domingo, 7 de octubre de 2012

Demagogia


“Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder” (RAE).


Sentimientos elementales son los que se tienen cuando escasean los elementos básicos para la subsistencia. Sentimientos elementales son también los que afloran cuando se nos abren las puertas de la esperanza tras períodos de profunda oscuridad.

La libertad personal y colectiva es, sin duda, uno de esos elementos básicos que disparan sentimientos elementales. La posibilidad de recuperar la dignidad perdida, tras un largo período de cautiverio, es una esperanza que enaltece y ofusca hasta el punto de no admitir reflexión alguna que la ponga en peligro de desvanecerse.

El perro no muerde la mano que le da comida. El ser humano adora a quien alienta sus sueños. Todo eso y más saben los políticos de estas degeneradas democracias y de ello se valen para manipular al pueblo y tratarlo como una masa irresponsable que libra su futuro a vacuos cantos de sirena. Se valen de todo eso más del engaño sistemático, de la desinformación, de la mentira estratégicamente pensada y cínicamente sostenida.

No es tarea difícil para cualquier ciudadano que observe con espíritu crítico la conducta de los políticos cercanos hallar en ella muestras de ese cinismo que denunciamos si compara lo que hacen con lo que dicen en sus discursos. No es tarea difícil, pero poca gente la hace, porque poca gente quiere poner en riesgo una ayuda, ni que sea mísera, o quebrar un sueño cuando no se tiene recambio ni para la una ni para lo otro.

Hoy los políticos catalanes apuestan por la discordia. Una discordia que se nutre de la cizaña sembrada en el alma del pueblo por los amantes de la violencia. Unos, los representantes de la derecha española, criminalizan el justo anhelo de un pueblo al cual la corona española sometió por las armas en 1714 y posteriormente, en 1939, volvió a ser derrotado por el fascismo que puso fin a los albores de la naciente República Española. Un pueblo que, junto a los otros pueblos hermanos sometidos por la España obscurantista y ultramontana, apostó por la justicia social y la igualdad de derechos. Un pueblo al que tras ambas derrotas se le prohibió reiteradamente la expresión máxima de su identidad colectiva, su lengua, y al cual aun en democracia se le sigue sometiendo y se le imponen cargas fiscales inaceptables, cual si de botín de guerra se tratara. Otros políticos, catalanes de pro pero también de derechas y oportunistas a más no poder –y quizá alguno de buena fe, que talvez lo haya-, apuestan por alentar las manifestaciones patrias con promesas que no pueden cumplir porque, como bien saben, la presente realidad política y social las hace inalcanzables. Unos mediante el rechazo y otros con lisonjas, todos alimentan el fervor patrio, ese noble anhelo popular de independencia, de alejamiento de quienes sistemáticamente nos maltratan. Un fervor que en el presente sirve a los oportunistas para desviar hacia él las ansias de dignidad del pueblo y así evitar que se rebele por la política de despojo que las clases dominantes nos imponen y ellos decretan. ¡Qué atajo de sinvergüenzas unos y otros!

Si en el ejercicio de la política todo vale menos perder… Si incluso la violencia de todo orden, jurídico, policial, militar se consideran en ese ámbito recursos válidos… ¿Cómo no van a hacer uso de la demagogia para alcanzar mayor número de votos que sus oponentes esos políticos cuyo universo mental está plagado de codicia y desmesurada ambición? ¿Cómo no van a dejar de lado sin el menor reparo los principios que debieran regir toda conducta en la vida social, empezando por la de sus dirigentes? ¿Cómo no van a servirse de lo que más les convenga por más indigno que eso sea? ¿Cómo esperar que tengan presente principio alguno de dignidad humana si el afán de poder y de dinero que los posee borró de su mente todo vestigio de ella?

Ojalá ese desmesurado cinismo de que hacen gala quienes de tal modo actúan sirva para abrir los ojos al pueblo. Y ojalá que este, con la mente clara y la dignidad recuperada, se atreva a exorcizar al espíritu maligno que mora en quienes de tal modo destruyen la convivencia y la fraternidad en el mundo. ¡Ojalá! Porque en tanto eso no ocurra, la posibilidad de una humanidad más justa seguirá lejana. 

PUBLICADO EN:

ECUPRES 4/10/2012

http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=10015

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