Seres monstruosos con el alma deformada por la codicia nos gobiernan. Carecen de empatía. Cualquier intento de hacerles razonar es inútil. No atienden sino a los imperativos de la violencia.
El pueblo clama y los violentos responden a su modo, como en los viejos tiempos de la dictadura fascista, pero con algo más de disimulo, buscando excusas, mintiendo, difamando. Gorilas encapuchados, agitadores violentos, se ocupan de echar por tierra la manifestación pacífica de un pueblo que está por la paz y la justicia. Son los de siempre, los que allá en los años 30 iban casa por casa pistola en mano asesinando rojos. Son los que abortaron el intento de establecer un régimen republicano que pretendía reconocerle al pueblo derechos que hasta entonces le habían sido negados.
Hoy día esa estirpe de violentos codiciosos detenta el poder en casi todo el mundo. Nunca dejó de tenerlo, pero hoy más que nunca estamos en una etapa de evolución humana en la que nos damos cuenta de la violencia y sentimos repugnancia ante ella. No toda la humanidad, por desgracia, pero sí un número suficiente para hacer que oiga nuestras voces un amplio sector de la población.
Atrás quedaron los tiempos en que ser opresor era un orgullo. Tiempos en los que pueblos enteros se jactaban de pertenecer a un imperio que sojuzgaba pueblos y destruía civilizaciones. La rapiña legalizada era tenida por legítima en aquellos tiempos. Pero afortunadamente hoy nos repugna. Hoy sentimos asco ante la codicia desmesurada de los lobby financieros y de quienes les representan políticamente. Sentimos asco ante la falta de escrúpulos de esos políticos revestidos de cinismo y desvergüenza. Y nos atrevemos a decir que toda rapiña es un crimen y que toda acción violenta debe ser rechazada, por más que vaya a favor de nuestros propios intereses.
Ya no hay ejércitos gloriosos que sojuzguen pueblos enteros en nombre de la patria. La patria no es patria cuando está preñada de ignominia. La patria indigna es vergüenza. Y eso es lo que nos hacen sentir ese hatajo de ladrones que gobierna en los países agresores, vergüenza. Vergüenza de pertenecer a esta civilización depredadora, genocida, criminal, asesina, que mata de hambre y miseria a más de media humanidad a fin de proteger a la minorías privilegiadas.
Esa violencia feroz de los codiciosos es lo que hoy día gobierna en la Unión Europea y en el Estado español. Gobierna mediante los partidos de derechas, pero gobierna también mediante los que dicen ser de izquierdas. Todos están de inmundicia hasta el cuello. Unos más que otros, pero ninguno se salva. Ninguno está francamente por la justicia. Todos atienden en primer lugar a la conveniencia. La conveniencia de partido, la conveniencia personal, el interés, el negocio. Esos son los principios que rigen su hacer. Son amorales. Ignoran los que es la dignidad humana, la decencia.
Somos parte de una civilización que se asienta en el crimen. Venimos de una estirpe que adora el becerro de oro y desprecia todo cuanto nos distingue como seres humanos. Pero hoy ese crimen que durante un tiempo nos ha favorecido cae sobre nosotros y hace que alcemos nuestras voces. Bendito crimen que nos sitúa de nuevo al lado del pueblo humilde, del pueblo que padece hambre y sed de justicia. Bendita “crisis”, bendito latrocinio que nos hace salir a la calle fraternalmente clamando justicia y exigiendo libertad para reclamar nuestros derechos.
El mal tan solo es mal cuando se padece. A casi nadie le preocupa mucho la injusticia cuando son otros quienes la sufren. Pero ahora llegó nuestra hora. La España de los violentos se alza de nuevo contra el pueblo. Nos roban los impuestos para dárselos a los banqueros. Nos quitan lo que hemos pagado con el fruto de nuestro trabajo. Nos niegan nuestros derechos básicos. Nos atacan, nos maltratan, pisotean nuestra dignidad, nos humillan... Nos llaman, en resumen, al enfrentamiento, a la lucha. ¿Quién, sino, con un mínimo de dignidad no interpreta ese comportamiento como un reto?
El peligro está en caer en su provocación. Ellos saben bien que la violencia se contagia tanto como la risa, de modo que meten en las manifestaciones a infiltrados y a fascistas sabiendo que muchos incautos van a sumarse al zafarrancho de combate. De ese modo pretenden justificar la violencia policial y las leyes represoras.
No hay que seguirles el juego. Hay que evitar los enfrentamientos violentos, pero no hay que dejar de luchar. Tenemos que seguir manifestándonos a fin de que el pueblo tome conciencia, de que el ejemplo cunda y cada día seamos más quienes nos incorporemos a la lucha. Una lucha que exige unión, solidaridad, acción conjunta.
Hay que lograr que nadie se quede encerrado en casa mirando la tele o que se distraiga de las mil y una maneras que la civilización capitalista ofrece. ¡Nadie! Porque es hora de unirse, de asociarse, de participar activamente, en plataformas cívicas, en asociaciones que estén por velar nuestros derechos y defenderlos. Esa es la lucha que nos llama. Ese es el único camino que nos llevará a la victoria. /PC
http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/84209-el-imperio-de-la-bestia.html
El pueblo clama y los violentos responden a su modo, como en los viejos tiempos de la dictadura fascista, pero con algo más de disimulo, buscando excusas, mintiendo, difamando. Gorilas encapuchados, agitadores violentos, se ocupan de echar por tierra la manifestación pacífica de un pueblo que está por la paz y la justicia. Son los de siempre, los que allá en los años 30 iban casa por casa pistola en mano asesinando rojos. Son los que abortaron el intento de establecer un régimen republicano que pretendía reconocerle al pueblo derechos que hasta entonces le habían sido negados.
Hoy día esa estirpe de violentos codiciosos detenta el poder en casi todo el mundo. Nunca dejó de tenerlo, pero hoy más que nunca estamos en una etapa de evolución humana en la que nos damos cuenta de la violencia y sentimos repugnancia ante ella. No toda la humanidad, por desgracia, pero sí un número suficiente para hacer que oiga nuestras voces un amplio sector de la población.
Atrás quedaron los tiempos en que ser opresor era un orgullo. Tiempos en los que pueblos enteros se jactaban de pertenecer a un imperio que sojuzgaba pueblos y destruía civilizaciones. La rapiña legalizada era tenida por legítima en aquellos tiempos. Pero afortunadamente hoy nos repugna. Hoy sentimos asco ante la codicia desmesurada de los lobby financieros y de quienes les representan políticamente. Sentimos asco ante la falta de escrúpulos de esos políticos revestidos de cinismo y desvergüenza. Y nos atrevemos a decir que toda rapiña es un crimen y que toda acción violenta debe ser rechazada, por más que vaya a favor de nuestros propios intereses.
Ya no hay ejércitos gloriosos que sojuzguen pueblos enteros en nombre de la patria. La patria no es patria cuando está preñada de ignominia. La patria indigna es vergüenza. Y eso es lo que nos hacen sentir ese hatajo de ladrones que gobierna en los países agresores, vergüenza. Vergüenza de pertenecer a esta civilización depredadora, genocida, criminal, asesina, que mata de hambre y miseria a más de media humanidad a fin de proteger a la minorías privilegiadas.
Esa violencia feroz de los codiciosos es lo que hoy día gobierna en la Unión Europea y en el Estado español. Gobierna mediante los partidos de derechas, pero gobierna también mediante los que dicen ser de izquierdas. Todos están de inmundicia hasta el cuello. Unos más que otros, pero ninguno se salva. Ninguno está francamente por la justicia. Todos atienden en primer lugar a la conveniencia. La conveniencia de partido, la conveniencia personal, el interés, el negocio. Esos son los principios que rigen su hacer. Son amorales. Ignoran los que es la dignidad humana, la decencia.
Somos parte de una civilización que se asienta en el crimen. Venimos de una estirpe que adora el becerro de oro y desprecia todo cuanto nos distingue como seres humanos. Pero hoy ese crimen que durante un tiempo nos ha favorecido cae sobre nosotros y hace que alcemos nuestras voces. Bendito crimen que nos sitúa de nuevo al lado del pueblo humilde, del pueblo que padece hambre y sed de justicia. Bendita “crisis”, bendito latrocinio que nos hace salir a la calle fraternalmente clamando justicia y exigiendo libertad para reclamar nuestros derechos.
El mal tan solo es mal cuando se padece. A casi nadie le preocupa mucho la injusticia cuando son otros quienes la sufren. Pero ahora llegó nuestra hora. La España de los violentos se alza de nuevo contra el pueblo. Nos roban los impuestos para dárselos a los banqueros. Nos quitan lo que hemos pagado con el fruto de nuestro trabajo. Nos niegan nuestros derechos básicos. Nos atacan, nos maltratan, pisotean nuestra dignidad, nos humillan... Nos llaman, en resumen, al enfrentamiento, a la lucha. ¿Quién, sino, con un mínimo de dignidad no interpreta ese comportamiento como un reto?
El peligro está en caer en su provocación. Ellos saben bien que la violencia se contagia tanto como la risa, de modo que meten en las manifestaciones a infiltrados y a fascistas sabiendo que muchos incautos van a sumarse al zafarrancho de combate. De ese modo pretenden justificar la violencia policial y las leyes represoras.
No hay que seguirles el juego. Hay que evitar los enfrentamientos violentos, pero no hay que dejar de luchar. Tenemos que seguir manifestándonos a fin de que el pueblo tome conciencia, de que el ejemplo cunda y cada día seamos más quienes nos incorporemos a la lucha. Una lucha que exige unión, solidaridad, acción conjunta.
Hay que lograr que nadie se quede encerrado en casa mirando la tele o que se distraiga de las mil y una maneras que la civilización capitalista ofrece. ¡Nadie! Porque es hora de unirse, de asociarse, de participar activamente, en plataformas cívicas, en asociaciones que estén por velar nuestros derechos y defenderlos. Esa es la lucha que nos llama. Ese es el único camino que nos llevará a la victoria. /PC
http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/84209-el-imperio-de-la-bestia.html