sábado, 5 de junio de 2004

«Moralidad: se le supone». Y así vamos...

La ética debe ser una prioridad en todo proyecto educativo, y eso no será posible si no lo es en la formación de docentes. No debiera darse licencia para educar a quien no haya dado fehacientes muestras de humanidad.


Dice un viejo adagio que «el saber no ocupa lugar», pero no es cierto. El saber, el pensar, la manera de ver el mundo y de contemplar la realidad, ocupan un lugar en la mente que impiden o si más no dificultan otra forma de saber, de pensar, de ver el mundo y de contemplar la realidad. Y podemos también afirmar que si alguna cosa se transmite por activa y por pasiva mediante la educación es justamente esa peculiar manera de enfocar el conocimiento, de ver el mundo, de aprehender la realidad que no es otra cosa sino la manera que tenemos de vivir.

Prometí la semana pasada contaros una «hermosa anécdota» y reservar las no tan hermosas para «casos extremos», pero después de leer los últimos artículos de esta web referentes a las atrocidades que en este momento histórico acaparan la actualidad, no he podido evitar que se me revolviesen las entrañas y me viniese a la mente un hecho que ilustra claramente lo que intento expresar con el resumen que adjunto al titular.

Me contó en su momento un amigo, profesor en una escuela concertada religiosa, que el lunes siguiente al tristemente famoso 11S-NY, entre los diversos comentarios que iban surgiendo a medida que se llenaba la sala de profes, había el de alguien que insistía en remarcar el espíritu criminal de los terroristas. Ante esa insistencia, mi amigo que no tiene ninguna duda sobre el juicio moral que le merece quienes asesinan inocentes, quiso hacerlo extensivo a todos los crímenes que desde diversas instancias y al amparo de maquiavélicos derechos se cometen contra la humanidad. De modo que manifestó que a él la terrorífica visión le evocó el primer bombardeo atómico de la historia, el que se perpetró sobre la ciudad de Hiroshima, en el que perecieron más de ciento cuarenta mil seres humanos, mas todos los que quedaron afectados por la radioactividad que fueron muchísimos más. Añadió que esperaba que después que por primera vez la población estadounidense sufriese en su propia carne las consecuencias de su injusta política exterior, reflexionase, ya que como es bien sabido el mal tan sólo es mal cuando lo padecemos; cuando lo padecen otros lo ignoramos o los compadecemos; cuando lo inflingimos, lo justificamos y le quitamos importancia. Ante el silencio que se produjo, apostilló. «Es lo que venimos diciendo a nuestros alumnos: si quieres paz, defiende la justicia». Apenas hubo terminado la frase, una tutora, mirándole fijo a los ojos le espetó: «Mira, eso está muy bien como frase para decirla a los niños, pero esto es otra cosa». Me dijo mi amigo que al oír eso se quedó mudo, se volvió de espaldas y dejó que hablara el silencio.

Pero yo no puedo quedarme mudo porque con mayor frecuencia de la deseada veo repetirse situaciones y hechos que me recuerdan lo que acabo de contar. Y también porque no estamos hablando de enseñanza sino de educación, lo cual implica la transmisión y cultivo de valores. Y necesito insistir en que para transmitir valores, lo primero que hace falta es tenerlos, y por desgracia, una buena parte del colectivo docente carece de todos los que van más allá del propio interés. Ya lo dije la semana pasada al referirme a los tres niveles de Kazantzakis.

En mi opinión, la ética debe ser una prioridad en todo proyecto educativo, y eso no será posible si no lo es en la formación de docentes. Pero no tan solo la ética como disciplina intelectual, sino la formación humana que la contemplación de los valores conlleva. Creo sinceramente que no debiera darse licencia para educar a quien no haya dado fehacientes muestras de humanidad. Lo digo con pleno convencimiento y aun a sabiendas de que al leer esto más de un o una docente sentirá ganas de saltarme a los ojos o a la garganta.

Para conseguir personas con humanidad no basta exigir un número reglamentado de horas en las aulas y superar unas simples demostraciones de conocimiento académico que tan al alcance están de excelentes personas como de cínicos desalmados. Los responsables de los programas educativos y aun formativos tienen mucho que reflexionar. Desde el más simple carné de conducir hasta la más completa carrera universitaria necesitan otro enfoque si queremos que el mundo funcione de otro modo.

Es por este motivo que quiero invitar desde esta página a todas y todos quienes tengáis algún contacto con el mundo de la educación que hagáis vuestra esta inquietud, para que esta necesidad que ahora expreso se convierta en una auténtica exigencia, sin la cual nunca conseguiremos darle la vuelta al mundo.

Y ahora sí que me apetece contaros la anécdota que os prometí la semana pasada, pero por razón de espacio y de tiempo la voy a tener que aplazar de nuevo. Sigo, pues deudor vuestro.

Hasta la próxima...!!!
 

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