Los
años pasan. Las fechas caen y se desvanecen. Las nuevas generaciones no heredaron
la memoria de sus progenitores. Cada ser humano vive su vida, no la de quien lo
engendró ni la de quien lo parió. Las luchas de la abuela y del abuelo son lejanas
historias sin apenas significado para quienes en su niñez las escucharon, que
cada vez son menos.
Pasó
la Semana Santa de antaño con sus lutos y su dictatorial imposición de silencio.
Con sus procesiones de devoción profunda, sus penitentes de pies descalzos y
tobillos encadenados. Misterios de dolor y viacrucis. Banderas a media asta y
con crespones. España entera penaba por la muerte de Jesucristo Nuestro Señor,
que sufrió martirio y entregó su vida para redimir nuestros pecados.
En
aquellos tiempos en que el poder de la Iglesia se manifestaba a través de las
leyes y disposiciones del gobierno, cualquiera podía ser detenido por la
denuncia de alguien adicto al régimen. Un beso amoroso en un lugar público
podía acabar en la comisaría de policía. El adulterio de la mujer (nunca del
hombre) comportaba una condena de varios años de cárcel. El respeto a la moral
católica era de obligado cumplimiento en la España del nacionalcatolicismo
fascista.
En
la escuela se enseñaba el Catecismo de la Doctrina Cristiana. Se rezaba por las
mañanas antes de comenzar las clases, tras haber izado la bandera y cantado el
himno nacional. También se rezaba todas las tardes del mes de mayo el santo
rosario y se cantaban alabanzas a la Santísima Virgen María Madre del Redentor:
“Venid y vamos todos con flores a porfía,
con flores a María que madre nuestra es”. Se iba a misa todos los primeros
viernes de mes para que niños y niñas pudiesen comulgar y así ganarse el Cielo,
según promesa del Sagrado Corazón de Jesús.
Pasaron
los años. Cayó la dictadura y apareció la democracia, como por ensalmo, en esta
España reducto de los valores eternos.
Reliquias tan sagradas como el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús, cuyos
restos descansan en Alba de Tormes, dejaron de aparecer en los noticiarios. El
Cielo de la Santa Madre Iglesia fue sustituido en la televisión por el de la
meteorología. Obispos, cardenales y curas predicadores dieron paso a periodistas
y publicistas fieles al sistema. El consumismo había llegado ya para instalarse
y en cada hogar había televisor, caballo de Troya del capitalismo.
Se
trocó el luto por el disfrute. La Semana Santa es tiempo de vacaciones. Las
procesiones son puro espectáculo. El final de la teocracia es bendecido por agencias
de viajes, hoteles y restaurantes, publicistas, constructoras y vendedoras de
automóviles, accionistas de autopistas y una retahíla de pequeños y grandes
negocios que vacían los bolsillos de quienes se les acercan. Sin olvidar los
bancos, pues hay quien se endeuda para poder gastar.
En
principio, el mundo entero debiera festejar ese paso del oscurantismo religioso
al predominio de ese hedonismo que tanto denostó el catolicismo que nos
oprimía. Pero vale la pena que nos detengamos a reflexionar.
El
continuo dispendio que nuestra actual forma de vida exige lleva consigo la
necesidad de ingresar dinero, lo cual hace que la gente se someta a las
exigencias de quienes se lo ofrezcan a cambio de horas de trabajo. Los medios
de producción y de distribución de productos básicos están hoy más que nunca en
manos de grandes empresas capitalistas. La población rural autosuficiente ha
sido eliminada. La gente vive mayormente en aglomeraciones urbanas. La
dependencia del dinero es absoluta y con ella lo es el poder de quienes
regentan los puestos de trabajo. A más necesidad de la gente, más posibilidades
de abusar de ella.
Los
grandes medios de difusión informativa están en manos del sistema. Ninguna
noticia que pueda perjudicar los intereses de las clases dominantes es emitida.
Tampoco lo es ninguna opinión que les sea adversa. Tanto la forma de vida como
el control de los informativos tienden a configurar el modo de pensar que más
conviene a las clases privilegiadas.
Por
si eso no bastase, ante el ineludible pragmatismo que vivir exige, toda la
enseñanza se ha organizado para instruir a la población escolar según los
conocimientos y habilidades que el servicio al sistema exige. Cualquier materia
que no contribuya a ese fin ha sido descartada. Hay un claro menosprecio por
las humanidades y por todo cuanto pudiera llevar a las nuevas generaciones a
discrepar del pensamiento hegemónico.
El
poder cambió la forma de asegurarse el dominio del pueblo, pero no renunció a
ejercerlo. Si antes la religión hacía que la gente mirase al Cielo para que no tomase
en consideración lo que ocurría en la Tierra, ahora la publicidad y los medios
de difusión ofrecen paraísos terrenales a quienes mejor sepan servir al
sistema. El lavado de cerebro se ha perfeccionado. Era más fácil zafarse de los
sermones del clero que de las zalamerías del televisor y de las garras del
consumismo.
Visto
el panorama social desde esta perspectiva, el futuro no parece halagüeño. Pero
la vida es imprevisible. El planeta Tierra se está volviendo cada día más
inhabitable por la degradación que la codicia capitalista somete a la
naturaleza. Las aguas se envenenan, el aire se enrarece. Llegará pronto un día
en que no se podrá vivir. ¿Tomará entonces la gente conciencia de la maldad de
quienes gobiernan y obrará en consecuencia? ¿O antes de que eso ocurra el
pueblo habrá dicho basta de ignominia?
Nadie
sabe lo que va a ocurrir. Pero la capacidad de razonar y la rebeldía son inherentes
a la naturaleza humana y en ellas radica la esperanza. /PC
Publicado en ECUPRES
https://ecupres.com/2019/05/06/de-la-teocracia-fascista-a-la-manipulacion-capitalista/
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