Las continuas presiones que la Iglesia Católica española
ejerce sobre el Gobierno del Estado, y las polémicas concesiones de éste a esa
institución que se empeña en no respetar la laicidad que exige nuestra
Constitución nos invitan a reflexionar sobre la utilidad de la religión en el
mundo actual.
Es evidente que la forma actual
de vivir encaja mal con el pensamiento religioso tradicional y que el mundo
moderno es cada vez menos religioso. Pero esto no significa que las religiones
no puedan tener cabida en él sino tan sólo que necesitan encontrar una nueva
forma de ubicarse y tienen que renunciar a su protagonismo y a cualquier
privilegio que pueda ser una carga para la población no creyente.
Para que una religión pueda ser
útil al mundo actual su discurso tiene que ser ético y acorde con el nivel de
conocimientos alcanzado por la humanidad. Debe ser respetuosa con las otras
religiones suprimiendo de raíz cualquier atisbo de arrogancia, y la conducta de
quienes la predican debe ser coherente con su mensaje. Tan sólo así podrá
contribuir al bien común y merecer la aprobación de creyentes y no creyentes.
Una religión que cumpla con estas
condiciones que acabamos de ver no tiene por qué ser un conflicto en ninguna
sociedad, sino al contrario, puede ser una aportación estimable para la
convivencia y el desarrollo humano.
Los seres humanos vivimos y
actuamos al impulso de nuestra vida emocional, y en ella hay más creencias que
certezas confirmadas. Creencias de todo orden, verdades personales que nunca
fueron verificadas ni es fácil que puedan llegar a serlo porque pertenecen al
mundo de lo intangible. A lo sumo pueden alcanzar el nivel de creencias
compartidas colectivamente, pero eso no les da valor ni fiabilidad, pues como
la historia enseña los pueblos han errado colectivamente una y mil veces al
impulso de creencias que compartía la mayoría de la sociedad.
Hoy nos hallamos en una de esas
situaciones. La ambición del capitalismo ha propagado una infinidad de falsas
certezas que han calado muy hondo en la sociedad, hasta el punto de que son la guía
personal, la referencia de vida de prácticamente todo el mundo, pues casi nadie
duda de que su forma de vivir y de pensar sea la más deseable para sí y para los
demás de su entorno. Y es al amparo de estas creencias que la humanidad avanza
como un huracán, destruyéndolo todo a su paso.
El papel que en una sociedad
moderna podrían tener las religiones es el de contribuir a la reflexión y a la
concordia. No a base de imponer sus creencias, ni de forma abierta ni
solapadamente, sino proponiendo acciones que contribuyan a introducir la
espiritualidad en nuestra forma actual de vida.
En las tradiciones religiosas hay
un gran caudal de sabiduría que se puede poner al servicio del bien común.
Intuitivamente el ser humano percibió hace ya muchos siglos las bases de
nuestra conducta individual y colectiva, y las religiones compilaron y
aplicaron esos conocimientos, y desarrollaron prácticas para potenciar
sentimientos y conductas que comportasen beneficios personales y colectivos.
Cierto que lo hicieron en el seno de unas culturas concretas, de acuerdo con
las dimensiones sociales en que se movían, pero nada impide que puedan
actualizarse y universalizarse. «Querer es poder», dice el refrán.
Hoy día, aun en este
materializado mundo plagado de egoísmo en el cual vivimos, difícilmente podremos
encontrar personas que rechacen principios tan básicos en la predicación
cristiana como los que nos sugieren referencias como «amaos los unos a los
otros», «haced como hizo el buen samaritano», «haz a los demás lo que quieras
que hagan contigo», «buscad primero el reino de Dios y su justicia»… Lo que
rechaza el mundo actual es el empeño de las instituciones eclesiásticas por
perpetuar mitos ancestrales que ningún significado tienen ya hoy día y que
sirven principalmente para manipular el pensamiento colectivo en beneficio de
quienes los predican.
Quienes vemos con desagrado ese
empecinamiento de las religiones por manejar las sociedades en un mundo que
nada concuerda ya con el que las gestó, y las inaceptables maquinaciones
políticas de las instituciones que las rigen por mantener un estatus que no les
concede ya la mayoría de la población pensamos que un buen servicio que le
podrían hacer al mundo sería ponerse de acuerdo entre ellas para consensuar
unos principios educativos básicos que sirviesen tanto para sus creyentes como
para quienes profesan otras religiones o no profesan ninguna. Y con base a esos
principios se podrían pensar programas educativos para la enseñanza obligatoria
que servirían para potenciar la dimensión humana de toda la población escolar.
Pensamos que de hacerlo así, esas
mismas religiones que ahora son mayoritariamente rechazadas dejarían de
estarlo, y que tendrían incluso el apoyo de muchas gentes que ahora ante esa
inaceptable conducta de los líderes religiosos prefieren considerarse ateas.
Ahora bien, la pregunta que nos
hacemos después de esta breve reflexión es si el mundo religioso de nuestro
entorno comparte nuestro punto de vista, o si fundamentándose en sus creencias
se siente con derecho a reclamar privilegios y a imponer su voluntad sobre el
resto de la sociedad. Porque de ser ésto último, que es lo que nos muestra la
actitud de los dirigentes eclesiásticos y una buena parte de quienes les siguen,
mal vemos que la religión que nos ofrecen pueda servir a otra causa que al
enfrentamiento y la discordia. /PC
Pep Castelló [07.10.2006]
http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=24613
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