arte y acepte a cambio lo que buenamente quiera dársele?
Vivimos en una sociedad que adora la opulencia, el poderío, la fuerza. Pocas son las muestras de humanidad que arrancan aplausos. De aquí que tras el derroche de poderío técnico que veníamos de admirar, aquella muestra de humildad casi franciscana nos llegase a lo hondo del alma. / PC