Los pueblos tienen
que aprender a desconfiar de los políticos que prometen. Pero más todavía
de los que valiéndose de periodistas venales atizan el odio contra sus
adversarios a través de medios informativos que actúan a su favor o que están
bajo su control. La desinformación y la mentira suelen ser armas habituales en las
derechas, gentes sin escrúpulos casi siempre y de poco fiar las más de las
veces, dado que en la esencia misma de la ideología que profesan hay una
carencia absoluta de humanidad. Porque, ¿qué tiene de humano acaparar para sí
la mayor parte de la riqueza y dejar en la miseria a quienes la producen?
Los pueblos tienen
que aprender que ningún rico lo es por generoso sino por engañoso cuando no
por ladrón. Porque ladrón es quien se apropia de lo que otro produjo con su
trabajo, con su esfuerzo, incluso con sufrimiento muchas veces, pero siempre
con entrega de su tiempo y de su vida, porque el tiempo es oro para el patrón
pero vida para el obrero. “Arbeit macht frei” (“El trabajo hace libre”) rezaba
en las puertas de los campos de concentración nazis. Era una ironía, pero era
cierto, porque el trabajo forzado a que se sometía a los prisioneros los
mataba, con lo cual los liberaba del sufrimiento que ocasionaba vivir en
aquellas inhumanas condiciones. Y lo mismo con los hombres y mujeres e incluso
niños que dejando sus vidas en las fábricas y minas hicieron ricos a los
burgueses que las sacrosantas leyes de la propiedad privada declaraba dueños
indiscutibles de ellas. Esos burgueses alzaron luego ostentosos edificios que
pregonan su gloria mediante admirables arquitecturas, una gloria que solo fue
suya porque se la apropiaron, pero que en justicia debiera ser de quienes con
su trabajo acumularon la riqueza necesaria para construirlos. Hay que tenerlo presente
cuando se pasea por las grandes ciudades.
Los pueblos tienen
que aprender que en democracia la izquierda es mucho más vulnerable que la
derecha, porque de la derecha nadie, salvo los necios, puede esperar nada,
mientras que de la izquierda se espera la felicidad absoluta. Aunque necio también
hay que ser para esperar que un partido político pueda convertir el mundo
capitalista en un paraíso. A lo sumo podrá mitigar los sufrimientos y disminuir
el montón de excluidos que el capitalismo genera, pero poco más. Tan solo una
revolución total, que el entorno capitalista combatirá a muerte siempre que se
dé, podría intentar algo parecido. Pero una revolución exige que el pueblo
entero o si más no en su mayoría sea revolucionario porque de lo contrario
fracasará. “El peor enemigo de la revolución es la corrupción”, dijo en una
ocasión Fidel Castro. Cierto, porque el corrupto es un falso revolucionario, un
traidor que se infiltra en la revolución para medrar y la destruye desde dentro
con su conducta egoísta.
Los pueblos tienen
que aprender que “la política es el arte de gobernar y permanecer en el
poder”, como bien dijo Ortega y Gasset. Que los partidos de izquierdas se
pierden muchas veces por su empeño en permanecer, algo lógico si bien se mira,
pero que a menudo acaba dando la victoria a la derecha porque en su afán de
guarecerse hacen oídos sordos o silencian a quienes les señalan sus errores y
la mala gestión de algunos de sus miembros, una actitud que a la larga acaba
pasando factura. De aquí que sea tan nefasto el partidismo. “Viva el Betis
manque pierda”, gritan alegremente los fans de ese club. Y bien está la alegría
cuando se trata de algo tan poco importante como es un club de fútbol, por más
pasiones que despierte. Pero una nación no es una cancha y la política es algo mucho
más trascendente que una liga de campeones.
Los pueblos tienen
que aprender que la peor cadena es la que se forja en la mente del esclavo.
La desmoralización, el pesimismo derrotista que hace bajar los brazos es la
mejor arma de los esclavistas. Por eso insisten en decir que no hay salida, que
el mundo es así tanto si queremos como si no. Que lo mejor es aceptar y
divertirse, escurrir el bulto todo lo que se pueda y dejar que los amos azoten
con tal de que no nos azoten a nosotros. Necia idea, porque la insolidaridad se
paga. Podríamos decir: “Vinieron a por los comunistas y yo no me moví porque no
soy comunista. Vinieron a por los rojos y yo no me moví porque yo no soy rojo. Ahora
vienen a por mí y nadie se mueve porque nadie es yo”. ¿Y por qué vinieron a por
mí? Pues porque no les soy útil, porque quieren explotarme más todavía, o porque
llegó mi turno.
Los pueblos tienen
que aprender a existir en tanto que pueblo. A dejar de comportarse como un
rebaño. A observar y reflexionar. A no prender la TV para saber si llueve o si
lloverá, porque la gente sabía eso mucho antes de que se inventase esa maldita
máquina de lavar cerebros. Mil veces más fiable es el “barómetro de piedra”, ese
sabio instrumento meteorológico que consiste en una piedra colgada mediante una
soga de la mitad de un travesaño soportado por dos horcones hincados en tierra
en mitad de baldío. Si la piedra está mojada, es que llueve. Si se balancea, es
que hace viento. Si da sombra, es que luce el sol. Nada más cierto y más al
alcance de todo el mundo. No requiere estudios previos ni graduación
universitaria, que a veces solo sirven para embotar la mente. Basta con haber
aprendido a distinguir el grano de la paja, a no dejarse deslumbrar por
espejismos, a mirar la realidad sin temores ni prejuicios.
La realidad nos muestra lo manipulable que es el
pensamiento colectivo. Los Iluminados del Siglo de Las Luces atribuían a la
superstición religiosa todos los males que padecía la sociedad en aquel tiempo,
pero ahora vemos que “donde antes hubo los curas hoy está el televisor” y que “vamos
de mal en peor”. Que el pensamiento colectivo está hoy día controlado por los
amos del mundo mediante el permanente bombardeo de imágenes sugestivas que
durante todos los instantes del día padece el pueblo. Y por si eso fuese poco, ahí
tenemos a los políticos que les sirven fielmente y a los jueces corruptos que
legislan a su mayor conveniencia. Tienen en su poder todos los ases. Es muy
difícil ganarles la partida. Pero quien ha nacido para luchar no puede vivir
para rendirse. La lucha seguirá mientras haya una sola alma rebelde en el
mundo. Es así y así será. /PC