«No se
puede servir a dos señores», al bien común y al beneficio propio.
Esta máxima de sentido común, que
las sagradas escrituras cristianas atribuyen a Jesús, es tan elemental que no
hace falta ninguna inspiración divina para entenderla. Y no obstante los altos
dirigentes políticos y eclesiásticos parece que la ignoran. ¿Será que para lo
que hace falta “Dios y ayuda” es para ponerla en práctica?
Vemos día tras día como hacen
aguas por todas partes los partidos de la “izquierda” institucionalizada. Cada
vez que han obtenido un número suficiente de votos para gobernar han decepcionado
con su gestión a quienes les eligieron, tanto en política exterior, como en
interior, como en lo laboral o en lo económico. Una buena parte de quienes les
votaron, tras preguntarse una y otra vez por qué lo hicieron, acaba sacando en
conclusión que votar no mereció la pena, y se quedan en casa a las siguientes, o
como mucho se acercan a las urnas de mala gana, tan sólo para evitar que ganen
“los peores”. ¡Triste panorama! ¡Mal augurio para la política de izquierdas!
Por contra, la derecha suele decepcionar
menos al pueblo que la siegue. No es que sean más fieles a sus promesas, ni mucho
menos, pues en su afán de atraer votos hacia su causa mienten como bellacos y
engañan al personal con total desvergüenza. Pero la mayoría de quienes les
votan comparten sus principios engañosos, egoístas y autoritarios, y son
conscientes de ello. No así la izquierda, en la que tanto partidos como
votantes hablan del bien común mientras albergan en lo más hondo de su corazón
el profundo deseo de que ese bien tan pregonado sea por encima de todo el suyo
propio, o que por lo menos no se lo merme en nada. Pura ambigüedad, sin duda
alguna, en todo ese gran colectivo que forma la izquierda moderada.
Y es que la moderación, por más
que siempre se haya tenido por virtud, no es sino defecto. Porque moderada es la
persona que no apuesta por nada, que nada arriesga por temor a perder, que pretende
medrar sin sacrificar nada, avanzar sin dejar libre su sitio, cambiar el mundo sin
renunciar a nada... Ambigüedad, ni carne ni pescado, una vela a Dios y otra al
diablo. Y esto, según mi parecer, más que una virtud es un defecto.
Claro que para todo tiene
recursos el lenguaje, y así tanto políticos como clérigos han podido elaborar
discursos plenamente convincentes que tranquilizan la conciencia de quienes los
aceptan y permiten a quienes los elaboran gozar de las ventajas que ofrece formar
parte de la clase dirigente. ¡Casi nada! Y es que muy posiblemente el primitivo
instinto de supervivencia haya hecho que el arte de embaucar y de autoengañarse
sea tan antiguo como el homo sapiens.
Visto a través de esta óptica, en
el momento histórico que estamos viviendo observamos que tanto en lo político
como en lo religioso la mayor parte de la población bienintencionada no hace
sino eludir su conciencia: vota izquierda moderada para que nada cambie y práctica
una religión cultista de alabanzas al cielo que a nada compromete acá en la
tierra. Y así, con esta actitud ambigua, que sigue por temor a que alguien se
mueva y se formen olas en esta ciénaga de estiércol en que estamos metidos
hasta el cuello, mantiene en el candelero a quienes viven de la mediocridad
espiritual y política de la gente, es decir, a los clérigos de la Santa Madre
Iglesia y a los políticos de los grandes partidos de “izquierda”.
No va a cambiar el mundo de este
modo. No vamos a alcanzar la utopía ni cristiana ni humana con tanta
ambigüedad, con tantos malabarismos mentales ideológicos y espirituales. Ningún
cambio va a haber para mejor mientras esta sentencia evangélica que meditamos
no sea un imperativo categórico para la mayor parte de los seres humanos.
OTRO MUNDO ES POSIBLE, OTRA ESPIRITUALIDAD
ES NECESARIA.
Pepcastelló [16.6.2007]
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